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Álvaro Mutis nació en Bogotá el 25 de agosto de 1923 y sus primeros estudios los realizó en Bruselas. Después de unos años regresó a su ciudad natal y en 1956 decidió radicarse en México, donde alternó la escritura con trabajos en diversas empresas. Sus vivencias en Bruselas marcaron sus obras, principalmente el contraste entre Europa y América.
Su primera novela, La mansión de Araucaima, la publicó en 1973, y fue llevada al cine por el director caleño Carlos Mayolo. Más tarde presentó en España su poesía Summa de Maqroll del gaviero. Un año después obtuvo el Premio Nacional de Letras de Colombia, siendo este un gran reconocimiento para su obra.
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Después de incursionar en el periodismo y la radio, regresó a la poesía con “Caravansary (1982), Los emisarios (1984), Crónica y alabanza del reino (1985), y Un homenaje y siete nocturnos (1987).
En 1983 ganó el Premio Nacional de Poesía de Colombia y tres años después el Premio Médicis a la mejor novela extranjera en Francia por La nieve del almirante. En 1988 la Universidad del Valle lo nombró Doctor Honoris Causa en Letras en 1988, así como la Universidad de Antioquia.
En 1997 se le otorgó el premio Príncipe de Asturias de las Letras y ganó la VI edición del Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, pero fue en 2001 cuando fue galardonado con el Premio Cervantes por su aporte a la literatura en lengua española. Dos años después recibió la Legión de Honor en grado de oficial, la mayor distinción que otorga el gobierno francés.
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A continuación, cinco poemas para recordar la obra del poeta colombiano:
Nocturno
La fiebre atrae el canto de un pájaro andrógino
y abre caminos a un placer insaciable
que se ramifica y cruza el cuerpo de la tierra.
¡Oh el infructuoso navegar alrededor de las islas
donde las mujeres ofrecen al viajero
la fresca balanza de sus senos
y una extensión de terror en las caderas!
La piel pálida y tersa del día
cae como la cáscara de un fruto infame.
La fiebre atrae el canto de los resumideros
donde el agua atropella los desperdicios.
Giran, giran
Giran, giran,
los halcones
y en el vasto cielo
al aire de sus alas dan altura.
Alzas el rostro,
sigues su vuelo
y en tu cuello
nace un azul delta sin salida.
¡Ay, lejana! Ausente siempre.
Gira, halcón, gira;
lo que dure tu vuelo
durará este sueño en otra vida.
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Alga en la quilla del navío
Como lengua que lame la sal de los dormidos,
el aire que sube de las minas,
como tren en la noche de los páramos.
De su opaco trabajo nos nutrimos
como pan de cristiano o rancia carne
que enjuta la fiebre de los guetos
a la sombra del tiempo, amiga mía,
un agua mansa de acequia me devuelve
lo que guardo de ti para ayudarme
a llegar hasta el fin de cada día.
Cada poema
Cada poema un pájaro que huye
del sitio señalado por la plaga.
Cada poema un traje de la muerte
por las calles y plazas inundadas
en la cera letal de los vencidos.
Cada poema un paso hacia la muerte,
una falsa moneda de rescate,
un tiro al blanco en medio de la noche
horadando los puentes sobre el río,
cuyas dormidas aguas viajan
de la vieja ciudad hacia los campos
donde el día prepara sus hogueras.
Cada poema un tacto yerto
del que yace en la losa de las clínicas,
un ávido anzuelo que recorre
el limo blando de las sepulturas.
Cada poema un lento naufragio del deseo,
un crujir de los mástiles y jarcias
que sostienen el peso de la vida.
Cada poema un estruendo de lienzos que derrumban
sobre el rugir helado de las aguas
el albo aparejo del velamen.
Cada poema invadiendo y desgarrándola amarga telaraña del hastío.
Cada poema nace de un ciego centinela
que grita al hondo hueco de la noche
el santo y seña de su desventura.
Agua de sueño, fuente de ceniza,
piedra porosa de los mataderos,
madera en sombra de las siemprevivas,
metal que dobla por los condenados,
aceite funeral de doble filo,
cotidiano sudario del poeta,
cada poema esparce sobre el mundo
el agrio cereal de la agonía.
Le sugerimos una de las columnas del editor de El Magazín Cultural de El Espectador: Volver
Sonata
Otra vez el tiempo te ha traído
al cerco de mis sueños funerales.
Tu piel, cierta humedad salina,
tus ojos asombrados de otros días,
con tu voz han venido, con tu pelo.
El tiempo, muchacha, que trabaja
como loba que entierra a sus cachorros
como óxido en las armas de caza,
como alga en la quilla del navío,
como lengua que lame la sal de los dormidos,
como el aire que sube de las minas,
como tren en la noche de los páramos.
De su opaco trabajo nos nutrimos
como pan de cristiano o rancia carne
que enjuta la fiebre de los ghettos
a la sombra del tiempo, amiga mía,
un agua mansa de acequia me devuelve
lo que guardo de ti para ayudarme
a llegar hasta el fin de cada día.