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El chico no podía respirar. Le quedaban menos de cuatro minutos para salir de ahí, en el mejor de los casos. Eso era lo que había durado su primo antes parar de mover el cuerpo con la cabeza bajo el agua. Abrió los ojos y no vio más que unos pocos rayos de luz que trazaban círculos de agua en movimiento. Era el aire que exhalaba, pero que no podía devolver a sus pulmones. Empezó a sentir leves espasmos en el pecho y los músculos intercostales.
Le pareció mentira. Antes del último jadeo fuera del agua, estaba corriendo. Antes del último jadeo fuera del agua, estaba con sus amigos perdidos en la plantación. Antes del último jadeo fuera del agua, buscaban beber de los manantiales que nunca se quedaban secos.
Aprendió a llevar las horas, a contar el tiempo en el viejo reloj que su primo había encontrado en uno de los caminos de tierra que los llevaban a ninguna parte. Si se lo acercaba al oído, el sonido sutil de esa esfera brillante con agujas oscuras, era como el golpeteo que hacían los hombres que cortaban la madera. A veces se ponían de acuerdo y enterraban el hacha todos al tiempo, entonces el golpeteo sostenía las canciones con las que acompañaban esos trabajos.
No les dejaban tocar los tambores, pero habían encontrado una manera de no perder el ritmo. Su primo escondía el reloj lejos de casa, en un hoyo secreto cubierto de hojas secas. Si alguno de los adultos se enteraba de que lo tenía, le darían una paliza sin precedentes. Y si un hombre blanco se ponía al corriente de la situación, no solo él tendría que pelear por su vida.
Antes del último jadeo fuera del agua, su padre había estado hablando de Araminta. Dijo que Moisés, como era llamada, nunca había perdido un pasajero y ya iban más 600. Su padre habló muy bajo cuando contó que Brodess vendió a tres de las hermanas de Araminta: Linah, Mariah y Soph.
Y bajó más la voz cuando contó que Rit, la progenitora de Araminta, escondió a su hijo durante un mes. “Eso fue cuando un comerciante de Georgia propuso a los Brodess la compra del chico. Gracias a la ayuda de otros negros de la comunidad, ella lo tuvo a salvo un tiempo”, contó.
Su padre dijo que Rit se enfrentó a los esclavistas para impedir la venta. Los amenazó con abrirles la cabeza si se llevaban al niño. Y finalmente no se lo llevaron. También contó que Araminta Ross cambió su nombre a Harriet Tubman cuando se casó.
“¿Eso fue antes o después del golpe en la cabeza?”, preguntó la madre del chico. El padre se encogió de hombros e hizo un gesto con la boca bajando las comisuras. “Moses, deja de molestar a tu hermano”, dijo la madre al pequeño que prestaba mucha atención a lo que hablaban los adultos.
Con la charla de sus padres, recordó que su amigo John le había hablado de una de las canciones que cantaban en los campos: “Es utilizada por Araminta para enseñarles a caminar por el agua a los que se fugan. Así ha podido escapar en cada viaje y salvar a cientos de personas. Los perros que los persiguen no sienten el olor”.
Fue el mismo amigo que, unas cuantas horas antes, lo había acusado con el patrón de robar el viejo reloj. Quería salvar su pellejo y terminó descuerando a varios. De todas las canciones que escuchaba en la plantación, solía repetir una:
“If my friends go back on me,
If my friends go back on me,
If my friends go back on me,
I won´t turn back, I won´t turn back”.
“Si mis amigos me fallan,
Si mis amigos me fallan,
Si mis amigos me fallan,
Yo no les daré la espalda, yo no les daré la espalda”.
Eso fue lo que empezó a cantar con la cabeza bajo el agua, cuando pensó que no le quedaba más que un minuto de vida y que quizás no podría salir de ahí. Los espasmos en el pecho eran cada vez más dolorosos y lo obligaban a dar bocanadas. Entonces pensó que, si por algún milagro lograba salir de esta, perdonaría el amigo que lo había acusado de aquel robo: “It’s a long John, he’s a long gone. Like a turkey through the corn, through the long corn”, pensó.
Le parecía mentira. Las esferas de agua brillantes de sol eran muy parecidas al viejo reloj escondido. Dejó de sentir la mano que le apretaba la cabeza, la palanca del brazo que lo mantenía dentro del pozo. Y de un momento a otro, empezó a sentirse bien, el sol seguía brillando, el sol seguía brillando y los dolorosos espasmos desaparecieron. Las esferas de agua marcaban el tiempo y quería permanecer ahí. “Sigue iluminando, sol naciente, sigue iluminando. Ahora sigue iluminando, porque el amo se fue”, dijo. Entonces ya no solo repitió los cantos en su cabeza, sino que escuchó claramente las voces que cantaban muy cerca esa canción que les enseñaba Araminta:
“Wade in the water, wade in the water, children wade in the water God is gonna trouble these waters. God is gonna trouble these waters. God is gonna trouble these waters”.
“Chapotea en el agua
Chapotea en el agua.
Los niños se meten en el agua.
Dios va a revolver estas aguas”.
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