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Nuestra nación, a pesar de tanto dolor, es forjada por las letras y el pensamiento. Las ideas de Bolívar fueron acogidas en Colombia, en nuestro territorio fue donde se inició y se gestó la independencia. Manuelita Sáenz fue una mujer letrada, Francisco de Paula Santander igual, no olvidemos quién fue el colombiano Antonio Nariño, traductor, por primera vez del francés al español, de los Derechos del hombre y del ciudadano en 1794, y La Pola una heroína que pronunció estos versos en su ejecución:
“Viles soldados, volved las armas a los enemigos de vuestra patria. ¡Pueblo indolente! ¡Cuán distinta sería hoy vuestra suerte si conocierais el precio de la libertad! Pero no es tarde: ved que ―aunque mujer y joven― me sobra valor para sufrir la muerte y mil muertes más. No olvidéis este ejemplo [...] Miserable pueblo, yo os compadezco. ¡Algún día tendréis más dignidad! [...] Muero por defender los derechos de mi patria.”
Nuestras letras se remontan a los tiempos precolombinos. Yurupary es una de las tradiciones orales fundacionales en nuestro continente. En Nueva Granada, constituyen hitos literarios personajes como, Juan de Castellanos (hace poco se celebraron los 400 años de su natalicio), Domínguez Camargo o la madre Castillo.
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Tenemos un escritor como Rafael Pombo que pensó en el futuro y por eso dedicó parte de sus letras a la ilusión y a la alegría de los niños.
Fue Germán Arciniegas quién en calidad de ministro de Educación, fundó en 1942, el Caro y Cuervo, en honor a los humanistas Miguel Antonio Caro y a Rufino José Cuervo. Este instituto colombiano, consiguió el prestigio del mundo hispano por cultivar y difundir el español, las lenguas indígenas y afro de Colombia.
Una de las obras más importante del castellano es Cien años de soledad, escrita por Gabriel García Márquez, creador de Macondo con su realismo mágico, publicada en 1967.
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Deberíamos recuperar la tradición de los presidentes poetas y no quedarnos en Los Nadies del uruguayo Eduardo Galeano, que aunque sea un escrito reivindicativo y de protesta, también invita al olvido por desconocer lo común. Pienso que Colombia no es un lugar de nadies, Colombia es un lugar de profundas tradiciones culturales, de reconocimientos y de valor.
Colombia es mestizaje, sincretismo y diversidad. Todos bailamos el porro, la cumbia y el vallenato. No importa el color, si es negro o blanco, verde o amarillo, azul o rojo.
La marcha no es hacia atrás,
la marcha es hacia adelante,
como los ríos,
o,
hacia arriba,
como los árboles,
rectos y sabios.
Es imperativo recuperar la confianza y la seguridad nacional, pero también, después de haber logrado un proceso de paz, resulta imprescindible democratizar nuestra sociedad.
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Colombia afrontó acontecimientos prósperos y adversos para llegar donde estamos, y vuelvo a repetir la frase de mi querida Pola: “¡Algún día tendréis más dignidad!”