Charles Dickens: sin dejar el pasado atrás
Charles Dickens, el autor de “Cuento de navidad”, que está cumpliendo 180 años, vivió anclado a su pasado. Siempre fue su infancia la mayor de sus inspiraciones; en esa etapa encontró el lenguaje suficiente para hacer de sus historias una especie de subversión contra la pobreza y el abandono.
Samuel Sosa Velandia
“Fue un simpatizante del pobre, del miserable y del oprimido, y con su muerte el mundo ha perdido a unos de los mejores escritores ingleses”, reza el epitafio de Charles Dickens en la Abadía de Westminster, lugar en el que la opinión pública, liderada por el periódico The Times, pidió para que el escritor fuera enterrado.
Gánale la carrera a la desinformación NO TE QUEDES CON LAS GANAS DE LEER ESTE ARTÍCULO
¿Ya tienes una cuenta? Inicia sesión para continuar
“Fue un simpatizante del pobre, del miserable y del oprimido, y con su muerte el mundo ha perdido a unos de los mejores escritores ingleses”, reza el epitafio de Charles Dickens en la Abadía de Westminster, lugar en el que la opinión pública, liderada por el periódico The Times, pidió para que el escritor fuera enterrado.
En relación: “Cuento de navidad” (Novena literaria).
Para la prensa, el cuerpo de Dickens debía reposar en “el peculiar lugar de descanso del genio literario inglés”, argumentando que “muy pocos son más dignos que Charles Dickens de un hogar así”. Si bien John Forster, quien fue su amigo y biógrafo, sabía que él hubiese querido ser enterrado en un lugar menos ostentoso, como el cementerio cercano al castillo de Rochester o en las iglesias de Cobham o Shorne, prefirió inventar que estos lugares estaban cerrados y que no se podían hacer sepelios. Pero jamás existió evidencia de eso.
Forster se unió al pedido del Times y habló con Arthur Penrhyn Stanley, el decano de Westminster, quien sin dudarlo aceptó que el entierro fuera en el monasterio. El 14 de junio de 1870 se celebró su sepelio, aquel en el que Dickens había declarado en su testamento que quería “ser enterrado de la forma más económica posible, sin ostentación y en un funeral estrictamente privado”, y que terminó por ser un homenaje como el que se espera para un personaje de tal envergadura.
Aunque Dickens logró lo que muchos otros escritores de la época no alcanzaron: la bonanza económica gracias a la literatura: ni siquiera así olvidó lo que significaba vivir sin recursos, por eso, no quiso derrochar dinero en vida y tampoco quería que sucediera tras su muerte.
El recuerdo de su infancia, la que estuvo marcada por la pobreza, los abusos y el abandono, fue la sombra que siempre lo acompañó en su camino como autor y como ser humano.
Siempre aquel niño
John Dickens, progenitor del escritor y quien era un oficinista en la Armada, fue detenido y enviado a prisión por impago de deudas. El mismo hombre que le sembró el gusto por las historias y quien le leía cuentos a él y a sus cinco hermanos, sería el responsable de que Charles tuviera que abandonar su vida en Chatham, en el condado de Kent, e irse a una sponging-house, un lugar de confinamiento temporal para los deudores, en el que estos podían convivir con sus familias.
Allí no estuvo mucho tiempo, pues con tan solo 12 años tuvo que salir a las calles a cumplir con el favor que su padre le había pedido de solicitar dinero a la familia para condonar la deuda y poder salir libre, pero esto nunca sucedió, y su papá resultó pagando una condena en la cárcel de Marshalsea, al sur de la ciudad.
Su madre, Elizabeth Barrow, se vio obligada a empeñar lo que había en su casa, entre ellos los libros que habían despertado pasiones y anhelos en Dickens, quien se quedó solo, viviendo en una casa en Camdem, la misma que era habitada por una casera “que cobraba barato y trataba a los niños también de esta forma”, describe Claire Tomalin en su biografía Charles Dickens: A Life.
También puede leer: “La literatura es el alimento más importante que tenemos los seres humanos”: Myriam Bautista.
Es entonces cuando empieza a trabajar en una fábrica de betunes, en la que pasaba diez horas al día pegando etiquetas en los envases de betún. Por esto ganaba seis chelines cada semana, lo que era poco, pero le permitió siempre tener un techo en medio de una “ciudad superpoblada, densa, con chabolismo y personas que trabajaban por sueldos míseros. Con una pobreza tremenda, brotes de cólera y problemas de higiene”, describió la profesora Rosemary Ashton en un programa de la BBC.
Durante meses esa fue su vida, y aunque su padre consiguió la libertad y recibió una herencia de 450 libras, su mamá lo obligó a continuar trabajando en la fábrica, lo que llevó a que desarrollara resentimiento hacia sus padres, cosa que se la confesaría a su amigo Forster, quien luego lo revelaría en la primera biografía sobre el autor.
“No hay palabras para expresar la secreta agonía de mi alma mientras me hundía en aquel entorno [...] la sensación de abandono y completo desespero y la vergüenza que sentía por aquella posición [...] toda mi naturaleza estaba invadida por el dolor y la humillación”, manifestó Dickens a Forster.
Ese sentir también lo dejó ver en lo que se juzga como su novela más autobiográfica, David Copperfield (1850), en donde el protagonista expresa que: “Yo no recibía ningún consejo, ningún apoyo, ningún estímulo, ningún consuelo, ninguna asistencia de ningún tipo, de nadie que me pudiera recordar. ¡Cuánto deseaba ir al cielo!”.
Arraigado a los recuerdos de su pasado, cada obra de Dickens es un relato de su propia vida. Las historias de infantes sin hogar, expuestos al sufrimiento y acongojados por la pobreza, son usuales en su dosier. Oliver Twist, una de sus obras póstumas, es muestra de ello, al igual que La pequeña Dorrit.
“En cierto modo, estos personajes eran su propia persona”, aseguró John Forster.
Pero las novelas sobre la miseria y la desigualdad social no eran un asunto trivial, cada palabra estaba sustentada por la convicción de su autor, de que la injusticia debía ser superada y de que los pobres eran sujetos de derechos, como cualquier otro.
Michael Slater, catedrático de Literatura Victoriana en el Birkbeck College, de la Universidad de Londres, aseveró a la BBC que “Dickens quería reformar al individuo, cambiar los corazones y las mentes de la gente, de los malos Scrooges” y agregó que “su idea principal fue que, por encima de todo, los pobres debían tener casas decentes, una educación decente y todas las oportunidades para tener una vida igualitaria. En todo su trabajo”, tanto en lo periodístico como en lo novelístico, hay una continuidad sobre este tema. A pesar de iniciarse a los 21 años en la escritura, cinco años antes de abandonar la escuela para trabajar, tanto en su rol de taquígrafo judicial, de periodista parlamentario y finalmente de literato, creyó que sus letras tendrían un poder transformador, y que, con humor y perspicacia, lograría cambiar algo en las personas y el mundo que habitaba.
Le puede interesar: Días de cuentos: La Navidad, a pesar de todo.
“Sí, su legado social fue enorme y consiguió muchas cosas, como contribuir a cambios legislativos en aspectos como los derechos de los trabajadores y la protección de la infancia, o a construir el primer hospital infantil del país, el Great Ormond Street Hospital de Londres, que es uno de los mejores del mundo”, afirma Lucinda Hawksley, autora y descendiente directa de Dickens, quien “gracias a su energía y dones extraordinarios, Dickens consiguió salir de la pobreza, pero nunca la olvidó ni evitó mirarla de cara”, como lo escribió Claire Tomalin en su biografía.