Narrar los retazos de la infancia (Letras de feria)
Catalina Gallo lanzará su nuevo libro ‘Las niñas aprendemos en silencio’, publicado por Laguna Libros, hoy en la Feria del Libro de Bogotá. La autora conversará con la escritora y educadora Yolanda Reyes a las 5:00 PM en FILBo Talleres 3.
Daniela Cristancho
Catalina Gallo considera que su mirada de origen está en las letras. De pequeña, pretendía que era políglota. Hablaba todos los idiomas, se inventaba palabras y sentaba a su familia a escuchar los cuentos que acababa de escribir. En su nuevo libro Las niñas aprendemos en silencio, cuenta cómo su madre cuidó de este gusto y los sueños que de él se desprendían:
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Catalina Gallo considera que su mirada de origen está en las letras. De pequeña, pretendía que era políglota. Hablaba todos los idiomas, se inventaba palabras y sentaba a su familia a escuchar los cuentos que acababa de escribir. En su nuevo libro Las niñas aprendemos en silencio, cuenta cómo su madre cuidó de este gusto y los sueños que de él se desprendían:
“La secretaría de mi mamá llegaba a la casa y mi mamá me explicaba que venía a escribir mis cuentos, a pasar a máquina lo que estaba escrito en papel para que no se perdiera. Me sentaba al lado de Gilma y le dictaba mis palabras. Ella ponía la puntuación a su antojo. Yo le decía la mía. Terminábamos en dos tardes y mi mamá sacaba dos copias. Por si acaso. yo encontraba una y veía que la “a” de la máquina saltaba, que los títulos estaban subrayados, que las comas iban y venían y me sentía cuidada porque mi mamá guardaba en letra de adultos mi sueño de escribir, para que yo no lo olvidara”.
La obra se compone de retazos de memoria como este y es el lector el que decide cómo hilvanarlos. La libertad que sintió su autora al escribirlo se traduce también en libertad para quien la lee. “Fue en mi infancia cuando aprendí que la vida es la unión de retazos, con telas negras, de chochos, de flores, unas menos rotas que otras, algunas deshilachadas. No es necesario que combinen porque en la vida no todo combina; tal vez por eso mis recuerdos parecen como restos de telas que sobran después de coser vestidos. Retazos de pasados lejanos, de hace un día, telillas que deja nuestra vida en al memoria, y los cosemos como podemos. O no los cosemos, solo los dejamos ahí, porque, aunque incomodan y duelen, su tela es hermosa”, afirma Gallo en el libro.
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¿Cómo se evocan y se seleccionan estos retazos que hoy componen Las niñas aprendemos en silencio?
“Yo duré un tiempo conectada con el inconsciente y con la infancia. Se me vino el recuerdo de la bolsa de retazos, como empiezo el libro, y empecé a escribir sobre esos retazos. Yo había leído Los errantes de Olga Tokarczuk, la escritora polaca que se ganó el premio Nobel de literatura en el 2019, y ese libro me rompió todos los esquemas mentales de cómo se podía escribir. Sencillamente lo que generó en mí fue abrir la mente para decir: uno puede escribir como quiera, lo que se le ocurra, en el orden que quiera. Cuando apareció en mi cabeza el recuerdo de la bolsa de retazos, entonces pensé en escribir no mi vida, sino retazos de ella y empezaron a aparecer muchos de infancia. Escribí muchos, una imagen traía otra y otra. Tomaba la imagen y empezaba a escribir. Muchas no dijeron nada y otras produjeron los textos finales del libro”.
Entiendo que este libro nació de un taller de escritura creativa. ¿Cómo fue ese proceso?
“Un grupo de editoriales independientes crearon un espacio que se llama Laboratorio de creación. En ese laboratorio uno presenta un proyecto y ahí dicen si te reciben o no. A mí me aceptaron y me dieron parte de una beca porque no me alcanzaba la plata. En el taller uno tenía distintas cosas: un tutor personal para adelantar el proyecto, unos talleres grupales en donde leíamos los textos de todos los participantes y todos opinábamos, y unas conferencias con diferentes escritores. Fueron como 3 o 4 meses. Yo presenté este proyecto y me tocó Felipe González, fundador y director editorial de Laguna, de tutor. Empezamos a trabajar el texto, nos reuníamos cada ocho días, y cuando estuvo terminando le pregunté si era publicable y me dijo sí”.
¿Y de dónde viene el título del libro?
“Cuando uno escribe salen frases que uno no sabía que llevaba dentro. Alguna vez escribiendo sobre el parto a mí me salió la frase ‘las mujeres aprendemos en silencio’. A ustedes ahora les hablan más de eso, pero en mi generación nunca se hablaba del horror del posparto o de lo duro que es. Las películas terminan en que nace el niño y todo es bonito. Y no, lo que viene es muy diferente. Una noche, desvelada, entendí que en realidad era ‘las niñas aprendemos en silencio’ y ahí organicé todo el libro”.
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¿Por qué el cambio hacia la infancia?
“Me interesaba mucho mantener ese hilo conductor: qué es lo que leemos los niños de lo que nos pasa, cómo nos construimos los seres humanos. Yo siempre he tenido esa pregunta y creo que nos construimos en un porcentaje altísimo en la infancia. Este libro fue conectarme con esa construcción. Con Las niñas aprendemos en silencio pasó algo muy particular y es que uní por completo esa infancia con mi vida actual. Todo lo demás se borró. Es como si la esencia mía se hubiera concentrado en esa infancia con lo que yo soy hoy, y ese es el resultado final de ese libro”.
En su primer libro Mi bipolaridad y sus maremotos habla de su enfermedad y en Las niñas aprendemos en silencio narra su infancia desde una óptica muy íntima. ¿Cómo ha manejado ese proceso de ser vulnerable en la escritura?
“Son dos procesos distintísimos. El primer libro no nació como un libro, yo empecé a escribir para entender cómo funcionaba la enfermedad en mí y para poder descifrar qué era lo que me pasaba con estas emociones que yo no lograba entender. Después de tener muchos de estos textos, que eran como un diario porque yo ponía tal fecha y me desahogaba, me di cuenta que eso podría ser útil para alguien y empecé a escribir para darle cierto orden y contexto. Después se lo presente a un editor para evaluar la posibilidad de que fuera un libro y cuando se decidió publicar hubo algunas consideraciones. Una, decirle al mundo que yo tenía un trastorno bipolar, que era algo que había estado escondido, porque trae muchas implicaciones. Cuando el editor me dijo que era importante que yo pusiera mi nombre, le pregunté a mis hijos y a mi marido si había algún problema. Como para ellos no lo había, entonces lo hice público. Había un interés ahí detrás: ayudar y ponerle cara al estigma y a la enfermedad mental. Y me importaba que el texto fuera riguroso, que no se prestara a interpretaciones, que fuera lo más univocal posible, como cuando uno hace periodismo. Y cuidé mucho a las personas a mi alrededor, no mencioné nombres ni lugares de trabajo.
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Este segundo libro es distintísimo, porque, primero, no me importa qué significado puede tener para los lectores o si a mi familia no le gusta. Yo estoy trabajando el texto por el texto. Estoy feliz escribiéndolo y disfruto enormemente el proceso creativo. Para mí esta es la primera aproximación que hago a la literatura. Ha sido muy interesante y me gustaría seguir explorando este camino”.