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La primera noción que tuvo el cantor Carlos Gardel acerca de Colombia probablemente fue musical. En la segunda mitad de la década de 1910, estando en Chile, le fueron presentadas algunas piezas del repertorio a ritmo de bambuco, llevadas hasta territorio austral por la Lira Antioqueña, que junto con la Lira Colombiana de Pedro Morales Pino, fue una de las primeras formaciones en hacer giras por el exterior.
Pero también es seguro que lo que escuchó fue muy diferente a lo que poco después llevó él mismo a los surcos. Es difícil encontrar elementos formales del bambuco en las versiones que grabó de piezas como Mis perros o Asómate a la ventana, o del pasillo en el clásico de Julio Flores Mis flores negras, registradas por Carlos Gardel (algunas a dúo con su coequipero de entonces, José Razzano), entre 1919 y 1922.
Mientras eso sucedía, a Colombia llegaban discos de 78 rpm prensados para nuestro mercado que incluían, a veces, un bambuco o un pasillo en el lado A, un bolero o un tango en el lado B. El tenor mexicano José Mojica, movido por el sacerdocio siete años después de la muerte de Gardel, encabezaba todo palmarés en el fervor público por cuenta de sus apariciones en cine, la máquina de difusión sonora por excelencia incluso antes que la radio misma.
Por eso, si se busca el punto de partida del amor del público nacional por Gardel, la semilla hay que olfatearla en las salas de proyección de barrio y en los traganíqueles de las arrierías. De la misma manera que su música llegaba como un bálsamo, las imágenes del trópico con las que recién se encontraba tras salir de gira lo habrán maravillado, acostumbrado como estaba a la formalidad de los salones de baile de Buenos Aires y Barcelona y al cosmopolitismo de los estudios cinematográficos de la Paramount en París y Nueva York. En Puerto Rico tuvo que cantar asomado a la ventana del teatro porque buena parte del público se quedó sin boleta. En Venezuela tuvo que aceptar a regañadientes un estipendio del “benemérito de la Patria” Juan Vicente Gómez, y en Curazao le entregó ese mismo dinero a un grupo que luchaba contra el sátrapa en el exilio.
“Era una vieja aspiración mía conocer Colombia”, aseguró Gardel el 4 de junio de 1935, ante una radio barranquillera. “En Buenos Aires, París, Nueva York, había tenido el gusto de intimar con colombianos, que me sorprendieron por su cultura y aguda sensibilidad”. Días después le enviaba la última carta a Armando Defino, su apoderado, en la que le informaba que al llegar a Bogotá, el piloto tuvo que remontar vuelo porque 10.000 personas enfebrecidas no lo esperaban en las orillas, sino en la pista de aterrizaje. Y a la manera de un triste oráculo, casi informándonos, que en Colombia hay cosas que jamás cambiaron, remató: “La tragedia se produjo lo mismo: a un turro que tengo empleado le robaron una cartera con unos mangos de mi propiedad...”.
Fueron días en los que la informalidad daba la sorpresa. Como ocurrió en el teatro Olympia de Bogotá, donde al salir a cantar se encontró con público al frente, y también a espaldas, pues allí se estilaba cobrarle menos a quienes no tuvieran problema en ver las películas atrás de la pantalla. Y en este caso a Gardel le correspondió la deferencia a ambos lados de la escena.
Muchas son las imágenes que dan cuenta de la despedida de Carlos Gardel, y de la sonrisa eterna previa a los acontecimientos del 24 de junio. Entre esas imágenes se encuentran la salida por la puerta trasera del Hotel Granada para sortear a la multitud; los segundos de pietaje capturados por Arturo Acevedo e hijos de un muy donoso cantor despidiéndose de Bogotá hacia Cali con escala en Medellín, y la promesa hecha a su guitarrista Aguilar de no volver a subir jamás a un avión (“a esos bichos”, dijo Aguilar en calidad de sobreviviente de la tragedia).
También surgen las crónicas sobre miles de personas agolpadas en la puerta de la emisora La Voz de la Víctor, en donde Gardel cantaría su último tango, Tomo y obligo, antecedido por sus palabras: “No sé si volveré, porque el hombre propone y Dios dispone, pero es tal el encanto de esta tierra que me recibió y me despide como si fuera hijo propio, que no puedo decirles adiós, sino hasta siempre”.
Cuarenta y cinco años atrás, Jean Gardes, su tío, había recortado el horóscopo de los nacidos el 11 de diciembre de 1890. Decía: “Los nacidos en este día serán generosos, sinceros, simpáticos, con grandes dones artísticos”.
Y remataba: “Volarán alto, mas deberán cuidar sus alas”.
* Jefe musical de Radio Nacional de Colombia y autor del libro ‘Carlos Gardel, cuesta arriba en su rodada’.