Carlos Duque: "Sólo en una ocasión ha hecho un retrato en diez minutos. El de Saramago"
En el presente capítulo de la serie Historias de Vida, creada y producida por Isabel López Giraldo, presentamos a Carlos Duque, autor de varias de las fotografías más recordadas de los últimos años en Colombia.
Isabel López Giraldo
Profesionalmente siempre se ha sentido muy atraído por lo visual. En la medida en que avanza el tiempo no se limita a la imagen sino que es la percepción imaginaria la que le mueve.
"Me considero un alquimista de la imagen. El mundo sin imaginarlo no es válido. La gente sufre porque no se imagina su propio mundo".
Me pregunto si su talento es herencia genética.
Si bien la familia estimula el desarrollo de vocaciones creo que uno nace con un sino particular independiente de los genes. No encuentro raíces en mi familia ni en la educación recibida que me hayan transportado al mundo que vivo hoy. Mi mamá siempre quiso que yo fuera un artista, y empezó metiéndome a un conservatorio de música a estudiar violín. Tenía una profesora alemana demasiado rigurosa que me imponía disciplinas pellizcándome como a violín prestado, así que desistí de mi profesión de músico y más adelante entré a Bellas Artes a estudiar dibujo y pintura. Ser artista es un imperativo que ha marcado mi ruta desde siempre. En la infancia fui aficionado a las tiras cómicas por su lenguaje y porque contienen una gran variedad de formas de expresión en calidades de dibujo y de ilustración.
Puede leer: Julia Salvi: "Se perdieron cosas como el amor y el compromiso por la sociedad"
Para conocerlo es importante saber cómo se hace en él evidente su gusto por la fotografía.
Reader´s Digest y muy especialmente la revista LIFE, tuvieron muchísima influencia en mi pasión por la fotografía. Fue el primer contacto que tuve con el mundo de las celebridades y de la imagen. Estos tópicos son ejes que ordenan el mundo y vivo en mitad de eso.
En el colegio lo escogían para hacer ilustraciones para eventos y se le reconocía su capacidad y habilidad para el dibujo.
Hoy dibujo poco pero fue mi puerta de entrada al mundo del arte publicitario.
Pertenece a la generación de la revolución de mayo de filósofos y pensadores. Se vio influido por Sartre y por nadaístas como Gonzalo Arango y tantos otros.
Todos queríamos ser poetas, escritores o artistas. Mezclábamos rumba con el pensamiento profundo de la vida con cabida al existencialismo y a conversaciones de trascendencia. En esa época se podía ser lector lejos de la influencia de la televisión y de Internet; podían también conversar mirándose de manera directa, sin distractores y eran los jóvenes los que disfrutaban asistiendo a Teatro.
Durante su bachillerato comenzó a estudiar dibujo y pintura en Bellas Artes en la ciudad de Cali y asistía después de sus clases de colegio. Cali era la ciudad cultural de Colombia a la que llegó Fanny Mikey a inventar el Festival de Arte cuando Grau era joven como lo era Obregón. Programaban conciertos en la plaza para los pájaros. Rompían paradigmas. Eran creativos. Generaban movimientos nuevos de manera permanente. En unas vacaciones lo invitaron a trabajar en el departamento creativo de una agencia de publicidad y ahí quedó enganchado. Se conectó de tal forma que supo que no quería ser pintor sino que lo suyo era el diseño gráfico, la ilustración.
La publicidad es como la torre de control creativa conectada a todos los medios de comunicación.
Se inició con un espíritu artístico así pues que se considera un artista prestado a la publicidad, a la comunicación, al mercadeo.
Es una pretensión. Mí pretensión.
Estudió fotografía en Los Ángeles. Evoluciona con el mundo así que hoy está en la era digital. Su maestro en publicidad fue Hernán Nicholls Santacoloma, de Propaganda Época, que lo invitó a asociarse en una nueva agencia. Eran sus palabras:
“La publicidad es el servicio militar de la poesía”
Y lo sustenta en que el creativo publicitario está obligado a hacer algo especial, algo creativamente valioso y que resulte una obra poética de comunicación para quien paga por ello. Lo considera el mandamiento básico de su profesión.
Cuando a Nicholls Santacoloma algo no le gustaba decía: “Vuélvase inteligente”. Lo que quería era que le llevaran cosas que sorprendieran. Nada imposible en esa época pues hoy todo está inventado lo que hace de esto una reto que le obliga a moverse, a no repetirse.
En la actualidad se mueve en las redes sociales opinando de muchos temas y como si alguien le dijera: “Eres especialista en generalidades”. Vive de la especulación creativa. Su oficio ha sido la creatividad. Cuando está trabajando algún proyecto siempre se pregunta:
Si yo no fuera el creativo, ¿me gustaría el resultado de lo que veo?
Vive el proceso creativo, es su experiencia, pero se pierde la oportunidad de ser el espectador de su obra, pues está concentrado en el proceso no en el producto final.
Uno ve lo que uno es, lo que uno sabe. Los publicistas hacemos que la marca se vea reluciente pasando desapercibidos. El marco conceptual que hace que algo se vea bello y luzca, es secundario.
Eso que para muchos es secundario para él es la razón, por lo mismo fotografía marcos, sombras, piedras, grabados, minotauros.
Me quiero renovar permanentemente, el cambio es mi constante.
Esto afecta su experiencia de vida y se revela en lo personal. Cuenta cinco matrimonios pues pasados siete años ya su interior pide a gritos un cambio.
Soy un laboratorio que vive experimentando cosas por lo mismo digo que lo mío es la alquimia de la imagen. Y como dijo Picasso: “El arte es un cementerio de encuentros”
Él lo interpreta exactamente así. Hace un ejercicio y terminado ya murió para él donde para el observador apenas comienza. De la Revista Cromos lo llamaron algún día a pedirle que hiciera retratos pues los cautivó los que había tomado a Luis Carlos Galán y, Germán Santamaría en el año 2002, le dijo que lo acompañara a la Revista Diners para hacer Perfiles. Así comenzó a trabajar retratos.
Siempre me han interesado los personajes y de esta experiencia rescaté el que en las tomas todos quedan con los ojos cerrados.
Se dedicó a guardarlos en un archivo durante catorce años. Decidió pedir fotos con los ojos cerrados y ahora son trescientos personajes así. Escogió cien para una exposición, organizó el material y así nació “Meditantes” donde quien medita es el espectador cuando observa.
Es un ejercicio de exorcismo.
Volviendo al tema de la obsesión por la celebridad, por la fama, por el poder, el retrato se convirtió para él en la búsqueda del secreto de la inmortalidad, de la trascendencia.
Cuando uno está frente a un personaje como lo fue García Márquez para hacerle una foto, lo que se tiene es no solo a una persona diferente al resto sino también al ser humano más frágil que se pueda imaginar y todo por el efecto cámara. Hoy son los medios los que crean fama y lo hacen para llenar espacios, así que hay gente famosa por nada. La celebridad desarrolla un complejo público. Temen mucho no salir bien porque los medios lo pueden destruir.
Al momento de hacer un retrato el poder lo tiene el fotógrafo y el resultado es la mirada de ese fotógrafo y la de Carlos Duque es impecablemente aguda.
Todos somos frágiles, todos sentimos miedo, temores, nos enfermamos. Entre más responsabilidad y presencia pública, entre más expuesto se esté, más se arriesga por lo mismo muchos reniegan de la fama, quieren tenerla pero luego se deben a un público que distorsiona su propia experiencia de vida.
Su buen nombre y prestigio lo ha logrado con trabajos como el de Galán, Isabela en el caballo y tantos otros con los que se le reconoce. Por lo mismo dice:
Yo me miro mirando a otras personas. Cuando te miro me estoy mirando. Yo soy como me estás percibiendo en este momento. Un retrato es una conversación, es una complicidad, es lo que estás haciendo conmigo ahora. Lo que toma un tiempo importante.
Su espejo son los demás y se mira a través de los otros.
Sólo en una ocasión ha hecho un retrato en diez minutos. El de Saramago. Sabía que visitaba el país por su compromiso con Alfaguara y Belisario Betancourt le abrió el espacio en su oficina. Hizo una secuencia de tres fotos que reposa en su archivo personal.
Lo mismo sucedió con García Márquez que se encontró en la Revista Cambio 16 saliendo de una reunión. Se presenta y le pide un retrato para con éste rendirle un homenaje. “Viajo pasado mañana a México pero luego estaré en Cartagena en un Taller de la Fundación Nuevo Periodismo”. Trabajando con Germán Santamaría en la Revista Diners, fue invitado a ese taller. Más que el Taller lo que quería era hacerle la foto a García Márquez, el personaje icónico al que admiró siempre. Se prepara para el encuentro y en el último momento que es cuando llega Gabo, lo aborda para recordarle la invitación a que se dejara retratar y recibe por respuesta:
“Vengo de la Habana por Caracas, mi agenda es muy estrecha, estoy trasnochado, sin dormir…”. Lo único que le pido es que me regale treinta minutos de sus Cien años de soledad. Mira el reloj y dice: “Te espero a las cuatro en mi casa”. Fueron treinta minutos de Gabo conmigo dirigiéndolo, así protestara diciendo: "Esa es la típica foto que le hacen a los escritores”
“A mí me conoce mucha gente pero yo no soy amigo de las celebridades”
***
Profesionalmente siempre se ha sentido muy atraído por lo visual. En la medida en que avanza el tiempo no se limita a la imagen sino que es la percepción imaginaria la que le mueve.
"Me considero un alquimista de la imagen. El mundo sin imaginarlo no es válido. La gente sufre porque no se imagina su propio mundo".
Me pregunto si su talento es herencia genética.
Si bien la familia estimula el desarrollo de vocaciones creo que uno nace con un sino particular independiente de los genes. No encuentro raíces en mi familia ni en la educación recibida que me hayan transportado al mundo que vivo hoy. Mi mamá siempre quiso que yo fuera un artista, y empezó metiéndome a un conservatorio de música a estudiar violín. Tenía una profesora alemana demasiado rigurosa que me imponía disciplinas pellizcándome como a violín prestado, así que desistí de mi profesión de músico y más adelante entré a Bellas Artes a estudiar dibujo y pintura. Ser artista es un imperativo que ha marcado mi ruta desde siempre. En la infancia fui aficionado a las tiras cómicas por su lenguaje y porque contienen una gran variedad de formas de expresión en calidades de dibujo y de ilustración.
Puede leer: Julia Salvi: "Se perdieron cosas como el amor y el compromiso por la sociedad"
Para conocerlo es importante saber cómo se hace en él evidente su gusto por la fotografía.
Reader´s Digest y muy especialmente la revista LIFE, tuvieron muchísima influencia en mi pasión por la fotografía. Fue el primer contacto que tuve con el mundo de las celebridades y de la imagen. Estos tópicos son ejes que ordenan el mundo y vivo en mitad de eso.
En el colegio lo escogían para hacer ilustraciones para eventos y se le reconocía su capacidad y habilidad para el dibujo.
Hoy dibujo poco pero fue mi puerta de entrada al mundo del arte publicitario.
Pertenece a la generación de la revolución de mayo de filósofos y pensadores. Se vio influido por Sartre y por nadaístas como Gonzalo Arango y tantos otros.
Todos queríamos ser poetas, escritores o artistas. Mezclábamos rumba con el pensamiento profundo de la vida con cabida al existencialismo y a conversaciones de trascendencia. En esa época se podía ser lector lejos de la influencia de la televisión y de Internet; podían también conversar mirándose de manera directa, sin distractores y eran los jóvenes los que disfrutaban asistiendo a Teatro.
Durante su bachillerato comenzó a estudiar dibujo y pintura en Bellas Artes en la ciudad de Cali y asistía después de sus clases de colegio. Cali era la ciudad cultural de Colombia a la que llegó Fanny Mikey a inventar el Festival de Arte cuando Grau era joven como lo era Obregón. Programaban conciertos en la plaza para los pájaros. Rompían paradigmas. Eran creativos. Generaban movimientos nuevos de manera permanente. En unas vacaciones lo invitaron a trabajar en el departamento creativo de una agencia de publicidad y ahí quedó enganchado. Se conectó de tal forma que supo que no quería ser pintor sino que lo suyo era el diseño gráfico, la ilustración.
La publicidad es como la torre de control creativa conectada a todos los medios de comunicación.
Se inició con un espíritu artístico así pues que se considera un artista prestado a la publicidad, a la comunicación, al mercadeo.
Es una pretensión. Mí pretensión.
Estudió fotografía en Los Ángeles. Evoluciona con el mundo así que hoy está en la era digital. Su maestro en publicidad fue Hernán Nicholls Santacoloma, de Propaganda Época, que lo invitó a asociarse en una nueva agencia. Eran sus palabras:
“La publicidad es el servicio militar de la poesía”
Y lo sustenta en que el creativo publicitario está obligado a hacer algo especial, algo creativamente valioso y que resulte una obra poética de comunicación para quien paga por ello. Lo considera el mandamiento básico de su profesión.
Cuando a Nicholls Santacoloma algo no le gustaba decía: “Vuélvase inteligente”. Lo que quería era que le llevaran cosas que sorprendieran. Nada imposible en esa época pues hoy todo está inventado lo que hace de esto una reto que le obliga a moverse, a no repetirse.
En la actualidad se mueve en las redes sociales opinando de muchos temas y como si alguien le dijera: “Eres especialista en generalidades”. Vive de la especulación creativa. Su oficio ha sido la creatividad. Cuando está trabajando algún proyecto siempre se pregunta:
Si yo no fuera el creativo, ¿me gustaría el resultado de lo que veo?
Vive el proceso creativo, es su experiencia, pero se pierde la oportunidad de ser el espectador de su obra, pues está concentrado en el proceso no en el producto final.
Uno ve lo que uno es, lo que uno sabe. Los publicistas hacemos que la marca se vea reluciente pasando desapercibidos. El marco conceptual que hace que algo se vea bello y luzca, es secundario.
Eso que para muchos es secundario para él es la razón, por lo mismo fotografía marcos, sombras, piedras, grabados, minotauros.
Me quiero renovar permanentemente, el cambio es mi constante.
Esto afecta su experiencia de vida y se revela en lo personal. Cuenta cinco matrimonios pues pasados siete años ya su interior pide a gritos un cambio.
Soy un laboratorio que vive experimentando cosas por lo mismo digo que lo mío es la alquimia de la imagen. Y como dijo Picasso: “El arte es un cementerio de encuentros”
Él lo interpreta exactamente así. Hace un ejercicio y terminado ya murió para él donde para el observador apenas comienza. De la Revista Cromos lo llamaron algún día a pedirle que hiciera retratos pues los cautivó los que había tomado a Luis Carlos Galán y, Germán Santamaría en el año 2002, le dijo que lo acompañara a la Revista Diners para hacer Perfiles. Así comenzó a trabajar retratos.
Siempre me han interesado los personajes y de esta experiencia rescaté el que en las tomas todos quedan con los ojos cerrados.
Se dedicó a guardarlos en un archivo durante catorce años. Decidió pedir fotos con los ojos cerrados y ahora son trescientos personajes así. Escogió cien para una exposición, organizó el material y así nació “Meditantes” donde quien medita es el espectador cuando observa.
Es un ejercicio de exorcismo.
Volviendo al tema de la obsesión por la celebridad, por la fama, por el poder, el retrato se convirtió para él en la búsqueda del secreto de la inmortalidad, de la trascendencia.
Cuando uno está frente a un personaje como lo fue García Márquez para hacerle una foto, lo que se tiene es no solo a una persona diferente al resto sino también al ser humano más frágil que se pueda imaginar y todo por el efecto cámara. Hoy son los medios los que crean fama y lo hacen para llenar espacios, así que hay gente famosa por nada. La celebridad desarrolla un complejo público. Temen mucho no salir bien porque los medios lo pueden destruir.
Al momento de hacer un retrato el poder lo tiene el fotógrafo y el resultado es la mirada de ese fotógrafo y la de Carlos Duque es impecablemente aguda.
Todos somos frágiles, todos sentimos miedo, temores, nos enfermamos. Entre más responsabilidad y presencia pública, entre más expuesto se esté, más se arriesga por lo mismo muchos reniegan de la fama, quieren tenerla pero luego se deben a un público que distorsiona su propia experiencia de vida.
Su buen nombre y prestigio lo ha logrado con trabajos como el de Galán, Isabela en el caballo y tantos otros con los que se le reconoce. Por lo mismo dice:
Yo me miro mirando a otras personas. Cuando te miro me estoy mirando. Yo soy como me estás percibiendo en este momento. Un retrato es una conversación, es una complicidad, es lo que estás haciendo conmigo ahora. Lo que toma un tiempo importante.
Su espejo son los demás y se mira a través de los otros.
Sólo en una ocasión ha hecho un retrato en diez minutos. El de Saramago. Sabía que visitaba el país por su compromiso con Alfaguara y Belisario Betancourt le abrió el espacio en su oficina. Hizo una secuencia de tres fotos que reposa en su archivo personal.
Lo mismo sucedió con García Márquez que se encontró en la Revista Cambio 16 saliendo de una reunión. Se presenta y le pide un retrato para con éste rendirle un homenaje. “Viajo pasado mañana a México pero luego estaré en Cartagena en un Taller de la Fundación Nuevo Periodismo”. Trabajando con Germán Santamaría en la Revista Diners, fue invitado a ese taller. Más que el Taller lo que quería era hacerle la foto a García Márquez, el personaje icónico al que admiró siempre. Se prepara para el encuentro y en el último momento que es cuando llega Gabo, lo aborda para recordarle la invitación a que se dejara retratar y recibe por respuesta:
“Vengo de la Habana por Caracas, mi agenda es muy estrecha, estoy trasnochado, sin dormir…”. Lo único que le pido es que me regale treinta minutos de sus Cien años de soledad. Mira el reloj y dice: “Te espero a las cuatro en mi casa”. Fueron treinta minutos de Gabo conmigo dirigiéndolo, así protestara diciendo: "Esa es la típica foto que le hacen a los escritores”
“A mí me conoce mucha gente pero yo no soy amigo de las celebridades”
***