Carta a una adolescente (El caminante en video)
Para conmemorar los diez años de las columnas en video de El caminante, de Fernando Araújo Vélez, que salen publicadas los domingos, tanto en el impreso como en la página web de El Espectador desde hace quince años, presentamos la primera de estas, publicada en 2013. Rescataremos cinco durante las próximas semanas.
Fernando Araújo Vélez
A Salomé.
Pero el amor, esa palabra, como escribía Cortázar. Una palabra, una mezcla de cientos de sensaciones, una idea explotada, un objetivo impuesto, una marca, una mentira también, un desahogo, momentos de felicidad, recuerdos, momentos por olvidar, odio, venganza. El amor, esa palabra. Te hablarán de magia y tú querrás creer en esa magia. Te enamorarás, o dirás que te enamoraste, porque en el colegio las amigas también dijeron y repitieron hasta la saciedad que se enamoraron. Te hablaron de sus novios y señalaron, displicentes, lastimeras, a alguna compañera que no lo tenía.
Y tú tal vez te dejaste llevar por la presión. No querías ser la solitaria señalada, pues la solitaria señalada, te dijo alguien, era una “perdedora”, una “looser, o sea”, y creíste, como ellas, que el amor era el fin, el único y más trascendente fin. Te lo habían comenzado a mostrar en las películas de Disney, muy de niña, y en los comerciales, y en uno que otro libro rosa, y en las series de televisión, y en las canciones. El amor rayo luminoso que lo cura todo, el amor magia que salva, el amor ensueño que transporta. La familia, los hijos. Tus tías hablaban de amor, tus primas hablaban de amor y las niñas que estaban a punto de graduarse susurraban sus amores durante el recreo.
Era, es y será una especie de complot. La conspiración de los humanos para que todos caigan en la trampa del amor, y después, sufrir, porque ese es el problema, sufrir. Sufrirás porque un muchacho te despreció, porque otro te dejó de querer. Sentirás rabia, dolor, quizá porque nunca te dijeron que dejar de amar es tan humano como amar, que nadie es menos porque otro no lo ame. Jamás te dijeron que el amor no puede ser sólo dolor, gravedad, enfermedad, locura, y que hay vida después del amor. Hay sueños, hay otros fines. Sufrirás por un NO, por un beso negado, sí, y te dirán que eso es el desamor.
Entonces caerás en un profundo estado de depresión. Querrás chocolates, pero luego pensarás que los chocolates te harán subir de peso, y con tantos kilos, concluirás, ya nadie te querrá, y nadie querrá casarse contigo, no tendrás amigos ni hijos, y morirás sola y abandonada, como repiten en las películas, que suponen, firman y sentencian aquello de que vivir solos es una condena. El círculo vicioso del amor, ¿ves? La supuesta calamidad de tu vida sin un hombre al lado. “Y en esa carrera buscando el amor, dejaste a tu espalda, el tiempo mejor”, como cantaba Nicola di Bari.
A Salomé.
Pero el amor, esa palabra, como escribía Cortázar. Una palabra, una mezcla de cientos de sensaciones, una idea explotada, un objetivo impuesto, una marca, una mentira también, un desahogo, momentos de felicidad, recuerdos, momentos por olvidar, odio, venganza. El amor, esa palabra. Te hablarán de magia y tú querrás creer en esa magia. Te enamorarás, o dirás que te enamoraste, porque en el colegio las amigas también dijeron y repitieron hasta la saciedad que se enamoraron. Te hablaron de sus novios y señalaron, displicentes, lastimeras, a alguna compañera que no lo tenía.
Y tú tal vez te dejaste llevar por la presión. No querías ser la solitaria señalada, pues la solitaria señalada, te dijo alguien, era una “perdedora”, una “looser, o sea”, y creíste, como ellas, que el amor era el fin, el único y más trascendente fin. Te lo habían comenzado a mostrar en las películas de Disney, muy de niña, y en los comerciales, y en uno que otro libro rosa, y en las series de televisión, y en las canciones. El amor rayo luminoso que lo cura todo, el amor magia que salva, el amor ensueño que transporta. La familia, los hijos. Tus tías hablaban de amor, tus primas hablaban de amor y las niñas que estaban a punto de graduarse susurraban sus amores durante el recreo.
Era, es y será una especie de complot. La conspiración de los humanos para que todos caigan en la trampa del amor, y después, sufrir, porque ese es el problema, sufrir. Sufrirás porque un muchacho te despreció, porque otro te dejó de querer. Sentirás rabia, dolor, quizá porque nunca te dijeron que dejar de amar es tan humano como amar, que nadie es menos porque otro no lo ame. Jamás te dijeron que el amor no puede ser sólo dolor, gravedad, enfermedad, locura, y que hay vida después del amor. Hay sueños, hay otros fines. Sufrirás por un NO, por un beso negado, sí, y te dirán que eso es el desamor.
Entonces caerás en un profundo estado de depresión. Querrás chocolates, pero luego pensarás que los chocolates te harán subir de peso, y con tantos kilos, concluirás, ya nadie te querrá, y nadie querrá casarse contigo, no tendrás amigos ni hijos, y morirás sola y abandonada, como repiten en las películas, que suponen, firman y sentencian aquello de que vivir solos es una condena. El círculo vicioso del amor, ¿ves? La supuesta calamidad de tu vida sin un hombre al lado. “Y en esa carrera buscando el amor, dejaste a tu espalda, el tiempo mejor”, como cantaba Nicola di Bari.