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                                                                                                                                  Cinco poemas para conmemorar el Día de la Raza

                                                                                                                                  Fredy Chikangana, José María de Heredia, Lópold Sedar Senghor, Pablo Neruda y Jenny de la Torre Córdoba convirtieron sus versos y poética en un espejo de la historia y las raíces afro e indígenas en el mundo.

                                                                                                                                  REDACCIÓN CULTURA

                                                                                                                                  AFP
                                                                                                                                  PUBLICIDAD

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                                                                                                                                  Read more!
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                                                                                                                                  Mi abuelo negro - Jenny de la Torre Córdoba.

                                                                                                                                  Mi abuelo nació cimarrón,
                                                                                                                                  en un lugar dulce,
                                                                                                                                  con nombre de flor.

                                                                                                                                  Creció acunado por un río caudaloso,
                                                                                                                                  arropado con un manto tejido
                                                                                                                                  en selva virgen.

                                                                                                                                  El sol de este pueblito tostaba distinto.

                                                                                                                                  A los negros color marfil.

                                                                                                                                  A los blancos color de duda.

                                                                                                                                  Curaba mal de ojo,
                                                                                                                                  caminaba sobre el agua.

                                                                                                                                  Era cómplice de la lluvia,
                                                                                                                                  detenía las tempestades.

                                                                                                                                  Enderezaba cojos,
                                                                                                                                  amansaba serpientes,
                                                                                                                                  ayudaba a todos.

                                                                                                                                  Su embrión era puro.

                                                                                                                                  Creía en un mundo nuevo.

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  Mi abuelo nunca murió
                                                                                                                                  -entre alabaos y gualis-
                                                                                                                                  se fundió con el río Atrato.

                                                                                                                                  Puede leer: Ilaciones, la sutileza crítica en el hacer de María Teresa Cano

                                                                                                                                  Amor América - Pablo Neruda

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  Antes de la peluca y la casaca 
                                                                                                                                  fueron los ríos, ríos arteriales, 
                                                                                                                                  fueron las cordilleras, en cuya onda raida 
                                                                                                                                  el cóndor o la nieve parecían inmóviles: 
                                                                                                                                  fue la humedad y la espesura, el trueno 
                                                                                                                                  sin nombre todavía, las pampas planetarias. 

                                                                                                                                  El hombre tierra fue, vasija, párpado 
                                                                                                                                  del barro trémulo, forma de la arcilla, 
                                                                                                                                  fue cantaro caribe, piedra chibcha, 
                                                                                                                                  copa imperial o silice araucana. 
                                                                                                                                  Tierno y sangriento fue, pero en la empunadura 
                                                                                                                                  de su arma de cristal humedecido, 
                                                                                                                                  las iniciales de la tierra estaban escritas. 

                                                                                                                                  Nadie pudo 
                                                                                                                                  recordarlas después: el viento 
                                                                                                                                  las olvidó, el idioma del agua 
                                                                                                                                  fue enterrado, las claves se perdieron 
                                                                                                                                  o se inundaron de silencio o sangre. 

                                                                                                                                  No se perdió la vida, hermanos pastorales. 
                                                                                                                                  Pero como una rosa salvaje 
                                                                                                                                  cayo una gota roja en la espesura 
                                                                                                                                  y se apagó una lámpara de tierra. 

                                                                                                                                  Yo estoy aquí para contar la historia. 
                                                                                                                                  Desde la paz del búfalo 
                                                                                                                                  hasta las azotadas arenas 
                                                                                                                                  de la tierra final, en las espumas 
                                                                                                                                  acumuladas de la luz antártica, 
                                                                                                                                  y por las madrigueras despenadas 
                                                                                                                                  de la sombría paz venezolana, 
                                                                                                                                  te busque, padre mío, 
                                                                                                                                  joven guerrero de tiniebla y cobre 
                                                                                                                                  o tú, planta nupcial, cabellera indomable, 
                                                                                                                                  madre caimán, metálica paloma. 

                                                                                                                                  Yo, incásico del legamo, 
                                                                                                                                  toqué la piedra y dije: 
                                                                                                                                  ¿Quién me espera? Y aprete la mano 
                                                                                                                                  sobre un punado de cristal vacío. 
                                                                                                                                  Pero anduve entre flores zapotecas 
                                                                                                                                  y dulce era la luz como un venado, 
                                                                                                                                  y era la sombra como un párpado verde. 

                                                                                                                                  Tierra mía sin nombre, sin América, 
                                                                                                                                  estambre equinoccial, lanza de púrpura, 
                                                                                                                                  tu aroma me trepó por las raíces 
                                                                                                                                  hasta la copa que bebía, hasta la más delgada 
                                                                                                                                  palabra aún no nacida de mi boca.

                                                                                                                                  Mujer negra - Lópold Sedar Senghor

                                                                                                                                  ¡Mujer desnuda, mujer negra!
                                                                                                                                  vestida con tu color que es vida, con tu forma
                                                                                                                                  que es belleza.
                                                                                                                                  A tu sombra he crecido; la dulzura de tus manos
                                                                                                                                  vendaba mis ojos.
                                                                                                                                  Y ahora, en pleno estío, en pleno mediodía, te
                                                                                                                                  descubro, Tierra prometida, desde la cima 
                                                                                                                                  de un alto puerto calcinado
                                                                                                                                  y tu belleza me fulmina en pleno corazón, cual
                                                                                                                                  relámpago de un águila.

                                                                                                                                  ¡Desnuda mujer, mujer obscura!
                                                                                                                                  madura fruta de carne tersa, sombríos éxtasis 
                                                                                                                                  de vino negro, boca que haces lírica mi boca.
                                                                                                                                  Sabana de puros horizontes, sabana que a las
                                                                                                                                  caricias fervientes del viento del Este te estremeces
                                                                                                                                  tantán esculpido, tantán tensado que en los 
                                                                                                                                  dedos del vencedor bramas
                                                                                                                                  canto espiritual de la Amada tu voz grave 
                                                                                                                                  de contralto.

                                                                                                                                  ¡Desnuda mujer, mujer oscura!
                                                                                                                                  Aceite que ninguna brisa riza, aceite suave en
                                                                                                                                  los costados del atleta, en los costados de los
                                                                                                                                  príncipes de Malí

                                                                                                                                  Gacela de celestes ataduras, las perlas son 
                                                                                                                                  estrellas por la noche de tu piel.
                                                                                                                                  Delicias de los juegos del espíritu los brillos de
                                                                                                                                  oro púrpura por tu piel en tornasol.
                                                                                                                                  A la sombra de tu cabellera mi angustia se ilumina
                                                                                                                                  con los cercanos soles de tus ojos.

                                                                                                                                  ¡Mujer desnuda, mujer negra!
                                                                                                                                  tu belleza canto pasajera, forma que en lo
                                                                                                                                  Eterno fijo
                                                                                                                                  antes que el Destino celoso te reduzca a cenizas
                                                                                                                                  para nutrir las raíces de la vida.

                                                                                                                                  Read more!
                                                                                                                                  PUBLICIDAD

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                                                                                                                                  Puñado de Tierra - Fredy Chikangana

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  Me entregaron un puñado de tierra para que ahí viviera
                                                                                                                                  toma lombriz de tierra me dijeron:
                                                                                                                                  ahí cultivaras, ahí criaras a tus hijos,
                                                                                                                                  ahí masticaras tu bendito maíz
                                                                                                                                  entonces tome ese puñado de tierra
                                                                                                                                  lo cerque de piedras para que el agua no me 
                                                                                                                                  lo desvaneciera
                                                                                                                                  lo guarde en el cuenco de mi mano, lo calenté
                                                                                                                                  lo acaricie y empecé a labrarlo… 
                                                                                                                                  Todos los días le cantaba a ese puñado de tierra
                                                                                                                                  entonces vino la hormiga, el grillo, el pájaro de la noche
                                                                                                                                  la serpiente de los pajonales y
                                                                                                                                  ellos quisieron servirse de ese puñado de tierra
                                                                                                                                  quite el cerco y a cada uno les di su parte 
                                                                                                                                  me quede nuevamente solo
                                                                                                                                  con el cuenco de mi mano vacío
                                                                                                                                  cerré entonces la mano, la hice puño y decidí pelear
                                                                                                                                  por aquello que otros nos arrebataron.

                                                                                                                                  Los conquistadores - José María de Heredia 

                                                                                                                                  Como halcones que escapan de sus antros natales,
                                                                                                                                  fatigados de empresas altivas y mezquinas,
                                                                                                                                  partieron desde Palos las gentes colombinas
                                                                                                                                  embriagadas de sueños épicos y brutales.

                                                                                                                                  Iban a conquistar los preciosos metales
                                                                                                                                  que el remoto Cipango maduraba en sus minas,
                                                                                                                                  mas llevaban sus velas las ráfagas marinas
                                                                                                                                  hacia los misteriosos mundos occidentales.

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  Cada tarde, esperando futuros heroísmos,
                                                                                                                                  fosforecentes mares del Trópico, abrasados,
                                                                                                                                  encantaban sus sueños con claros espejismos.

                                                                                                                                  O, absortos en la proa de las embarcaciones,
                                                                                                                                  miraban ascender a cielos ignorados
                                                                                                                                  del fondo del océano nuevas constelaciones.

                                                                                                                                   

                                                                                                                                  AFP
                                                                                                                                  PUBLICIDAD

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                                                                                                                                  Read more!
                                                                                                                                  PUBLICIDAD

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                                                                                                                                  Mi abuelo negro - Jenny de la Torre Córdoba.

                                                                                                                                  Mi abuelo nació cimarrón,
                                                                                                                                  en un lugar dulce,
                                                                                                                                  con nombre de flor.

                                                                                                                                  Creció acunado por un río caudaloso,
                                                                                                                                  arropado con un manto tejido
                                                                                                                                  en selva virgen.

                                                                                                                                  El sol de este pueblito tostaba distinto.

                                                                                                                                  A los negros color marfil.

                                                                                                                                  A los blancos color de duda.

                                                                                                                                  Curaba mal de ojo,
                                                                                                                                  caminaba sobre el agua.

                                                                                                                                  Era cómplice de la lluvia,
                                                                                                                                  detenía las tempestades.

                                                                                                                                  Enderezaba cojos,
                                                                                                                                  amansaba serpientes,
                                                                                                                                  ayudaba a todos.

                                                                                                                                  Su embrión era puro.

                                                                                                                                  Creía en un mundo nuevo.

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  Mi abuelo nunca murió
                                                                                                                                  -entre alabaos y gualis-
                                                                                                                                  se fundió con el río Atrato.

                                                                                                                                  Puede leer: Ilaciones, la sutileza crítica en el hacer de María Teresa Cano

                                                                                                                                  Amor América - Pablo Neruda

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  Antes de la peluca y la casaca 
                                                                                                                                  fueron los ríos, ríos arteriales, 
                                                                                                                                  fueron las cordilleras, en cuya onda raida 
                                                                                                                                  el cóndor o la nieve parecían inmóviles: 
                                                                                                                                  fue la humedad y la espesura, el trueno 
                                                                                                                                  sin nombre todavía, las pampas planetarias. 

                                                                                                                                  El hombre tierra fue, vasija, párpado 
                                                                                                                                  del barro trémulo, forma de la arcilla, 
                                                                                                                                  fue cantaro caribe, piedra chibcha, 
                                                                                                                                  copa imperial o silice araucana. 
                                                                                                                                  Tierno y sangriento fue, pero en la empunadura 
                                                                                                                                  de su arma de cristal humedecido, 
                                                                                                                                  las iniciales de la tierra estaban escritas. 

                                                                                                                                  Nadie pudo 
                                                                                                                                  recordarlas después: el viento 
                                                                                                                                  las olvidó, el idioma del agua 
                                                                                                                                  fue enterrado, las claves se perdieron 
                                                                                                                                  o se inundaron de silencio o sangre. 

                                                                                                                                  No se perdió la vida, hermanos pastorales. 
                                                                                                                                  Pero como una rosa salvaje 
                                                                                                                                  cayo una gota roja en la espesura 
                                                                                                                                  y se apagó una lámpara de tierra. 

                                                                                                                                  Yo estoy aquí para contar la historia. 
                                                                                                                                  Desde la paz del búfalo 
                                                                                                                                  hasta las azotadas arenas 
                                                                                                                                  de la tierra final, en las espumas 
                                                                                                                                  acumuladas de la luz antártica, 
                                                                                                                                  y por las madrigueras despenadas 
                                                                                                                                  de la sombría paz venezolana, 
                                                                                                                                  te busque, padre mío, 
                                                                                                                                  joven guerrero de tiniebla y cobre 
                                                                                                                                  o tú, planta nupcial, cabellera indomable, 
                                                                                                                                  madre caimán, metálica paloma. 

                                                                                                                                  Yo, incásico del legamo, 
                                                                                                                                  toqué la piedra y dije: 
                                                                                                                                  ¿Quién me espera? Y aprete la mano 
                                                                                                                                  sobre un punado de cristal vacío. 
                                                                                                                                  Pero anduve entre flores zapotecas 
                                                                                                                                  y dulce era la luz como un venado, 
                                                                                                                                  y era la sombra como un párpado verde. 

                                                                                                                                  Tierra mía sin nombre, sin América, 
                                                                                                                                  estambre equinoccial, lanza de púrpura, 
                                                                                                                                  tu aroma me trepó por las raíces 
                                                                                                                                  hasta la copa que bebía, hasta la más delgada 
                                                                                                                                  palabra aún no nacida de mi boca.

                                                                                                                                  Mujer negra - Lópold Sedar Senghor

                                                                                                                                  ¡Mujer desnuda, mujer negra!
                                                                                                                                  vestida con tu color que es vida, con tu forma
                                                                                                                                  que es belleza.
                                                                                                                                  A tu sombra he crecido; la dulzura de tus manos
                                                                                                                                  vendaba mis ojos.
                                                                                                                                  Y ahora, en pleno estío, en pleno mediodía, te
                                                                                                                                  descubro, Tierra prometida, desde la cima 
                                                                                                                                  de un alto puerto calcinado
                                                                                                                                  y tu belleza me fulmina en pleno corazón, cual
                                                                                                                                  relámpago de un águila.

                                                                                                                                  ¡Desnuda mujer, mujer obscura!
                                                                                                                                  madura fruta de carne tersa, sombríos éxtasis 
                                                                                                                                  de vino negro, boca que haces lírica mi boca.
                                                                                                                                  Sabana de puros horizontes, sabana que a las
                                                                                                                                  caricias fervientes del viento del Este te estremeces
                                                                                                                                  tantán esculpido, tantán tensado que en los 
                                                                                                                                  dedos del vencedor bramas
                                                                                                                                  canto espiritual de la Amada tu voz grave 
                                                                                                                                  de contralto.

                                                                                                                                  ¡Desnuda mujer, mujer oscura!
                                                                                                                                  Aceite que ninguna brisa riza, aceite suave en
                                                                                                                                  los costados del atleta, en los costados de los
                                                                                                                                  príncipes de Malí

                                                                                                                                  Gacela de celestes ataduras, las perlas son 
                                                                                                                                  estrellas por la noche de tu piel.
                                                                                                                                  Delicias de los juegos del espíritu los brillos de
                                                                                                                                  oro púrpura por tu piel en tornasol.
                                                                                                                                  A la sombra de tu cabellera mi angustia se ilumina
                                                                                                                                  con los cercanos soles de tus ojos.

                                                                                                                                  ¡Mujer desnuda, mujer negra!
                                                                                                                                  tu belleza canto pasajera, forma que en lo
                                                                                                                                  Eterno fijo
                                                                                                                                  antes que el Destino celoso te reduzca a cenizas
                                                                                                                                  para nutrir las raíces de la vida.

                                                                                                                                  Read more!
                                                                                                                                  PUBLICIDAD

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                                                                                                                                  Puñado de Tierra - Fredy Chikangana

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  Me entregaron un puñado de tierra para que ahí viviera
                                                                                                                                  toma lombriz de tierra me dijeron:
                                                                                                                                  ahí cultivaras, ahí criaras a tus hijos,
                                                                                                                                  ahí masticaras tu bendito maíz
                                                                                                                                  entonces tome ese puñado de tierra
                                                                                                                                  lo cerque de piedras para que el agua no me 
                                                                                                                                  lo desvaneciera
                                                                                                                                  lo guarde en el cuenco de mi mano, lo calenté
                                                                                                                                  lo acaricie y empecé a labrarlo… 
                                                                                                                                  Todos los días le cantaba a ese puñado de tierra
                                                                                                                                  entonces vino la hormiga, el grillo, el pájaro de la noche
                                                                                                                                  la serpiente de los pajonales y
                                                                                                                                  ellos quisieron servirse de ese puñado de tierra
                                                                                                                                  quite el cerco y a cada uno les di su parte 
                                                                                                                                  me quede nuevamente solo
                                                                                                                                  con el cuenco de mi mano vacío
                                                                                                                                  cerré entonces la mano, la hice puño y decidí pelear
                                                                                                                                  por aquello que otros nos arrebataron.

                                                                                                                                  Los conquistadores - José María de Heredia 

                                                                                                                                  Como halcones que escapan de sus antros natales,
                                                                                                                                  fatigados de empresas altivas y mezquinas,
                                                                                                                                  partieron desde Palos las gentes colombinas
                                                                                                                                  embriagadas de sueños épicos y brutales.

                                                                                                                                  Iban a conquistar los preciosos metales
                                                                                                                                  que el remoto Cipango maduraba en sus minas,
                                                                                                                                  mas llevaban sus velas las ráfagas marinas
                                                                                                                                  hacia los misteriosos mundos occidentales.

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  Cada tarde, esperando futuros heroísmos,
                                                                                                                                  fosforecentes mares del Trópico, abrasados,
                                                                                                                                  encantaban sus sueños con claros espejismos.

                                                                                                                                  O, absortos en la proa de las embarcaciones,
                                                                                                                                  miraban ascender a cielos ignorados
                                                                                                                                  del fondo del océano nuevas constelaciones.

                                                                                                                                   

                                                                                                                                  Por REDACCIÓN CULTURA

                                                                                                                                  Ver todas las noticias
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