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Este 28 de marzo celebraremos el centenario del natalicio de José Consuegra Higgins (1924 – 2013) o, mejor, del Niño Joche, como le decían en su tierra natal: Isabel López, un pequeño corregimiento de Sabanalarga, por allá en la Costa Caribe de Colombia.
Nadie imaginaba entonces, cuando nació, que en su vida llegaría muy lejos. Y no sólo, en un principio, hasta Barranquilla, donde tuvo, entre sus compañeros de colegio a Gabriel García Márquez, quien le competía para ver cuál era mejor escritor: si él, con una incipiente novelita cursi, o Gabo, quien pulía sonetos románticos.
Ni que llegaría después a Bogotá, la gélida capital de la república, donde Jorge Eliécer Gaitán, su jefe político, le abrió las puertas de la Universidad Nacional para estudiar Economía, no Derecho como él quería. “¡Aquí sobran abogados!”, le recriminó el caudillo, quien poco tiempo más tarde sería asesinado.
Ni a otras ciudades del país, como Cartagena, Popayán y Pereira, en su condición de profesor universitario, dura tarea en la que se ganó, de tanto dictar clases y publicar sus libros (que se convertían, de inmediato, en textos de estudio), el título de “Maestro”, como muchos lo conocimos.
El Niño Joche, ya crecido, trascendió incluso las fronteras nacionales, nada menos que como uno de los máximos exponentes de la Teoría Propia del Desarrollo en América Latina, la misma que inspiró a miles de jóvenes en los años sesenta, tras la violenta Revolución Cubana (entre quienes -supongo- estaba el hoy presidente Gustavo Petro).
Fue así como Consuegra fundó y dirigió la revista “Desarrollo Indoamericano”, vocera por excelencia de dicha teoría, expuesta por pensadores sociales latinoamericanos, economistas en su mayoría: Celso Furtado, Maza Zavala, Virgilio Roel, René Báez, Alonso Aguilar, Ezequiel Ander-Egg…, todos en defensa de un desarrollo propio en nuestros países, no importado ni impuesto desde fuera, para salir del subdesarrollo, el atraso, la pobreza y la dependencia.
Por eso precisamente se paseó a sus anchas por naciones extranjeras, desde América hasta Europa, a pesar de ser socialista confeso, de cuyo credo nunca renegó, ni, por tanto, del liberalismo de izquierda, como buen gaitanista.
Al final volvió a su tierra, de la que, a lo mejor, nunca había salido, para crear y regir la Universidad Simón Bolívar, en Barranquilla, e ir de vez en cuando, con los ojos empañados, a su humilde aldea de Isabel López, donde todavía lo llamaban, con cariño, El Niño Joche.
Él apenas sonreía al oír ese nombre, como si no hubiera pasado el tiempo. Y sacaba pecho, orgulloso de seguirlo siendo.
(*) Miembro correspondiente de la Academia Colombiana de la Lengua