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Soy músico, pero también soy especialista en la duda, por la que me he interesado mucho desde que estaba en el bachillerato, como la pregunta constante, como medio de conocer el universo, el mundo en el que vivo. Dudar de todo y preguntarlo todo, desde cómo funcionan las cosas hasta sobre mi sentido de vida, porqué hacemos lo que hacemos, porqué somos capaces del amor más grande y la violencia más perversa. Así soy yo. Un tipo que duda, que a través de la música encuentra conexión con el mundo y una posibilidad de ser útil en este corto tránsito por la existencia.
¿Tiene alguna certeza?
La certeza que de la música no voy a salir vivo.
¿Cuál es su origen?
Pertenezco a la localidad de Teusaquillo porque crecí en este barrio, en la Soledad. Provengo de una familia inquieta socialmente. Cuando era pequeño, en casa se debatía sobre las cosas que le pasaban al país, que seguramente quedaron sembradas para reventar años después en mi sentido, en mi pregunta de qué hacer con mi vida.
Me he dedicado a la música desde los ocho años y profesionalmente desde los catorce tocando con Poligamia al inicio y después como compositor de música de cámara, pero también he tenido proyectos independientes de música social.
Soy el creador del instrumento que llamo la escopetarra, un fusil transformado en una guitarra como mensaje de la posibilidad del cambio a través de la creatividad.
Soy caminante. He recorrido el país de arriba a abajo, recientemente marcamos en el mapa nuestro municipio número 200. Siempre entrando con la pregunta de qué puede hacer uno desde el arte, dispuesto a salir transformado en el intento de transformar.
Creo que he ido cambiado en el sentido de esa búsqueda. Recuerdo que era el año 93 cuando empecé a ir a las cárceles, a las clínicas psiquiátricas y a Institutos con el interés de entender otras realidades. Había gente que vivía distinto a como yo lo hacia y quise verlo, quise ser protagonista de eso. Intentaba escuchar, entender, preguntar. Una curiosidad basada en la rareza que me producía salir de mi modelo, me fue ampliando el universo de una manera muy mágica. Después dejé de hacerlo en Bogotá y empecé a coger bus, a irme a los pueblos, es así como llego con una guitarra al sur de Bolívar, Santander, Mogotes, San José de Apartadó, al sur del Cauca, a sentarme en una esquina con los campesinos o con la gente que cantaba o que escribía de alguna manera las páginas de ese momento año 97-98: una curva de violencia recrudecida en el país.
Llega el Eln a tomarse Mogotes y la gente sin armas, de ahí en adelante ellos acuñaron esta frase: “¿Qué estas dispuesto a dar por tu comunidad? Hasta la vida y siempre”. Y desde hace pocos años, cuando llevaba tiempo masticando estos mensajes y cuando entendí que mi proyecto de vida también ya se había ido por ese cauce, que no tenía reversa, recuerdo siempre lo importante que es tener una causa, una pasión, en un momento tan complejo de la humanidad.
Me he empezado a conectar con algunas premisas que le dan sentido al camino, una de ellas es que todo lo que el ser humano hace, lo hace por amor o por falta de amor. Se siembra amor desde la letra de la canción hasta el mensaje, sea en un pequeño recital en un colegio para niños o en el patio de una cárcel hasta en concierto con una orquesta filarmónica.
Por otro lado se trata de entender que no hay gente buena ni mala, somos en algún punto de la vida esclavos de algún interés o de alguna emoción, entonces, veo con otros ojos al muchacho que está en una pandilla, o a las personas que posan como benefactoras. ¡Saber que en ellos habita la posibilidad de hacer daño! ¿Qué hago yo? Voy con mi guitarra, voy escuchando, voy convirtiendo eso en canciones, lo devuelvo para la gente.
Ocurre mucho en Chaparral, Tolima que la hija de 14 años no está, cuando se despierta su familia ya no la encuentra, piensan todos que se ha ido con el novio, pero el novio si está, la buscan y se dan cuenta que la niña ha sido reclutada, entonces, la ven pasar por la montaña vestida de camuflado. Yo vuelvo eso una canción, esa canción luego se vuelve un cortometraje, ese cortometraje vuelve a Chaparral, en un ejercicio de prevención de reclutamiento, cosas como esa son las que me interesa generar. Un pequeñísimo aporte porque no creo que tengamos tanto poder, pero es la manera que encuentro para existir y para cumplir mi pedacito en este transito.
¿Qué emociones se mueven en usted con la música? ¿Qué le genera?
Cada vez que toco, hay algo que me esculca muy adentro. La música es la que abre el paso, es una especie de autopista por la que empiezan a pasar cosas, recuerdos, personas, miradas, ideas, dolores. Esa ha sido mi aproximación desde muy pequeño, a través de un sonido. Es la manera en que se abren los canales por los que deben pasar no solo las emociones, sino los opuestos para encontrarse.
Una anécdota de un presidente de Estados Unidos dice que las decisiones más importantes se las consultaba a una escultura que tenía en su oficina, la interpretación, es que se esta preguntando a él mismo a través del arte. Yo sueño con que ese sea nuestro papel siempre. Ponemos a los oídos de muchas personas una serie de notas que hemos aglomerado de manera mágica, para que allá adentro, reivindique las ilusiones más altas y más sanas del ser humano.
¿Qué hay en sus silencios?
Primero, hay un montón de silencios. Me gusta la contemplación. Al principio me angustiaba porque eran silencios muy ruidosos, llenos de cosas que venían a mí en desorden y, con el paso de los años y con una especie de meditación empírica, se van depurando esos silencios. Le creo a las cosas que me llegan de manera sencilla, a las palabras o frases cuando estoy escribiendo una canción, lo que no es rebuscado, enredado; le creo a la naturalidad de ser un vehículo de alguna energía que usa este corazón, mente y manos, para terminar de vagar por ahí.
Somos como locos, ¿no? Porque necesariamente no es la forma más practica de vivir en una sociedad que nos entrena para producir contenido y dinero, que nos mide además en cuánto fuimos capaces de producir… He conocido gente tan feliz con un palito de mango, con una sembradita de yerbas aromáticas, que no necesita el último modelo de carro ni de celular y, me da pesar por mí, porque siento que de alguna manera tuve que entrar a ese juego y me ha tomado muchos años salir de manera digna y serena de los modelos de éxito a los que nos han sometido.
Creo mucho en las generaciones que vienen equipadas y preparadas para romper con eso, en las que están conectadas con el planeta. Siento que hay una generación nueva que dice: “No señor, vamos a tratar de modificar esa manera de comportarnos”. Son generaciones que cuestionan, de manera frontal, nuestros machismos. Yo que lo veo muchas veces en comunidades con hombres que fueron criados con la idea de que ser hombres es ser fuertes y tener la capacidad de imponerse al otro a través de la fuerza física, hombres que crecieron con la idea de que solamente por serlo ya tenían un privilegio sobre la mujer y que se lo dijeron en su casa de manera sutil. Entonces, creo en una generación distinta que viene caminando, de la que yo ya no hago parte, hago parte desde la conexión emocional y admiración profunda, mi cantar será lo que les deje a las siguientes generaciones, y todo lo que yo pueda abonar en lo que me quede de vida, tanto en los mensajes como en los recorridos.
¿Dónde está su plenitud?
Me siento pleno pero en el momento de la creación y me siento pleno en el compartir.
La gente de Buenos Aires, Cauca, donde estuvimos hace poco recorriendo las carreteras con un estudio de grabación, se acerca, comparte su copla, su verso, su canción, pero también su plato de comida, sin sumar ni restar, y ahí siento que alguna parte de mí dice: esto es. Por supuesto, estar en el escenario es una plenitud distinta porque está de alguna manera en otro nivel de consciencia, porque está realizando una tarea que tiene su nivel de complejidad pero que cuando termina y se vuelve al camerino, uf, se empieza a aterrizar y a evaluar si lo que se hizo desde lo racional estuvo bien o no, pero mientras se estuvo ahí, fueron tantas cosas sacudiendo a ese ser humano que se expresaba, es como hacer un recorrido desde las primeras lecciones de guitarra, de piano, de canto, hasta las historias de ese país que se revuelve en el corazón. Y todo eso sale a través de ese micrófono.
A mí me gusta la idea de que uno es el resultado de muchos otros que hicieron su pedazo y lo dejaron en uno; a mí inspiran mucho los pueblos, la gente que se reúne y se asocia, que se organiza para sacar la cosecha, o que tiene un cine club, unos se aprendieron la Constitución, otros son cuidadores del bosque y en condiciones muy adversas. ¡Cómo no van a ser inspiración!
¿Le habitan miedos?
Ah si. Por ejemplo, a mí no me gustaría que me mataran, pero vivimos en un país que de alguna manera es como si no lo hubiera instalado en el presupuesto de la vida porque hay una posibilidad de que eso pase. Me habita un miedo cotidiano en la creación, el de no lograr la canción que sueño, o el de escribir algo y decir: esto está feo; o el de no saber cuándo podré hacer esa canción que me va a terminar de emocionar y que tan solo llega meses después. Me da miedo el país de hoy, me da miedo ese país de la masacre de Suárez-Cauca, me da miedo ese país que se reinventa en esa violencia, con un poder de lo masculino que es aterrador… Creo que es el miedo que debemos tener todos, el de no estar a la altura del momento que nos correspondió atravesar.
Cuando uno ya esté despidiéndose, pues que uno esté por lo menos tranquilo y pueda decir: “Bueno, me la jugué por esta causa y todos los días me levanté a ver qué más podía hacer”.
¿Cuál es la alegría de su vida?
Soy un tipo sencillo, no salgo de fiesta, entonces en lo que hago cotidianamente soy muy feliz. Está en ver las nubes por la ventana del carro o del avión o de la lancha; en comerme despacito un plato de arroz blanco; incluso hasta en lavar la loza y le he cogido un cariño especial, porque una vez un ex combatiente me dokp que le gustaba mucho lavar la loza pues sentía que cuando lo hacía, era como si lavara los pensamientos. Eso se quedo ahí, en mí, ahora es como terapia y me la disfruto.
¿Cómo celebra?
Es una ceremonia muy íntima. Esa celebración de las cosas que considero son logros importantes que a veces suceden, los veo en las respuestas que puedo dar o en un comportamiento que tenga frente a una situación particular, y me pregunto cómo pude lograr vencer tal miedo o poner palabras afuera, entonces me celebro y digo: “Algo va bien”. Esto no significa que sea una línea permanente pero por lo menos hoy algo va bien, y eso responde al estar juicioso haciendo la tarea.
¿En ese camino va dejando una huella? ¿La va dibujando?
A mí me interesa lo de la huella en relación a la gente cercana. En ocasiones, hay palabras que llegan de algún estudiante que dice: “Vea, yo he pensado en el tema de la música en relación al país a través de esta canción”. Y eso me da satisfacción, pero más allá, disfruto la huella que queda en la gente que está muy cerca, disfruto en ayudar a abrir canales de comunicación entre dos amigos, el poder acompañar a un pariente, a mi mamá o a mi hermana, con palabras que de alguna manera aprendí por ahí rodando y que a ellas las hace sentir bien. Y es así como vamos haciendo caminito.
Espero que, de todas formas, al final la huella sea la música. Es bonito saber que la música que he compuesto desde el 90 va a quedar allí guardada para que algunos oídos curiosos le den play y, aunque no necesariamente les guste, por lo menos sirva como testimonio de la apuesta que hice.
¿Hay muchas nostalgias?
Pues, de manera consciente, sí juego y trabajo con las nostalgias. Con la nostalgia de mi padre, que murió hace muchos años, o con la de algún amigo o relación afectiva que se terminó, con la de lugares a los que he soñado volver y nunca lo he hecho. Me parece hermoso ese sentimiento y me llama la atención porque mucha gente pelea con él y, aunque energéticamente está conectado con el pasado, pienso que se vive en tiempo presente. Las cosas (emociones) que se han acumulado y, desde ellas, en ellas y con ellas, se construyen unos trampolines que permiten lanzarse a un sueño futuro. El último disco es una larga recopilación de nostalgias que precisamente se vuelven un proyecto actual y que está ahí para ser escuchado.
¿Hay alguna tonalidad en la que vibre su existencia?
Do menor. El do menor siempre ha estado muy presente… Me siento ahí como si estuviera en la sala de mi casa.
¿Tiene epitafio?
A esta la viví siempre.
Y se me acerca a su escopetarra para presentármela.
A este aparatejo lo quiero mucho, le debo y le agradezco mucho. Ha sido una herramienta metodológica para elaborarme a mí mismo. Cuando lo tengo en mis manos, es inevitable hacerme preguntas como: ¿Por qué trabajo con esto? ¿Por qué y dónde hay guerra? El país donde vives y donde naciste, hace que llegar a un aeropuerto te haga pasar los momentos más amargos y te obligue a defender y argumentar porqué yo vengo de él. También siento que vale la pena seguir dando este mensaje, porque aunque me detengan, me voy a quedar ahí y no voy a cambiar. Entonces, la escopetarra es muy potente. Está en muchas partes del mundo. El camino continua y yo podría, seguramente más adelante, conectar los puntos hacia atrás, porque por ahora me queda muy difícil entender porqué esto está tan en mí…
¿Cuáles son esos ingredientes que lo construyen?
Quiero pensar que he cuidado cierta ingenuidad, de la que me siento orgulloso, también cierta inocencia que rescato y que veo en los niños, y que esta sociedad nos la va arrancando a mordiscos, nos la va demoliendo, porque va premiando al más vivo. Entonces, uno va entrando en ese juego del que me he ido marginando, un poco porque mi naturaleza no daba para él pero, también de manera voluntaria, cuando lo fui entendiendo y dije: “No, yo sí puedo, de alguna manera, creer en las utopías, en nuestros pequeños poderes, porque no todo en la vida se arregla con plata”. Y lo expreso en las conversaciones, en las canciones, en las conferencias, y en las entrevistas, y me siento muy orgulloso de eso. Siento que nunca debieron ponernos a competir de manera feroz porque el precio que pagamos es el asesinato de nuestras ingenuidades y de nuestra inocencia.
Soy un tipo que entró a la universidad varias veces y en todas me salí, yo nunca me gradué. Comencé en la Pedagógica, pasé al Conservatorio Nacional, luego a la Javeriana, y nunca pasé de cuarto semestre. Así pues que nunca pude llevarle a mi mamá un cartón, pero cada vez que publico un disco se lo llevo y le digo que ese es mi cartón. Y es que he cumplido una cantidad de créditos rodando por el país, intercambiando, aprendiendo, escuchando, produciendo.
Creo que mi proceso de educación ha estado en los caminos que he recorrido y me siento orgulloso de eso. Tengo unos tenis con la suela gastada pues son los que siempre llevo a los viajes por cómodos y luego por agüero. Los quiero un montón y si esos tenis hablaran como dice el maestro Juan Manuel Echevarría: he aprendido mucho con los pies.
¿Tiene vacíos existenciales?
Un montón. Últimamente me toco este dedo para recordarme mis miedos y mis inseguridades. Cuando estoy en una situación y la detecto, y cuando me hago consciente de que estoy operando desde un miedo, desde una inseguridad, recuerdo que tengo la posibilidad de salirme de allí; mi reto es pasar menos minutos estando ahí. Esto requiere de una tensión y conciencia plena todo el tiempo y no es cómodo de transitar, uno podría pasar de largo pero es un vacío. Ahí vamos.
Hay niveles de estado de conciencia, o de inconciencia, ¿cómo son los suyos?
Creo que tengo mis momentos chéveres donde estoy más lúcido, conectado con las preguntas correctas y con las respuestas correctas que las veo, además, en las acciones. Pero no es una cosa permanente y tampoco no me generan sensación de superioridad. Una cosa que me molesta es cuando la gente tiene ciertas prácticas: o se ha leído cierta cantidad de libros o ha viajado a cierta cantidad de países y empieza a mostrar una especie de sensación de superioridad sobre otros seres humanos. Claro, yo he cultivado mis cositas, pero esos niveles de consciencia apuntan a exigirme con más tareas todos los días, a construir, a desaprender, a desmontar.
Es curioso, parece que a medida que uno va empujando para arriba en ese nivel de consciencia, inevitablemente en uno empieza a aclararse y a simplificarse todo. Me resulta bonito cuando uno se para frente a una vitrina y ve un objeto que le gusta pero no tiene la pulsión de que lo tiene que poseer. Yo armo la vida así, con cosas cotidianas y muy sencillas.
¿Cómo cierra ciclos?
Me aventuraría a decir que yo no cierro, que tengo todo abierto, que en algún punto eso se detuvo pero que sin temor voy a poder abrir ahí otra vez y entrar en ese salón, en ese recuerdo, en ese dialogo, o en esa charla pendiente, en ese afecto; que voy a tener la capacidad de volver a entrar a esos lugares bonitos u oscuros a los que he llegado y que en algún momento los cerrará la muerte.
¿Cómo visualiza ese momento?
Yo quisiera tener tiempo para despedirme, así sean cinco minutos o un mes, pero quisiera poder decir: “Bueno, ahí les dejo”. Y, sobre todo, para decírselo a uno mismo: ¿Esto quedó bien hecho? Sí. ¿Esto te deja tranquilo? Sí. ¿Amaste? Sí. ¿Serviste? Sí. ¿Queda algo pendiente? Esto. Bueno, te perdono. Chao.