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¿Por qué empezar el viaje por el mundo en Etiopía?
Cuando me gradué del colegio, empecé a trabajar con una agencia de viajes que me pagaba con tiquetes aéreos. Yo quería hacer mi primer viaje solo a África, porque siempre sentí una conexión muy poderosa. Mis papás me dijeron que era muy peligroso y me fui para India, pero me quedó la idea de África y el siguiente año aterricé en Nairobi, donde conocí mucha gente y terminé haciendo un viaje con un profesor israelita que estaba en su año sabático y me dijo: “Usted conectaría mucho con Etiopía, ese es el origen del mundo, su vibra va mucho con ese lugar”. Entonces cuando empecé a pensar en mi vuelta al mundo decidí comenzar por Etiopía. Si tú te fijas, la ruta de mi vuelta al mundo es más o menos como la ruta en la que el humano fue poblando el mundo, entonces me gusta esa semejanza.
¿Y cómo llegó ese viaje?
A mí la pandemia me dio muy duro, porque estaba en la peor tusa de mi vida; quedé desempleado porque, al no poder viajar, perdí a todos mis patrocinadores. La cuarentena se acabó en agosto y ese diciembre un amigo me dijo: “Vámonos la próxima semana a Etiopía” y le respondí: “Hágale. Así empezó mi viaje, que duró 754 días; por eso mi libro se llama así, porque fue lo que me demoré en volver a Bogotá.
Y por eso la promesa de volver cada año a África...
Yo hablo mucho de mamá África. Mi abuelo era de Jamaica; entonces yo tengo sangre negra por ese lado. Se dice que hay personas que con África sienten una conexión especial y yo la siento. Con esta gente estuve tres semanas sin electricidad, sin celular, sin colchones, me bañé dos veces en tres semanas y estaba totalmente pleno, porque es volver a la esencia. Por las noches había una fogata, todos estábamos descalzos, cantando, bailando, comiendo comunalmente. Ese ambiente de naturaleza me fascina. He estado con los lémures en Madagascar, los gorilas de espalda plateada en Uganda, los tiburones toro en Mozambique, los rinocerontes en Botsuana y los elefantes en Burkina Faso. Para mí, África es el continente más espectacular del planeta y por eso le prometí volver todos los años.
¿Cómo fue esa decisión entonces de dejar la vida corporativa para viajar?
Yo crecí en una familia conservadora, pero en una finca. Entonces, yo crecí en un ambiente donde si se acababan los limones y yo iba corriendo a coger más, o a coger los huevos recién puestos, descalzo, metiéndome en ríos, cascadas. A la hora de elegir mi carrera, escojo la Ingeniería Industrial, una carrera que diera plata, pues para mí el concepto de éxito eran ser el presidente de una empresa grande y plata, punto. Pero hice una opción en biología, que era mi pasión. Me termino graduando como ingeniero industrial, con temas muy fuertes en finanzas y ahí empiezo a trabajar en banca inversión y me estrello contra una pared, porque sí, puede haber plata, puede haber éxito entre comillas, pero trabajar como un loco hasta las 3 de la mañana, no poder ir al cumpleaños de mis papás me generó muchos conflictos. Yo soy gay, pero en ese momento estaba en el closet. Entonces desde afuera todo el mundo me veía como un hombre exitoso con novias divinas y buen trabajo, pero yo adentro estaba viviendo una vida ficticia que no me hacía feliz.
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En ese momento llega Qatar Airways en busca de azafatos a Colombia y pensé “no tengo la plata para viajar, como azafato será”. Necesitaba inglés, llegar a dos metros 11 con las manos y tener el colegio y yo tenía las tres. Entonces, ya se imaginarán lo que dijeron mis papás y mis amigos: ¿cómo un ingeniero de banca de inversión va a ser un azafato? Yo igual fui, apliqué, pero no pasé. Ahí me cambié a trabajar en consultoría, donde duré tres años, pero también era súper corporativo. En eso tengo un proyecto en Neiva y voy a San Agustín, que es un punto muy poderoso energéticamente. En mi hostal había dos gringos y yo les empecé a contar: “soy consultor para poder tener mis vías de mochilero”, y uno de ellos me dijo: “mire, a mi mamá le dio un cáncer terminal, se la llevó en tres meses. Usted no sabe hasta cuándo va a estar acá para cumplir sus sueños y no los de nadie más”. Y eso se me quedó en la cabeza. Yo estaba ahorrando para una maestría en Estados Unidos que costaba un riñón y dije “nada, yo me voy”, me gasto ese dinero y me compro un tiquete para dar la vuelta al mundo.
¿Cómo empezó la escritura de viaje?
En ese momento, mi mamá me consiguió una entrevista con el editor de la revista de Avianca, quien me dijo que hiciera un artículo para ver cómo escribía, pero yo escribía como un ingeniero y no le gustó para nada. Yo soy una persona muy intensa y dije “en algún momento le va a gustar como yo escribo” y mi única prioridad de todos los días de mi viaje era escribir una o dos horas de todo lo que estaba sintiendo, lo que estaba viviendo y se lo mandaba a mis amigos. Ellos me empezaron a decir que metiera a sus familiares y esos mailings empezaron a crecer y crecer. Un día un amigo me dice que apareció una plataforma que se llama Instagram y que es una forma muy chévere de compartir los viajes. Y así lo hice. Cuando iba como 600 días de viaje me escribe el editor “Mi estimado, ahora sí me gusta cómo escribe, bienvenido”. Ese fue el día más feliz de mi vida.
¿Y en la fotografía?
Yo me compré una camarita de tres megapíxeles cuando me gradué del colegio para llevarme a mi primer viaje mochilero, que fue Brasil, Perú y Bolivia. Ahí me quedaba en hostales de dos o tres dólares, sin itinerario. Ya después en la vuelta al mundo me compré una mejor, pero no era profesional ni mucho menos, pero se me rompió en Irán. Ahí dije “no, tengo que mejorar la calidad de mí a mis fotos”. Me compré una cámara mejor y empecé súper enfocado en la escritura y la fotografía. A mí me gusta mucho conectar y en muchas de estas fotos yo trato de transmitir esa conexión humana que transmite una sonrisa genuina. Ahora viajo con drone, GoPro, cámaras, ya se convirtió en mi trabajo. Antes yo era muy orgulloso de que viajaba solo con 14 kilos de peso, ahora solamente mis equipos pesan 14 kilos.
¿Cómo fue ese proceso de inmersión en estas comunidades para construir la confianza que le permitió fotografiar su cotidianidad?
Es muy especial porque uno duerme y vive experiencias con ellos como el festival del salto del toro, en el cual para que un niño se convierta en adulto tiene que saltar diez toros, uno tras otro. Empiezan a tomar y a cantar y uno se logra contagiar 100 % de esa vibra. Era vivir plenamente la cotidianidad. Con todas las comunidades nos quedamos una o dos noches y uno comienza a entender a estas mujeres por qué se ponen barro y mantequilla en el pelo, por qué tienen los dientes tan limpios. Ese acercamiento hacía que fuera mucho más humano el contacto que yo simplemente con una cámara tomándoles fotos. Cuando uno llega se hace una donación a la comunidad, entonces la visita también contribuye positivamente a que ellos tengan ingresos, entonces por eso también son así de tranquilos con que uno se quede y conviva con ellos.
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¿Por qué hacer de la sonrisa el epicentro de la exposición?
A mí me llaman el coleccionista de sonrisas, porque en mi primer viaje, como te conté, estaba muy triste. Yo llegué a Etiopía llorando, pensando que me había dañado la vida. Pero empecé a sonreírle a la gente y la gente me empezó a sonreír de vuelta. Entonces dije: “Voy a calcular qué porcentaje de gente me sonríe de vuelta”, y eso es lo que hago a cada país que voy llegando. La sonrisa es algo que nos conecta a todos. Yo hablo mucho de que todos los humanos sonreímos en el mismo idioma, independientemente de si uno está en Fiji, Australia, Suiza o Pakistán. Una sonrisa conecta independientemente del color, el estrato y la orientación sexual. Es como volver a las raíces. Necesitamos un recordatorio de esa esencia, porque nos estamos olvidando de eso.
¿De dónde cree que nace ese espíritu viajero, nómada?
Mi abuelo era marinero. Por ahí dicen que los viajeros tenemos un gen raro que es como nómada. Yo creo que nada abre más la mente que viajar. Yo crecí súper católico, heterosexual y me empiezo a llegar a países donde digo “wow”. En India hay 59 religiones y en Fiji no se sientan sillas, sino en la tierra para conectar con la madre. Así fui aprendiendo. Hay una frase muy linda que dice que todos miramos a la misma luna, pero vivimos en mundos totalmente diferentes y cuando tú logras viajar a estos sitios donde todo es diferente, como que uno empieza a tener un poquito de perspectiva.
Quisiera que contara una anécdota donde haya tenido que ponerse a prueba como persona...
Yo estaba en Tanzania, en un safari con unos amigos daneses. Viajar en África es costoso, entonces cuando uno es mochilero, consigue amiguitos para compartir el carro, una carpa para dormir y ya. Los búfalos son los animales que más matan gente en África, son muy agresivos. Un día empezó a diluviar y me entró un ataque estomacal muy bravo y cuando abro la carpa había dos búfalos en frente. Entonces o me salgo y me arriesgo a que los búfalos se me maten o hago todo acá dentro de la carpa con seis personas más. El caso, se terminan volteando un poco los búfalos y yo logro salir y llegar al baño. Llegué empapado a la carpa, pero llegué más tranquilo.
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¿Cómo fue el proceso de curaduría con estas fotografías?
Hay unas fotos que yo les tengo mucho cariño por la conexión que logré con la persona. Entonces con la persona que me está haciendo la curaduría me decía “usted tiene que quitarse ese amor, porque una persona externa no va a lograr esa conexión solo por lo que usted vivió”. Entonces era difícil encontrar fotografías que conectaran conmigo y con otros. Hay algunas que no negocio. Luego veíamos el tamaño, cuáles van en blanco y negro.
¿Cómo se define cuáles van en blanco y negro?
Esa fue una propuesta que me hicieron las dueñas de Ocre, la galería, me dijeron que aquí había una opción chévere de poner las fotos en blanco y negro, entonces dije “bueno”. Entonces, ahí también entraba como una lucha porque, por ejemplo, este personaje, que tiene los ojos azules, lo propusieron en blanco y negro, y yo argumenté que no estaba de acuerdo. Es una negociación.
¿Ahora a dónde va?
Primero a Medellín, luego Barbados, después a esquiar a Argentina y de ahí me voy para Isla de Pascua, en la Polinesia y de ahí me voy para Maldivas, ques es temporada de mantarrayas.