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Esperando en una sala llena de arte para entrar a otra sala llena de arte, pero más de sentimientos encontrados, la audiencia se paraba frente a la puerta para presenciar “Reflexus”, el acto de cierre de la exhibición “Los varones del Sol”, de la artista María Fernanda Patiño, en la Galería Sextante.
La entrada a la sala es pequeña y solo ingresan unas diez personas cada vez. Cada persona que sale muestra una emoción diferente y eso solo hace que incremente la expectativa. Una vez adentro la iluminación es tenue, pero en las paredes resaltan los dibujos de Patiño, que muestran rostros, cuerpos y árboles. Son las caras de aquellos jóvenes que fueron víctimas de los denominados con el eufemismo “falsos positivos”, entrelazadas con árboles en vía de extinción de la región donde sus cuerpos fueron encontrados. Antes de entrar la artista les mencionó a algunos de los asistentes que “los símbolos se fueron uniendo”, pues entre los rostros, las plantas y el mismo nombre de la exhibición se esconden detalles que encajan como piezas de un rompecabezas, a la espera de ser unidos por su audiencia.
Patiño afirma que “en conjunto nos dimos cuenta de que el nombre Soacha es de origen muisca y se divide en dos: Sua, que significa sol, y Cha, que significa varón. Entonces, las coincidencias eran enormes”. Más allá del significado muisca, el Sol sigue haciendo apariciones sutiles en la exhibición, pues también lo relacionan con la figura del Sol presente en las condecoraciones que, en su momento, los implicados en estos crímenes recibieron como un premio por “su compromiso con la patria”.
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Pero esta muestra no solo incluye dibujos. A estos los acompañan otros elementos como la prosa poética de la actriz Lorena Cubillos y una museografía viva, que se comunica con el espectador, desarrollada por Juan Alberto Galvis, director creativo del colectivo.
En una esquina de la sala, sentada y de espaldas al público, se encontraba la actriz y en el fondo un marco blanco frente al cual se sienta una mujer desnuda, cuya espalda y pelo negro es lo único que ve la audiencia, mientras que sobre el marco se sienta un joven que mira fijamente al otro lado de la sala.
“No fueron necesarios mensajeros. Su helado vientre trajo la noticia”, exclamó Lorena Cubillos. “¡Es un varón!”, le respondió Flor Munevar, el símbolo de la madre, la mujer sentada. Más símbolos van apareciendo mientras Cubillos se desplaza por la sala. Todos estos elementos hacen parte de la museografía viva a la que Natalia Gutiérrez, curadora de la muestra, se refiere como “una manera de profundizar en lo que María Fernanda indagó en sus dibujos”.
“Es una manera también de dinamizar la relación con el espectador y que pueda profundizar un poco más”, afirmó Cubillos y se refirió a la posibilidad de mostrar diferentes ángulos de esta historia en los tres actos que la componen. “Esa poética narrativa es la que va cambiando. Los cuadros son los mismos, pero uno no ve siempre un mismo cuadro, así como no lee el mismo libro cuando vuelve a tomarlo. Estos tres tiempos en que el espectador se aproxima a aspectos diferentes de la misma obra, a través de la interpretación escénica y la prosa poética, permite desarrollar también de una manera sensible una relación diferente con cada cuadro”.
Para el colectivo era importante que se revelaran diferentes aspectos de una situación que marcó la historia colombiana. A través de cada uno de sus actos: “Retractus”, “Eclipsis” y “Reflexus”, se devela una arista más de la complejidad del tema que aborda la exhibición. La sala donde se muestran cambia con cada nuevo acto, la iluminación y disposición de los cuadros, junto con las palabras de Cubillos en las paredes. De acuerdo con Cubillos, ese primer acto se centró en la inocencia de los protagonistas de los dibujos y la indiferencia de la sociedad colombiana, mientras que el segundo acto planteaba cuestionamientos frente a la carga de información diaria, para finalizar con una reflexión llevada por el hilo conductor de la luz.
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“Nosotros construimos una manera en la que el público pueda ir profundizando en la historia de cada uno, es parte de acercarlo y sensibilizar a una audiencia citadina, ya que el público que viene a ver la exhibición es, en gran parte, de Bogotá. Todos estamos viviendo, en lo que menciona Lorena en su prosa poética, como en una burbuja de cemento en la que la guerra del país parece que la vemos como desde una terraza hacia el paisaje de violencia”, aseguró Patiño.
“Los varones del Sol” es el resultado de un proceso de dos años que empezó por una investigación que, en principio, no tenía como foco a los jóvenes de Soacha. “Me impresionó que nosotros como colombianos no conocemos quiénes fueron las víctimas puntuales por las que salió a la luz pública lo que ha estado sucediendo con los falsos positivos”, afirmó Patiño.
Caso por caso, la artista se dio a la tarea de buscar, conocer y entender la historia de dieciséis de las víctimas de Soacha. “Para todos los detalles en sus historias tuve que ser incisiva en internet, porque en ese momento no se podía ir a ninguna biblioteca, estábamos en pandemia, o a algún espacio de archivo físico para indagar más a profundidad. Todo partía de realmente lo que nos llega a todos los colombianos por internet. ¿Qué hay en esa memoria digital que se mueve todo el tiempo en el país? Y, a pesar de ser insistente en la búsqueda, al principio no aparecía bien quién era hijo de quién: ¿cuáles eran las madres? ¿Cuáles eran las víctimas?”, dijo la artista.
Entre las historias que reconstruyó a partir de lo que pudo encontrar en internet y las grabaciones de audiencias Patiño recuerda una de las declaraciones que dio María Ubilerma Sanabria, madre de Jaime Estiven Valencia Sanabria, quien “habló sobre que su hijo es un héroe para ella, porque la convirtió en luchadora y en hacer correr la información para que no se repita esa historia en otras zonas del país”.
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Pero reconstruir las historias era solo una parte del trabajo, uno de los desafíos fue encontrar imágenes en las cuales basar los dibujos. Algunas de las que encontró eran borrosas y no tenían buena resolución, en otras era muy difícil distinguir los rasgos de estos hombres porque “hay imágenes tipo cédula de baja calidad en internet. En la prensa digital hay muy pocas imágenes de cada uno, entonces me inquietaba que desaparecieran porque muchas páginas en las que estaban publicadas fueron desmontadas. Parte de ese diálogo con ellos era retratarlos y profundizar en la historia de cada uno, encontrar detalles que se veían simbolizados con la vegetación que estaba tratando, encontrar esos hilos que se iban uniendo”.
Natalia Gutiérrez afirma que lo valioso de las obras de Patiño está más allá del retrato que se hizo de los jóvenes, pues “no se trata de observar y copiar, sino que para llegar a esa imagen tanto del árbol como de la persona, lo que hace es tratar de entender quién era, leer mucho, investigar y hacer una recopilación no solamente de la imagen física, sino de cómo era como persona, por eso para mí los dibujos son tan contundentes”.
Para Cubillos estos dibujos contemporáneos son el producto de una mezcla de sensaciones, “son seres humanos que existieron que aquí entran en comunicación con los árboles”, adicional a lo que la artista imprimió en ellos “es un diálogo vivo, por eso tiene esa fuerza”. María Fernanda Patiño no buscaba la perfección ni la precisión en sus dibujos, sino conocer a las personas que estaban detrás de esos nombres a través de las facciones y los semblantes que las fotos permitían identificar. En su experiencia la artista cuenta que “el retrato, en este sentido, no busca ser fehaciente, sino entrar en un diálogo profundo con la persona a través de las emociones y así el dibujo iba tomando forma por sí mismo”.
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De acuerdo con Gutiérrez, el trabajo curatorial juega un papel importante en abrir este espacio al público e “invitar a las personas a acercarse a una propuesta en donde la idea es que se entienda como una intersección entre imagen, palabra y movimiento, porque el público, sobre todo en las artes plásticas, está acostumbrado a delimitar las categorías del arte”. Aquí los símbolos descubiertos en cada elemento de la muestra se hilan a través del papel del museógrafo y, según Cubillos, este es el objetivo de la museografía viva, al unir aportes de diferentes áreas artísticas para “fortalecer y proyectar de una manera sólida el objetivo de la obra”.
La respuesta emotiva del público sorprendió a los integrantes del colectivo Arte Consciente, responsable de esta muestra. La interacción de cada asistente con los símbolos, cuadros, actos y palabras encarna el objetivo de la exhibición.
“Sobre la mesa las manzanas se pudren. A su lado flores arrancadas una a una del jardín de la memoria siguen creciendo, a pesar de todo... buscan la luz”, con estas palabras Lorena Cubillos finaliza el tercer acto.