Carl Rogers, el hombre que revolucionó la psicología (III)
En este 2022 se cumplieron 120 años del natalicio del psicoanalista con orientación existencial, quien fue el precursor de la Terapia Centrada en la Persona, regida por la no-directividad, en donde el consultante o paciente es quien guía los encuentros terapéuticos.
Danelys Vega Cardozo
La preocupación central de Rogers se basó en cómo podría ayudar a las personas. Se cuestionó si tenía los conocimientos, los recursos y la fuerza necesaria para hacerlo. Entonces, partió de su propia experiencia y los aprendizajes que había adquirido, de esta manera empezó a desarrollar su propio método de trabajo. Aquel que se alejó de la pregunta inicial de sus primeros años como terapeuta, porque con el tiempo hasta él se fue transformando. Dejó de interesarse por cambiar o curar a sus clientes y, en general a las personas, entendió que el debía ser una especie de puente, ese que permite que otros puedan desarrollarse por sí mismos.
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La preocupación central de Rogers se basó en cómo podría ayudar a las personas. Se cuestionó si tenía los conocimientos, los recursos y la fuerza necesaria para hacerlo. Entonces, partió de su propia experiencia y los aprendizajes que había adquirido, de esta manera empezó a desarrollar su propio método de trabajo. Aquel que se alejó de la pregunta inicial de sus primeros años como terapeuta, porque con el tiempo hasta él se fue transformando. Dejó de interesarse por cambiar o curar a sus clientes y, en general a las personas, entendió que el debía ser una especie de puente, ese que permite que otros puedan desarrollarse por sí mismos.
Se percató que el camino para ayudar a los individuos estaba alejado de un enfoque intelectual, de aquello centrado en la academia. En la práctica, poco o nada les servían a las personas saber quiénes eran desde el punto de vista psicológico, y ofrecerles una especie de guía para tener una vida más plena. Porque seguir ese camino introduciría un cambio efímero, que podría perjudicarlos en vez de ayudarlos, pues la transformación real solo podría venir de “la experiencia adquirida en una relación”. “Si puedo crear un cierto tipo de relación, la otra persona descubrirá en sí mismo su capacidad de utilizarla para su propia maduración y de esa manera se producirá el cambio y el desarrollo individual”.
Rogers creía que aquel tipo de relación estaba basada en tres condiciones. La primera de ellas era la autenticidad, esa que quiso que fuera la regla inamovible que regía sus relaciones, aunque no siempre lo lograra. Y es que aquello suponía quizá un gran reto, porque implicaba “desnudarse” ante el otro, no tener miedo de expresar sus verdaderos sentimientos y actitudes, así en ocasiones sintiera vergüenza de ellos. Sin embargo, valía la pena correr el riesgo, si lo que quería era ser de “utilidad” a los demás. “Sólo mostrándome tal cual como soy, puedo lograr que la otra persona busque exitosamente su propia autenticidad”.
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La segunda era la aceptación plena. Aquella que no estaba condicionada, que no dependía de las conductas o actitudes que tuvieran los seres humanos; es decir, ver a todos los individuos como seres valiosos en sí mismos. Esto implicaba aceptar y querer que el otro fuera una persona singular, diferente a mí, respetando sus propios pensamientos, sentimientos y comportamientos. “Esta aceptación de cada uno de los aspectos de la otra persona le brinda calidez y seguridad en nuestra relación; esto es fundamental, puesto que la seguridad de agradar al otro y ser valorado como persona parece constituir un elemento de gran importancia en una relación de ayuda”.
La última consistía en la comprensión del otro. Para el psicoanalista, la aceptación debía estar acompañada de la compresión de los pensamientos y sentimiento de las personas, tal cual como ellos los ven, sin juicio de por medio, pues de esta forma se sentirán libres de explorar aquellos rincones de sus vivencias que tal vez hasta el momento preferían evitar. “Esta libertad es una condición importante de la relación. Se trata de la libertad de explorarse a sí mismo tanto en el nivel consciente como inconsciente, tan rápidamente como sea posible embarcarse en esta peligrosa búsqueda”.
Entonces, pensó que todos los seres humanos teníamos una tendencia actualizante. Esa que tarde o temprano nos conduce hacia nuestro propio desarrollo, crecimiento o autorrealización. Una tendencia que nos impulsa a buscar y construir “la mejor versión de nosotros mismos”. Esa que es innata y nos ayuda a saber quiénes somos, pero que algunas veces puede estar ocultar por diversas circunstancias o miedos. “Esta tendencia puede hallarse encubierta por múltiples defensas psicológicas sólidamente sedimentadas. Puede permanecer oculta bajo elaboradas fachadas que nieguen su existencia; sin embargo, opino que existe en todos los individuos y sólo espera las condiciones adecuadas para liberarse y expresarse”.
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Y comprobó que aquel tipo de relación, basada en las tres condiciones, —aceptación, autenticidad y comprensión—, tenían la capacidad de producir cambios en la personalidad del individuo. Entonces, las personas se mostraban más eficientes y funcionales. Su autopercepción también se modificaba, era más realista. Eran capaces de tomar sus propias decisiones, porque confiaban más en ellos. Se valoraban y se comprendían mejor, lo que los llevaba a aceptar sus propias actitudes, pues eran capaces de verse como seres humanos imperfectos, como todos. De a poco se arriesgaban a mostrarse sin máscaras, siendo auténticos, dejando a un lado las actitudes defensivas. Al final de cuentas, como diría el mismo Rogers, “comienza a parecerse a la persona que quería ser”.
Carl Rogers dejó claro que aquellos hallazgos trascendían el ámbito terapéutico, y, por lo tanto, podrían ser aplicados y producir efectos beneficiosos en cualquier tipo de relación humana, desde la que establece los padres con los hijos, los docentes con los alumnos, hasta la que se desarrolla al interior de una organización entre empleador y empleados. “Pienso que estamos asistiendo a la emergencia de un nuevo ámbito de relaciones humanas, en el que podemos afirmar que, en presencia de ciertas actitudes básicas, se producirán ciertos cambios”.
Todo puedo resumirse en aquellas palabras que dejó consignadas en su libro El proceso de convertirse en persona.
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“Si puedo crear una relación que, de mi parte, se caracterice por: una autenticidad y transparencia y en la cual yo pueda vivir mis verdaderos sentimientos; una cálida aceptación y valoración de la otra persona como individuo diferente, y una sensible capacidad de ver a mi cliente y su mundo tal cómo él lo ve: entonces, el otro individuo experimentará y comprenderá aspectos de sí mismo anteriormente reprimidos; logrará cada vez mayor integración personal y será más capaz de funcionar con eficacia; se parecerá cada vez más a la persona que quería ser; se volverá más personal, más original y expresivo; será más emprendedor y se tendrá más confianza; se tornará más comprensivo y podrá aceptar mejor a los demás, y podrá enfrentar los problemas de la vida de una manera fácil y adecuada”.
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