Carlos Jacanamijoy: “El arte es autobiográfico”
El pintor habla de sus concepciones estéticas, a propósito de su exposición “Caminos de luz”. La muestra se exhibirá en el Museo de Historia Cultural de Noruega hasta el 15 de diciembre de 2020.
Lienzos de todos los tamaños pueblan el tercer piso de su casa-estudio en el barrio La Macarena de Bogotá. Cuadros en los que se conjugan, en franca armonía, la abstracción con la figuración, delineados por la pincelada exuberante y precisa de Carlos Jacanamijoy. Telas pobladas con los mil colores del universo, de la vida, de la biografía y de la memoria delatan el trabajo paciente que yace tras cada obra. En el taller soñado desde la infancia, el maestro rememora sus orígenes y habla de la génesis de su peculiar estilo artístico.
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Lienzos de todos los tamaños pueblan el tercer piso de su casa-estudio en el barrio La Macarena de Bogotá. Cuadros en los que se conjugan, en franca armonía, la abstracción con la figuración, delineados por la pincelada exuberante y precisa de Carlos Jacanamijoy. Telas pobladas con los mil colores del universo, de la vida, de la biografía y de la memoria delatan el trabajo paciente que yace tras cada obra. En el taller soñado desde la infancia, el maestro rememora sus orígenes y habla de la génesis de su peculiar estilo artístico.
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¿Por qué el azul es su color preferido?
El azul es mi color preferido a nivel personal, pero como pintor hay muchos colores que me gustan: el amarillo me encanta, el gris me gusta mucho. Es verdad que a veces se filtra, en mis pinturas, ese gusto por el azul. Pero no es necesariamente el preferido. Quizás tiene que ver con el infinito, con la idea de naturaleza, puede ser.
¿Cómo se enfrenta al lienzo en blanco?
Intento hacerlo de la manera más inocente, más espontánea, para olvidar un poco ese pánico escénico que todos los artistas –de todas las ramas de las artes– tienen; por ejemplo, un director de orquesta, un cantante. Uno lo tiene aquí, en la tela blanca. Entonces trato de hacerlo así. Como cuando uno se va a lanzar a un río (y ya me estoy imaginando): un río de una frescura... qué rico lanzarse y empezar a sentir esa aventura...Después el oficio lo va llevando a uno, entonces me lanzo con cualquier color, que puede ser una luz, una sombra, unas líneas, unas formas, y poco a poco eso va arrastrando.
Aquel miedo del que se habla al lienzo en blanco sí existe, pero la tarea es lograr que la experiencia se vuelva valiosa. Con el tiempo me lo he tomado como una invitación a la aventura: un día más, un momento más, no hay una hora, no hay tiempo, sino que voy como un niño, con esa inocencia; hay que aprender de la inocencia, que es un tesoro maravilloso.
Quizá lo más característico de su obra es el color. Una explosión de color maravillosa, un universo pleno de matices, de infinitos colores. En ese sentido, ¿qué dicta el color en una pieza, en una obra? ¿Cómo se va gestando ese color?
En los inicios de mi carrera fui muy juicioso haciendo la academia, los estudios del arte, la teoría del color. Cuando uno aprende una técnica, como cuando uno aprende a nadar o aprende cualquier técnica, a manejar un carro por ejemplo, después de que sabe manejar ya no es consciente de estar manejando. Lo mismo cuando uno aprende a caminar, uno ya no es consciente de que está caminando. De esa misma manera ya no soy consciente ni utilizo nada de teoría de color mientras pinto.
En mi caso particular es muy irracional el uso del color. Trato de buscar un color que sea muy fiel a lo que quiero expresar, de modo que la escogencia viene mucho con los sentidos, con las percepciones, con los recuerdos, con la memoria; la sinestesia es muy importante. Por ejemplo, el amarillo para mí trae cierto toque de nostalgia, porque mi papá viajaba mucho. Pensaba que esa luz que venía en la noche iba a llegar hacia mí, y no lo hacía. Esa luz del carro en que suponía que mi papá venía, mis padres y mi familia, pasaba derecho por el pueblo y se iba hacia otro.
Ya sabemos, por lo que ha venido comentando, que usted no defiende una teoría realista o una teoría ingenua del color, según la cual la naturaleza es verde y el cielo y los ríos son azules; el amarillo evoca cierta nostalgia en su obra. ¿Aparte del amarillo hay otros colores con los que pueda establecer algunas equivalencias análogas?
Sí, y la verdad es que tenemos esas asociaciones. Por ejemplo, el miedo congénito a la obscuridad. Y la asociación directa de ciertos colores, como el violeta o el morado, con las religiones, con la vida y la muerte, el verde con la esperanza… lo simbólico de los colores. Sí, hay asociaciones muy directas, pero yo trato de romperlas. A veces me doy cuenta de eso. Hay una pintura de mis comienzos que se titula Entre luces y sombras sin temor y se refiere a eso, a ir rompiendo esos miedos, los miedos humanos. Entonces trato de atravesar esos miedos, de vivirlos, de sobrepasarlos, incluso de expresarlos.
Cuando comenzó a pintar, muy joven, hacía paisajes, retratos, bodegones, arte figurativo. ¿Cómo fue el proceso para llegar a la abstracción?
Yo hice todo el trabajo de la técnica, de la cocina de la pintura, de aprender; lo hice con disciplina. Y de ahí lo interesante es soltarse con libertad. La técnica, sobre todo en este momento del arte contemporáneo, en el momento de los nuevos medios, mientras más manejemos las técnicas mucho mejor, porque después vamos a tener la libertad de hacer lo que queramos. Entonces yo hice el trabajo de la técnica para después poder volar con libertad, y también pinté mucho el paisaje porque eso me permitió aplicar las técnicas: la luz, las sombras.
Hice figuras humanas, desnudos, paisajes, bodegones, justo para practicar la técnica. Yo a toda costa quería luchar por ser figurativo, pero me fue arrastrando la abstracción. ¿Cómo? De pronto por lo que acaba de decir: por el color. Siento que el color expresa una fuerza junto a otro, pues es increíble cómo un color junto a otro vibra y comunica de diferente manera.
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A su juicio, ¿cuál sería la especificidad de su arte abstracto? ¿Qué diferencia su arte abstracto de otras expresiones abstractas del momento?
Mi obra no es abstracta total. Depende de cómo se vea, porque incluso una obra figurativa tiene sus tipos de abstracciones. Mi pintura no es totalmente abstracta, pues hay un juego entre la abstracción y la figuración.
Hace un instante mencionaba usted la manera en que un color vibra junto a otro y cómo establece un diálogo distinto cuando se pone junto a otro color diferente. ¿Ese concierto de los colores en una composición cómo consolida una obra abstracta?
Lo que yo hago es ponerle el título y el título es como un juego de palabras. Las palabras vienen de ese juego también que es la misma pintura. El título siempre lo pongo después, pero se elabora durante la pintura, durante el juego de la pintura. Voy tomando lo que sugiere. Por ejemplo, hay percepciones o sensaciones de que algo pasó, algo va a pasar, algo acaba de pasar o algo está pasando. Entonces parece que hay como unas huellas. Incluso, a veces, es una naturaleza interior o en ocasiones se trata de una naturaleza intacta (que no ha sido tocada por el hombre). Entonces imagino esos estados y me parece maravilloso hacerlos sentir al espectador, arrastrarlo allá.
Se intuyen en sus piezas, tras la pincelada libre y musical, tras la fluidez del trazo y tras el derroche generoso del color, reminiscencias de su Putumayo natal. Se intuyen vivencias de su niñez.
Sí, arranqué en un punto principal: una cascadita en plena selva. Esa cascada la llaman los indígenas curiyaco, que quiere decir río de oro, pero los blancos le dicen el pozo del indio. Otro punto fue el banco de mi abuela, el banco chamánico; otro punto, el fuego. Entonces sí, por supuesto, para mí fue deslumbrante porque lo maravilloso del arte es eso: que a veces uno no es muy consciente de lo que está haciendo. Claro que estudié, me ha ayudado mucho haber estudiado filosofía y artes, y haber estudiado a otros artistas de la historia, pero no hay nada consciente. Incluso también en la ciencia el azar lo lleva a uno a descubrimientos. Esos puntos fueron para mí esenciales, así como la memoria.
Por supuesto todo esto marca: una geografía, un punto de origen. Soy originario de América, entonces hay una manera de contarlo. En cierto modo, la expresión de un artista es autobiográfica: de sus vivencias, de sus obsesiones, de sus melancolías, de sus felicidades.
A los 13 años usted leyó una biografía de Miguel Ángel y otra de Leonardo da Vinci que lo impresionaron vivamente. ¿De qué manera el Renacimiento influyó en su universo artístico?
Sí, siempre tuve esa inquietud. A los 13 años vi por la televisión que anunciaban una colección de biografías. Era La historia del arte universal, pero a mí me alcanzó solamente para comprar los dos primeros tomos, que eran sobre Leonardo da Vinci y sobre Miguel Ángel. Y eso me sirvió muchísimo, porque cuando descubrí sus biografías me dije: “Quiero ser como ellos”. Me transportaron y me dijeron: “Mire -como si me hubieran hablado ellos a mí, esos grandes maestros- mire que sí se puede, y usted sí puede vivir así”.
Cuando leí esas biografías, que las devoré con amor y con pasión, me fortalecieron y me dijeron: “Coja su camino”. Me sirvieron para eso. Y por supuesto también para copiarlos y para imitarlos, incluso como mentores. Estos dos señores me metieron como la semillita y ahí fue, ahí empezó.
¿Qué otras influencias de la historia del arte están presentes en su obra?
Eso ha ido variando con el tiempo. Digamos que no soy un artista figurativo, pero no necesariamente uno tiene que recibir la influencia de un artista abstracto para que uno sea abstracto. Sus vidas, o la literatura y el cine, ayudan mucho a tener ciertas visiones, a pensar el mundo, a generar percepciones, a que cuando esté pintando me empujen hacia algunos modos de expresión como artista.
Pero mire que hasta ahora me doy cuenta, ahora hablando aquí, que me han influenciado artistas figurativos como Miguel Ángel y Da Vinci, al comienzo, y por supuesto Rembrandt, Goya, los grandes artistas, así como Velázquez y luego Van Gogh. También Cézanne, Kandinsky y Picasso, por esa actitud, aunque no soy ni cubista ni figurativo, pero por la actitud.
Sí, influencias hay muchas. En un artista siempre hay muchas reminiscencias, muchas evocaciones, incluso con la literatura también. Hay experiencias que se van impregnando. También de la música clásica. En algún momento yo pinté con música clásica.
De los artistas contemporáneos me gusta Anish Kapoor. Me encanta por sus historias de vida, por los encuentros culturales. Kieffer también. Y así, muchos artistas más por sus actitudes, por sus maneras de ser, por sus historias de vida. Esas afinidades desembocarían en unas ricas conversaciones con ellos: qué hace, dónde nace, cómo empiezan las cosas.
Usted tuvo desde muy pequeño, parece que desde los 13 años, esa certeza de que iba a ser artista. ¿Esa seguridad nació con la lectura de esas biografías o viene de antes?
Creo que una parte nació ahí, porque armé mi taller de pintor. Ellos me inspiraron. Y tenía mi espacio que era como un templo personal. Eso por un lado, pero, por otro, cuando me gradué de la Universidad Nacional, en la Plaza Che, había un grafiti grandote en el edificio de enfermería. Nos graduamos unos mil universitarios, novecientos y pico, y el grafiti decía: “Novecientos cincuenta desempleados más en Colombia”. Y así era.
A mí un amigo muy querido me comentó que posiblemente podían darme la rectoría de un colegio en Putumayo. Le agradecí mucho y dije que prefería quedarme acá. A los 13 años, sí, organicé un taller en mi casa, privilegiado, pero después de graduarme, cuando ve uno que puede ser un desempleado más o un fracaso, en una familia en donde no había profesionales, el primer graduado en una universidad en la familia abriendo brecha, era difícil.
Además, sociológicamente hablando, en Colombia no había sino unos diez profesionales indígenas, entonces yo artista, encima de que no era ni siquiera cura ni médico ni abogado, solo un artista, dije: “Pues sí, un desempleado más”.
Estaba pensando en tener un taller de artista, en ser un artista, en lo que son los artistas. Me propuse radicarme aquí en Bogotá y yo puse un espacio, pues tenía un apartamento en La Candelaria, cerca de la plaza de mercado de la Concordia, y la sala la dejé como ese sitio sagrado que a los trece años yo quise poner. Así fue y ahí arrancó.
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Paré de estudiar filosofía, porque yo quería ser profesor universitario. Haciendo a un lado un consejo que me decía que la pintura era para el tiempo libre y para el ocio, renuncié a eso y me dediqué a investigar, como unos dos años después de haberme graduado. Eso fue revelador, como un despertar, como un sacudirse. Me dediqué entonces a hacer el laboratorio de la pintura. Repinté muchas telas, una y otra vez, hice y rehíce, porque no tenía para la tela en blanco y no quería pintar tampoco en cartones.
Son esos puntos nodales, son esos mojones en la vida. Haber decidido que en vez de tener la sala de mi apartamento iba a adecuar un taller, para mí eso fue un punto nodal importantísimo, de verdad. Porque a veces sí estaba a uno a punto de colgar la toalla.
¿Qué hubiera sido de mí si yo me hubiera ido, si yo hubiera aceptado por un tiempo la rectoría de ese colegio? De pronto me hubiera gustado mucho, de pronto, no sé, me hubiera enamorado allá, me quedo viviendo allá en Putumayo. Pero de pronto hubiera dicho también ‘ya trabajé, tengo mi platica, me voy para Bogotá otra vez a vivir allá, a buscar un taller. Hay que hacerle caso a la intuición. La intuición me parece infalible.
Usted ha sostenido que la construcción de su universo artístico y la definición de su identidad pictórica pasan, o han pasado, por un largo camino, por un largo viaje hacia su mundo interior. ¿Usted diría que su obra es ese mundo interior transfigurado?
Es más bien una exploración de la naturaleza humana. Eso es lo que me interesa. Sí tiene mucho que ver con la autobiografía, por supuesto, porque esa búsqueda que nos interesa a los seres humanos en general, y a los artistas, por supuesto, es quiénes somos.
La pintura a mí me transformó como ser humano en todo sentido. La educación en Colombia no es dada en contexto. Me eduqué enajenado, con otra historia, pensando como otros, pensando que los protagonistas son otros. No nos educaron para que nos amáramos a nosotros mismos y a nuestra historia. No nos educaron para que tuviéramos amor propio.
El debate del quinto centenario, en el año 1992, del descubrimiento del Nuevo Mundo, fue para mí clave. Incluso los años previos al debate fueron puertas conceptuales que se abrieron. Trabajé un tiempo en todos esos temas porque me iban arrastrando hacia esa búsqueda personal, hacia mí mismo. Es, entonces, esa búsqueda en la que estamos los seres humanos de saber quiénes somos, más allá de que sea indígena y de que sea americano. Se trata más bien de esa búsqueda del ser.
Su padre fue chamán. ¿De qué modo el chamanismo y los saberes ancestrales de los ingas han nutrido su universo artístico?
Se ha creado un cliché alrededor de eso. Algunos se refieren a mí como “el pintor de la selva”, “el pintor indígena”. Incluso hay gente que me ha dicho en ciertas partes “el pintor chamán”. No, no, yo soy pintor. Una cosa es ser chamán. Yo he visto, yo he vivido con esos personajes chamanes. Es duro, es muy fuerte, arriesgan la vida, porque ellos son señores que de verdad físicamente trabajan la vida y la muerte.
¿Qué tipo de influencia hay? Crecí allá en ese mundo natural. Los sonidos, la algarabía, el amanecer, el atardecer, el anochecer, todo eso fue muy perceptivo en mi vida, y por supuesto los chamanes, esa cultura, esa relación de la tradición oral. Esa parte cultural fue muy fuerte en mí, pues mi trabajo arrancó desde mi cultura, desde mi biografía, pero no lo es todo.
Esto con el tiempo ha ido cambiando, ha tenido sus variaciones. Yo le hacía muchos homenajes a ese paisaje, a esa cultura, a esa manera de ser, a esa manera de pensar el mundo. En todo, en los colores incluso.
Usted nació en Putumayo y ha presentado su obra en distintas galerías y museos alrededor del mundo. Ahora hay una exposición en Noruega, en la ciudad de Oslo, de sus obras. ¿Qué hace universal una obra?
Creo que mientras más se acerque a la pregunta sobre quién soy. Creo que esa es la respuesta. Que nos lleve a esa pregunta esencial o lo que nos lleva a las preguntas esenciales.
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¿Cuál es su mejor obra?
Es bonita la pregunta porque encierra muchas. La mejor obra es aquella que incluye los aportes que uno le pueda hacer a su entorno.
Yo dibujo desde que tengo memoria, desde antes de tener uso de razón. Pero con el tiempo darse cuenta de que es una disciplina más de conocimiento y de pensar la vida, y de evolución, de transformación, me ha sorprendido mucho.
Esta misma pregunta que me hace la estoy pensando justo cuando le estoy respondiendo. Entonces eso mismo me parece fascinante, es fascinante el arte. Es fascinante ver cómo el arte puede servir para transformarlo a uno como ser humano y también para transformar a la sociedad, sin que ese sea el propósito de uno.
¿Cuándo está terminada una obra?
Yo creo que ni siquiera cuando la firmo, porque a veces yo he retomado pinturas que ya están firmadas, finalizadas. A veces quiere uno volver a tocarlas, a modificarlas, entonces la obra está en proceso siempre.
Ligera pasa la mañana. El diálogo con el arte está también siempre en proceso y la charla podría continuar. Tras más de dos horas de conversación sincera y entrañable en la que el maestro rememoró sus años de infancia e intentó descifrar, en fecunda introspección, los motivos de su creación artística, está Carlos Jacanamijoy, junto al banco que perteneció a su abuela materna, consolado y satisfecho de haber seguido hasta su cumplimiento esa profunda intuición que desde los 13 años le hablaba con decisión.