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Habían pasado tantos años, y sin embargo parecía que todo apenas comenzaba. Años de tener que esperar día tras día los taxis en el living de su edificio, de salir con capuchas, de callarse los gritos. Años y meses y semanas de miedo, de temblar ante el sonido del teléfono porque siempre podía ser la noticia de que se habían llevado a su mejor amigo, a una exnovia, al vecino. Y todos eran cómplices, y todos, sospechosos, y todos, el miedo. Por eso ese día, 25 de diciembre de 1982, cuando Mercedes Sosa subió a su escenario y la gente comenzó a reventar con saltos y bramidos de "sevacabar, sevacabar, la dictaduuuura militar, sevacabar…", él, Charly García, se aferró a un micrófono para gritar "No queremos ni milicos ni represión". Entonces se sentó ante su piano y tecleó, con fuerza, con rabia, y Mercedes Sosa cantó "Ayer soñé con los hambrientos los locos, los que se fueron, los que están en prisión".
La gente cantó, lloró, recordó. García aporreó el piano y comenzó a cantar "No bombardeen Buenos Aires, no nos podemos defender. Los pibes de mi barrio se escondieron en los caños, espían al cielo, usan cascos, curten mambos escuchando a Clash. Estoy temiendo al rubio ahora, no sé a quién temeré después. Terror y desconfianza por los juegos, por las transas, por las canas por las panzas, por las ansias, por las rancias cunas de poder, cunas de poder". Y dijo entre el estruendo del humo que tenía miedo, "tengo miedooooo, tengo mieedo". Y al final de aquel, su primer recital como solista, diciembre 25 de 1982, Ferrocarril Oeste, barrio Caballito, aparecieron bombas y cohetes y metralletas y decenas de aviones que lanzaban bolsas negras como las que los militares arrojaban al Río de la Plata con desaparecidos dentro.
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Y la gente lloró y cantó y recordó y él entonces se largó a cantar "los amigos del barrio pueden desaparecer, los cantores de radio pueden desaparecer, los que están en los diarios pueden desaparecer, pero los dinosaurios van a desaparecer". Una hora más tarde, sobre las dos de la mañana, al regresar a su apartamento en la calle Acassuso, lo encontró todo revuelto, tirado por el piso, los papeles rotos y algunos discos hechos añicos. Nunca le dijeron quiénes habían sido, pero él lo sabía. Eran los esbirros de "Los Dinosaurios". Él lo sabía y lo temía y lo esperaba desde siempre, tal vez desde que era un niño y su madre lo obligaba a tocar el piano enfrente de las visitas y decía que era el Chopin Siglo XX. "Ella ni recuerda a qué hora nací porque en ese momento estaba ocupada en cosas más importantes", solía repetir él, irónico, mordaz. Doña Carmen Moreno, su madre, le contestaba, impertérrita: "El 23 de octubre de 1951 a las 12:50".
Ese día quedó registrado en los anales oficiales el nacimiento de Carlos Alberto García Moreno, hijo de Carlos Jaime García y de Carmen Moreno. Tres años más tarde comenzó su verdadera vida, con un piano y una depresión encima y un sinfín de preguntas sin respuestas. Sus padres lo habían dejado solo cuando acababa de cumplir tres años. El trauma lo afectó hasta el punto de que se le manchó la piel. No obstante, tenía un piano, y con el piano comenzó a volar. Tomó clases con una reconocida profesora, Julieta Sandoval, y de a pocos fue rompiendo barreras, hasta que una tarde, cercano a los 12 años, su madre lo llevó a la radio y Mercedes Sosa lo escuchó tocar. Ella también dijo que era como Chopin. Luego, muy luego, Charly García sería su protegido, su amigo, su cómplice. Tocaron y cantaron y se enfrentaron al mundo hasta la muerte. "Tendré los ojos muy lejos y un cigarrillo en la boca, el pecho dentro de un hueco y una gata medio loca".
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Pocos meses después de su encuentro con Mercedes Sosa se graduó de Teoría y Solfeo en el Conservatorio Thibaud Piazzini. "Estaba convencido de que su vida y su carrera musical (o al revés) estarían signadas por la música clásica y las grandes salas de concierto", escribiría décadas más tarde M. Darío Marchini en su libro No toquen. Sin embargo, una tarde, otra tarde cualquiera de 1964, se tropezó con There´s a place, de los Beatles, y su mundo adolescente fue otro. Formó su primera banda, To walk Spanish, y en el 66 se topó con Nito Mestre en el horario vespertino del colegio Dámaso Centeno. Desde sus primeras palabras, que serían versos y música, se aliaron. Pupitre contra pupitre, broma contra broma, rebeldía contra rebeldía, hasta que los profesores los separaron pues eran una "pésima influencia el uno para el otro".
Nunca se separaron. Mezclaron sus grupos (Mestre tenía una banda, The Century Indignation), estudiaron, compusieron, innovaron, protestaron, y en el año de 1967 crearon Sui Géneris. "El grupo comenzó su largo y sinuoso camino como un sexteto de covers y algunos temas propios —escribió Marchini—, todos en inglés". Las letras eran de Carlos Piégari, y la música, de Charly García. Con el tiempo, la única canción que sobrevivió de aquellos años fue Natalio Ruiz. Sui Géneris iba por la Argentina de tumbo en tumbo, pero iba. Algunos los tildaban de drogadictos, de ser la versión en español de Simon & Garfunkel, y les presagiaban una rápida muerte. Ellos seguían, pese a los fracasos y a las críticas. Un día tocaban en cualquier bar; otro, acompañaban a cantantes como Nelson o Gian Franco Pagliaro para ganarse unos pesos.
En 1972, Charly García fue convocado por el Ejército Argentino para cumplir con el servicio obligatorio. Ya Sui Géneris era un dúo. García, un soldado que no quería serlo, que detestaba las armas, que les contestaba a sus superiores lo que se le venía en gana, "podés irte un poco a la puta que te parió". Sus días con los militares fueron una pequeña muerte. Una de aquellas noches, después de una de tantas penas, acribillado por los calmantes, ido, escribió Canción para mi muerte, "Hubo un tiempo que fue hermoso y fui libre de verdad, guardaba todos mis sueños en castillos de cristal. Poco a poco fui creciendo, y mis fábulas de amor se fueron desvaneciendo como pompas de jabón". Luego lo dejaron ir. Sentenciaron que era un maniaco depresivo con personalidad esquizoide. Él compuso Botas locas, "Yo formé parte de un ejército loco, tenía 20 años y el pelo muy corto… Ellos decían guerra, yo decía no gracias".
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En octubre de aquel mismo año, 1972, Sui Géneris sacó su primer disco, Vida. Vendió ochenta mil copias. La gente y los críticos se inclinaron ante la evidencia. Menos de un año más tarde Charly García y Nito Mestre editaron Confesiones de invierno. El éxito se multiplicó, pero también los hizo visibles, demasiado visibles. A mediados del 74, cuando su tercer disco estaba por salir, los militares, por vía de sus agentes, sus amigos y soplones, se reunieron con García para sugerirle que le bajara el tono a ciertas canciones. El álbum, entonces, se llamó Pequeñas anécdotas sobre las instituciones, en lugar de 'Las Instituciones'. Y las letras originales que decían "Pero yo ya me harté de esta libertad", fueron cambiadas por "Siempre el mismo terror a la soledad", por ejemplo, o "Yo detesto a la gente que tiene el poder", por "No conozco tu cuerpo ni sé más quién sos". La censura dejó por fuera varios temas. Sui Géneris se liquidó.
"Lo que más recuerdo de Sui Géneris, hoy, es la lealtad hacia nuestros ideales, la lealtad de Nito Mestre, el idealismo", le confesó Charly García a Diego Maradona unos años atrás en un programa que se tituló La noche del 10. En ese mismo espacio, García recordó lo que había ocurrido en Mendoza tiempo atrás. Pocas horas después de uno de sus conciertos, a la salida de un bar, se encontró con una mujer que no dejaba de insultarlo. Luego lo agredió, o por lo menos eso fue lo que él aseguró, mostrando varias cortadas en la frente. A la mañana siguiente, diez policías se lo llevaron a una comisaría "por lesiones personales". Allí estuvo guardado durante varias horas. "Los reclusos me gritaban fuerza Charly, aguantá". Cuando lo dejaron libre, bajo fianza, retornó a su hotel. Cámaras, entrevistas, luces, respuestas, una que otra agresión y el escándalo. Sobre el final de la tarde, Charly García se botó desde su habitación en el noveno piso a una piscina. Y ahí estuvo un rato, flotando, ido, feliz. "Me siento como cuando era un niño", fue lo único que atinó a decir. A Maradona le contó que, ya en el aire, no había visto a Dios. "No te vi a vos, Diego", concluyó.
En 1977, formó “La máquina de hacer pájaros” y, por fin, en 1978, “Serú Giran”. Los críticos lo pusieron en el cielo de los genios; el pueblo, en el escalón de los mitos. Todo se le perdonaba, todo era digno de amar en él. En 1982 se lanzó, solo, a fantasear, a perturbar, a sentir. El tiempo era amigo y enemigo a la vez. Entonces hizo una versión del himno argentino en rock y fue proscrito por ello, pero poco le importó. Conoció a Maradona, tocó para él en uno de sus cumpleaños. Lloró cuando “el 10″ se mandó a estampar camisetas con su cara y le gritó al mundo que Charly era su ídolo. Luego colgó un retrato suyo con Fito Páez en la sala de su casa. Y cantó y protestó y gritó. “El genio es un loco que puede hacer algo con su locura, yo soy un genio”. “Los políticos son profesionales de la política”. “Yo nunca me traicioné”.