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Carolina Corcho: “Cualquier cambio requiere una correlación de fuerzas”

Una entrega más de la serie “Historias de vida”, hecha por Isabel López Giraldo. Carolina Corcho, ministra de Salud, cuenta sus orígenes familiares, influencia paterna y las proyecciones para el Ministerio de Salud bajo su dirección.

Isabel López Giraldo
10 de agosto de 2022 - 04:04 p. m.
Carolina Corcho, actual ministra de Salud y Protección Social, fue presidenta de la Corporación Latinoamericana Sur.
Carolina Corcho, actual ministra de Salud y Protección Social, fue presidenta de la Corporación Latinoamericana Sur.
Foto: Leo Queen
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Soy una mujer fuerte, firme, noble, leal, de convicciones profundas. Cuando creo en algo lo asumo, por difícil, complejo y loco que parezca.

He tenido muchas aficiones en la vida. Una muy importante ha sido la literatura, especialmente la europea de autores como Marcel Proust y Franz Kafka, quien es mi escritor favorito. Tengo una deuda con la literatura latinoamericana. Me encanta la música, especialmente la vallenata por el origen de mi familia. Alguna vez nadé y fui patinadora artística.

En mi vida ha sido central la política. Soy una médica en ejercicio de la medicina clínica y de la psiquiatría. He optado por un proceso de formación en el arte de las ciencias sociales. He dedicado un número importante de años a estructurar temas sobre el derecho a la salud, —casi de manera obsesiva —, lo que ha comprometido gran parte de mi tiempo.

Orígenes

Rama paterna

Heberto Corcho, mi abuelo paterno, es de Sincé (Sucre). Con los años la familia bajó al Bagre, Antioquia. Mi abuelo se caracterizó siempre, como toda su descendencia, por su gran sentido del humor; por su risa, por la capacidad de burlarse de sí mismo. Fue un referente de liderazgo, con personalidad apabullante y expansiva, un hombre muy agudo; carpintero y agricultor. Con él interactué poco pues murió de un infarto cuando yo estaba muy niña.

Se casó con Francia Romero, mi abuela, a quien conoció en Sincé y con quien tuvo un buen número de hijos. La familia Romero es longeva, mi abuela tiene más de noventa años, y vive en Medellín. Es de carácter fuerte, muy recia, y una ama de casa que consagró su vida a su esposo y a sus hijos.

De mis abuelos aprendí a montar a caballo, pues para ellos era tan importante como cantar vallenatos, divertirse y reírse. El salto social de la familia se logró, sin duda, a través de la educación universitaria. Fue así como la mayoría de mis tíos se hicieron profesionales gracias a las becas que recibieron de la Universidad Nacional de Colombia, las mismas que implementó el médico José Félix Patiño Restrepo, mi maestro.

Fredy Corcho, mi papá, tuvo una infancia muy difícil debido a la falta de recursos. Aun así, fue el mejor bachiller de su escuela, que era pública. Fue el mejor en matemáticas de su pueblo, lo que le dio la posibilidad de ingresar a la universidad siguiendo los pasos de su hermano Jaime.

Una anécdota muy divertida fue que se perdió al llegar desde su pueblo a Medellín, entonces se presentó tarde a la entrevista y estaba muy nervioso al pensar que perdería su cupo. Fue recibido por Hugo Correa Roldán, uno de los ingenieros civiles más importantes, experto en vías, quien con el tiempo se convertiría en el mejor amigo de mi padre. Hugo se comportó de manera recia, le dijo que por haber llegado tarde no tenía opción. Con esto puso a llorar a mi papá, quien le dijo: “yo soy de un pueblo, no conozco la ciudad, vengo por primera vez y me perdí”. El ingeniero, muy conmovido, aceptó su ingreso y lo tuvo como el mejor de sus alumnos. Mi papá con los años fue profesor de la UNAL.

Si bien mi padre pudo estudiar becado y se benefició por el sistema de residencias que montó José Félix, vivió muy limitado de recursos al no contar con ingresos adicionales pues su familia no tenía cómo ayudar a sostenerlo. Se dedicó a estudiar, no le quedaba espacio para hacer absolutamente nada más, no conoció la diversión propia de los jóvenes. Se destacó por ser bueno en letras y en matemáticas, lo que es escaso, como lo fue su alimentación.

Fue tan compleja su situación que pasó por una etapa de depresión profunda. Su apoyo emocional fue mi mamá, a quien conoció desde muy temprano en la vida cuando cursaban el bachillerato. Se acompañaron, se respaldaron y mi mamá aportó incondicionalmente para que juntos pudieran salir adelante.

A mi papá lo asesinaron en Medellín en 1995 cuando tenía cuarenta y dos años, mi mamá treinta y nueve, mi hermano siete y yo doce. Pese a no haber tenido una larga vida, él me marcó muchísimo.

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Rama materna

Benjamín Mejía, mi abuelo, fue un comerciante, lo que le brindó una vida cómoda a mi abuela, Mercedes Mora, oriunda del Charcón, corregimiento de Anorí (Antioquia).

Estudió hasta tercero de primaria, situación que hizo que se abriera una distancia muy grande entre los dos, pues ella vivía de hacer oficios básicos. Era viuda, había tenido ya dos hijos y con él dos más: mi mamá y Aníbal. Como si fuera poco, mi abuela era liberal y él conservador.

Más adelante, ella conoció a Ernesto Mejía, otro comerciante, hombre de negocios del pueblo, lo que le significó mejores posibilidades económicas y oportunidades de vida a sus hijos, como el que recibieran educación. Fue así como mi mamá se convirtió en la mejor bachiller de su escuela y viajó con mi papá para estudiar, ella en la Universidad Autónoma Latinoamericana (UNAULA) y él en la Nacional. Fueron los profesores de sus instituciones educativas quienes los juntaron, pues eran dos mentes brillantes que debían conocerse.

El abuelo le había dicho a mi mamá que se hiciera normalista, pero sus hermanos Aníbal y el menor, Jhony Mejía, le patrocinaron la carrera, la motivaron y entusiasmaron para que continuara con su formación profesional. Estudió ingeniería industrial mientras que mi papá estudió ingeniería civil, quien además fue una gran ajedrecista.

Los hermanos de mi mamá como comerciantes ayudaron a sostenerla, esto sumado a que la abuela engordó marranos, por tal motivo a mi mamá le fue posible aportar al crecimiento de su futuro hogar. Una vez graduados decidieron conformar una familia con el sueño de tener casa propia, por lo tanto, invirtieron en Las Cabañas, conjunto ubicado en Bello, Antioquia.

Casa materna

Mi mamá se encargó de los detalles, del orden y de la disciplina. Mi papá fue el alcahueta, quien nos motivó el gusto por la lectura, viéndolo leer literatura, historia, poesía, pese a que su especialización como ingeniero fue en acueducto y alcantarillado, área sobre la que alcanzó a escribir dos libros, textos guías para que cualquier ingeniero civil diseñe un acueducto o alcantarillado.

Mi mamá trabajó en un taller de ropa y mi papá inició dictando clases en la Universidad de Medellín. Para ese momento llegué a sus vidas. Cinco años más tarde, justo cuando nació mi hermano, a mi mamá le ofrecieron trabajar como tesorera de rentas de su pueblo, por lo mismo viajó con él.

La presencia de mi hermano me hizo sentir que había dejado de ser el centro de mis padres, así pues, que lo molesté muchísimo, hasta echarle jabón en los ojos. Una vez que mi hermano viajó con mi mamá, quedé bajo la custodia de mi abuela materna por cinco años más. Fue así como mis siete primos se convirtieron en mis hermanos.

Poco después a mi mamá la motivaron para que se lanzara a la alcaldía de Zaragoza convirtiéndose en la primera mujer alcaldesa y en un referente para los habitantes del pueblo. Si bien mi hermano disfrutó de todo este proceso, a mí me tocó vivirlo durante las vacaciones.

Son muchas las anécdotas que se pueden contar, es el caso de aquella vez en que intentaron presionarla políticamente por un cargo, al no permitirlo el sujeto la golpeó. Esta situación le valió un llamado de atención al comandante de la policía, institución encargada de cuidarla.

Sus hermanos no querían que participara en política, pero la protegieron, pues desde siempre fueron grandes feministas, sin saberlo. Cuando mi mamá tomó la medida de que los carros no podían parquearse en la plaza, padeció las consecuencias, pues la insultaron y demás. Lo curioso es que varios se quejaron con sus hermanos sin saber del parentesco. Por supuesto, ellos reaccionaron a su favor.

Como no tenía mayorías en el Concejo, le hicieron una persecución muy fuerte que le costó su libertad, esto por un contrato para la construcción del acueducto municipal que firmó en favor de las comunidades. Mi hermano estaba muy chiquito. Cuando la visitaba en el Buen Pastor quería siempre quedarse con ella sin saber que se encontraba en la cárcel, entonces le decían que ese era otro país y que para quedarse necesitaba visa. A mi papá lo afectó muchísimo la situación. Poco después fue declarada inocente por un magistrado del tribunal de Antioquia. El fallo lo conservamos como la evidencia de que alguna vez se hizo justicia, y hoy es un tesoro familiar.

Lo curioso es que mi papá también estuvo vinculado a la política, fue concejal del municipio de El Bagre y diputado a la Asamblea Departamental de Antioquia. Siempre le dijeron lo que me dicen ahora a mí: “¿Por qué mejor no se dedica a su carrera?” Le recomendaban hacer un doctorado en aguas. Quizás nunca supieron que tenía un posgrado en gobierno público.

Su muerte cambió la dinámica familiar, nos llenó de temor y nos marcó de por vida. Entonces mi madre decidió dedicarse a su profesión para sacarnos adelante, propendió porque practicáramos deporte, aprendiéramos a tocar algún instrumento, otro idioma y que fuéramos a la universidad.

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Academia

Mi papá siempre me dijo: “usted tiene que ser médica y senadora”. Desde mis cuatro años; es decir, desde que tengo memoria, mi papá me dijo doctora. Me proyectó desde temprano por este camino como si supiera que no tendría mucho tiempo para verme lograrlo.

Se esmeró en mi formación buscando que me expresara bien, que leyera buena literatura. Me hizo su monitora desde niña, me pedía que le ayudara a cuidar los exámenes y a calificarlos. A mis doce años le ayudé a escribir y a revisar su discurso de posesión en la Asamblea Departamental. Siempre me trató como a una adulta. Con su muerte me desestructuré, perdí a mi interlocutor, a mi amigo, a mi padre.

Carrera profesional

Pese a haber sido una muy buena estudiante no pasé en la Universidad de Antioquia la primera vez que me presenté, situación que me generó una depresión enorme, pues esta había sido una aspiración de mi papá y no se la estaba cumpliendo. Mi mamá, quien para ese momento trabajaba en el Instituto de los Seguros Sociales, me tranquilizó diciéndome que haría un préstamo en el ICETEX para que pudiera estudiar en la Bolivariana, donde me matriculé en medicina.

Más adelante me volví a presentar a la de Antioquia, pasé y me convertí así en la primera médica de mi familia, además de psiquiatra, pese a la resistencia de mi papá al haberla padecido como paciente y al considerarla una rama de la medicina muy represiva.

A mi mamá le preocupó el cambio al considerar podría tomar otros caminos. Si bien conocí sectores políticos que eran extremistas, nunca milité en ninguno. Hice parte del movimiento estudiantil en el que me destaqué y en donde al ingresar hubo un paro en el que participé como negociadora, reviviendo los temores de mi familia.

También fui muy activa en el debate pedagógico por el cambio de currículo en la universidad. Esta experiencia me acercó a quienes se convirtieron en mi primer grupo de pensamiento, desde donde se hizo investigación sobre temas de violencia urbana, por ejemplo. De él hicieron parte Marleny Cardona, Héctor Iván García, María Victoria López, personajes fundamentales en mi formación profesional.

Pero también integré otro grupo, este de intelectuales con dos referentes de pensamiento como Héctor Abad Gómez y Carlos Mario González. Comenzó entonces mi proceso de transformación profunda.

El rural lo hice en Uramita, pueblo del occidente antioqueño, y posteriormente en Frontino, para de inmediato comenzar mi vida profesional en Saludcoop, pero solo trabajé por medio tiempo pues quería dedicarme también a la investigación.

En el 2003, cuando inicié mi formación como psiquiatra, tuve un breve acercamiento al Polo Democrático Alternativo en Bogotá. También me vinculé a la Asociación Nacional de Internos y Residentes, donde conocí el drama del Hospital San Juan de Dios en contraste con lo que había experimentado en el San Vicente de Paúl de Medellín.

Me convertí en vocera y lideré el movimiento estudiantil que reclamó por un hospital universitario para la UNAL. Esto me valió reconocimiento y conllevó a mayor responsabilidad en un momento en que la Facultad de Medicina estaba paralizada, sin un lugar donde hacer prácticas.

Cuando los Andes le terminó el contrato al médico José Félix Patiño a razón de su edad, lo invitamos a que se apersonara de la situación del San Juan de Dios, lo que me brindó la oportunidad de conocerlo muy estrechamente, me convertí en su discípula más cercana, todo un honor por tratarse del médico más importante del siglo XX en la historia de este país.

Trabajamos juntos desde la Academia Nacional de Medicina, forjamos la Ley Estatutaria de Salud para que la salud fuera un derecho fundamental. Asistimos a una reunión en la Casa de Nariño, para la que mis amigas me recomendaron vestirme apropiadamente. José Félix tuvo todas las consideraciones conmigo al pedirme que estuviera a su lado. Como fui ignorada cuando quería participar, entonces el médico levantaba la mano, Juan Manuel Santos de inmediato se la concedía y él a mí para que pudiera expresar mis opiniones. Cuando terminé mi exposición, el presidente Santos dijo: “¿Algo que decir, doctor Patiño?” A lo que el médico contestó: “no, ya hablé”.

Los escenarios médicos son muy patriarcales; muy jerárquicos, y yo soy mujer de provincia, de universidad pública, joven de pensamiento progresista, lo que compite con la tradición en una institución conformada por hombres mayores.

En su lecho de muerte, José Félix me recomendó hablar contigo, Isabel. Fue muy generoso, siempre nos respaldó a los estudiantes, daba sus luchas al interior de la Academia como cuando sacamos adelante la Ley del Residente en la que llenamos la Plaza de Bolívar en dos ocasiones, oponiéndonos a la reforma a la salud del año 2000, conocida como el movimiento de las batas blancas, del que fui vocera.

Me dediqué a la misión de seguimiento de la sentencia T760, órgano de la sociedad civil, consultor de la Corte Constitucional de la que José Félix fue interlocutor y en la que Nelson Contreras participó como salubrista.

Me formé en materia de derechos fundamentales a la salud al surtir el proceso de constitucionalismo, lo que me demandó muchas horas; una buena dedicación de tiempo y esfuerzo.

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Política pública

Estudiaba psiquiatría cuando supe que tenía que estudiar política pública. Escuché la voz de mi papá que retumbaba en mi cabeza. Quise profundizar en estos temas y mi tesis fue sobre los derechos fundamentales a la salud sin dejar de ejercer mi profesión con poblaciones vulnerables, con personas privadas de la libertad y estudiantes. Esto fue así porque otra parte de mi vida está centrada en lo que se denomina sociedad civil: la Federación Médica Colombiana, la Comisión de Seguimiento a la Sentencia T760.

En el 2019 quise ir más allá de lo médico, entonces conformamos con varios dirigentes; líderes intelectuales, la Corporación Latinoamericana Sur, centro de pensamiento ya no solo de la salud, sino de temas económicos y sociales de la que fui su presidenta con Pedro Santana Rodríguez, uno de los miembros fundadores, también con Eduardo Cifuentes, actual presidente de la JEP. En la revista escriben intelectuales como Luis Jorge Garay y Jorge Iván González.

Liderazgo

De ese mundo patriarcal que definía José Félix Patiño Restrepo, surge en mí un liderazgo que ayuda a que las mujeres surjamos, como decisión democrática. Para esto trabajo precisamente con mujeres habiendo sido los hombres quienes han impulsado mi carrera. Aprendí, crecí y ocupé espacios reservados para hombres y ahora ayudo a mi género a lograrlo también.

Campaña a la presidencia de Gustavo Petro

Fui presidenta de la Corporación Latinoamericana Sur, lo que me significa una gestión internacional. De Suecia me contactan con el interés de abrir un escenario de formación política de partidos progresistas en América Latina y Colombia. Es así como en el 2018 me acerco a Gustavo Petro, quien señala en ese escenario: “Estas deberían ser las mujeres de mi gabinete”.

En efecto yo había trabajado durante un año con Gustavo Petro en la Secretaría de Salud durante su Alcaldía Mayor de Bogotá. Con Carlos Caicedo, con el Polo Democrático y con Gustavo Petro de Colombia Humana empezamos a tejer una conexión de tres movimientos políticos colombianos para conectarlos a través de esta red con el partido de los trabajadores de Lula da Silva, con el Frente Amplio (Uruguay) y con el Partido Socialista chileno.

Para el momento de la campaña a la presidencia de Gustavo Petro, ya habíamos iniciado un trabajo intelectual que ayudara a construir una propuesta de transición democrática para Colombia que, de hecho, es ahora un libro: “Agenda de transición democrática: otra Colombia es posible”

Nos habíamos reunido con Pedro Santana Rodríguez, director de la Revista Sur, que es también un centro de pensamiento ligado a la Corporación Sur. Hicimos una convocatoria de más de treinta intelectuales y expertos de este país para iniciar el proceso de pensarnos en temas como los cambios que necesita Colombia. Consignamos el trabajo en el “Agenda de transición democrática, otra Colombia es posible”. Allí se resumen las diez propuestas, entre ellas la de salud, renta básica, medio ambiente, reforma política y demás. Cruzamos este trabajo con el que ya venían adelantando los gremios de médicos del que hizo parte José Félix Patiño y que yo, como presidenta, logré articular.

En enero lanzamos la Red de Mujeres Progresistas de América Latina e hicimos un lanzamiento con Dilma Rousseff y Gustavo Petro, para lo que escribí un documento.

Gustavo Petro es un hombre no sectario, de visión amplia, un intelectual de la política que mantiene un diálogo permanente sobre los problemas programáticos. Al ganar la contienda electoral me designa en el equipo para su empalme junto a los autores del libro.

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Ministerio de Salud

En salud tenemos varios puntos fundamentales. El primero es reconstruir, con los Equipos Médicos Interdisciplinarios Territoriales, la salud preventiva en Colombia mediante un modelo de atención primaria, el mismo que en estas tres décadas ha estado centrado en la enfermedad. El segundo está relacionado con la formalización de los trabajadores de la salud, con miras a lograr condiciones dignas.

Un tema que tiene que ver con la intermediación financiera y administrativa de las EPS, actor dominante dentro del sistema y que, por supuesto, propicia un gran debate al ir de la mano de lo que denominamos Reforma a la Salud. Esta es una discusión que cuenta muchos años.

Proyección

Debo hacer un buen Ministerio lo que exigirá de toda mi dedicación, energía, fuerza y la convicción de lograrlo. A este gobierno se le va a exigir mucho, va a encontrarse con una resistencia muy fuerte a los cambios desde las propias bases.

Siento una enorme responsabilidad y compromiso con el país. Cualquier cambio requiere una correlación de fuerzas, las que tenemos que construir con pedagogía, explicándole al país por qué los cambios son importantes.

En adelante ya eso será una misión que dará la propia historia.

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Por Isabel López Giraldo

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