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La única razón por la que Enrique Grau Araújo nació en Panamá, el 18 de diciembre de 1920, fue porque su familia consideraba que la atención médica era más segura en la Zona del Canal que en Cartagena. Por aquella época era más fácil y menos arriesgado viajar a cualquier lugar del Caribe por mar, que hacer el largo viaje por el río Magdalena hasta el interior del país, y luego ascender la cordillera hasta Bogotá, una aventura que muchos caribeños evitaban si tenían la opción de escoger. Desde muy temprana edad, el joven Grau, por intuición y vocación, se inclinó por el arte visual, que empezó a formalizar a través de un incipiente aprendizaje con el acuarelista español Vicente Pastor Calpena, quien llegó a Cartagena contratado por el empresario Daniel Lemaitre para enseñar a su hijo Hernando esta tradicional técnica artística.
En su adolescencia, Grau realizó sus primeros dibujos, pinturas y pequeñas esculturas en arcilla que secaba bajo el abrasador sol del Caribe. En sus obras iniciales retrataba a las empleadas domésticas de su casa, quienes representan la tipología étnica de sus modelos como mestizas o mulatas. Desde entonces, el interés fundamental de su temática se centraría en la figura humana y en la utilería teatral y carnavalera que empleaba su familia en la atmósfera festiva de su hogar. A la edad de 19 años participó con su icónica pintura La mulata en el Salón de Artistas Colombianos (1940), donde ganó una significativa mención de honor y una beca para proseguir estudios de arte en Estados Unidos. Sin terminar aún la escuela secundaria, se embarcó para Nueva York, donde ingresó a la Art Students League, el sitio preciso para investigar las corrientes vanguardistas de aquel momento.
Durante tres años se dedicó a desentrañar los misterios de las disciplinas plásticas, con énfasis en las artes gráficas y destacados profesores que estimularon su creatividad, entre ellos, el muralista Harry Sternberg; el pintor Morris Kantor, que experimentaba con el cubismo, el abstraccionismo y el futurismo; así como George Grosz, pintor neoobjetivista de incisiva crítica social y visiones apocalípticas.
El joven Grau no se limitaba solo a sus clases de arte, trabajaba tiempo parcial en varios oficios para complementar las mesadas y frecuentaba la cinemateca del Museo de Arte Moderno de Nueva York, donde admiraba los clásicos del cine para sustentar su pasión por la cinematografía, que alimentó toda su vida. Era una época de zozobra por la guerra que se libraba en Europa y se presentía en la lejana Asia, así como los conflictos sociales en Estados Unidos a causa de la segregación racial. En aquella época, pintó y dibujó escenas llenas de dramatismo como respuesta a los tiempos tormentosos que se vivían en Estados Unidos y el mundo.
En 1943 regresó a Colombia para redescubrir la luz y el color del trópico que luego integraría a su pintura. Uno de sus primeros intereses se centró en el autorretrato, en el que busca reconocerse. A través de su vida artística, en dibujos, pinturas y obra gráfica, registró de manera reiterativa su trayectoria vital en este género, que revela el paso del tiempo en su fisonomía. De hecho, alcanzó a ejecutar alrededor de cuarenta autorretratos, algunos considerados entre sus mejores obras. Uno de sus primeros autorretratos, como un joven pintor, es de 1939, luego siguen otros como Autorretrato con fondo amarillo (1945), Autorretrato con peluca (1984), Autorretrato de cumpleaños (1990), Autorretrato con bufanda roja (1991) y muchos más. También hizo retratos de amigos, de parejas y de personajes históricos, bíblicos o simbólicos; cuando utilizaba modelos, les imprimía una mayor objetividad incluyendo algún comentario personal.
El asesinato del caudillo liberal Jorge Eliécer Gaitán, el 9 de abril de 1948, lo alcanzó cuando se preparaba para participar en una exposición colectiva en una galería de arte de Bogotá. La violencia que generó el magnicidio se conoce como el Bogotazo, una asonada que terminó en masacre y el incendio de los principales edificios de la capital. El impacto de semejante explosión sociopolítica lo impulsó a pintar El tranvía incendiado (1948), óleo sobre tela de un vagón consumido por punzantes llamas y lacerantes astillas que revelan la furia popular. Una vez recuperada cierta tranquilidad, la ciudad, como el ave fénix, renació de sus cenizas, fortalecida y transformada, para dar inicio al arte moderno que se avizoraba ya en las obras de Alejandro Obregón y en algunos de los artistas del grupo Bachué. Entre 1947 y 1954 fue profesor de pintura y artes gráficas en la Escuela de Bellas Artes de la Universidad Nacional. Más tarde, ejerció la docencia artística en la Universidad de los Andes (1961-1963) en Bogotá.
Además, compartía su tiempo construyendo escenografías para montajes de teatro y televisión. Después del cataclismo social que significó el Bogotazo para el país, hacia 1949 Grau inició su serie Jaulas, una metáfora visual para significar libertad o reclusión dependiendo de si están abiertas o cerradas. En algunas, es solo un pretexto para hacer composiciones geométricas en espacios íntimos o también como un elemento compositivo con pájaros y figuras humanas. Desde la década de los años 40 trabaja en pintura y obra gráfica el tema de Tobías y el ángel y otros argumentos bíblicos recurrentes en la historia del arte, como observamos en El ángel escultor, una xilografía de 1946, y en Magdalena al pie de la cruz (1946), litografía sobre papel, versión conmovedora de trazos enérgicos dentro de una atmósfera sombría.
Grau era un asiduo visitante del Grupo de Barranquilla, donde militaban destacados escritores, artistas e intelectuales, así como pescadores y cazadores, que se reunían a tomar cerveza de sifón, divertirse y discutir proyectos en el bar La Cueva. Un día, a principios de 1954, llegó el escritor Álvaro Cepeda Samudio con la idea de producir una película sobre el científico que investiga una langosta atómica en una aldea costera. Para tal fin, invitaron como asesor al español Luis Vicens, a la sazón radicado en Bogotá, y se constituyó un colectivo de artistas interesados en participar. Espoleado por su pasión cinematográfica, Grau se vinculó como el enigmático brujo danzante con máscara de toro en compañía de la artista cartagenera Cecilia Porras, quien era también puntual visitante del bar La Cueva.
El fotógrafo Nereo López sería el director de fotografía, pero por su aspecto físico de extranjero terminó siendo el protagonista de este cortometraje de ficción titulado La langosta azul, quizá la primera película surrealista de América Latina, anticipándose al realismo mágico que explotaría tiempo después García Márquez, a la sazón corresponsal de El Espectador en París. Una década más tarde, Grau incursionó en tres proyectos cinematográficos, a los que dedicó tiempo y recursos económicos. Para su satisfacción personal, completó con éxito las películas Pasión y muerte de Margarita Gautier, George Sand o la contradicción (ambas de 1964) y el largometraje María (1965), su versión experimental de la célebre novela romántica de Jorge Isaacs.
Después de terminar la producción de María, Grau viajó a México para conocer de cerca la producción de los muralistas, que tanto influyeron en el desarrollo de esta modalidad artística en el continente americano. Tenía la íntima convicción de que esta propuesta sería la mejor manera de divulgar las ideas artísticas ante una masa popular. Una vez terminó su recorrido por los principales centros del muralismo mexicano, desembarcó en Florencia (Italia) y se matriculó en la Academia de San Marcos para estudiar técnicas de pintura mural al fresco. Entre 1955 y 1956 realizó un conjunto de pinturas ambientadas en aquella ciudad con evidente influencia cubista, como Desayuno en Florencia, Cámara negra y La pitonisa de Florencia.
A partir de su visita a París en 1956, abordó composiciones geométricas donde se reconoce la contribución estilística de Picasso y Braque. Dentro de esta modalidad, su pintura Elementos para un eclipse ganó el primer premio del X Salón de Artistas Colombianos en 1957, composición abstracta de figuras geométricas con equilibrados elementos simbólicos. También se pueden ubicar en este período de finales de la década de los 50, entre otras, pinturas como Juegos nocturnos, Composición en negro, Mesa con brisero y Magia. De regreso en Bogotá, Grau abandonó la abstracción, igual que un significativo grupo de artistas de su generación, y volvió de manera gradual a la figuración, con el virtuosismo técnico y conceptual que caracteriza su trabajo artístico.
Después de dar por concluida su experimentación con el geometrismo abstracto, Grau desarrolló una ambiciosa serie de dibujos entramados con tinta, recreando a su modo los 22 arcanos mayores del Tarot, que profetizan, con humor e ingenio, el inventario de los temas que constituirían su léxico visual: figuras rotundas y volumétricas con paraguas o sombreros, parejas de amantes, carnaval, pájaros, la muerte, el loco, juegos infantiles, gatos negros, abanicos, diablos, naipes, juguetes, objetos kitsch de la cultura popular y personajes del común.
En diferentes épocas, Grau fue comisionado para pintar murales que ejecutó en edificios públicos y privados de varias ciudades del país; entre ellos es preciso mencionar el mural Litoral agrario (1957) en la Caja Agraria de Cartagena, donde se observa una familia campesina en su roza y un velero en la distancia con un trasfondo geométrico. También pinta el mural Elementos del petróleo (1957) en la refinería de Ecopetrol en Mamonal, ambos de carácter narrativo con elementos alegóricos de cada trabajo. Más tarde en su trayectoria, pintó el mural Aquelarre en Cartagena (1982) en el Centro de Convenciones de Cartagena y media docena de murales en diferentes ciudades del país.
Grau tampoco fue indiferente a la violencia que recorre nuestra historia. A través de su vida artística realizó un conjunto de obras que aluden a este sangriento fenómeno sociopolítico. Los títulos son elocuentes de su protesta contra el crimen y sus secuelas. Una de las primeras fue Noche oscura del alma (1972), ensamblaje de poltrona con un rostro entristecido que señala a un niño difunto, también en Homenaje a un preso político (1981), obra tridimensional de una víctima anónima con manos torturadas y encadenadas. Luego hizo una serie de dibujos a lápiz con este argumento sombrío: Secuestro, personaje con ojos vendados y extremidades amarradas o El rey, en el que dos gallinazos se disputan una mano ensangrentada. También sus obras Cabeza con machete, Incendio, Música de carrilera y Danza del garabato (todos de 2003) son elocuentes evidencias de su rechazo a esta nefasta situación que aún nos agobia.
Su pintura en el salón de artistas de la Biblioteca Luis Ángel Arango de 1962 ganó el segundo premio con su óleo Gran bañista, el cual presagia el arquetipo de mujer que Grau forjará en sus obras. Son mujeres hermosas, sensuales, robustas, de físico desproporcionado, con collares, aretes, anillos y joyas que remiten a cierta crítica de la cursilería y superficialidad de su clase social: la burguesía urbana. En ellas sobresalen el dibujo preciosista y su habilidad para destacar su fisonomía y características entre lúdicas y frívolas, con énfasis en la cabellera exuberante, el brillo y la suavidad del satín, la seda o el brocado, la textura vellosa y la luz tornasolada del terciopelo, la sutileza del encaje, así como los pliegues y colores de los vestidos y sombreros extravagantes con plumas, velos, flores o mariposas.
En su serie de Galateas (1971), Grau las representa como maniquíes sin cabeza ni extremidades. También enfoca ceremonias y ritos sociales de la vida cotidiana, como matrimonios o mujeres disfrazadas de Manola, torera, melómana escuchando el fonógrafo o tocando un instrumento. A los modelos masculinos los transforma en ocasiones con atuendos a la usanza antigua, sombreros de copa, bufandas, corbatín, elementos simbólicos o decorativos para ambientar sus escenas, como en Jugadores (1981), o los desnuda en una época en que tal representación masculina era inusual o desconocida.
La más famosa de todas las mujeres que pintó Grau es Rita en sus diferentes versiones, como se evidencia en su óleo Rita 10:30 a.m. (1971), que el artista recreó luego en bronce (1989), donde su modelo semidesnuda, recostada en un diván, conversa por un teléfono antiguo mientras bebe aguardiente Néctar y fuma cigarrillos Pielroja, o en su escultura monumental Rita 5:30 p.m. (2000) en lámina de hierro (cold roll) soldada y cromatizada, de seis toneladas de peso, conformada por dos siluetas en azul cerúleo que se intersectan, ataviada con un sombrero añil y un corsé rosado, emplazada en una esquina del Parque Nacional de Bogotá. Otra de sus emblemáticas esculturas es San Pedro Claver en bronce platinado de 2,20 metros de altura, que representa a este santo, conocido como el esclavo de los esclavos, recorriendo las calles de Cartagena en compañía de un esclavo. En 1984 publicó su libro El pequeño viaje del barón von Humboldt, con 37 dibujos a color de flora y fauna silvestres con textos caligráficos del autor, que dan cuenta de su travesía exploratoria por el país.
Su visita a las islas Galápagos, en el océano Pacífico, en 1992 fue una epifanía. La presencia de un dios sabio y misterioso se materializó en ese paisaje semiárido con profusa fauna terrestre y acuática. De sus observaciones hizo una cantidad de bocetos que después se tradujeron en dibujos y pinturas de gigantescas tortugas antediluvianas e iguanas prehistóricas asoleándose en sus madrigueras, las cuales expuso en importantes museos y galerías de arte.
En calidad de hijo predilecto de Cartagena, fue seleccionado en 1997 para ejecutar el plafón del restaurado Teatro Heredia, que entregó a la protección de las nueve musas: robustas figuras femeninas de la mitología griega, que danzan en armonía con los símbolos que representa cada una. De igual modo, diseñó su telón de boca, una pintura en acrílico que, como mano generosa, ofrece un ramo de flores, unido por un lazo rojo, a los símbolos emblemáticos de la ciudad: el Monumento a los zapatos viejos, la India Catalina y el almirante español Blas de Lezo, defensor de la ciudad en el siglo XVIII. Ha hecho también famosas a las mariamulatas que revolotean en las playas de Cartagena, y su escultura en lámina metálica de ese pájaro negro y gruñón saluda a los visitantes a la entrada del barrio Bocagrande, de Cartagena, y engalana una docena de plazas en las principales ciudades del país.
Enrique Grau murió en Bogotá el 1º de abril de 2004, a los 83 años de edad.