Carlos Eduardo Gómez: “El montañista y el escritor son seres solitarios”
Entrevista con Carlos Eduardo Gómez, ganador del IV Premio de novela Carlos Noguera por el libro “Francisco Martín en la conquista de Guata”.
Laura Camila Arévalo Domínguez
El Premio Internacional de Novela Carlos Noguera, de Monte Ávila Editores Latinoamericana, fue entregado al escritor colombiano Carlos Eduardo Gómez Gómez, a quién eligieron después de analizar un total de 99 manuscritos provenientes de Venezuela, Ecuador, México, Colombia, Argentina, Suecia, Guatemala, España, Puerto rico y Chile. Gómez, quien comenzó a escribir luego de su jubilación, sorprendió al país y a su familia con este reconocimiento: lo ganó gracias a su segundo libro “Francisco Martín en la conquista de Guata”, al que le dedicó ocho años de trabajo.
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El Premio Internacional de Novela Carlos Noguera, de Monte Ávila Editores Latinoamericana, fue entregado al escritor colombiano Carlos Eduardo Gómez Gómez, a quién eligieron después de analizar un total de 99 manuscritos provenientes de Venezuela, Ecuador, México, Colombia, Argentina, Suecia, Guatemala, España, Puerto rico y Chile. Gómez, quien comenzó a escribir luego de su jubilación, sorprendió al país y a su familia con este reconocimiento: lo ganó gracias a su segundo libro “Francisco Martín en la conquista de Guata”, al que le dedicó ocho años de trabajo.
“Siendo un hombre de pocas palabras, tranquilo y metido en su biblioteca, este reconocimiento ha pasado inadvertido en Colombia, siendo en Venezuela un gran suceso, donde se reconoce, por parte de los jurados, la gran calidad de la obra, su precisión histórica y lo interesante del relato. Un gran reconocimiento a Carlos Eduardo, quien nunca descuidó a su familia, trabajo y amigos, pero que tampoco renunció a sus sueños, que ahora, en el mundo literario, se le reconocen como merece”, escribió su hijo, Juan Ricardo Gómez, al enterarse del premio.
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Gómez Gómez habló para El Espectador sobre su transición de la ingeniera industrial a la escritura, el montañismo (su otra pasión) y este premio, que le será entregado por el presidente Nicolás Maduro durante la Feria Internacional del Libro de Venezuela.
¿Cuándo comenzó a escribir? Y se lo pregunto porque, según lo que se ha publicado en medios, fue algo que pasó mucho después de que se jubilara...
Toda la vida he tenido “el gusanito” de las letras, sin embargo, por mi familia y la situación del país, estudié ingeniería industrial y ejercí mi carrera hasta que me jubilé. Durante mis estudios, le robé tiempo a las clases de la universidad, a la familia y al sueño para leer, que siempre fue mi pasión. No tengo más formación que la que me dio la lectura. A lo largo de mi vida, también escalé mucho por todo el país y fundé, con otras personas, la Federación de montañismo, y en eso me entretuve tomando fotos de montaña. Después de hacer un libro con unos amigos y mi esposa sobre las montañas de Colombia, se me ocurrió hacer uno sobre el Cañón del Chicamocha y, buscando la historia, me tropecé con un personaje que elegí para escribir. Lo hice basándome en una investigación de más de 20 años porque me parece que con la historia novelada, se miente mucho. Traté de ser lo más veraz posible y quedé conforme con el escrito. Lo llevé a las principales editoriales y me dijeron que el libro era bueno, pero que me tocaba buscar quién lo financiara porque los departamentos de mercadeo decían que “esa fiesta no se vendía”. También lo envié a un concurso en España y quedó en segundo puesto, sin embargo, uno de los jurados me confesó que no ganó por el título del libro “Francisco Martín, el caníbal castellano”. Me preguntó que cómo se me había ocurrido titularlo así. Resolví seguir escribiendo y después pensar en cuándo y con quién publicaría. Vi la oportunidad con una editorial venezolana, Monte Ávila, y lo envié. La sorpresa fue que gané el concurso.
¿Qué significa esto para usted? Ganarse un premio en otro país por su segundo libro, que además escribió después de muchos años de ser ingeniero industrial…
Lo que más me llega es el acta del jurado: concuerda con lo que me propuse con este libro. Me siento satisfecho porque, a pesar de que nunca estudié letras ni asistí a la academia para especializarme en esto, logré un buen resultado. Aunque, pensándolo buen, sí tuve una academia que fue por puro “pulsar”. Con Paulo “el gallinazo”, Augusto Pinilla y varias personas que han ganado premios nacionales de novela, ensayo o poesía, creamos en Bucaramanga un capítulo nadaísta que se llamaba “Precisamente la academia”. Esa academia se dispersó porque cada quien tuvo que salir a ganarse la vida.
Qué reflexiona sobre esta nueva etapa de su vida...
Pienso que simboliza el acierto: no me equivoqué con lo que quería hacer. Siempre quise las letras, pero tuve que trabajar en ingeniería. Si ahora es difícil ganarse la vida como escritor, antes era peor. Me tomé mi tiempo, me salieron las cosas bien y cuando me jubilé quedé en una posición cómoda o ideal para dedicarme a escribir. Para mí, jubilación viene de júbilo, y así lo tomé. Quise rematar mi vida logrando lo que siempre soñé. Hice el examen final y lo pasé.
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¿Cómo le fue buscando editorial? Y se lo pregunto porque usted era un hombre más bien desconocido para la industria…
En Colombia, hay que pagarles a las editoriales para que lo publiquen. Le entregan a uno los libros para que los venda y los cobre. Yo no podía hacer eso. Escribo muy despacio para estudiar a fondo los temas, así que esa labor no era para mí. Recomiendo los concursos: hay una enorme cantidad de jóvenes estudiando literatura. Son muy buenos, sin embargo, nunca pueden publicar. Es muy difícil porque los departamentos de mercadeo son los que deciden qué se publica, y esto lo digo con todo el respeto por el mercadeo: trabajé más de 30 años en departamentos comerciales.
Entiendo que, para su familia, su faceta como escritor fue una sorpresa…
Si hay algo de lo que me sienta satisfecho, es de la forma en la que hice las cosas con mi familia. Mi tesoro es lo que construí como vida familiar: mis hijos, mi esposa. Dentro de esa construcción, está el respeto. Mis hijos estudiaron lo que ellos quisieron y por eso ahora ejercen una gran labor: están contentos con lo que hacen. Afortunadamente trabajé en algo que me gustó, lo hice bien, pero nunca fue lo mío. Cuando me jubilé pude dedicarme a leer y escribir, no obstante, mis hijos ya estaban grandes y trabajaban profesionalmente, así que no vivieron de cerca mi proceso.
Y ahora, por favor, cuénteme sobre el momento en el que descubrió su gusto por la lectura y la escritura…
El sistema educativo tiene una gran responsabilidad en que las personas no quieran leer. En mi bachillerato, que lo comencé a los 12 años, me pusieron a leer El quijote de la mancha. Me dieron un mes para leerlo, resumirlo y analizarlo. Lo odié. Después, cuando crecí, lo leí seis veces. La Ilíada y El paraíso perdido también se cruzaron en esos años, libros que también detesté. Nos castigaban obligándonos a aprender de memoria las odas y la poesía de nuestras figuras. No me enseñaron a leer, sino a odiar la literatura. En mi primera comunión me regalaron un libro de hadas japonesas para colorear, y yo me embelesaba con los dibujos y los pequeños textos que tenía. Luego busqué los comics y seguí con los libritos de Callejas.
¿Y el nadaísmo y la academia en la que estuvo con Augusto Pinilla?
Me encontré con el existencialismo y el teatro del absurdo. De ahí me nutrí. La pequeña hermana de Pablo “el gallinazo”, se ganó un premio nacional con canciones protestas. Pablo y Augusto Pinilla tuvieron el valor de seguir escribiendo a pesar del hambre, yo no pude. Me prometí que, solamente cuando me jubilara, tendría el derecho a dedicarme a escribir, porque solo en ese momento mi familia ya habría crecido. Me gané ese derecho.
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¿Cuál es su historia con el montañismo?
Mis hermanas tenían su grupo para jugar y yo, antes de que nacieran mis hermanos, fui el único hombre en un pueblito (Floridablanca) metido en las montañas de Colombia. Mi distracción fue recorrerlas. Para mí la naturaleza fue fundamental. Fui caminante desde pequeño y, cuando llegué a Bogotá, la escalada en Suesca estaba comenzando. Con algunos amigos y mi esposa comenzamos a hacer montañismo. Fuimos de los primeros colombianos en escalar los nevados de este país, que además únicamente habían subido personajes como Erwin Kraus. Lo hicimos desde cero haciendo nuestros propios equipos y con el tiempo decidimos explorar montañas de otros países.
¿Y cómo relaciona el montañismo con la escritura? ¿Lo ha pensado?
Claro, el montañista y el escritor son seres solitarios. Cuando vas subiendo, cuando llegas a las cumbres de las montañas, el cerebro se va quedando sin oxígeno, así que hay muchas visiones, muchos sucesos que, si cuentas, nadie los cree. Hay un realismo fantástico en la escalada y eso ayuda muchísimo en la escritura.