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Esa es la frase que escucho en Barranquilla mientras camino por los barrios Boston y El Prado. Esta Barranquilla que se abre ante mí dista mucho de la ciudad que algunos pintan: sucia, inacabada y pobre. Claro, hay inequidad, como en otras ciudades; hay violencia, corrupción, pero también belleza: paso a una cuadra de La Cueva, el emblemático lugar donde se reunía el Grupo de Barranquilla; unas cuadras más allá contemplo el parque Los Fundadores, las casonas antiguas, Bellas Artes, las calles habitadas por grupos de teatro y bailarines; en una esquina, junto a un CAI, sobresale la estatua de un Joe Arroyo que parece invocar la rumba. Mi recorrido termina en Casa Cofradía, sede de una de las compañías de teatro más importantes. Durante casi dos décadas han trabajado por la ciudad transformándola a través de la puesta en escena de obras teatrales y proyectos educativos.
Lisbelkis es quien me ha llevado hasta esa casa de fachada blanca. En un costado, sobre un azul marino, leo con emoción la consigna «Barranquilla respira teatro». Me dejo guiar por los dedos largos de Liz hacia el interior. Ella lleva once años en Cofradía. Sus ojos parecen dos nueces grandes, protegidas por pestañas largas.
He llegado hasta esta casa para conversar con Nibaldo Castro, fundador y director de la fundación, quien lleva 35 años dedicado al teatro. Cruzo un salón largo, en un extremo hay sillas dispuestas para un público que no está y en el otro un escenario con sus luces en el techo. Es fácil imaginar lo que esconden esas paredes. Las noches de risas y lamentos, y el público cautivo de aquel arte performático. En una pared veo los rastros de grandes victorias: carteles de las distintas participaciones que ha tenido la compañía y del Encuentro Internacional de Teatro, que se celebra en la ciudad gracias al trabajo de esta potencia teatral.
Nibaldo pinta las paredes de otro salón que se convertirá en una biblioteca u oficina. Me saluda y su rostro me remite a El triunfo de Baco, de Diego Velásquez. Parece uno de los poetas coronados. El que sonríe en el centro, usando su sombrero negro. Sus ojos brillan y en su sonrisa está el gesto de la celebración perpetua. «Ya hablamos», me dice. Aprovecho para terminar de recorrer la casa, contemplo vestuarios, libros y la arquitectura antigua. Aquel lugar, me dirá Nibaldo más tarde, fue adquirido gracias a la convocatoria de la Ley de espectáculos públicos.
Me queda claro que esta ley no solo ha beneficiado a la compañía de teatro, ofreciéndole un lugar para seguir desarrollando su ejercicio escénico, sino a la ciudad. El apoyo a las iniciativas culturales genera un impacto sobre sus ciudadanos, permitiéndoles acceder a beneficios tangibles e intangibles. Además, todo el que desee invertir en Cofradía recibe un descuento del 165% en la declaración de renta, debido a la Ley de rendimiento económico.
Termino mi recorrido y me acomodo en un sofá situado cerca de la puerta. Allí espero a Nibaldo y a Paola Puello, su compañera sentimental, y quien ha jugado un rol esencial en el crecimiento de la fundación.
El poeta coronado por Baco se sienta a mi lado, usa un overol azul y tiene la cara y manos pintadas. Me explica que comenzó en el teatro a los 13 años. Nunca se imaginó actuando, no le gustaba. La primera obra en que participó fue En la diestra de Dios padre, donde representó a la muerte. Durante la obra tenía que saltar hacia el público. Este instante fue determinante. «En ese momento decidí que tenía que tener contacto con el público, tenía que comunicar, por eso siempre he querido de alguna manera esa comunión con el espectador y siempre he buscado maneras distintas para hacerlo».
Esto, por supuesto, se ha visto reflejado en la visión que ha sustentado a Cofradía: una compañía que, por más de una década, se ha debido a su público. Uno de los proyectos más interesantes es el de Verbena teatral, cuya finalidad es llevar la experiencia del arte dramático a las calles, al contacto con la gente. En vez de aguardar a los espectadores, la compañía teatral sale a su búsqueda.
«La idea es hacer teatro al aire libre, rescatando la tradición», explica Paola Puello, quien está sentada cerca de nosotros. «En Chiquinquirá (barrio donde cinco años antes estaba la sede de Cofradía) llevamos grupos de Francia y Chile», continua.
Es palpable el trabajo que han realizado por las artes escénicas en Barranquilla. Sin embargo, el camino no ha sido fácil. Antes de llegar a forjar un nombre en la escena local y nacional, emprendieron un largo periplo.
«Cofradía persiste y resiste en la creatividad, en el ideal de hacer teatro como compañía, es una carrera muy peligrosa en la que siempre te estás cayendo». Estas son las palabras de Nibaldo cuando le pregunto por las dificultades que ha tenido que enfrentar la fundación y la situación del teatro en Barranquilla. Paola, por su parte, apunta: «La cosa es que nunca ha sido fácil».
A pesar de las dificultades, no se necesita más que un pequeño recorrido en Internet para ver una variada oferta cultural en teatro; basta con caminar por los barrios El Prado o Boston para maravillarse con los jóvenes que ensayan en los parques. Estas palabras de Nibaldo lo resumen todo:
«Las problemáticas pueden ser las mismas, no veo suficientes políticas culturales que protejan al teatro, pero hay unos caminos que podemos construir. Hay que luchar por más políticas que arropen o cobijen el quehacer teatral. Se trata de iniciar diálogos y conversaciones para construir caminos en conjunto entre la sociedad civil, el sector privado y lo público. Lo que sí veo es gente que quiere hacer teatro».
Cofradía es una máquina que le apuesta al arte desde todos los linderos: busca favorecer los aspectos estéticos del teatro, defendiendo su poética, y cree en la necesidad de construir un ecosistema sostenible, donde los diversos participantes del arte dramático puedan ejercer su profesión desde una posición digna.
Para Nibaldo se trata de generar un ejercicio productivo que proteja la propuesta estética de la puesta en escena. Él «veía que los grupos se desintegraban porque la gente comenzaba a tener necesidades prioritarias, la familia, los hijos, pagar deudas, pagar servicios, etc.»
Además, sin olvidar que el teatro debe desarrollarse en sintonía con el público. Sus proyectos, como La ciudad como aula de aprendizaje, son una evidencia de esto. «Eso era lo que queríamos, usar cualquier espacio y convertirlo en un espacio de aprendizaje, donde el teatro no fuera un complemento, sino un ejercicio que atravesara todas las áreas del saber, que la gente pudiera ver la física desde la acústica y la reflexión y refracción de la luz; que pudieran ver la literatura como un punto de encuentro entre el lenguaje no verbal y la semiótica literaria… En fin, un montón de cosas transversales».
El arte debe permitir al artista subsistir y crear. Si esto se logra en el país, entonces se podrá decir que culturalmente se ha salvado.