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Chinua Achebe, el fallecido guerrero de la lengua

A propósito del fallecimiento del escritor nigeriano, bautizado como el padre de la literatura africana moderna, presentamos un perfil del duro crítico de la pérdida cultural africana.

Juan David Torres Duarte
26 de marzo de 2013 - 07:50 a. m.
El escritor nigeriano Chinua Achebe. /AFP
El escritor nigeriano Chinua Achebe. /AFP

La mejor forma de vengarse del enemigo es utilizar sus propias armas. Utilizarlas, incluso, mejor que él. Quizá por ello Chinua Achebe escribía en inglés, la lengua de los colonizadores. Quizá por ello, también, sus obras tuvieron el impacto que tuvieron: porque recordaron el pasado doloroso y esclavizado de África y retrataron un continente que para Europa y América resulta, a pesar de su indudable paternidad sobre ellos dos, por completo misterioso.

Cuando Achebe nació, en noviembre de 1930, ya su tribu había sido colonizada, reeducada y puesta al servicio del protestantismo. Su abuelo, y un poco su padre, habían sido los únicos que conservaban el pretérito mítico, las leyendas, la fuerza de la oralidad y los proverbios. Por ese entonces, para Achebe resultaba natural comportarse como un buen cristiano. Sus padres, Isaiah Okafo Achebe y Janet Anaenechi Iloegbunam, se habían convertido a la religión protestante y bautizado a sus hijos con nombres que combinaban su tradición y la de su nueva visión. Por ello, el nombre original de Chinua Achebe era Albert Chinualumogu Achebe.

Años después adoptaría sólo una abreviatura de su nombre y su apellido. Las raíces africanas, ancestrales, cruzarían no sólo su obra, sino su vida. Estarían en el guerrero Okonkwo, el protagonista de Todo se desmorona. Germinarían luego en Me alegraría de otra muerte y en La flecha del dios. La trilogía africana, como la han llamado los críticos, no fue más que otra forma de cumplir con lo que más deseo: expresar su tradición en la lengua de los que buscaron esclavizarlos y exterminarlos. Fue un motivo repetitivo; Todo se desmorona (Things fall apart, en inglés) es una de las líneas de un verso del poeta irlandés William Butler Yeats. Irlanda, intuye cualquier lector, fue otro país oprimido por los ingleses, que formaron desde el siglo XIX colonias y protectorados para expandir su poderío terrenal.

Su niñez transitó en los pasajes educativos de la Nigeria colonial, colegios regentados por blancos que basaron su educación en las habilidades de sus alumnos. Achebe, en sus primeros años escolares, se mostró como un atento lector. Por entonces leyó las Aventuras de Gulliver, de Jonathan Swift; David Copperfield, de Charles Dickens, y La isla del tesoro de Julio Verne. En otros libros que también referenció, había algunos en que se enfrentaban negros contra blancos. Los blancos eran la imagen de la inteligencia, la astucia y la riqueza; los negros, de un modo que en principio fue aceptado por Achebe, eran el signo de la ignorancia.

Era, quizá, uno de los alumnos más destacados. Su última temporada escolar la terminó en cuatro años y no cinco, como el resto de los chicos. En 1948, la Universidad de Ibadan abrió sus puertas y Achibe acudió a ella con para estudiar medicina. De allí saltó a la historia, al inglés y a la filosofía. El sentimiento ancestral, sin embargo, permanecía. Se educaba entre blancos, crecía entre blancos, pero no podía negar sus raíces. Y la universidad lo llenó de un sentido, que explotaría en su forma más modelada en su ensayo contra El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad, publicado en 1975.

Por ese tiempo comenzó a pensar que los negros no eran ignorantes. Que África era misteriosa, que África debía revivir a sus ancestros a través de la palabra. Muchos lo criticaron por escribir en inglés, entre ellos un grupo de escritores nigerianos, pero él respondía que era un modo de retratar, que lo suyo era una conjugación de colonizadores y colonizados; por esa razón, la literatura de Chinua Achebe a traviesa la historia entera de la humanidad, aquella que tocó a América cuando arribaron los españoles y los ingleses, cuando los franceses invadieron Argelia y el norte de África, cuando Alemania se tomó Polonia. Es la historia de la imposición y de la mixtura producto de tal imposición.

Mientras estaba en la universidad, Achebe escribió una serie de relatos, entre ellos In a Village Church. Eran retratos de pueblos, de la vida cotidiana. “Cuando empecé no tenía idea de lo que sería —dijo Achebe al periodista Ed Pinklington de The Guardian en 2007—. Sólo sabía que tenía algo dentro que buscaba expresar lo que yo era, y que iba a salir aunque yo no lo deseara”. Dicho deseo sólo se expresó, de un modo maduro, en su primera y más conocida novela, Todo se desmorona, que salió a las calles hace 25 años.

Después de recibirse, Achebe devino en profesor, laboró como libretista en el Nigerian Broadcasting System (NBS), viajó a Londres, volvió a su hogar. Allí conoció a un escritor, Gilbert Phelps, le mostró el borrador de su primera novela; entusiasmado, Phelps le dijo que la presentaría a sus editores; Achebe rechazó la oferta porque, pensaba, el escrito necesitaba más pulimento. Uno o dos años después, sin embargo, se la entregó de nuevo a aquel escritor; la novela fue rechazada en varias editoriales bajo el argumento de que la ficción africana no era comercial. Otra editorial aceptó. La publicaron. Hasta hoy se han vendido 10 millones de ejemplares de la obra y ha sido traducida a por lo menos 50 idiomas.

Es difícil, en cualquier sentido, resumir la vida de un hombre. Se podría decir que ese mismo año Achebe ascendió en su trabajo en la NBS y que en poco tiempo conoció a una mujer, Okoli, y se casó y tuvo cuatro hijos y, mucho después, seis nietos. Podría referirse, además, que ganó una beca de la Unesco y viajó por Brasil y Estados Unidos, y en los años que siguieron a la independencia de Nigeria del Reino Unido escribió dos obras más que conformarían la trilogía africana. Eludiendo sus estudios, la guerra civil en su país, su retorno a Ogidi, su pueblo natal —donde vio su casa destruida—, se puede referir también que continuó su carrera de profesor y que cada vez fue más reconocido y que, poco a poco, ganó el título de padre de la literatura africana. Lo dijeron Nadie Gordimer y también Wole Soyinka, ambos premios Nobel de Literatura. Lo dijeron los críticos.

La vida iba bien hasta que, en 1990, Achebe se desplazaba en un auto en Lagos, Nigeria. El carro se volcó, dio varias vueltas. Luego de la recuperación respectiva, el resultado fue atroz: la mitad del cuerpo de Achebe, de la cadera para abajo, quedó paralizado. Eso lo obligó a trasladarse a Estados Unidos, para confiarse a la medicina efectiva. Allí ocupó varias cátedras en Nueva York y Boston, donde murió ayer, él, el guerrero de la lengua, a los 82 años, sin causa conocida.
 

Por Juan David Torres Duarte

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