“Celia en Cuba”, de Rosa Marquetti
De la devoción yoruba a los reflectores neoyorquinos: un libro sobre el proceso que recorrió Celia Cruz para definir la excepcionalidad de su voz.
Marcos Fabián Herrera
El consenso, tan esquivo en la crítica de cualquiera de las artes, se logra en casos excepcionales en los que la aprobación no solo es unánime, sino imperecedera. Aquellos juicios y valoraciones que perduran en el tiempo y por su vigencia se hacen lapidarios e inapelables. Por adquirir el rango de valor supremo, antes que objeción, ameritan estudio, análisis y comprensión. Algo que escasea en la apreciación musical, y que, por el rigor que requiere, puede creerse que es incumbencia exclusiva de los historiadores.
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El consenso, tan esquivo en la crítica de cualquiera de las artes, se logra en casos excepcionales en los que la aprobación no solo es unánime, sino imperecedera. Aquellos juicios y valoraciones que perduran en el tiempo y por su vigencia se hacen lapidarios e inapelables. Por adquirir el rango de valor supremo, antes que objeción, ameritan estudio, análisis y comprensión. Algo que escasea en la apreciación musical, y que, por el rigor que requiere, puede creerse que es incumbencia exclusiva de los historiadores.
Siempre será necesaria la reflexión estética desde las señas particulares del lenguaje sonoro. Aquella explicación elusiva al encasillamiento disciplinar, que frisa los límites de lo inefable, pero que a todas luces es necesaria porque, proferida por el experto, arroja luces y dota de un aura de certeza lo que parece difuso.
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Después de publicar su estudio sobre Chano Pozo y un volumen en el que rescata a los cultores olvidados de la música cubana, editado bajo el nombre de Desmemoriados, Rosa Marquetti Torres presenta a los lectores y melómanos de habla hispana Celia en Cuba (1925-1962), ocupándose de un período de formación decisivo, de la que es considerada la voz femenina más descollante de la música tropical latina, para emplear un rótulo genérico distinto al no pocas veces impreciso -tal vez este también lo sea- de salsa.
Ha corrido mucha tinta sobre las relaciones de Celia Cruz con su país originario. El anecdotario se ha nutrido de leyendas que recrean desde actitudes desdeñosas con el régimen castrista, para aquel momento en su fase inicial, hasta deliberados olvidos de la tradición sonora ancestral.
Son varios los aspectos destacables en la indagación de esta fase en la que Celia construyó su identidad vocal y definió su senda creativa. Tomando distancia de ciertos clichés, y reconstruyendo aspectos que han sido infravalorados en su formación, la autora asume con claridad su propósito: “Ante esas narrativas y circunstancias, me interesa contribuir, en definitiva, a que, junto a la Celia que cada uno amamos y tenemos como nuestra, incorporemos elementos que nos devuelvan una imagen cualitativamente más integral, menos arquetípica de nuestra Guarachera de Cuba”. Manifestación de principios que logra hacer del libro una obra con rastreos minuciosos, que detallan desde la grabación en Venezuela en 1948 del bolero-afro Quédate Negra, cuando Celia, con 23 años, sorprendía con su voz a los productores; hasta su primer viaje a Nueva York, el 20 de abril de 1957, luego de sortear las cortapisas generadas por su vinculación a la emisora Mil Diez, que servía de órgano informativo al Partido Socialista Popular.
El triunfo de la Revolución Cubana, el 1° de enero de 1959, tuvo inevitables repercusiones en el arte nacional y latinoamericano. La disyuntiva de hacer un arte comprometido frente a uno que se fundara en la autonomía sensitiva y en la autenticidad estética del creador arrastró a muchos a un dilema que turbó, en algún grado, la composición musical.
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Cuando esto ocurrió, Celia era una figura del canto cubano que se sobreponía a los avatares de las ideologías y gozaba de proyección internacional. Existe una fecha que para Rosa Marqueti constituye un hito. El 18 de junio de 1962, la cantante contralto residenciada en Nueva York debutó en el Carnegie Hall. En esta popular sala de conciertos de Manhattan, con 37 años y después de recorrer 12 países, Celia hechizó con su voz a los asistentes. A partir de esta presentación, Celia Cruz se encaminaría en forjar un estilo ecuménico y versátil. Las mixturas rítmicas y el vívido folclor caribeño que ella portaba se convirtieron en su voz.
Desde sus inicios, Celia Cruz construyó un estilo con los rasgos propios de su temperamento, pero también con retos escénicos que por primera vez la investigación musical documenta. En esta obra, Rosa Marqueti explica cómo esa voz que María Teresa Linares consideró dotada de “una calidad tímbrica estupenda, el timbre de la mulata cubana”, además del desparpajo histriónico que le vimos en tarima, se nutrió de formatos que para la música cubana eran espacios difusores de obligado paso para los artistas. La radio, el teatro, el cine y el cabaré obrarían en Celia como una fusión alquímica providencial para decantar su arte vocal y lograr que potenciara sus virtudes que, en su etapa de consagración, nunca dejaría de usufructuar.
Todo aquel admirador de Celia que desee conocer la génesis de su trayectoria y el proceso formativo mediante el cual abrevó en las fuentes musicales de su país originario, deberá leer este libro. Además de la delectación que genera escudriñar los entresijos de la vida artística de la cantante, es una lección de rigor documental e investigación obstinada. Una obra que perdurará mientras se siga bailando con la música de Celia.
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