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                                                                                                                                Chico Buarque cumple hoy 80 años, día perfecto para leerlo

                                                                                                                                El famoso cantautor brasileño también es un gran escritor que ganó el Premio Camões de literatura portuguesa. Fragmento de “Esa gente” (Literatura Random House), libro de ficción de 2019 inspirado en su natal Río de Janeiro.

                                                                                                                                Chico Buarque * / Especial para El Espectador

                                                                                                                                En “Esa gente”, el compositor, músico, poeta y novelista Francisco “Chico” Buarque de Hollanda nos invita a asomarnos a la vida de Manuel Duarte, un escritor de novela histórica que tuvo su momento de gloria en la década de los noventa y que ahora, con la cuenta bancaria en números rojos, intenta escribir en vano el libro que debe a sus editores. Esta foto es del 3 de junio de 2023, durante un concierto en Lisboa (Portugal).
                                                                                                                                Foto: EFE - Jose Sena Goulão

                                                                                                                                Río, 30 de noviembre de 2018

                                                                                                                                Gracias por ser nuestro usuario. Apreciado lector, te invitamos a suscribirte a uno de nuestros planes para continuar disfrutando de este contenido exclusivo.El Espectador, el valor de la información.

                                                                                                                                En “Esa gente”, el compositor, músico, poeta y novelista Francisco “Chico” Buarque de Hollanda nos invita a asomarnos a la vida de Manuel Duarte, un escritor de novela histórica que tuvo su momento de gloria en la década de los noventa y que ahora, con la cuenta bancaria en números rojos, intenta escribir en vano el libro que debe a sus editores. Esta foto es del 3 de junio de 2023, durante un concierto en Lisboa (Portugal).
                                                                                                                                Foto: EFE - Jose Sena Goulão

                                                                                                                                Río, 30 de noviembre de 2018

                                                                                                                                Querido amigo:

                                                                                                                                No creas que he olvidado mis obligaciones, bastante lamento estar en deuda contigo. Quedé en que te entregaría los originales a finales de 2015, y ya han pasado tres años. Como ya debes de saber, últimamente estoy pasando por un momento de dificultades varias: la separación, la mudanza, el pago del seguro y la fianza del nuevo apartamento, los gastos de los abogados, una prostatitis aguda… En fin, terrible. Por si estos problemas personales no fueran suficientes, me ha costado mucho concentrarme en divagaciones literarias sin que me afecten los recientes acontecimientos de nuestro país. Ya he agotado el adelanto que generosamente me concediste, aunque todavía me falta paz de espíritu para hilvanar los escritos con los que he estado trabajando sin tregua. Sé que no debería molestarte en un momento en que la crisis económica no parece haber remitido conforme se esperaba. Soy consciente de las duras condiciones del mercado editorial, pero si pudieras adelantarme otra parte de los derechos de autor, intentaré aislarme durante unos meses en las montañas, a fin de obsequiarte con una novela que te encantará. (Recomendamos una columna de Juan David Torres sobre la poesía de Chico Buarque).

                                                                                                                                Read more!

                                                                                                                                Un fuerte abrazo.

                                                                                                                                7 de diciembre de 2018

                                                                                                                                Cuando me separé, dejé la costa para vivir otra vez en lo alto de la colina, casi en la misma dirección que había compartido años atrás con mi primera mujer. Ella aún vive en esa finca con la fachada de mosaico, cuatro edificios más abajo que el mío, así que seguramente ya me habrá visto pasar por debajo de su ventana. Tal vez crea que busco una reconciliación, aunque sabe de sobra que soy aficionado a los paseos peripatéticos, sobre todo los días que me pongo a escribir y me siento entumecido, con la vista saturada de letras. Salgo a andar calle abajo siempre que las letras se anquilosan sobre el papel, comprimidas entre sí, como las pequeñas piedras blancas y negras del pavimento que piso. Poco a poco, mis ojos se dejan llevar por un coche, una falda, una hoja, una lagartija, unos niños en la escuela, unos pajaritos… Al cabo de un rato solo veo colores, esquinas, siluetas, halos, y me vienen a la cabeza ideas sueltas, una buena, una mala, y yo venga a subir y bajar la cuesta haga sol o llueva, pensando en voz alta, discutiendo conmigo mismo, con esa mueca, y esos tics y gestos frustrados de los que habla el poeta,[1] esas gesticulaciones que hacen menear la cabeza a los porteros: mira, ya ha vuelto el rarito.

                                                                                                                                13 de diciembre de 2016

                                                                                                                                Para empezar por el principio, el negrito jura que se acuerda de su madre cantando desde el mismo instante en que llegó al mundo. Antes de poder verla, ya la oía, pues el oído, como el olfato, precede a la vista; es más, puesto que los sentidos aún eran imprecisos, de recién nacido confundía la voz de la madre con el olor de la leche. Luego esta dejó la macumba y se puso en los cultos evangélicos, época en que fue cocinera en la casa del maestro italiano, donde lo llevaba con ella. La mujer del maestro, una gallega muy católica, tomó cariño al chiquillo, pero regañaba a la madre cuando la oía cantar sus himnos, distraída en la cocina. Un día que se enfadó, el niño se puso a cantar por ella. Pronto despertó el interés del maestro, que lo inició en la ópera, las partituras y el solfeo hasta alcanzar un nivel sublime en las arias de Mozart. Aquella voz angelical…

                                                                                                                                Read more!

                                                                                                                                15 de diciembre de 2016

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                La madre cambió de trabajo y prohibió al negrito ver al maestro. Para retenerlo en casa, le metió miedo a los cerdos, contándole historias escabrosas que había oído del pastor. Y el niño creció pensando que aquellos cerdos enormes que andaban sueltos por allí, se comían los huevos de los niños del cerro del Vidigal. Cuando un día despertó en casa del pastor con apósitos allí donde antes había los testículos, pensó que sin duda había sido un cerdo. De adulto, acabó obeso como un cerdo… pero, conserva la voz angelical.

                                                                                                                                9 de diciembre de 2018

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Bajando por la cuesta, alcancé a un paseador de perros que me parece nuevo en el barrio. Es un mulato larguirucho que lleva una decena de perros, que a su vez lo llevan a él, entre los que se cuenta el labrador de doña Maria Clara. Doña Maria Clara había ido al médico con su hijo, por lo que no había nadie en casa a quien devolver el animal. El portero se negaba a quedarse con él por miedo a que le ensuciara la portería, aun cuando el chico le enseñaba la bolsita de plástico con la caca dentro. Ya ha anochecido cuando regreso cuesta arriba y veo al muchacho sentado en el bordillo con el labrador, después de que sin duda haya devuelto a los demás perros. Llego a casa, escribo estas parcas líneas, descorcho un vino, caliento un suflé y veo el fútbol en la televisión. Me voy a la cama hacia la medianoche, tengo sueño, pero no puedo dormir. Sin quitarme el pijama, voy al garaje por el coche, bajo la cuesta en marcha atrás, encuentro al chico sentado con el perro en el mismo sitio y los hago subir al asiento trasero. Una vez en el apartamento, después de husmearme entre las piernas, el perro se despatarra en el suelo de la cocina y rechaza el pienso para gatos que le doy. Ofrezco una Coca-Cola al chico y unas sobras de suflé frío, que acepta con gusto. Se deshace en agradecimientos por poder ver la televisión y dormir en el sofá del salón. Luego me pregunta si tendrá que darme por culo.

                                                                                                                                Río de Janeiro, 23 de septiembre de 2017

                                                                                                                                Estimado señor Balthasar:

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Con suma satisfacción, he recibido de su editor la noticia de que su equipo está interesado en leer la traducción antes de publicar su libro en lengua portuguesa. Además, se me ha comunicado que echaría un vistazo personalmente a mi trabajo, ya que su español es fluido y usted no es del todo ajeno a la dulce manera de hablar de los brasileños, como aficionado a la bossa nova. Me siento muy honrada de enviarle mi última versión para que pueda aportar sus comentarios. Le advierto que me he tomado la libertad de alterar algunos signos de puntuación, como los dos puntos que abundan en el original y que muchas veces pueden sustituirse por los punto y coma, pues, a mi parecer, son bastante distintos. También he suprimido algunos signos de exclamación que, francamente, me parecen redundantes.

                                                                                                                                Permítame añadir que ansío conocerle personalmente con ocasión de su anunciada visita a Brasil. Le saludo con la inmensa admiración que le profeso desde hace tiempo.

                                                                                                                                Atentamente,

                                                                                                                                Maria Clara Duarte

                                                                                                                                Río de Janeiro, 9 de octubre de 2017

                                                                                                                                Estimado Sr. Balthasar:

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Nunca imaginé que podría irritarle y, de hecho, no me corresponde a mí señalar incongruencias en un libro ya publicado con tanto éxito en su país. Pero en el caso de la página 297, cuando usted dice que los dedos del pianista mantienen el acorde perfecto, el lector podría entender que el piano no deja de sonar, lo cual se desmiente en la misma frase. Solo por eso insistí en sugerir que los dedos mantenían la posición o, si se prefería, la formación del acorde, mientras el pianista y la mujer hambrienta cruzan la mirada en el silencio de la sala. Es duro que haga un esfuerzo más allá de lo estrictamente profesional para recibir como respuesta la recomendación de atenerme al texto. Pero lo dejo a su criterio, pues el autor es siempre el que manda. Ganaré tiempo para mi ardua vida familiar y no le incomodaré con más cartas que, en realidad, es posible que ni siquiera lleguen a sus manos, pues sospecho que mantengo correspondencia con su secretaria. Por lo tanto, dejemos al pianista con su acorde perfecto sonando en el silencio de la sala. Ya ni siquiera discuto ese hambrienta suyo, aunque me parezca infinitamente más adecuado un voluptuosa para una mujer que está prácticamente tumbada sobre la tapa del piano. También he conservado el prácticamente donde yo había propuesto un casi, a fin de evitar la repetición de adverbios con el sufijo mente. En este caso es una cuestión de elegancia, y no del furor semántico que usted o la secretaria cubana me atribuyen.

                                                                                                                                Atentamente,

                                                                                                                                Maria Clara Duarte

                                                                                                                                Río de Janeiro, 27 de octubre de 2017

                                                                                                                                Apreciado señor:

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Esta es la última «impertinent letter» que le dirijo. Sepa que simplemente estoy contemplando no firmar la traducción de su extensa novela, o hacerlo bajo pseudónimo. Aún no he tomado la decisión definitiva por temor a que mi editor reduzca mis honorarios a la tarifa mínima de la casa, que debe de llegar a los diez dólares por página, es decir, unos ochenta dólares al día, lo cual sería justo para el trabajo de una dactilógrafa diligente. Usted no tiene nada que ver con esto, pero no obtengo mi sustento de la literatura, sino que vivo de la interpretación simultánea en congresos y seminarios. Para mí, la literatura debería ser únicamente una fuente de disfrute, pues si tuviera que depender de esta no tendría cómo cubrir sola las necesidades de mi hijo, que, como es bien sabido, tiene un padre ausente y carece de cuidados especiales.

                                                                                                                                Estoy segura de que, a pesar de todo, su novela tendrá un gran éxito comercial en mi país.

                                                                                                                                Me despido cordialmente,

                                                                                                                                M. C. D.

                                                                                                                                21 de septiembre de 2018

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Mi esposa soltó los pinceles y se adelantó a la empleada para abrir la puerta ella misma. Dos tipos grandullones maniobraron en el recibidor para entrar en el salón con un paquete largo, envuelto en plástico de burbujas. ¿Dónde quiere que lo dejemos?, preguntó uno. Aquí en la ventana, de pie, de cara al mar, dijo ella, y empezó a palpar el paquete, probablemente para comprobar qué lado era la parte delantera del objeto, que solo podía ser una escultura. A continuación despidió a los repartidores y se dedicó a hacer estallar las burbujas, y bajo el plástico descubrió un papel grueso de estraza, envuelto en una cinta adhesiva que requirió unas tijeras de cocina. Poco a poco, empezó a aparecer un objeto dorado de mi altura, quizá un tótem, no, un hombre. Entró y regresó corriendo para colgar una cinta verde y amarilla sobre el torso de aquella estatua dorada, tal vez con la intención de realzar el efecto kitsch. Sencillamente me parecía un objeto de mal gusto, pero no dije nada, entonces ya no nos dirigíamos la palabra. Con la estatua ella tendría más ánimo.

                                                                                                                                3 de enero de 2019

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                El contable ha llamado para comunicarme que tengo el saldo del banco en números rojos. ¿Y ahora qué? Y ahora qué, pregunto. Son las nueve de la mañana, hace calor, los geranios de la ventana están agostados. Hay pan de molde en la nevera, mantequilla, dos lonchas de jamón, y he aprendido a preparar café en la cafetera eléctrica. A la chica de la limpieza se le daba bien regar los geranios, pero cuando lo hago yo la vecina de abajo siempre se queja de que le cae agua. El periódico está en el recibidor; la primera página es falsa, es una imitación de primera página, donde todas las noticias son anuncios publicitarios. Cuando el gato arañaba el periódico y se meaba encima, solía cabrearme, pero ahora hasta lo echo de menos. Hay quien dice que los gatos angora son suicidas, aunque la chica de la limpieza asegura que saltó persiguiendo a un colibrí. Me señaló al gato despachurrado en el parque infantil de la finca, pero preferí no bajar, así que le pedí que lo enterrara allí mismo, en el parterre. La chica solía llegar temprano a casa, se tomaba un café y tenía la abominable manía de hojear el periódico antes que yo. Intenté esconderlo, pero notaba las dobleces irregulares, como la raya de pantalones mal planchados. También se le notaba que le fastidiaba tomarse el café recalentado, y a la chica sí que no la echo de menos.

                                                                                                                                15 de enero de 2019

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                En vez de dirigirse hacia el sur, después de pasar rozando el Pan de Azúcar, el avión sobrevuela Río de Janeiro a baja velocidad. Me complace pensar que al piloto, como a mí, no le apetece irse de Río, ni tiene prisa en llegar a São Paulo. O que haya decidido dar una vuelta panorámica sobre la ciudad, con el fin de mostrar a los pasajeros nuestras playas, el bosque de la Tijuca, el Cristo Redentor, el Maracaná, las favelas y demás atracciones turísticas. Finalmente, tomamos la ruta habitual sobre el océano, y en eso que el avión hace un viraje de regreso a Río, seguramente por problemas técnicos. Con gesto risueño, la azafata avanza por el pasillo tranquilizando a los pasajeros que empezaban a mirarse con inquietud. Cuando ya nos dirigíamos hacia la pista de aterrizaje del aeropuerto Santos Dumont, en el último momento el avión acelera y remonta para sobrevolar la ciudad, en un intento, según entiendo, de deshacerse de combustible antes de disponerse a aterrizar de nuevo. El problema empieza cuando las turbinas se ponen a soltar humo, y la azafata, sin perder la sonrisa, apenas si es capaz de contener el alboroto que se crea a bordo. Dicen que, en el instante de la muerte, la vida pasa de principio a fin como una película en nuestra cabeza. Y eso me ocurre, no como en una película, sino en el vuelo rasante que efectúa el avión sobre Río de Janeiro. Allí están el hospital donde nací, la casa de mis padres, la iglesia donde fui bautizado, el colegio donde insulté al cura, el campo de tierra donde marqué un gol de tacón, la playa en la que casi me ahogué, la calle donde me partieron la cara, los cines donde me enamoré, el edificio del curso preuniversitario, que dejé a medias, y cerca del cementerio, el avión vuelve a tomar impulso, levanta el morro, acelera y se introduce entre las nubes. No pasa ni un minuto, cuando el piloto decide regresar, pasando otra vez a ras del hospital de maternidad, la casa de mis padres, la torre de la iglesia, todo nuevo. Es como si al volar en círculos el avión reprodujera con mayor fidelidad mi recorrido vital, haciéndome revisitar siempre a las mismas mujeres y las mismas películas, haciéndome volver a los mismos domicilios, disfrutar de repetir mis errores. La azafata busca el equilibrio apoyándose, ahora en una butaca, ahora en otra, para comprobar los cinturones de seguridad, y cuando alguien le pregunta si vamos a salir vivos de esta, ella responde con una sonrisa: solo saldremos vivos de milagro. A los gritos de desesperación, ahora se suma el clamor de las oraciones y, desde la ventanilla, me parece ver mi apartamento, un accidente de coches en la cuesta, un gato erizado, el ojo de un perro. El comandante se pone a rezar un avemaría al micrófono, mientras la azafata reparte rosarios y biblias que saca del carrito. Abro el Antiguo Testamento, pero mis gafas de lectura tienen la graduación obsoleta y no me permiten descifrar la letra minúscula. Mientras desgrano el rosario, trato en vano de recordar alguna oración y, con razón, mis compañeros de infortunio me lanzan miradas de odio. El avión está a punto de estrellarse con un centenar de creyentes a bordo, por culpa de un ateo que perdió la fe en los milagros hace muchos años. Caen máscaras del techo para todos los pasajeros menos para mí, y no es hasta ese momento cuando me doy cuenta de que en el asiento de al lado está mi padre, que gira la cara y me niega una mísera inhalación de oxígeno. Desencantado, miro a la azafata haciéndome la señal de la cruz en la frente y susurro: mamá. Es mi último soplo de vida. A continuación, me despierto envuelto en la sábana con la tele encendida: a partir de hoy, por decreto presidencial, puedo tener cuatro armas de fuego en casa.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                * Se publica con autorización de Penguin Random House Grupo Editorial. Francisco “Chico” Buarque de Hollanda proviene de una familia de intelectuales (su padre era el célebre historiador, sociólogo y periodista Sergio Buarque de Hollanda y su madre la pianista Maria Amélia Cesário Alvim). Debido a la censura y las amenazas por parte de la dictadura militar, Buarque se exilia a Italia en 1970, pero vuelve a Brasil tan sólo un año después, donde continúa con su producción artística alternándola con actividades literarias y dramaturgas. Entre 1990 y la década del 2000, Chico Buarque publica tres novelas, de las cuales dos, Budapeste (2005) y Leite derramado (2009), han sido muy aclamadas y merecedoras del importante Premio Jabuti. Con Literatura Random House también publicó Mi hermano alemán.

                                                                                                                                Por Chico Buarque * / Especial para El Espectador

                                                                                                                                Ver todas las noticias
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