Carlos Duque, un mercenario del optimismo
De Galán a Uribe, de Jaime Garzón a Andrés Pastrana, Duque ha sido el retratista del poder colombiano. Ahora, cansado del pantanoso mundo político, realizó un trabajo fotográfico en la cárcel Distrital de Bogotá.
CAMILA bUILES
Carlos Duque no quería ser fotógrafo. Esa área le parecía imprescindible para la publicidad, su verdadera profesión, pero no le interesaba pasársela detrás del lente viendo a alguien. Cuando estaba en Los Ángeles, en 1969, le pareció necesario ver unas cuantas clases para dominar los aspectos de la publicidad. Duró cuatro años en la universidad. A diferencia de la mayoría de fotógrafos, Duque nunca pintó. Hizo un centenar de obras de diseño gráfico y piezas publicitarias, pero nunca tuvo una libreta donde hacía bosquejos de paisajes o desconocidos en las calles. No le interesa.
Durante mucho tiempo, cuando empezó, tampoco le interesaban los anónimos. Esas personas con vidas comunes que caminaban cabizbajas camino al metro y que no se miraban a los ojos cuando se cruzaban. A Carlos Duque le gustaban —todavía le gustan— esas bestias que salen en las portadas de las revistas con miradas encendidas y el corazón hecho un ovillo en la boca.
El primero fue Galán
En 1982 Luis Carlos Galán se preparaba para su primera contienda electoral. Una tarde de 1981 tocó en la puerta de la agencia de publicidad que tenía Carlos Duque en esa época. Iba con otra persona, un hombre con el aspecto ácido de la desconfianza. Le dijeron a Duque que querían que él hiciera toda la publicidad para su candidatura. Duque aceptó. Le pidió hacerle las fotos para los afiches y Galán se negó. En Manizales ya le habían hecho una que le gustaba y sólo necesitaba que Duque la interviniera. Lo hizo. El resultado: una de las piezas visuales más icónicas del país. “Vi esa foto que era muy buena, pero de una calidad horrible por la impresión de esos años. Lo que hice fue coger un esfero y comenzar a hacer bocetos y bocetos”. Ese rojo y ese amarillo, ese “GALÁN”, ese grito, esa imagen se convirtió en un símbolo de una nueva generación política que pretendía nacer. Galán perdió.
Volvió en 1989 y Duque realizó, en ese momento, la foto oficial de la campaña. Hoy todo el mundo tiene un rostro a dos clics de distancia. Pero cuando en la primera mitad del siglo XX nadie lo tenía, cuando James Joyce era casi solamente un nombre, como lo eran Sartre o Jean Cocteau, Gisèle Freund le puso rostro a la intelectualidad europea: Joyce, Valèry, Breton. Algo así le pasó a Carlos Duque.
Pastrana
Todo se trata de mirar. Uno se pasa los días esperando ver algo que lo cambie, que lo mueva, que lo destroce. Algo que cambie la melancólica costumbre de lo familiar y en eso se puede ir la vida: esperando el momento de ver algo más grande que uno. Como Carlos Duque antes de ser fotógrafo es publicista, se acostumbró a cercenar la felicidad. Era la cabeza detrás de las fotografías de productos inflados por características falsas. Sabe lo que es vender y mejorar algo para la cámara. “Con Andrés Pastrana fue fácil hacer la foto. El hombre es un rockstar, sabe posar y defenderse ante las cámaras. Aunque esa película es un poco distinta: no es que él me haya llamado directamente. Primero me llamó Samper para su campaña. Y Samper era el rival de Galán. me llamó y me dijo “quiero que tú me manejes la campaña”, me pidió una propuesta y me fui para Washington a trabajar con unos gringos en ese proceso. Le traje la propuesta oficial y me dijo que eso se lo mostrara a su mano derecha en esos temas, a Fernando Botero. Se la presenté y me dijo que no querían mi trabajo de grupo, que sólo me querían a mí. Según él, ellos ya tenían a unos gringos. “En esa campaña lo queremos es a usted”, me dijo. Le respondí que no porque yo soy un equipo. Días después me encontré con Luis Alberto Moreno, que manejaba Tv Hoy y siempre fue el hombre de las comunicaciones cercano a Pastrana. Me preguntó qué estaba haciendo, le conté lo de Samper y me metió en el equipo de Pastrana”.
El plan habitual era la falta de plan: un día alguien encarga a un fotógrafo una foto de un político y el fotógrafo —que en este caso sabe de política— descubre que hay allí una excusa para estar cerca de un mundo que no entiende. “Por poderoso que sea el personaje, cuando lo tengo frente al lente yo soy el que manda y, al final, casi todos tienen miedo”. A través de su cámara Duque ha podido ver un tímido atisbo de los dolores que cualquier ser humano padece: la preocupación por la familia, el duelo por la pérdida.
Con Pastrana fue igual: perdió su primera contienda, pero la foto de Duque no. Quedó ahí como el presagio de que la victoria llegaría, y así fue en 1998.
Y Uribe
Es difícil imaginarse a Álvaro Uribe sin su séquito de seguidores. Esa especie de clan que le sirven tributo al senador y expresidente como una deidad divina. Es difícil imaginarlo, pero ese tiempo sí existió. Cuando recién comenzaba su sueño presidencial Uribe todavía vivía en Medellín. Duque ya era colaborador asiduo de la revista Diners y un día Germán Santamaría, el director de ese entonces de la publicación, le pidió que lo acompañara a Antioquia para hacerle una entrevista a Uribe. “A la salida de esa sesión Álvaro Uribe se me acercó y me preguntó que si estaba comprometido con otra campaña y que si no, hiciera la de él. Me enganché con él. Salió “Mano firme, corazón grande”.
Según Duque, él no ha trabajado con muchos políticos, pero con esas tres caras es necesario para pintar los tres momentos más importantes en la historia social del país.
La cárcel
El próximo 16 de febrero Duque inaugurará en el salón de arte de la Universidad Jorge Tadeo Lozano la exposición Libertad incondicional, una serie de fotografías, un libro y un video de un experimento que hizo en la cárcel Distrital de Bogotá con 24 hombres y mujeres entre los 18 y 28 años.
“La cosa parecía sencilla: les pregunté a hombres y mujeres recluidos en prisión: “Si en este instante usted estuviera afuera, ¿cuál sería el lugar donde disfrutaría al máximo su sueño de libertad?”. Agarré mi cámara y fui a esos lugares a tomar las fotos. Las imprimí gigantes y las llevé a la cárcel donde ellos las usaron como fondo para sus fotos”.
Este proyecto fue una válvula de escape para Duque. Haciendo fotos de políticos se dio cuenta de los entramados sucios del poder. Ir a la cárcel lo acercó a un mundo anónimo y excluido que según el estudio que hizo la firma Cifras y Conceptos en esa cárcel más del 80 % de reclusos no confían en la justicia institucional. “Mirémonos en nuestros jóvenes si queremos tener una visión del futuro que nos espera, allí está la Colombia que viene, no hay tiempo que perder”.
Después de mirar tantos rostros, de fotografiar tantos productos, Duque no se considera un fotógrafo: “Me la he pasado chupándoles rueda a los famosos. Ganando eternidad a través de otros”.
Carlos Duque no quería ser fotógrafo. Esa área le parecía imprescindible para la publicidad, su verdadera profesión, pero no le interesaba pasársela detrás del lente viendo a alguien. Cuando estaba en Los Ángeles, en 1969, le pareció necesario ver unas cuantas clases para dominar los aspectos de la publicidad. Duró cuatro años en la universidad. A diferencia de la mayoría de fotógrafos, Duque nunca pintó. Hizo un centenar de obras de diseño gráfico y piezas publicitarias, pero nunca tuvo una libreta donde hacía bosquejos de paisajes o desconocidos en las calles. No le interesa.
Durante mucho tiempo, cuando empezó, tampoco le interesaban los anónimos. Esas personas con vidas comunes que caminaban cabizbajas camino al metro y que no se miraban a los ojos cuando se cruzaban. A Carlos Duque le gustaban —todavía le gustan— esas bestias que salen en las portadas de las revistas con miradas encendidas y el corazón hecho un ovillo en la boca.
El primero fue Galán
En 1982 Luis Carlos Galán se preparaba para su primera contienda electoral. Una tarde de 1981 tocó en la puerta de la agencia de publicidad que tenía Carlos Duque en esa época. Iba con otra persona, un hombre con el aspecto ácido de la desconfianza. Le dijeron a Duque que querían que él hiciera toda la publicidad para su candidatura. Duque aceptó. Le pidió hacerle las fotos para los afiches y Galán se negó. En Manizales ya le habían hecho una que le gustaba y sólo necesitaba que Duque la interviniera. Lo hizo. El resultado: una de las piezas visuales más icónicas del país. “Vi esa foto que era muy buena, pero de una calidad horrible por la impresión de esos años. Lo que hice fue coger un esfero y comenzar a hacer bocetos y bocetos”. Ese rojo y ese amarillo, ese “GALÁN”, ese grito, esa imagen se convirtió en un símbolo de una nueva generación política que pretendía nacer. Galán perdió.
Volvió en 1989 y Duque realizó, en ese momento, la foto oficial de la campaña. Hoy todo el mundo tiene un rostro a dos clics de distancia. Pero cuando en la primera mitad del siglo XX nadie lo tenía, cuando James Joyce era casi solamente un nombre, como lo eran Sartre o Jean Cocteau, Gisèle Freund le puso rostro a la intelectualidad europea: Joyce, Valèry, Breton. Algo así le pasó a Carlos Duque.
Pastrana
Todo se trata de mirar. Uno se pasa los días esperando ver algo que lo cambie, que lo mueva, que lo destroce. Algo que cambie la melancólica costumbre de lo familiar y en eso se puede ir la vida: esperando el momento de ver algo más grande que uno. Como Carlos Duque antes de ser fotógrafo es publicista, se acostumbró a cercenar la felicidad. Era la cabeza detrás de las fotografías de productos inflados por características falsas. Sabe lo que es vender y mejorar algo para la cámara. “Con Andrés Pastrana fue fácil hacer la foto. El hombre es un rockstar, sabe posar y defenderse ante las cámaras. Aunque esa película es un poco distinta: no es que él me haya llamado directamente. Primero me llamó Samper para su campaña. Y Samper era el rival de Galán. me llamó y me dijo “quiero que tú me manejes la campaña”, me pidió una propuesta y me fui para Washington a trabajar con unos gringos en ese proceso. Le traje la propuesta oficial y me dijo que eso se lo mostrara a su mano derecha en esos temas, a Fernando Botero. Se la presenté y me dijo que no querían mi trabajo de grupo, que sólo me querían a mí. Según él, ellos ya tenían a unos gringos. “En esa campaña lo queremos es a usted”, me dijo. Le respondí que no porque yo soy un equipo. Días después me encontré con Luis Alberto Moreno, que manejaba Tv Hoy y siempre fue el hombre de las comunicaciones cercano a Pastrana. Me preguntó qué estaba haciendo, le conté lo de Samper y me metió en el equipo de Pastrana”.
El plan habitual era la falta de plan: un día alguien encarga a un fotógrafo una foto de un político y el fotógrafo —que en este caso sabe de política— descubre que hay allí una excusa para estar cerca de un mundo que no entiende. “Por poderoso que sea el personaje, cuando lo tengo frente al lente yo soy el que manda y, al final, casi todos tienen miedo”. A través de su cámara Duque ha podido ver un tímido atisbo de los dolores que cualquier ser humano padece: la preocupación por la familia, el duelo por la pérdida.
Con Pastrana fue igual: perdió su primera contienda, pero la foto de Duque no. Quedó ahí como el presagio de que la victoria llegaría, y así fue en 1998.
Y Uribe
Es difícil imaginarse a Álvaro Uribe sin su séquito de seguidores. Esa especie de clan que le sirven tributo al senador y expresidente como una deidad divina. Es difícil imaginarlo, pero ese tiempo sí existió. Cuando recién comenzaba su sueño presidencial Uribe todavía vivía en Medellín. Duque ya era colaborador asiduo de la revista Diners y un día Germán Santamaría, el director de ese entonces de la publicación, le pidió que lo acompañara a Antioquia para hacerle una entrevista a Uribe. “A la salida de esa sesión Álvaro Uribe se me acercó y me preguntó que si estaba comprometido con otra campaña y que si no, hiciera la de él. Me enganché con él. Salió “Mano firme, corazón grande”.
Según Duque, él no ha trabajado con muchos políticos, pero con esas tres caras es necesario para pintar los tres momentos más importantes en la historia social del país.
La cárcel
El próximo 16 de febrero Duque inaugurará en el salón de arte de la Universidad Jorge Tadeo Lozano la exposición Libertad incondicional, una serie de fotografías, un libro y un video de un experimento que hizo en la cárcel Distrital de Bogotá con 24 hombres y mujeres entre los 18 y 28 años.
“La cosa parecía sencilla: les pregunté a hombres y mujeres recluidos en prisión: “Si en este instante usted estuviera afuera, ¿cuál sería el lugar donde disfrutaría al máximo su sueño de libertad?”. Agarré mi cámara y fui a esos lugares a tomar las fotos. Las imprimí gigantes y las llevé a la cárcel donde ellos las usaron como fondo para sus fotos”.
Este proyecto fue una válvula de escape para Duque. Haciendo fotos de políticos se dio cuenta de los entramados sucios del poder. Ir a la cárcel lo acercó a un mundo anónimo y excluido que según el estudio que hizo la firma Cifras y Conceptos en esa cárcel más del 80 % de reclusos no confían en la justicia institucional. “Mirémonos en nuestros jóvenes si queremos tener una visión del futuro que nos espera, allí está la Colombia que viene, no hay tiempo que perder”.
Después de mirar tantos rostros, de fotografiar tantos productos, Duque no se considera un fotógrafo: “Me la he pasado chupándoles rueda a los famosos. Ganando eternidad a través de otros”.