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El comienzo de “Cien años de soledad” con el coronel Aureliano Buendía, frente a un pelotón de fusilamiento, es uno de los más célebres de la literatura universal, ya que nos conecta con la historia de nuestra región. Aureliano es el símbolo de todos los guerreros y soldados que pueblan los relatos de las innumerables guerras que se dieron en los países latinoamericanos durante el siglo XIX, que empezaron en las independencias del continente y que continuaron entre las rivalidades políticas locales. A veces, parecemos sufrir de “pestes endémicas” de violencia, como la “peste del insomnio” que azotó Macondo. Así entonces, diferentes violencias atraviesan las líneas de la novela, de un extremo al otro, llegando al hartazgo y provocando que el coronel se dé cuenta de la inutilidad de las guerras mismas, sabiendo que estas no terminan por resolver nada y que no hay nada de racional en montar una guerra por la trivial diferencia de “si las casas se deben pintar de azul o de rojo” en referencia a las guerras políticas que sacudieron al continente.
No todo es violencia en la novela ni tampoco en América Latina. Una de las mayores muestras del talento de Gabriel García Márquez es su capacidad para reflejar aspectos transformadores de nuestra historia. Los cambios culturales, las muestras del progreso y las invenciones comenzaron a llegar aceleradamente a Latinoamérica a finales del siglo XIX y comienzos del XX. “Cien años de soledad” registra los enormes cambios que acontecen en Macondo con el paso del tiempo. Melquiades y sus gitanos, personajes fundamentales de la novela, trajeron desde el otro lado del mar el telégrafo, el tren, los gramófonos, el cine y otros artilugios que generaban asombro y espanto entre los habitantes. Tal como en el caso de Colombia, donde muchos de los procesos de intercambio cultural y tecnológico llegaron desde la costa caribe. También los tiempos de la obra coinciden con la época de la llegada de grandes migraciones y obras de infraestructura. Y entre causa y consecuencia de lo anterior también está la llegada de las multinacionales a la realidad local. Latinoamérica es la tierra de la leyenda de “El Dorado” y de la opulencia de las minas de Potosí y de Guanajuato, todos lugares que trajeron dinero a raudales. Pero con el final de la riqueza demencial y frenética, queda el vacío y la soledad propia de las fortunas ajenas. Donde antes fue posible todo y reinó la prosperidad y el derroche, termina por llegar la añoranza de lo perdido.
Gabriel García Márquez destaca un hilo de soporte para la fragilidad de América Latina: las mujeres y su fuerza como lo único que perdura, como símbolo de aquello que se levanta y que es capaz de recomponerse desde cero. Las mujeres en “Cien años de soledad” son una muestra de permanencia, de pertenencia a la tierra y de consolidación. En muchos episodios dramáticos de nuestra región, las mujeres han sido protagonistas fundamentales del restablecimiento y de la persistencia de nuestras sociedades. Ellas sostienen toda la vida de Macondo y son las que reciben a los hombres tras las guerras o las aventuras más impertinentes. Ellos llegan víctimas de los peores desastres: enfermos, locos o muertos. Aun en el peor de los estados, las mujeres siempre habrán de recibirlos.
Y así mismo, como protagonista infaltable de nuestra historia, están la geografía y la naturaleza. Macondo, como Colombia, ha quedado bendecido “entre las aguas” pero desconectado de aquellos logros que fortalecen el destino de los pueblos. El llano, la manigua, la selva y las montañas son reflejo de una geografía voraz colombiana, que inspira ambición, pero a su vez dificultades. Como el éxodo que emprenden José Arcadio Buendía y Úrsula Iguarán junto con otros compatriotas en una búsqueda en vano de un nuevo hogar frente al mar, llegando finalmente a fundar Macondo en otro destino inhóspito pero igual de prometedor.
La apuesta por la historia de Gabriel García Márquez termina por explicar América Latina con la absoluta claridad que ofrece la fantasía y la literatura. Lo extraordinario, llevado a un nivel de detalle totalmente riguroso, le da a lo que podría parecer inverosímil el grado justo de exactitud y dimensión. El realismo mágico comprende la magia como una realidad plena y absoluta, la cual es la manera delirante como nosotros hemos vivido nuestra propia historia. En los rígidos términos de la Academia, esa historia todavía no la logramos comprender y asimilar. Mientras tanto, en la cotidianidad, esa misma historia terminamos por repetirla una y otra vez. Pero en “Cien años de soledad”, la historia de nuestros pueblos se convierte en fuente de fascinación, identidad, dolor y sentido.