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                                                                                                                                Cervantes: el soldado de Lepanto y la novela moderna

                                                                                                                                A propósito del Día del Idioma Español, un perfil sobre Miguel de Cervantes, el hombre que escribió la primera novela moderna en lengua española: “El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha”, la obra que no solo marcó un hito en la literatura, sino en la cultura universal.

                                                                                                                                Laura Camila Arévalo Domínguez

                                                                                                                                Editora de El Magazín cultural
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                Puede leer: Paul Verlaine: la prisión y el poeta maldito

                                                                                                                                Después de escapar de la sentencia con la que se pretendía anticipar uno de los apodos con los que se le recordaría por los siglos de los siglos, “El Manco de Lepanto”, permaneció en Italia por un período de cinco años, en los que la mayoría del tiempo se desempeñó como soldado. La batalla de Lepanto, enfrentamiento en el que los buques de la Santa Liga derrotaron a la armada turca, fue el escenario en el que no quedaron dudas de la tenacidad de Cervantes. La imagen del mar Mediterráneo con los otomanos derrotados quedó grabada en la mente del joven español, que más adelante narraría el hecho en la segunda parte de El Quijote como “la más alta ocasión que vieron los tiempos pasados y los presentes, y que esperan ver los venideros”. Tenía 24 años y se sentía orgulloso de su presente militar. Al inicio de la batalla de ese 7 de octubre, desde la galera Marquesa, Cervantes se enfrentó a un ejército de turcos, combate que duró cinco horas y acabó con su mano izquierda. Aquel calvario no solo se almacenaría en sus recuerdos, y a causa de la inutilidad del miembro, que nunca fue amputado, se le llamaría, ahora sí, con el apodo El Manco de Lepanto. “Allí me dieron tres arcabuzazos, dos en el pecho y uno en la mano izquierda, para gloria futura de la diestra”, dijo recordando el derramamiento de sangre. Ese combate fue crucial para su vida y obra. De las guerras no regresa el mismo humano que partió. Cervantes no fue la excepción

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                                                                                                                                Las paradojas en la vida de Miguel de Cervantes no cesaron. Él, todo un estratega que quiso asegurar su destino con sus méritos y notables relaciones, solo logró reforzar su encarcelamiento. Su fianza era de 500 escudos de oro, y a pesar del infierno que vivió, se cree que la temporada en prisión le dio origen a la obra del escritor. Durmió con piratas, cautivos y musulmanes, a los que, curiosamente, observó y en los que, seguramente, se inspiraron los personajes que comenzó a gestar desde su reclusión.

                                                                                                                                Puede leer: Cervantes, a la reconquista del centro histórico de Manila

                                                                                                                                El príncipe de las letras que no logró vivir de la literatura

                                                                                                                                Después de ser rescatado de la prisión argelina por fray Juan Gil y regresar a España, compuso piezas teatrales y escribió su primera novela, La Galatea, publicada en 1585, con la que no tuvo mucho éxito. Los libros no le alcanzaron para su sostenimiento, situación que lo condujo a recabar trigo y aceite para la Armada Invencible. También recaudó impuestos atrasados en Andalucía, actividad que solo logró que lo excomulgaran, insultaran y, de nuevo, lo encarcelaran. No fue reconocido, pero era consciente de su maestría narrativa, hecho que dejó muy claro en el prólogo al lector de las Novelas ejemplares: “Yo soy el primero que he novelado en lengua castellana, que las muchas novelas que en ella andan impresas, todas son traducidas de lenguas extranjeras, y estas son mías propias, no hurtadas ni engendradas. Mi ingenio las engendró, y las parió mi pluma, y van creciendo en los brazos de la estampa”.

                                                                                                                                Al Manco de Lepanto no le hizo falta la fuerza de su mano izquierda para demostrar que de la prisión saldría su carne, pero, sobre todo, su ingenio. Mucho se ha investigado para dar con los detalles de su vida, sus relaciones, sus pensamientos, su comportamiento como preso u hombre libre, pero la más importante evidencia ha sido su obra. Se convenció del valor de atravesar las fronteras, le escribió a la aventura y al placer de romper con el deber ser de la novela en el Siglo de Oro, y aunque su vida ha sido un enigma, pudo establecerse que sus últimos años los dedicó a publicar su paso a la inmortalidad, oxigenando las prácticas narrativas, haciendo útil su paso por prisión y proclamando la libertad del cuerpo y las ideas.

                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                Sé que las pasiones amorosas en los recién enamorados son como ímpetus indiscretos que hacen salir a la voluntad de sus quicios; la cual, atropellando inconvenientes, desatinadamente se arroja tras su deseo, y, pensando dar con la gloria de sus ojos, da con el infierno de sus pesadumbres. Si alcanza lo que se desea, mengua el deseo con la posesión de la cosa deseada, y quizá, abriéndose entonces los ojos del entendimiento, se ve ser bien que se aborrezca lo que antes se adoraba”.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                Puede leer: Paul Verlaine: la prisión y el poeta maldito

                                                                                                                                Después de escapar de la sentencia con la que se pretendía anticipar uno de los apodos con los que se le recordaría por los siglos de los siglos, “El Manco de Lepanto”, permaneció en Italia por un período de cinco años, en los que la mayoría del tiempo se desempeñó como soldado. La batalla de Lepanto, enfrentamiento en el que los buques de la Santa Liga derrotaron a la armada turca, fue el escenario en el que no quedaron dudas de la tenacidad de Cervantes. La imagen del mar Mediterráneo con los otomanos derrotados quedó grabada en la mente del joven español, que más adelante narraría el hecho en la segunda parte de El Quijote como “la más alta ocasión que vieron los tiempos pasados y los presentes, y que esperan ver los venideros”. Tenía 24 años y se sentía orgulloso de su presente militar. Al inicio de la batalla de ese 7 de octubre, desde la galera Marquesa, Cervantes se enfrentó a un ejército de turcos, combate que duró cinco horas y acabó con su mano izquierda. Aquel calvario no solo se almacenaría en sus recuerdos, y a causa de la inutilidad del miembro, que nunca fue amputado, se le llamaría, ahora sí, con el apodo El Manco de Lepanto. “Allí me dieron tres arcabuzazos, dos en el pecho y uno en la mano izquierda, para gloria futura de la diestra”, dijo recordando el derramamiento de sangre. Ese combate fue crucial para su vida y obra. De las guerras no regresa el mismo humano que partió. Cervantes no fue la excepción

                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                Las paradojas en la vida de Miguel de Cervantes no cesaron. Él, todo un estratega que quiso asegurar su destino con sus méritos y notables relaciones, solo logró reforzar su encarcelamiento. Su fianza era de 500 escudos de oro, y a pesar del infierno que vivió, se cree que la temporada en prisión le dio origen a la obra del escritor. Durmió con piratas, cautivos y musulmanes, a los que, curiosamente, observó y en los que, seguramente, se inspiraron los personajes que comenzó a gestar desde su reclusión.

                                                                                                                                Puede leer: Cervantes, a la reconquista del centro histórico de Manila

                                                                                                                                El príncipe de las letras que no logró vivir de la literatura

                                                                                                                                Después de ser rescatado de la prisión argelina por fray Juan Gil y regresar a España, compuso piezas teatrales y escribió su primera novela, La Galatea, publicada en 1585, con la que no tuvo mucho éxito. Los libros no le alcanzaron para su sostenimiento, situación que lo condujo a recabar trigo y aceite para la Armada Invencible. También recaudó impuestos atrasados en Andalucía, actividad que solo logró que lo excomulgaran, insultaran y, de nuevo, lo encarcelaran. No fue reconocido, pero era consciente de su maestría narrativa, hecho que dejó muy claro en el prólogo al lector de las Novelas ejemplares: “Yo soy el primero que he novelado en lengua castellana, que las muchas novelas que en ella andan impresas, todas son traducidas de lenguas extranjeras, y estas son mías propias, no hurtadas ni engendradas. Mi ingenio las engendró, y las parió mi pluma, y van creciendo en los brazos de la estampa”.

                                                                                                                                Al Manco de Lepanto no le hizo falta la fuerza de su mano izquierda para demostrar que de la prisión saldría su carne, pero, sobre todo, su ingenio. Mucho se ha investigado para dar con los detalles de su vida, sus relaciones, sus pensamientos, su comportamiento como preso u hombre libre, pero la más importante evidencia ha sido su obra. Se convenció del valor de atravesar las fronteras, le escribió a la aventura y al placer de romper con el deber ser de la novela en el Siglo de Oro, y aunque su vida ha sido un enigma, pudo establecerse que sus últimos años los dedicó a publicar su paso a la inmortalidad, oxigenando las prácticas narrativas, haciendo útil su paso por prisión y proclamando la libertad del cuerpo y las ideas.

                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                Sé que las pasiones amorosas en los recién enamorados son como ímpetus indiscretos que hacen salir a la voluntad de sus quicios; la cual, atropellando inconvenientes, desatinadamente se arroja tras su deseo, y, pensando dar con la gloria de sus ojos, da con el infierno de sus pesadumbres. Si alcanza lo que se desea, mengua el deseo con la posesión de la cosa deseada, y quizá, abriéndose entonces los ojos del entendimiento, se ve ser bien que se aborrezca lo que antes se adoraba”.

                                                                                                                                Por Laura Camila Arévalo Domínguez

                                                                                                                                Periodista en el Magazín Cultural de El Espectador desde 2018 y editora de la sección desde 2023. Autora de "El refugio de los tocados", el pódcast de literatura de este periódico.@lauracamilaadlarevalo@elespectador.com
                                                                                                                                Ver todas las noticias
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