Cuatro relecturas de “La vorágine” se verán durante FIAV Bogotá

Hace cien años, Arturo Cova le suplicaba a la selva amazónica que lo liberara de su cárcel verde. “¡Déjame huir, oh selva, de tus enfermizas penumbras, formadas con el hálito de los seres que agonizaron en el abandono de tu majestad! ¡Tú misma pareces un cementerio enorme donde te pudres y resucitas!”. Aquel hombre no era más que un personaje ficticio creado por José Eustasio Rivera para La vorágine, pero detrás de su petición había una sangrienta realidad que se extendió a principios del siglo XX en el Amazonas: el genocidio cauchero, donde cien mil indígenas fueron asesinados durante la llamada ‘fiebre del caucho’. Sumergirse en La vorágine y en aquella masacre fue lo que hicieron Fabio Rubiano, Juan Carlos Moyano, Carmen Gil y Heidi y Rolf Abderhalden.

Hace cien años, Arturo Cova le suplicaba a la selva amazónica que lo liberara de su cárcel verde. “¡Déjame huir, oh selva, de tus enfermizas penumbras, formadas con el hálito de los seres que agonizaron en el abandono de tu majestad! ¡Tú misma pareces un cementerio enorme donde te pudres y resucitas!”. Aquel hombre no era más que un personaje ficticio creado por José Eustasio Rivera para La vorágine, pero detrás de su petición había una sangrienta realidad que se extendió a principios del siglo XX en el Amazonas: el genocidio cauchero, donde cien mil indígenas fueron asesinados durante la llamada ‘fiebre del caucho’. Sumergirse en La vorágine y en aquella masacre fue lo que hicieron Fabio Rubiano, Juan Carlos Moyano, Carmen Gil y Heidi y Rolf Abderhalden.

Desde sus compañías teatrales, cada uno de ellos crearon obras que hacen una relectura del libro de José Eustasio Rivera. Con Perderse (una visita a La vorágine), Fabio Rubiano y su grupo, Teatro Petra, propusieron una nueva selva: una oficina. “Todas las atrocidades que se cometían hace cien años en nuestras selvas, se decidían en oficinas de Bogotá, Lima y, sobre todo, de Europa”, dice el dramaturgo y director de la pieza. Tomaron como historia central la del personaje de Clemente Silva, la de un hombre que busca a su hijo y quiere recuperarlo, porque “a nivel estructural de la narrativa de la obra es la historia que tiene un arco completo, con un principio y un fin, con un personaje con un objetivo fijo”.

Aunque no sea lo principal, en esta versión también está presente la historia de amor entre Arturo Cova y Alicia, quien, a diferencia de la novela, aquí no desaparece. “Una niña de ciudad que está acostumbrada a ciertos lujos y, a pesar de todo, se enfrenta a la selva y logra conectarse con su entorno, luego de sufrir mucho y defender su integridad, nos parece un personaje bastante significativo”. El antagonismo recae en Zoraida Ayram y Narciso Barrera. Mientras que los colonos son representados por Griselda. El montaje tiene un elemento adicional: una discusión académica en torno a La vorágine, donde dos personajes debaten sobre si es una pieza literaria, histórica, política, de poesía pura, de denuncia o una prueba documental.

Para Rubiano “es una pieza literaria, pero tiene tanto poder que todos los temas actuales caben en ella: temas políticos, sobre el extractivismo, sobre las condiciones aterradoras en que estaban los empleados; quienes en realidad eran esclavos, sobre las negociaciones internacionales; que eran leoninas tanto con la empresa peruana como con la de Inglaterra, y una relación de amor absolutamente trastocada, alterada, que no correspondía a los lineamientos de la época, sino a una llena de contradicciones, como puede ser una relación en la actualidad”.

La obra del Teatro Petra surgió por una invitación del Centro Nacional de las Artes y el Ministerio de las Culturas, las Artes y los Saberes, entidades que se unieron para crear ‘La Vorágine Expandida’, un proyecto que emergió en el marco del centenario de la novela de José Eustasio Rivera, donde a través de una serie de obras escénicas se pretende reflejar el universo de la pieza literaria y la conexión del Amazonas con el planeta. De ese proyecto también se desprende la propuesta de arte expandida de Carmen Gil y La Quinta del Lobo: Habūb: escrituras de arena y agua.

Ellos hicieron una conexión entre el Amazonas y el desierto del Sahara, una conexión real, aunque invisible, pues existe un fenómeno llamado ‘habūb’: tormentas de arena que fertilizan la Amazonía. “Creo que nos hace falta entender nuestro lugar y nuestra escala en el mundo -dice Carmen Gil, directora y dramaturga de la experiencia inmersiva-. Nosotros como humanos pensamos que somos los dueños de la tierra y resulta que hay fenómenos enormes que nos hacen comprender lo pequeños que somos y cómo somos parte de un ecosistema y un equilibrio enorme, que está lleno de pequeñas cosas”.

Para la construcción de la propuesta releyeron La vorágine. Aquello los llevó a un hallazgo: no estaba la voz de los indígenas en la novela. “Es un relato de un colono blanco que llega allá huyendo, que descubre un lugar que es maravilloso, después monstruoso y más tarde eterno”. Entonces decidieron viajar a La Chorrera (Amazonas), a esa área donde se erigieron campamentos caucheros que, como documenta el Centro Nacional de Memoria Histórica, terminaron convirtiéndose en campos de exterminios de pueblos originarios como los uitoto.

Carmen Gil y su equipo fueron allá con la pretensión de escuchar y ver y, de paso, encontrar una voz propia. Hallaron árboles con cicatrices que el tiempo no ha logrado borrar; troncos aparentemente perfectos pero con muñones. Las heridas sin suturar también perviven en los mayores, a quienes les cuesta, les molesta y les duele hablar sobre el genocidio al que fue sometido su pueblo. Por eso la vocería la toman los jóvenes, pues ellos piensan: “Si conocemos esto, no nos dejamos manipular de lo que viene de afuera. Si tenemos acceso a la tecnología, al conocimiento, pues estamos justamente entendiendo cuál es nuestro lugar”. Como recuerda Gil, están guiados además por una metáfora que ellos mismos suelen mencionar: “Del genocidio, ellos cierran el canasto del sufrimiento y abren el de la abundancia”.

Durante su estancia en La Chorrera lo único que grabaron fueron sonidos, como aquella letanía del verano que cantaron un sabedor y su sobrino en una maloca. La melodía fue incluida en el performance con el aval de la comunidad. “Este no es un proyecto ni de extractivismo ni de exorcizar sino de encontrar. Por eso es una obra que habla desde muchos lugares, porque son varias voces: las voces de nuestra generación y cultura -que están atravesadas por la tecnología, la historia, la curiosidad y la naturaleza-, pero también estamos tratando de buscar un lugar honesto, hablando de todo eso que somos nosotros y de cómo dialogamos con los otros”.

Otro diálogo se produce en La vorágine más allá, una coproducción del Centro Nacional de las Artes Delia Zapata Olivella y Mapa Teatro, dirigida por Heidi y Rolf Abderhalden. Durante la obra, que denominan como “una experiencia artística transdisciplinar”, se produce un diálogo entre la novela de José Eustasio Rivera y la historia del pueblo nukak, que tras la ‘fiebre del caucho’ decidió aislarse voluntariamente de la sociedad para salvaguardar su vida. Su propuesta parte de un ejercicio de “fabulación crítica”, que es el resultado de varias hipótesis alrededor de la posible presencia de aquella comunidad en la geografía de La vorágine, concebida como “existencias menores” en una “zona de sombras”.

En palabras de Mapa Teatro: se trata de “un teatro de archivos y de sombras, de documentos y de ficciones, de tiempos imaginados y de tiempo real, de denuncias de olvidos y de memorias poéticas entorno al reclamo urgente que el último pueblo nómada de Colombia nos lanza a los habitantes de este mundo. Después de cuarenta años de inmovilidad por su desplazamiento forzado de la selva a la ciudad, el pueblo nukak, como tantos otros pueblos originarios del Amazonas, nos piden imaginar cómo podría ser la tierra sin poder caminar libremente”.

En la pieza, estreno mundial del Festival Internacional de Artes Vivas de Bogotá (el 9 de octubre), participarán actores de Mapa Teatro e invitados del pueblo nukak, quienes hablarán en español y lengua nativa. Al escenario se subirán una filósofa, un arquitecto, un ingeniero, un biólogo, un dibujante, una iluminadora, una videasta y un músico-diseñador de sonido.

Mientras, en otra orilla, Juan Carlos Moyano y el Teatro Tierra reviven una pieza que surgió en 2006, que realizó más de 300 funciones, pero estuvo dormida desde 2012: La vorágine, un montaje que reinventa los personajes originales de la pieza de José Eustasio Rivera. “A partir de sumergirnos en la novela, elaboramos una versión propia: le habla al autor, pero al mismo tiempo es fiel con nosotros mismos. Es decir, es una conjugación de literatura, teatro y vivencia directa”, dice el dramaturgo y director del montaje. Aquí la selva aparece en forma de diez tablones de tres metros de altura, que provienen de un árbol llamado amarillo Caquetá. Aquella idea escenográfica surgió luego de que, en compañía del pueblo kamëntsa, Moyano consultara el oráculo indígena en el valle del Sibundoy, en Putumayo. “Escuché que la selva es un árbol que contiene muchos árboles”.

La vorágine del Teatro Tierra ha llegado también a pueblos indígenas que fueron sometidos a la esclavitud, a la mutilación, a la incineración y a la muerte por hambre a manos de las caucherías, como los uitotos y los bora. “Aún guardan las repercusiones traumáticas de lo que fue la bonanza cauchera y de lo que significó para este país, donde la impunidad ha hecho carrera y donde muchas veces los gobernantes han mostrado indiferencia consciente o inconscientemente frente a cuestiones neurálgicas”. Dice Moyano que las generaciones actuales recuerdan los relatos que les contaron sus abuelos y bisabuelos, leyendas macabras. “Para muchos de los capataces, de los colonos y de la gente que se enriqueció a través del caucho, los indígenas eran peor que animales y no eran respetados en ningún sentido. Eso creo que es traumático para nuestra nación, poque ha sido atentar contra la memoria viviente de los ancestros”.

Al igual que los uitotos y los bora, la reacción de los pueblos tikuna e inga -quienes también han visto la obra- ha sido emocionalmente fuerte. Hay dolor, pero también reflexión. “Por lo menos simbólicamente, creo que la obra es un homenaje a las culturas agredidas y de una u otra manera una especie de resarcimiento simbólico. El teatro para mí, además de oficio profesional y pasión, es una forma de reconsiderar el mundo que nos ha tocado vivir, ojalá para poder transformarlo o por lo menos entenderlo”.

*Para conocer los horarios en que se presentarán las obras sobre “La vorágine” y descubrir otras propuestas teatrales, consulte toda la programación del Festival Internacional de Artes Vivas en www.fiavbogota.com y asegure sus entradas en www.tuboleta.co