Cinco poemas para conmemorar el Día de la Raza

Fredy Chikangana, José María de Heredia, Lópold Sedar Senghor, Pablo Neruda y Jenny de la Torre Córdoba convirtieron sus versos y poética en un espejo de la historia y las raíces afro e indígenas en el mundo.

REDACCIÓN CULTURA
12 de octubre de 2018 - 10:59 p. m.
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Día de la Hispanidad, Día del Encuentro de Dos Mundos, Día de Cristobal Colón, Día del Respeto a la Diversidad Cultural, Día de la Raza... Todos hacen referencia al día en que se exalta la presencia de las comunidades indígenas y afros en Latinoamérica. Más allá de una conmemoración por la llegada de Cristobal Colón al continente americano, el homenaje se hace a aquellas comunidades que sufrieron la violencia y el holocausto provocado por las colonias europeas en la modernidad al apropiarse de América. Su resistencia, su permanencia y su valor cultural por ser las raíces de nuestra identidad y nuestra historia, se realza a través del arte, manteniendo viva su memoria oral y sus tradiciones. Y justamente, conmemoraciones como las del 12 de octubre, deben recordarnos la importancia de salvaguardar nuestros pueblos ancestrales y su aporte a idiosincrasia de América Latina. 

Poemas provenientes de Costa Rica, Chile, Colombia y Senegal evocan los instantes de la colonización, la reivindación como lucha desde aquel entonces por preservar los colores, la gracia, la cultura. La poesía, como una de las artes más excelsas, se convierte en un relato fidedigno, doloroso y pasional del sufrimiento y la resistencia de las comunidades afro y las comunidades indígenas en nuestro territorio.

Mi abuelo negro - Jenny de la Torre Córdoba.

Mi abuelo nació cimarrón,
en un lugar dulce,
con nombre de flor.

Creció acunado por un río caudaloso,
arropado con un manto tejido
en selva virgen.

El sol de este pueblito tostaba distinto.

A los negros color marfil.

A los blancos color de duda.

Curaba mal de ojo,
caminaba sobre el agua.

Era cómplice de la lluvia,
detenía las tempestades.

Enderezaba cojos,
amansaba serpientes,
ayudaba a todos.

Su embrión era puro.

Creía en un mundo nuevo.

Mi abuelo nunca murió
-entre alabaos y gualis-
se fundió con el río Atrato.

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Amor América - Pablo Neruda

Antes de la peluca y la casaca 
fueron los ríos, ríos arteriales, 
fueron las cordilleras, en cuya onda raida 
el cóndor o la nieve parecían inmóviles: 
fue la humedad y la espesura, el trueno 
sin nombre todavía, las pampas planetarias. 

El hombre tierra fue, vasija, párpado 
del barro trémulo, forma de la arcilla, 
fue cantaro caribe, piedra chibcha, 
copa imperial o silice araucana. 
Tierno y sangriento fue, pero en la empunadura 
de su arma de cristal humedecido, 
las iniciales de la tierra estaban escritas. 

Nadie pudo 
recordarlas después: el viento 
las olvidó, el idioma del agua 
fue enterrado, las claves se perdieron 
o se inundaron de silencio o sangre. 

No se perdió la vida, hermanos pastorales. 
Pero como una rosa salvaje 
cayo una gota roja en la espesura 
y se apagó una lámpara de tierra. 

Yo estoy aquí para contar la historia. 
Desde la paz del búfalo 
hasta las azotadas arenas 
de la tierra final, en las espumas 
acumuladas de la luz antártica, 
y por las madrigueras despenadas 
de la sombría paz venezolana, 
te busque, padre mío, 
joven guerrero de tiniebla y cobre 
o tú, planta nupcial, cabellera indomable, 
madre caimán, metálica paloma. 

Yo, incásico del legamo, 
toqué la piedra y dije: 
¿Quién me espera? Y aprete la mano 
sobre un punado de cristal vacío. 
Pero anduve entre flores zapotecas 
y dulce era la luz como un venado, 
y era la sombra como un párpado verde. 

Tierra mía sin nombre, sin América, 
estambre equinoccial, lanza de púrpura, 
tu aroma me trepó por las raíces 
hasta la copa que bebía, hasta la más delgada 
palabra aún no nacida de mi boca.

Mujer negra - Lópold Sedar Senghor

¡Mujer desnuda, mujer negra!
vestida con tu color que es vida, con tu forma
que es belleza.
A tu sombra he crecido; la dulzura de tus manos
vendaba mis ojos.
Y ahora, en pleno estío, en pleno mediodía, te
descubro, Tierra prometida, desde la cima 
de un alto puerto calcinado
y tu belleza me fulmina en pleno corazón, cual
relámpago de un águila.

¡Desnuda mujer, mujer obscura!
madura fruta de carne tersa, sombríos éxtasis 
de vino negro, boca que haces lírica mi boca.
Sabana de puros horizontes, sabana que a las
caricias fervientes del viento del Este te estremeces
tantán esculpido, tantán tensado que en los 
dedos del vencedor bramas
canto espiritual de la Amada tu voz grave 
de contralto.

¡Desnuda mujer, mujer oscura!
Aceite que ninguna brisa riza, aceite suave en
los costados del atleta, en los costados de los
príncipes de Malí

Gacela de celestes ataduras, las perlas son 
estrellas por la noche de tu piel.
Delicias de los juegos del espíritu los brillos de
oro púrpura por tu piel en tornasol.
A la sombra de tu cabellera mi angustia se ilumina
con los cercanos soles de tus ojos.

¡Mujer desnuda, mujer negra!
tu belleza canto pasajera, forma que en lo
Eterno fijo
antes que el Destino celoso te reduzca a cenizas
para nutrir las raíces de la vida.

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Puñado de Tierra - Fredy Chikangana

Me entregaron un puñado de tierra para que ahí viviera
toma lombriz de tierra me dijeron:
ahí cultivaras, ahí criaras a tus hijos,
ahí masticaras tu bendito maíz
entonces tome ese puñado de tierra
lo cerque de piedras para que el agua no me 
lo desvaneciera
lo guarde en el cuenco de mi mano, lo calenté
lo acaricie y empecé a labrarlo… 
Todos los días le cantaba a ese puñado de tierra
entonces vino la hormiga, el grillo, el pájaro de la noche
la serpiente de los pajonales y
ellos quisieron servirse de ese puñado de tierra
quite el cerco y a cada uno les di su parte 
me quede nuevamente solo
con el cuenco de mi mano vacío
cerré entonces la mano, la hice puño y decidí pelear
por aquello que otros nos arrebataron.

Los conquistadores - José María de Heredia 

Como halcones que escapan de sus antros natales,
fatigados de empresas altivas y mezquinas,
partieron desde Palos las gentes colombinas
embriagadas de sueños épicos y brutales.

Iban a conquistar los preciosos metales
que el remoto Cipango maduraba en sus minas,
mas llevaban sus velas las ráfagas marinas
hacia los misteriosos mundos occidentales.

Cada tarde, esperando futuros heroísmos,
fosforecentes mares del Trópico, abrasados,
encantaban sus sueños con claros espejismos.

O, absortos en la proa de las embarcaciones,
miraban ascender a cielos ignorados
del fondo del océano nuevas constelaciones.

 

Por REDACCIÓN CULTURA

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