Catulo: un escritor dividido en dos
Rompió con los parámetros literarios de su época, y algunos estudios se refieren a él como dos hombres en uno: el de los poemas largos, docto y conocedor de la cultura griega, y el de los poemas cortos, amorosos, algo lascivos y llenos de humor.
Mónica Acebedo
“Llorad, ¡oh Venus y Cupidos!, y vosotros, cuantos hombres hay sensibles al amor. El pájaro de mi niña ha muerto; el pájaro, objeto de las delicias de mi niña, a quien ella amaba más que a sus propios ojos, pues era como de miel y la conocía tan bien como una hija a su madre y no se apartaba de su regazo, sino que, dando saltos de un lado para otro, solo a su dueña piaba siempre (…)”.
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“Llorad, ¡oh Venus y Cupidos!, y vosotros, cuantos hombres hay sensibles al amor. El pájaro de mi niña ha muerto; el pájaro, objeto de las delicias de mi niña, a quien ella amaba más que a sus propios ojos, pues era como de miel y la conocía tan bien como una hija a su madre y no se apartaba de su regazo, sino que, dando saltos de un lado para otro, solo a su dueña piaba siempre (…)”.
Catulo es, a mi juicio, una de las plumas más transgresoras de la literatura romana antigua. Sobre todo, porque es un referente de la corriente de la lírica elegíaca y, junto con otros poetas latinos contemporáneos llamados los poetas nuevos o los neotéricos, que adoptaron algunas tendencias griegas heredadas de Calímaco y otros poetas alejandrinos, se convirtió en modelo de la poética latina, medieval, barroca e incluso de corrientes modernistas de finales del siglo XIX, como Charles Baudelaire, por ejemplo.
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Veneraba la cultura griega y trató de adaptar nuevas formas métricas de la literatura helenística. Afirma Juan Luis Arcaz Pozo en el prólogo de la edición de Gredos lo siguiente: “He aquí, pues, el caso de un poeta joven y brillante, genial y resuelto en sus experimentaciones poéticas, cuyo papel en el cambio operado en la poesía de su época resulta fundamental, a vez que decisivo y necesario, para la que habría de venir después. Aún hoy -podemos decir todavía- somos beneficiarios del rutilante camino marcado por aquel poeta, casi niño, de Ardenas (…)”. (Catulo, Gredos, p. 10).
Cayo Valerio Catulo nació en Verona en el año 84 a. de C., donde vivió hasta los 20 años. Luego se trasladó a Roma. Posiblemente perteneció a una familia acomodada y con dineros, como se da a entender en algunos de sus poemas. No se tienen datos exactos de su muerte, pero lo más probable es que murió en el año 54 a. de C. Vivió una época esencial.
Fue un escritor que rompió con los parámetros literarios de su época, ya que los ejes de su lírica son variadísimos tanto en temática como en versificación. De hecho, algunos estudios literarios se refieren al gran poeta romano como dos hombres en uno: el de los poemas largos, docto y conocedor de la cultura griega, y el de los poemas cortos, amorosos, algo lascivos y llenos de humor. De su obra se ha encontrado la gran mayoría, a diferencia de los otros poetas contemporáneos de quienes apenas se tienen fragmentos. Muchos están construidos en endecasílabos, aunque hay también yambos, coliambos, sáficos y priapeos.
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Escribió sobre el amor, la amistad, cuestiones políticas, asuntos del día a día, viajes y el amor por la patria y sus símbolos: “La barca que estáis viendo visitantes nos dice que fue el más rápido de los navíos y que el ímpetu de ningún otro barco la pudo adelantar, ya fuera necesario volar con remos o con velas. Y niega que lo niegue la costa del Adriático amenazador, ni las islas Cícladas, ni la ilustre Rodas, ni la horrible Propóntida, ni la salvaje bahía del Ponto (…)”.
Los más famosos son aquellos dedicados a Lesbia, lo que da a entender una profunda admiración por Safo de Mitilene, a quien nos referimos hace unas semanas. Incluso, el poema 51 es una traducción de uno de los de Safo. Los versos rezuman pasión, felicidad, rivalidad, sospechas, sueños y desesperación.
Los versos dan a entender que Lesbia, la mujer objeto de su pasión y deseo, es una mujer casada y que él (el poeta) es uno de sus muchos amantes. Estudiosos latinos de su obra sugieren que la mujer era en realidad una tal Claudia Metelli, aunque son solo suposiciones. En todo caso, se trata de verdaderas elegías o poemas doloridos, de reclamos, de infidelidades de una mujer que rompe el corazón. Es una especie de adoración absoluta que luego retomarán muchos autores medievales, como Dante con Beatriz, Petrarca con Laura o incluso el mismo Shakespeare con su Dama negra, pero es una adoración posesiva, que objetiviza a la mujer y no le da cabida a expresarse por sí misma. Es la clásica elegía de amor en la que el poeta está sometido a una amante mala, cruel y despiadada.
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En resumen, el rango de sus poemas va desde hermosos versos de amor, sentidos y doloridos; algunos obscenos, acusatorios, vengativos; otros muy personales, cotidianos y unos cuantos de crítica política. Fue uno de los poetas que más influenció a otros escritores latinos e incluso la lírica europea posterior. Cierro con uno de los poemas a Lesbia:
“Vivamos, Lesbia mía, y amémonos.
Que los rumores de los viejos severos
no nos importen.
El sol puede salir y ponerse:
nosotros, cuando acabe nuestra breve luz,
dormiremos una noche eterna.
Dame mil besos, después cien,
luego otros mil, luego otros cien,
después hasta dos mil, después otra vez cien;
luego, cuando lleguemos a muchos miles,
perderemos la cuenta, no la sabremos nosotros
ni el envidioso, y así no podrá maldecirnos
al saber el total de nuestros besos”.