Ciudad Bolívar, un lugar donde las mujeres recuperan la memoria para sanar
A unos 15 kilómetros del centro de Bogotá está Ciudad Bolívar, una populosa localidad en donde las palabras “memoria” y “violencia” recorren sus calles en forma de coloridos murales y se repiten como un mantra entre sus habitantes que no contemplan el olvido como opción para su historia.
Maribel Arenas Vadillo- EFE
“Ciudad Bolívar es una ciudad autoconstruida que nació de una minga (trabajo en equipo) de compadres para hacer los ranchos, el alcantarillado, las vías...”, explica en el barrio El Paraíso, Blanca Pineda, historiadora de esa localidad, la número 19 del Distrito Capital de Bogotá.
Hija de una pareja que se instaló hace décadas en esa zona de colinas del sur de Bogotá luego de comprar un terreno, a sus 68 años Pineda puede alardear de haber dedicado 50 de ellos a divulgar la historia del espacio que la vio nacer.
Pineda explica que “la memoria es la mamá de las artes” y por ello desde el colectivo barrial “Mujeres, Tierra y Memoria” reivindican el bordado de tapices o las manualidades como “oficios de la memoria” que permiten “sacar los duelos” de las mujeres que fueron víctimas del conflicto armado.
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Una muestra de esta “terapia artística” se vislumbra dentro de una caja negra de cartulina cargada de ilustraciones que buscan relatar una historia de vida marcada por el abuso infantil. En la parte externa, su autora grabó el lema “los derechos se crean desde el embrión de la verdad y la memoria”.
“Este territorio fue de mucha violencia. De aquí sacaron a niños que se convirtieron en falsos positivos”, dice sobre las ejecuciones de civiles por miembros del Ejército que luego eran presentados como guerrilleros muertos en combate para recibir recompensas o beneficios.
Sin embargo, “también se dieron muchas contradicciones: cuando venía la Defensoría del Pueblo, las mamás les pedían que dejaran a sus niños trabajar de paracos (paramilitares) porque si no, ¿de qué vivían?”, lamenta y agrega que por denunciar 604 crímenes de lesa humanidad le tocó exiliarse a Chile.
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Ciudad Bolívar fue “una de las localidades que mayor foco de desplazados recibió de toda la ciudad”, según matiza Dana Sepúlveda, miembro de la Línea Arte y Memoria sin Fronteras del Instituto Distrital de las Artes, a cargo de los Circuitos de Arte y Memoria.
Aunque la integración de esas oleadas de pobladores fue el resultado de “unos procesos sumamente difíciles”, tal como recuerda Pineda, hoy Ciudad Bolívar se jacta de ser un crisol de culturas que, cada vez más, recibe turistas nacionales e internacionales gracias a la puesta en operación, en 2018, del teleférico “Transmicable” para acceder a las partes altas del barrio.
Más allá de la violencia
El terror derivado del tráfico de drogas, la agresividad de los “tierreros” (personas que se apropian de tierras para venderlas sin ser los legítimos propietarios) y los intentos de desplazamiento por parte de grupos armados sedientos de extraer materiales de lugares como el Cerro Seco, sentaron en el argot popular un estigma que presenta a Ciudad Bolívar como un lugar peligroso.
“Cuando vienen los turistas nos dicen que les advirtieron de que no lo hicieran porque aquí se mata y come muerto”, bromea con resignación uno de sus oriundos.
Esta es la razón por la cual desde la Biblioteca Comunitaria Violetta, Leidy Salazar y su pareja apuestan por mostrar a sus menores un lado más amable del lugar.
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Lo hacen mediante creaciones de la talla del “Abuelo Joaquín”, una marioneta gruñona, envuelta en una ruana y elaborada a partir de materiales reciclados como tapas de yogur y cajas de galletas, que relata los mitos y leyendas de Ciudad Bolívar.
“Todos somos memoria porque todos tenemos un montón de historias cargadas a la espalda y es muy importante tenerlo presente”, dice Salazar.
Partiendo de ese pensamiento, esta profesora de inglés elaboró, junto a otros 50 niños de la comunidad, “Limas, la historia de una quebrada”, un libro hecho a base de recortes que busca poner en valor “el centro de la vida del territorio”, un valle estrecho del que los habitantes extraían en galones el agua para sus casas.
Pese a que mujeres como Pineda tienen muy presente en su discurso que algunos puntos de Ciudad Bolívar nacieron “enfermos de violencia”, el deseo de todas ellas por dignificar su terruño las hace guardianas del patrimonio material e inmaterial de esta localidad que recibe a sus invitados con la esperanza de que se sientan “como en el paraíso”.
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“Ciudad Bolívar es una ciudad autoconstruida que nació de una minga (trabajo en equipo) de compadres para hacer los ranchos, el alcantarillado, las vías...”, explica en el barrio El Paraíso, Blanca Pineda, historiadora de esa localidad, la número 19 del Distrito Capital de Bogotá.
Hija de una pareja que se instaló hace décadas en esa zona de colinas del sur de Bogotá luego de comprar un terreno, a sus 68 años Pineda puede alardear de haber dedicado 50 de ellos a divulgar la historia del espacio que la vio nacer.
Pineda explica que “la memoria es la mamá de las artes” y por ello desde el colectivo barrial “Mujeres, Tierra y Memoria” reivindican el bordado de tapices o las manualidades como “oficios de la memoria” que permiten “sacar los duelos” de las mujeres que fueron víctimas del conflicto armado.
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Una muestra de esta “terapia artística” se vislumbra dentro de una caja negra de cartulina cargada de ilustraciones que buscan relatar una historia de vida marcada por el abuso infantil. En la parte externa, su autora grabó el lema “los derechos se crean desde el embrión de la verdad y la memoria”.
“Este territorio fue de mucha violencia. De aquí sacaron a niños que se convirtieron en falsos positivos”, dice sobre las ejecuciones de civiles por miembros del Ejército que luego eran presentados como guerrilleros muertos en combate para recibir recompensas o beneficios.
Sin embargo, “también se dieron muchas contradicciones: cuando venía la Defensoría del Pueblo, las mamás les pedían que dejaran a sus niños trabajar de paracos (paramilitares) porque si no, ¿de qué vivían?”, lamenta y agrega que por denunciar 604 crímenes de lesa humanidad le tocó exiliarse a Chile.
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Aunque la integración de esas oleadas de pobladores fue el resultado de “unos procesos sumamente difíciles”, tal como recuerda Pineda, hoy Ciudad Bolívar se jacta de ser un crisol de culturas que, cada vez más, recibe turistas nacionales e internacionales gracias a la puesta en operación, en 2018, del teleférico “Transmicable” para acceder a las partes altas del barrio.
Más allá de la violencia
El terror derivado del tráfico de drogas, la agresividad de los “tierreros” (personas que se apropian de tierras para venderlas sin ser los legítimos propietarios) y los intentos de desplazamiento por parte de grupos armados sedientos de extraer materiales de lugares como el Cerro Seco, sentaron en el argot popular un estigma que presenta a Ciudad Bolívar como un lugar peligroso.
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“Todos somos memoria porque todos tenemos un montón de historias cargadas a la espalda y es muy importante tenerlo presente”, dice Salazar.
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Pese a que mujeres como Pineda tienen muy presente en su discurso que algunos puntos de Ciudad Bolívar nacieron “enfermos de violencia”, el deseo de todas ellas por dignificar su terruño las hace guardianas del patrimonio material e inmaterial de esta localidad que recibe a sus invitados con la esperanza de que se sientan “como en el paraíso”.
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