Chucky García y un eco de Rock al Parque
El festival cumplió 25 años en el 2019. Un libro editado por Planeta y la Alcaldía de Bogotá recogen las memorias de un evento que ha sobrepasado las fronteras nacionales. Hablamos con Chucky García, curador de este escenario cultural desde 2014.
Andrés Osorio Guillott
“En 2014, el festival bajó su telón con el regreso de los Aterciopelados a las canchas y con Anthrax, una banda norteamericana de thrash metal con la que crecí desde 1986, cuando yo era un pela’o de trece años. La emoción de ver a los Aterciopelados, que no tocaban desde hacía muchos años, y luego ver a mis ídolos de infancia me produjo algo emocionalmente muy fuerte, como dicen por ahí, “se me explotó la pepa”, y la única forma de sacar afuera ese volador fue metiéndome al pogo con la gente que estaba en el escenario. Es decir, me metí entre el público a poguear y luego para que me dejaran entrar de nuevo al backstage fue todo un gallo, porque nadie creía que yo era parte de la organización. Los días del festival, en todo caso, siempre trato de llevarlos con mucha calma, siempre trato de dejar que todas las demás partes de este gran equipo de organizadores hagan su trabajo, no me gusta respirarles en la nuca ni decirles qué hacer, porque no es la forma como trabajo y además ellos son profesionales muy capaces y experimentados. La gente de producción, de tarimas, por ejemplo, la tienen súper clara y saben cómo manejar todo el voltaje del festival, así que prefiero no interferir.
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“En 2014, el festival bajó su telón con el regreso de los Aterciopelados a las canchas y con Anthrax, una banda norteamericana de thrash metal con la que crecí desde 1986, cuando yo era un pela’o de trece años. La emoción de ver a los Aterciopelados, que no tocaban desde hacía muchos años, y luego ver a mis ídolos de infancia me produjo algo emocionalmente muy fuerte, como dicen por ahí, “se me explotó la pepa”, y la única forma de sacar afuera ese volador fue metiéndome al pogo con la gente que estaba en el escenario. Es decir, me metí entre el público a poguear y luego para que me dejaran entrar de nuevo al backstage fue todo un gallo, porque nadie creía que yo era parte de la organización. Los días del festival, en todo caso, siempre trato de llevarlos con mucha calma, siempre trato de dejar que todas las demás partes de este gran equipo de organizadores hagan su trabajo, no me gusta respirarles en la nuca ni decirles qué hacer, porque no es la forma como trabajo y además ellos son profesionales muy capaces y experimentados. La gente de producción, de tarimas, por ejemplo, la tienen súper clara y saben cómo manejar todo el voltaje del festival, así que prefiero no interferir.
Prefiero hacerles saber que estoy pendiente de si hay algo en lo que pueda ayudar o mediar. También voy de un escenario al otro revisando que todo esté marchando en orden, y me gusta también meterme entre la gente a ver cómo reaccionan a la programación de cada día y de cada escenario. Me gusta sacar algo de tiempo para saludar a los amigos que me encuentro en Rock al Parque, y me gusta sentarme por ahí, a veces solo, a recordar esa primera vez que yo fui a la primera edición del festival. Me parece increíble que sobre ese mismo pasto del Parque Simón Bolívar haya pasado tanta historia y tanta música”, respondió Chucky García, curador de Rock al Parque desde el 2014, a la pregunta por si aún sacaba tiempo y desempolvaba los recuerdos de su cuerpo y se convertía en un fanático más del festival y de los pogos que levantan tierra e impulsan los latidos de los miles de corazones que se reúnen cada año para no restarle tradición a un escenario que adquirió su aire de ritual y su semblanza de una ciudad caótica y diversa.
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Grandes abrazos, gratos recuerdos de gargantas que terminaron desgarradas por cantar a grito herido las canciones de nuestras bandas favoritas. La ropa negra, las botas empantanadas, el hambre que se debate entre el sándwich que se pueda entrar o las hamburguesas de carne o veganas que se venden dentro y fuera del Simón Bolívar, un parque que suele recibir a las familias, a los deportistas, pero que ese fin de semana pasa a ser el epicentro del rock en América Latina. Y para que siga siendo democrático en sus escenarios y en su público, para que no pierda la esencia con la que se fundó hace 26 años de la mano de Mario Duarte, Bertha Quintero y Julio Correal, el festival sigue siendo gratuito, sigue siendo el producto de una política pública. Y ese valor, que determina las libertades expresadas en los escenarios, en los cabellos que llevan crestas o rastas, en las chaquetas de cuero con parches o en las camisetas con las giras de los conciertos de las bandas de rock o de metal, ha sido lo que le ha dado esa trascendencia en el tiempo y en el espacio, pues el eco de cerca de 300.000 personas ha llegado a los oídos de solistas y agrupaciones de todas las latitudes y ha causado el interés de pisar el suelo bogotano para presentarse por cerca de una hora y dejar su huella en las memorias de miles de aficionados que van por primera, segunda, cuarta, octava, décima o vigesimoquinta vez.
En palabras de García, que no olvida a Gustavo Rendón como un maestro y un amigo, que cada año, además de las bandas distritales, se encarga de estudiar y seguir entre 150 y 400 bandas nacionales e internacionales, Rock al Parque “me hace recordar que estamos vivos, que, pese a todos los problemas, existe una ciudad que es posible o que al menos tiene en su interior un territorio, del tamaño de un parque, que nos hace lucir como una sociedad donde todos cuentan, donde nadie juzga, donde cada cual se expresa como quiere. Me hace pensar en que hemos crecido como público, en todo caso, que el festival en el que la gente arrojaba cosas y le chiflaba a lo que no era ‘rock’ se quedó muy atrás, y que el lugar que dejaron aquellos fundamentalistas defensores de un purismo rockero hoy es habitado por una nueva generación de espectadores y ciudadanos más abiertos y con más deseos de dejarse sorprender”.
Usted ha asistido como fanático, periodista, gestor cultural y curador a todas las ediciones de Rock al Parque. Me gustaría que me contara cómo lo ha vivido en cada faceta. ¿Cómo logra definir usted al festival desde todas estas perspectivas?
Efectivamente he asistido a través de diferentes roles. Primero como periodista, luego como documentalista en el 97, luego como público, luego hice parte de su equipo de prensa, luego trabajé con muchas bandas que se presentaron en el festival y finalmente el Idartes me invitó, desde el 2014, a hacer parte de su equipo organizador como programador, hasta la fecha. Creería que la faceta de curador me ha permitido tener una visión mucho más completa del festival, ver la foto completa, verlo como una isla dentro de la ciudad y a la vez como un espacio nacido e integrado de la ciudad e integrado a la ciudad, y que en últimas es un reflejo de lo que la ciudad es, con sus verdes, sus grises, su caos, su armonía, su deseo de transformarse y a la vez de mantener la memoria de lo construído. Como periodista y como público, muchas veces cuestioné el festival, como organizador y programador tuve que entrar a conciliarlo y ponerme en los zapatos de esas cosas que en el pasado señalé.
Hablemos de la evolución de Rockal. Como todo, han tenido detractores y críticos que también han ayudado a repensar las convocatorias y la organización. ¿Cuáles han sido esos cambios más complejos y a la vez más beneficiosos para la realización del festival?
Los cambios más complejos se han dado afuera del festival. Me explico: independientemente de quién lo ha organizado y todos los equipos de trabajo o directores que han pasado por su historia, básicamente se ha hecho y se sigue haciendo de la misma forma y bajo una misma misión, con lo cual podemos que en su interior, en su ADN y gestión, sigue siendo el mismo. En cambio, la escena de la música que rodea al festival, tanto como las formas de consumo de música, la cultura de conciertos y festivales y las formas de comunicación que han girado alrededor del festival, cambiaron radicalmente. Partamos de un hecho muy sencillo, y es que en 25 años el festival vio cómo del casete se pasaba al CD y luego al mp3; como del voz a voz a las redes sociales o cómo de un público que no tenía acceso a muchos festivales o grandes conciertos en vivo a uno que incluso viaja fuera del país para asistir a eventos de música en otros países, los sigue por redes sociales o los ve por streaming. Así que el gran reto ha sido conciliar el adentro y el afuera, tener un balance y seguir avanzando.
Usted menciona a Gustavo Rendón en el libro. ¿Nos puede contar sobre el símbolo de ese vínculo en su formación y en su oficio como curador de Rock al Parque?
Cuando me inicié como periodista de música, a comienzos de los años 90 en el diario La Prensa, hacía equipo con Gustavo Arenas, el Doctor Rock, a quien previamente conocía a través de su tienda de discos la Rock-ola, pues ahí era que compraba música en esa época. De ahí pasamos a tener una amistad, con él, su familia y su círculo de amigos más cercanos, y si bien en muchísimos casos no coincidíamos ni en nuestra forma de pensar, ni en nuestros equipos de fútbol y a veces ni en nuestras bandas favoritas; esa relación se mantuvo hasta el día de su muerte. Un visionario, el Doctor Rock, un radical, un hippie y a la vez un extremista; leal con sus amigos y sus principios, furibundo en la defensa de sus ideales y orgulloso de los logros de otros en muchos casos. Gran relator, gran contador de historias, crítico, conocedor de toda la música, más que del rock, podría pasar horas hablando de géneros y músicas que nada tienen que ver con rock, y de todas esas fuerzas en choque que él era a la vez aprendí lo mucho o lo poco que sé hoy. Era imposible que no lo hubiera hecho, sería como haber visto el Big Bang y luego no tener nada para decir o no haber descubierto nada. Desde que yo entré a Rock al Parque nunca dejó de decirme lo que él opinaba del festival y por qué nunca iba (de hecho solo fue una vez conmigo a ver a Brujería, y eso fue mucho antes de que yo fuera el programador). Ha sido el único doctor que he conocido que odiaba a los doctores.
¿Cómo se organiza para escuchar a las bandas que tiene en el horizonte para una nueva edición de Rock al Parque? ¿Cómo llega a ellas? ¿Qué detalles tiene en cuenta para la selección?
La línea de selección de las bandas la da el diseño de programación que con muchos meses de antelación hacemos del festival, de cara también al presupuesto que hay para pago de artistas y a las expectativas que tiene la gente. A las bandas se llega de muchas formas y normalmente yo puedo tener entre el radar cada año entre 150 y 400, y solo hablando de bandas nacionales e internacionales, pues a las bogotanas o distritales las selecciona un jurado a través de una convocatoria pública y abierta. En el caso de las bandas internacionales y nacionales, pues nunca vamos cerrando una a una hasta tener una idea muy clara del tipo de programación que queremos ofrecer durante los tres días, y el tipo de programación que queremos tener en cada una de las tres tarimas para cada uno de esos días. Incluso también tenemos en cuenta las dinámicas de asistencia para proyectar en qué horario puede ser mejor tener una banda nacional o internacional, en cuál de las tres tarimas y cómo ese horario guarda relación con la banda que va antes y la que va después; qué le aporta a la curva emocional de la programación y cómo se termina de relacionar con el resto del cartel y la experiencia general del festival para esa edición.
En el libro lo menciona, pero profundicemos un poco más sobre ello: usted asiste a otros festivales alrededor del mundo. ¿Cómo toma en cuenta eso que lo asombra para poderlo adaptar en Rock al Parque? También como fanático y curador, ¿cuál es la particularidad de Rockal para posicionarse como uno de los festivales más importantes del continente, además de su carácter gratuito?
Asisto a la mayor cantidad de festivales que puedo, para poder ver en persona desde la forma en que manejan la producción hasta la forma en que combinan o manejan horarios y escenarios. Toda esta información es bienvenida. A la final, los festivales sobre el papel lucen muy bien y el papel todo lo aguanta, pero solo hasta que se abren las puertas y la gente accede es que uno se puede dar cuenta de qué cosa funcionó finalmente y qué no. Los festivales son en esencia ejercicios de prueba y error, y la experimentación no se lleva a cabo en un laboratorio ni en una facultad, porque esta cátedra no la dictan en ninguna universidad; sino en un campo real, en este caso un gran parque de la ciudad al que asisten personas de diversos estratos, gustos y capacidades de emoción, entre muchos otros aspectos. Los resultados se pueden anticipar, se pueden proyectar con anterioridad y se pueden tomar todas las prevenciones del caso para que las cosas salgan muy bien, pero siendo un ejercicio que se realiza en tiempo real incluso hay otros factores determinantes como el clima.
Hacer una especie de lista sobre los momentos más memorables es ser injustos con un festival que todos los años ofrece un instante inolvidable, pero le quiero preguntar por esos recuerdos que siempre guardan asombro, por esos momentos excepcionales. Por ejemplo, la granizada de Rock al Parque en el 2007. O, hablando de su etapa como curador, ¿cuál pudo ser un momento difícil que tuvieron que solucionar sobre la marcha?
Son muchas las cosas que siempre hay que solucionar sobre la marcha, y por eso quiero mencionar que ante esas situaciones el Idartes, que es quien tiene a cargo los festivales al parque, jamás se ha quedado quieto o cruzado de brazos esperando a que las cosas se solucionen por arte de magia. Siempre ha sido un instituto proactivo, al que le toca en todo caso evaluar los mil y uno escenarios posibles antes de tomar una decisión que se sabe va a impactar al público o artistas interesados en los festivales. Uno de los momentos más difíciles de mi etapa como curador -un hecho que aún hoy me sigue creando reflexiones como organizador y como persona- fue la campaña de odio que un personaje inescrupuloso del mundillo musical y la farándula creó en contra del músico venezolano Paul Gillman, y que justo por estar en medio de un contexto político tensionante y desbordado terminó en la cancelación de su participación en Rock al Parque 2017. Esa campaña de odio fue generada por intereses muy distintos al de estar del lado del pueblo venezolano o en contra del régimen, y no poder salir a contar la verdad, no solo como curador sino como periodista creo que fue un golpe muy duro. Muchas veces no contra atacar o incluso no defenderse es una buena defensa, pero eso no quita que los golpes duelan o que sean bajos.
Su anécdota sobre traer a Juanes es emocionante. ¿Cómo logra usted traer siempre a artistas que logran cobrar menos o que se emocionan por tocar en un festival como Rock al Parque? Por ahí se menciona en el libro que el número de asistentes y la misma popularidad del festival son motivos suficientes para convencer a las agrupaciones...
Mi madre siempre me ha dicho que la cara del santo hace el milagro, y si bien yo no soy ni me considero la cara de Rock al Parque -pues Rock al Parque es la cara de Bogotá y le pertenece desde hace 25 años a la ciudad y a su gente- pues de algún modo soy uno de sus voceros, uno de sus dolientes y alguien que de mejor forma puede comunicarle a un artista que lo queremos en el festival para llevar el evento a un siguiente nivel, para abrir nuevas puertas y posibilidades, y que a la vez el artista lo vea como una oportunidad para su carrera, un sueño cumplido o simplemente un reto. Porque lo es. El número de asistentes, su popularidad y sobre todo que sea un festival que se ha mantenido como resultado de una política pública que busca garantizarle a la gente el libre acceso a una oferta musical de calidad y muy buenas condiciones de montaje y logística son ganchos muy fuertes. A la final Rock al Parque de cierto o muchos modos en contravía del resto de los festivales o los festivales en los que normalmente tocan estos artistas; así que para ellos es como estar en el lado más emocionante de la historia y en el que la música se disfruta como una forma de ejercer la ciudadanía. Lo que logramos en Rock al Parque no tiene que ver con entrar al camerino de un artista con una chequera en la mano. Los recursos del festival son más limitados de lo que la gente imagina, el año pasado que era la edición de los 25 años armamos un cartel con más de 70 shows en vivo, un cierre de lujo con la Orquesta Filarmónica de Bogotá y un elenco de cantantes de todo el continente y nuestro país, una oferta artística para niños y jóvenes de primer nivel y además de eso por fuera del parque Idartes apoyó la realización de un vinilo conmemorativo del festival, un ciclo de cine y rock, una exposición itinerante de fotografías de gran formato y un libro con Planeta. Y todo esto, incluidos los más de 70 shows con artistas de primera línea y más de 25 agrupaciones distritales -las cuales en su totalidad recibieron un pago-; no superó los 3 mil millones de pesos de inversión. Para que se hagan una idea, el nefasto y demolido proyecto del puente de Chirajara costó 72.000 millones de pesos.
¿Cómo se enfrenta usted a las especulaciones de siempre de traer a bandas como Metallica? ¿Y cree que pronto cumplirá su anhelo de traer a Los Fabulosos Cadillacs, Caifanes o Enrique Bunbury?
Siempre lo he enfrentado de la misma manera: tratando de armar un festival que es robusto por todos sus frentes y no solamente por el artista que cierra. Justamente uno de los grandes retos desde el 2014 fue y ha sido cómo tener headliners que se puedan pagar desde el presupuesto y que si bien son artistas grandes no eclipsen el resto del cartel sino que se puedan integrar. Los Cadillacs, los Caifanes y Bunbury van a seguir en la lista, pero sus manejadores deben entender que no se trata solamente de dinero, porque como ya lo dije, no nos lo vamos a gastar en un solo volador pudiendo tener docenas de voladores más. Un solo volador no hace verano.