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Carta al poeta José Ramón Mercado, tras un mes de su fallecimiento

A un mes del fallecimiento del poeta cartagenero José Ramón Mercado, publicamos una carta que su sobrino, Luis Germán Perdomo, le escribió en 2015 a propósito de que el poeta le mencionó con nostalgia que extrañaba la correspondencia escrita a mano, enviada por correo postal, con contenido y estampilla.

Luis Germán Perdomo
12 de julio de 2021 - 04:26 p. m.
El poeta José Ramón Mercado falleció el pasado 11 de junio por Covid-19. Escribió alrededor de veinte poemarios, dos libros de cuentos y también obras teatrales. / Archivo Particular
El poeta José Ramón Mercado falleció el pasado 11 de junio por Covid-19. Escribió alrededor de veinte poemarios, dos libros de cuentos y también obras teatrales. / Archivo Particular
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Sentarse a escribir una carta es como sentarse en una mecedora y al tenor del distraído de sus vaivenes deshacer recuerdos, deshilvanarlos, para traerlos de nuevo al presente y dejarlos expuestos a los desvaríos de la nostalgia. Aunque algunos duelan más que otros, sobre todo aquellos de melancolía hechos, hay otros que, al revivirlos, arrancan del ahora delicadas sonrisas, porque devienen de una inocencia y una ternura que por puras aún no tenían cabida en la tristeza. De cualquier manera, cuando se va atrás, muy atrás en el tiempo, encuentras que algunos recuerdos ya no lo son recuerdos, sino voces lejanas que han dejado su tono y su timbre clavados en el alma como una mariposa sobre un muro.

Aquí estoy pues, Tío José Ramón,

Tío fortuito,

Tío inventado y retenido en la invención

desde mis días tristes de infancia

hasta ahora mi adultez ya descifrada.

Han pasado ya varios días desde la última vez que hablamos y aquí estoy, luchando a brazo partido, tratando de escribirte la carta prometida, porque estamos de acuerdo en que hoy ya no se escriben cartas como antes, hoy solo hay simpleza y banalidad.

Cuánto te he querido y ansiado

Tío de barba negra

y cabellera en cascada.

Muchas veces me inventé hijo tuyo

para sentirme más cerca de tu voz de poeta perenne

y de tus gráciles y tiernos mimos que ofrecías amoroso

a Aura María y a José Ramón.

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Nunca olvidaré cómo mi corazón de niño se volcaba en tumbos locos, cuando llegabas a casa por asalto y tocabas el aldabón a ritmo presuroso. Yo sabía que eras tú y corría a tu encuentro como potrillo desbocado.

Tío José Ramón

Tío de piel acanelada

y ojos de ajonjolí.

Hace mucho tiempo ya

(lo descubrí desde que te supe tío mío)

que por tus venas ya no corre sangre

sino un tumulto incontrolable

de palabras lúcidas y armónicas

con las que alzan su vuelo

la ternura, la voz implacable y la soledad.

Nunca sabías, tan solo ahora que te lo digo, de la soledad que me habitaba cuando te marchabas, era igual que un “testimonio de olvido”, como lo dices en el poema “Escepticismo” de tu Tratado de la Soledad.

Tío José Ramón,

Tío de aire de gaita hembra

y de tañido de tambor noble.

En tu voz, las palabras

se forman en orden de batalla

para conmemorar la historia

de los muertos

y la obcecada algarabía de la vida.

Nos atamos Tío y sobrino al margen de las líneas de la sangre. Aquí el destino me jugó una buena pasada y me lanzó de lleno a una trampa de conmovedoras historias y de excelsa poesía. Como a ti la niña Pacha, tú y el también tío Jairo me salvaron del desastre. Recuerdo una vez que en el Mayor de San Bartolomé, colegio donde estudié mi bachillerato, abrieron un concurso literario. Se podían presentar poemas, cuentos u obras de teatro. Yo guardaba con recelo un borrador maltrecho de tu pieza Réquiem por un Negrito, y no dudé en presentarlo como mío. Con el paso de los días, los comentarios del jurado se fueron filtrando y mi “obra” iba logrando excelentes comentarios. Así mismo, la bulla de los compañeros no se hacía esperar y empezaron a hablar del Isaac y del Lorca que yo llevaba dentro. El miedo me abrazó y un buen día, antes de que se dictaran los veredictos del jurado, acudí temeroso a la oficina del padre Ismael a confesar mi pecado. ¡Ya veremos Perdomo! ¡Ya veremos qué hacer, porque esto tendrá consecuencias! Los días siguientes fueron un inferno, hasta el lunes en que fui llamado de nuevo a su oficina. Me miró con el ceño fruncido y me dijo: -Dos cosas: Una, la primera: usted ha tenido el valor, como pocos, de reconocer su falta. Otra, la segunda, y es la que finalmente lo salva, es que su Tío es un tremendo escritor. Cuando salí de la penumbra etérea de esa oficina, las piernas me temblaban y el aire se me quebraba en pedazos diminutos. Sin embargo, un regocijo luminoso resplandecía en mi corazón. No por el perdón del padre Ismael, sino por la sentencia inapelable hacia tu bella pieza de teatro y por el estatus imperecedero de tener como tío a un escritor. (Cosa de la que me vanaglorié siempre, porque a cambio de uno tuve dos).

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Tío José Ramón Mercado

tío donde la poesía

y el fervor

por la palabra,

anidan juntas

como tinta indeleble.

No imaginas con cuanta ansiedad esperaba las vacaciones de diciembre, pues viajabas a la costa y yo podía contar con la posibilidad de que me dejaras cuidando tu apartamento. Lo peor que podía sucederme era que escogieras a otra persona, como muchas veces sucedió. Era como sentir “la soledad subiendo en silencio. El olvido solitario”, como lo dibujas en la bella cantata de la soledad. No obstante, las contadas veces que me preguntaste: –¿Germancito, quieres quedarte cuidando el apartamento? Todas esas pocas veces, sin falta, fui inmensamente feliz.

Quedarme leyendo en tu cuarto de estudio hasta la tortura misma del cansancio, era mi mayor deleite. Ese, tu estudio, para mí fue mágico, el tiempo se detenía y yo me sentía a salvo. Balzac, Zola, Sartre, Dickens, Whitman, Hemingway, Poe, Tolstoi, Chejov, Borges, Neruda. Miguel Hernández, Lorca, Alexaindre, García Márquez y otros tantos me acompañaban hasta la vigilia. Fue con ellos con quienes descubrí lo que había en las tripas mismas de las palabras, por lo que caí sin reparos, en la más linda de las adicciones y de la cual no me he podido curar, la literatura. Fue en la inmensidad de tu pequeño cuarto de estudio, en donde se me revelaron el magnífico Conrad y los incomparables Eduardo Cote Lamus y Jorge Gaitán Duran.

Tío José Ramón,

Poeta mayor,

Devoción de guerrero convencido,

has hecho de tu pluma una espada

con la que has derrotado,

a corazón abierto,

las desgracias mismas de la vida.

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Ha pasado el tiempo tío, y aun hoy, cuando te escucho, como cuando niño, tu voz me resuena muy adentro. Como ves, es esta una carta confesional. Ahora que lo pienso, me pregunto:

-¿Cuántas cosas sin decir nos quedan dentro a la hora de la muerte, ocultas como sangre denegada?

La muerte no debería asaltarnos de repente, sino que, más bien, a cada quien que le llegue su turno cuando lo haya dicho todo. Qué vaina tío, pensar en esto ahora. Tan solo pido que el tiempo que nos quede, sea tanto que, el torrente de lo recóndito que aún nos queda por decir, se alcance a enredar en la cola del último cometa de este siglo.

Con la misma amorosa e insondable nostalgia con la que siempre te despedí.

Germancito

Julio 15 de 2015

Por Luis Germán Perdomo

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