Carlos Castrillón: cómo sacar a la luz la poesía
Carlos Alberto Castrillón falleció el 17 de agosto de 2021 a causa de un tumor cerebral en Armenia, Quindío. Fue poeta, traductor, editor e investigador de la literatura colombiana. Se desempeñaba como profesor de la Universidad del Quindío y de la Universidad Tecnológica de Pereira.
Catherine Rendon
Aprendió Esperanto, la lengua internacional planificada más difundida en el mundo, diseñada por Ludoviko Zamenhof en 1887. La aprendió gracias al ajedrez y específicamente por la edición Cara y Cruz de un libro de Tirso Castrillón, maestro antioqueño del ajedrez que era el bestseller de los aficionados a este deporte y que de un lado estaba en español y del otro en esperanto. Supongo que eso llamó su atención o desafió su pensamiento y poco a poco y con la ayuda de un profesor, aprendió el idioma hasta el punto de escribir una serie de ensayos literarios y de poemas en el idioma que fueron publicados en distintos países. Recuerda Juan Aurelio García que por medio de Carlos Castrillón se conocieron noticias literarias de diversas partes del mundo, pues intercambiaba correspondencia con poetas y literatos de recónditos lugares, como China en las antípodas.
Quería estudiar una carrera que tuviera que ver con Literatura o con Idiomas, así que optó por Lingüística y Literatura porque la carrera era de noche y en el día tenía que trabajar. Siempre quiso estudiar Ingeniería electrónica pero el terremoto del 83 en Popayán impidió que pudiera estudiar en la Universidad del Cauca, única universidad por la época que ofertaba esa carrera y que le quedaba cerca de casa; así que terminó Lingüística y Literatura en la Universidad del Quindío. Sin embargo, a finales de los 80, la informática volvió a llamar su atención, pues para la época la informática había suplantado a la electrónica como “lo más tecnológico” y decidió estudiarla; pero, el terremoto de Armenia, en 1999, también impidió que pudiera concluir oficialmente la carrera, aunque llegó a tecnólogo. Los dos terremotos no impidieron que estudiara de manera autodidacta para luego abrir un taller de reparación de computadores del que vivió un tiempo y que también desapareció con el terremoto atroz que aconteció en la que luego, por este suceso, se llamaría La Ciudad Milagro. Decía que, por una cuestión familiar y pérdida de documentos de registro, aparecía como nacido en Armenia, pero nació en La Tebaida, Quindío.
Dijo que siempre optó por la literatura como una cuestión prioritaria y vital, y que lo otro, la ingeniería, fue para la vida práctica, para el sustento, porque “de la literatura no se podía vivir”. Desde el año 89 se dedicó a la docencia. Primero trabajó con el magisterio en una escuela en Salento, dictando clases de Literatura y Sistemas. Luego, diez años después, se fue a Armenia y en el colegio Rufino Sur formó a muchos de los que luego también fueron sus estudiantes universitarios de Literatura, en la Universidad del Quindío.
Puedo pensar que la vida de Carlos Castrillón es también un enigma, un poco fantasiosa, construida a través del mito, o que era alguien muy reservado. Lo conocí porque fue mi profesor de Literatura colombiana en la Universidad del Quindío. Sin embargo, antes de conocerlo en persona y de escucharlo hablar sobre autores desconocidos, raros, poco editados, ya sabía de él lo que todos decían: que era muy exigente, honesto cuando hacía críticas y que era una eminencia. Además de ser reconocido como investigador, poeta y crítico en la región, reparaba los computadores de amigos y estudiantes para despejar la mente.
Fundó dos revistas, una para difundir la literatura publicada en Esperanto y Sonorilo, una revista para que autores de la región publicaran sus textos y también relatos que a él le llegaban desde aquellos lugares recónditos con los que se comunicaba. Su trabajo estuvo dedicado, en parte, a la difusión e investigación de autores que poco circularon por los estrechos caminos de la edición y publicación de libros. En el Quindío, han sido fundamentales sus indagaciones críticas para conocer, entender y juzgar tanto la producción individual de escritores regionales, como la evolución socioliteraria del mapa literario regional.
Desde 2010, junto con otros autores de la región, se embarcaron en crear uno de los proyectos editoriales más ambiciosos en la historia del departamento del Quindío: la Biblioteca de Autores Quindianos, pues la circulación de esta literatura en parte había sido difundida en revista regionales como Kanora y Termita, y en pequeñas editoriales regionales. La iniciativa de fundar una colección que difundiera la producción literaria del Quindío contó con el apoyo de la Gobernación del Quindío y la Universidad del Quindío. La colección reúne hasta la fecha más de 70 títulos y sigue editándose. Desde su creación, Castrillón fue un pilar para la investigación de las obras publicadas. Su trabajo no solo abarcaba la investigación que compartía con colegas y realizaba con estudiantes a los que estimulaba para el trabajo, sino que también hacía una revisión meticulosa de corrección e incluso la diagramaba porque también era un experto autodidacta en programas de diseño y maquetación.
De él aprendí el valor, que no el precio, de la literatura; aprendí de la necesidad de circulación de las ideas y de la ampliación de los horizontes del pensamiento, de la generosidad para compartir el saber, del trabajo intelectual honesto, de la meticulosidad de la edición, de los procesos de investigación, de los autores desconocidos y del valor de una literatura sin etiquetas regionales, ni sociales, ni culturales. Su crítica siempre fue argumentada, certera y clara. Reconoció en los autores el valor de la vida literaria y siempre fue siempre generoso con compartir el conocimiento y motivar o desmotivar vocaciones erráticas.
Siempre fue un pilar de consulta para mis empresas literarias o culturales. En la colección de libros de distribución gratuita en el Quindío, Espresso Literario, apoyó la selección y algunos de los textos publicados son traducciones de aquellos cuentos extraños de los que poco hubiéramos tenido noticia si no existieran en el mundo personas tan curiosas y dedicadas como Carlos Castrillón. En la editorial Cafeto Cartonera asesoró el trabajo con comunidades para escribir y editar relatos desde la oralidad. No sé cuántos datos, cuántos hallazgos, cuántas noticias y reconocimientos desconozco de él y de su trabajo, como aquel hallazgo que supe hace poco: que su libro más releído fue aquel que quizá nos dé luces sobre su poética y el enigma de su vida: El gran tonto del monje zen Ryokan y que estos poemas además fueron traducidos por él en una edición de 1996 bajo el sello editorial Sepia Editores.
Carlos Alberto Castrillón, falleció el 17 de agosto de 2021 a causa de un tumor cerebral, en Armenia. Nos queda la tarea de compilar sus traducciones y recuperar su obra intelectual, que abarca cuatro libros de poesía (Noticias de Gaza (2017), Libro de las abluciones, (2010), Está De Viaje La Melancolía (2011) y Compendio de virtudes y (alabanzas) (2003)) y más de veinte libros de investigación sobre literatura colombiana entre los que destacan los libros de obras completas de poetas como Noel Estrada Roldán, Carmelina Soto, Bernardo Pareja, Baudilio Montoya y narradores como Eduardo Arias Suárez y Humberto Jaramillo Ángel, para que su trabajo y su vida dejen de ser un enigma, pues trabajó toda su vida para sacar a la luz plumas y nombres que deben instalarse en la historia de la literatura colombiana e internacional aunque sean obras que no hayan tenido una gran circulación. Y ante todo, nos queda también su poesía, ese lenguaje que, según dijo, le permitió expresarse “de otra forma con el mundo”.
Poética
Da pena reconocer que uno no tiene ni idea.
Busco una palabra que conjure la pregunta.
La encuentro escrita en el poso del café.
Es algo así:
Ser poeta parece una estratagema para sortear
sin remordimientos
ciertos obstáculos de la vida y del lenguaje.
Remolinos ausentes para el cálido abrazo.
Palabras convocadas a la cena más pobre,
grafías inconclusas de un horizonte doble.
Lúcidamente ingenuos,
cómodamente tontos.
C.A.C.
Aprendió Esperanto, la lengua internacional planificada más difundida en el mundo, diseñada por Ludoviko Zamenhof en 1887. La aprendió gracias al ajedrez y específicamente por la edición Cara y Cruz de un libro de Tirso Castrillón, maestro antioqueño del ajedrez que era el bestseller de los aficionados a este deporte y que de un lado estaba en español y del otro en esperanto. Supongo que eso llamó su atención o desafió su pensamiento y poco a poco y con la ayuda de un profesor, aprendió el idioma hasta el punto de escribir una serie de ensayos literarios y de poemas en el idioma que fueron publicados en distintos países. Recuerda Juan Aurelio García que por medio de Carlos Castrillón se conocieron noticias literarias de diversas partes del mundo, pues intercambiaba correspondencia con poetas y literatos de recónditos lugares, como China en las antípodas.
Quería estudiar una carrera que tuviera que ver con Literatura o con Idiomas, así que optó por Lingüística y Literatura porque la carrera era de noche y en el día tenía que trabajar. Siempre quiso estudiar Ingeniería electrónica pero el terremoto del 83 en Popayán impidió que pudiera estudiar en la Universidad del Cauca, única universidad por la época que ofertaba esa carrera y que le quedaba cerca de casa; así que terminó Lingüística y Literatura en la Universidad del Quindío. Sin embargo, a finales de los 80, la informática volvió a llamar su atención, pues para la época la informática había suplantado a la electrónica como “lo más tecnológico” y decidió estudiarla; pero, el terremoto de Armenia, en 1999, también impidió que pudiera concluir oficialmente la carrera, aunque llegó a tecnólogo. Los dos terremotos no impidieron que estudiara de manera autodidacta para luego abrir un taller de reparación de computadores del que vivió un tiempo y que también desapareció con el terremoto atroz que aconteció en la que luego, por este suceso, se llamaría La Ciudad Milagro. Decía que, por una cuestión familiar y pérdida de documentos de registro, aparecía como nacido en Armenia, pero nació en La Tebaida, Quindío.
Dijo que siempre optó por la literatura como una cuestión prioritaria y vital, y que lo otro, la ingeniería, fue para la vida práctica, para el sustento, porque “de la literatura no se podía vivir”. Desde el año 89 se dedicó a la docencia. Primero trabajó con el magisterio en una escuela en Salento, dictando clases de Literatura y Sistemas. Luego, diez años después, se fue a Armenia y en el colegio Rufino Sur formó a muchos de los que luego también fueron sus estudiantes universitarios de Literatura, en la Universidad del Quindío.
Puedo pensar que la vida de Carlos Castrillón es también un enigma, un poco fantasiosa, construida a través del mito, o que era alguien muy reservado. Lo conocí porque fue mi profesor de Literatura colombiana en la Universidad del Quindío. Sin embargo, antes de conocerlo en persona y de escucharlo hablar sobre autores desconocidos, raros, poco editados, ya sabía de él lo que todos decían: que era muy exigente, honesto cuando hacía críticas y que era una eminencia. Además de ser reconocido como investigador, poeta y crítico en la región, reparaba los computadores de amigos y estudiantes para despejar la mente.
Fundó dos revistas, una para difundir la literatura publicada en Esperanto y Sonorilo, una revista para que autores de la región publicaran sus textos y también relatos que a él le llegaban desde aquellos lugares recónditos con los que se comunicaba. Su trabajo estuvo dedicado, en parte, a la difusión e investigación de autores que poco circularon por los estrechos caminos de la edición y publicación de libros. En el Quindío, han sido fundamentales sus indagaciones críticas para conocer, entender y juzgar tanto la producción individual de escritores regionales, como la evolución socioliteraria del mapa literario regional.
Desde 2010, junto con otros autores de la región, se embarcaron en crear uno de los proyectos editoriales más ambiciosos en la historia del departamento del Quindío: la Biblioteca de Autores Quindianos, pues la circulación de esta literatura en parte había sido difundida en revista regionales como Kanora y Termita, y en pequeñas editoriales regionales. La iniciativa de fundar una colección que difundiera la producción literaria del Quindío contó con el apoyo de la Gobernación del Quindío y la Universidad del Quindío. La colección reúne hasta la fecha más de 70 títulos y sigue editándose. Desde su creación, Castrillón fue un pilar para la investigación de las obras publicadas. Su trabajo no solo abarcaba la investigación que compartía con colegas y realizaba con estudiantes a los que estimulaba para el trabajo, sino que también hacía una revisión meticulosa de corrección e incluso la diagramaba porque también era un experto autodidacta en programas de diseño y maquetación.
De él aprendí el valor, que no el precio, de la literatura; aprendí de la necesidad de circulación de las ideas y de la ampliación de los horizontes del pensamiento, de la generosidad para compartir el saber, del trabajo intelectual honesto, de la meticulosidad de la edición, de los procesos de investigación, de los autores desconocidos y del valor de una literatura sin etiquetas regionales, ni sociales, ni culturales. Su crítica siempre fue argumentada, certera y clara. Reconoció en los autores el valor de la vida literaria y siempre fue siempre generoso con compartir el conocimiento y motivar o desmotivar vocaciones erráticas.
Siempre fue un pilar de consulta para mis empresas literarias o culturales. En la colección de libros de distribución gratuita en el Quindío, Espresso Literario, apoyó la selección y algunos de los textos publicados son traducciones de aquellos cuentos extraños de los que poco hubiéramos tenido noticia si no existieran en el mundo personas tan curiosas y dedicadas como Carlos Castrillón. En la editorial Cafeto Cartonera asesoró el trabajo con comunidades para escribir y editar relatos desde la oralidad. No sé cuántos datos, cuántos hallazgos, cuántas noticias y reconocimientos desconozco de él y de su trabajo, como aquel hallazgo que supe hace poco: que su libro más releído fue aquel que quizá nos dé luces sobre su poética y el enigma de su vida: El gran tonto del monje zen Ryokan y que estos poemas además fueron traducidos por él en una edición de 1996 bajo el sello editorial Sepia Editores.
Carlos Alberto Castrillón, falleció el 17 de agosto de 2021 a causa de un tumor cerebral, en Armenia. Nos queda la tarea de compilar sus traducciones y recuperar su obra intelectual, que abarca cuatro libros de poesía (Noticias de Gaza (2017), Libro de las abluciones, (2010), Está De Viaje La Melancolía (2011) y Compendio de virtudes y (alabanzas) (2003)) y más de veinte libros de investigación sobre literatura colombiana entre los que destacan los libros de obras completas de poetas como Noel Estrada Roldán, Carmelina Soto, Bernardo Pareja, Baudilio Montoya y narradores como Eduardo Arias Suárez y Humberto Jaramillo Ángel, para que su trabajo y su vida dejen de ser un enigma, pues trabajó toda su vida para sacar a la luz plumas y nombres que deben instalarse en la historia de la literatura colombiana e internacional aunque sean obras que no hayan tenido una gran circulación. Y ante todo, nos queda también su poesía, ese lenguaje que, según dijo, le permitió expresarse “de otra forma con el mundo”.
Poética
Da pena reconocer que uno no tiene ni idea.
Busco una palabra que conjure la pregunta.
La encuentro escrita en el poso del café.
Es algo así:
Ser poeta parece una estratagema para sortear
sin remordimientos
ciertos obstáculos de la vida y del lenguaje.
Remolinos ausentes para el cálido abrazo.
Palabras convocadas a la cena más pobre,
grafías inconclusas de un horizonte doble.
Lúcidamente ingenuos,
cómodamente tontos.
C.A.C.