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Cepeda Samudio y Obregón, dos rebeldes bajo el mismo cielo del Caribe

En la reciente Feria del Libro de Barranquilla, se dio una conversación acerca de la relación que los artistas caribeños tienen con “Los cuentos de Juana”, una de las obras del escritor Álvaro Cepeda Samudio.

Carlos Polo
21 de diciembre de 2024 - 05:00 p. m.
Álvaro Cepeda Samudio y Alejandro Obregón
Álvaro Cepeda Samudio y Alejandro Obregón
Foto: Archivo Particular
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Era la década de los 50, una época de fermento intelectual en la que surgía una nueva Colombia, donde los ecos del modernismo irrumpían en la escena cultural. En este contexto emergieron un corsario de ojos azules y un Nené feroz, ambos hijos de su tiempo, pero también heraldos de la transgresión y la experimentación. Unidos por una amistad profunda y un espíritu creativo indomable, gestaron un diálogo único entre literatura y pintura que culminó en una de las obras más experimentales de nuestra historia cultural: Los cuentos de Juana.

Publicado por primera vez en 1972, Los cuentos de Juana es mucho más que un libro; es un manifiesto de libertad artística y conceptual. Álvaro Cepeda Samudio, con su prosa experimental, rompió las cadenas de las narrativas tradicionales colombianas. Juana, su protagonista, es una figura esquiva y mutable que se reconfigura en cada relato. No hay una sola Juana, sino muchas: la niña, la amante, la esposa, la suicida, la caribeña, la gringa. Es una mujer que escapa de los dogmas y se enfrenta a la vida desde sus propias contradicciones.

En las ilustraciones que acompañan el texto, Alejandro Obregón capturó esa misma esencia. Con su trazo enérgico y su color desafiante, dio vida a un universo simbólico que potencia las atmósferas de los cuentos. Sus imágenes no son meros adornos; son una extensión visual de la narrativa, una poesía pintada que dialoga con las palabras de Cepeda.

En ellas encontramos un trazo que parece estar en constante lucha con la quietud, como si el lienzo quisiera liberarse de sus límites. Por su parte, los cuentos de Cepeda, con su lenguaje directo y despojado de adornos innecesarios, construye personajes y paisajes cargados de vida y humanidad. Juntos lograron una obra que no solo narra, sino que también evoca, retando al lector a ver y sentir más allá de las palabras y las imágenes.

Cepeda fue un visionario, un explorador de las posibilidades narrativas. Con obras como La casa grande, transformó los relatos de violencia y opresión en gritos poéticos de resistencia. En Los cuentos de Juana, llevó aún más lejos su experimentación formal, difuminando las fronteras entre cuento, novela, crónica y guion cinematográfico. Su lenguaje, a la vez íntimo y universal, nos invita a repensar lo que significa contar una historia.

Los cuentos de Juana es fundamentalmente un libro atípico, una obra que la crítica ha mirado con cierto desdén y recelo. Quizás esto se deba a su búsqueda contracorriente, alejada de las convenciones. No es un libro de cuentos en el sentido más canónico y conservador, sino una obra poblada de sátiras contra la iglesia, el estado, el statu quo literario y las convenciones en general.

Álvaro Cepeda ya había sentado un precedente importante en términos de experimentación e innovación con su libro Todos estábamos a la espera, publicado en 1954. En esta obra, abandonó por completo el costumbrismo provincial que caracterizaba la cuentística nacional de la época y dio el salto a la modernidad. Con Los cuentos de Juana, se adentró en la postmodernidad, cuyo rasgo más definido es la abolición de las fronteras entre géneros. Ese rasgo se convertiría en norma unos 30 años después, sirviendo como insumo importante para los autores de las actuales generaciones, definitivamente embarcados en los postulados del postmodernismo.

Los cuentos de Juana fue incomprendido en su momento, pero hoy se reconoce como una obra pionera que anticipó muchas de las tendencias literarias contemporáneas. De igual manera, Obregón dejó un legado imborrable en las artes plásticas, marcando un antes y un después en la historia del arte colombiano. Juntos desafiaron esa “ñoñería pseudointelectual” que Cepeda bautizó con acertada ironía como “los bobales”.

Desde su prefacio, prólogo, declaración de intenciones o manifiesto, este par de titanes anunciaron que Los cuentos de Juana es un libro pintado y escrito a cuatro manos que obedece a una naturaleza salvaje, rabiosa, antiarte convencional. Juana, como personaje, es fragmentada y polifacética: cambia de origen, personalidad y destino en cada cuento, lo que constituye una clara búsqueda de distanciamiento y ruptura con la tradición narrativa lineal.

La Cueva La génesis de esta obra no puede entenderse sin el contexto del Grupo de Barranquilla y las tertulias en La Cueva. Este mítico bar, fundado en 1954, fue el epicentro de un movimiento cultural que redefinió la literatura, el arte, el periodismo y hasta el cine en Colombia. Allí, entre copas de ron, risas y acaloradas discusiones, se gestaron ideas que rompieron con las convenciones de la época.

La historia de amistad y compadrazgo entre Cepeda y Obregón duró 18 años. Como todo en este par de iconoclastas, su historia no tiene un final feliz. No es casualidad que fuera el mismo Obregón, el compinche de siempre, quien entregara en el lecho de muerte de Cepeda un ejemplar del recién publicado libro Los cuentos de Juana. Este gesto, tan íntimo y simbólico, cristaliza la conexión humana y artística entre ambos creadores, a quienes solo la muerte pudo separar.

Días después, exactamente el 12 de octubre de 1972, falleció Álvaro Cepeda Samudio en un hospital de Nueva York. Este acto de despedida quedó como un símbolo eterno de la unión entre dos almas rebeldes, dos creadores que se sellaron su amistad, bajo el mismo luminoso cielo del Caribe.

Por Carlos Polo

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