"Cold war" y los años de una cultura otoñal
La película dirigida por Pawel Pawlikowski, nominada a Mejor Película Extranjera, está narrada a finales de la década de 1940 y principios de la década de 1960, un lapso en el que Europa se tambaleaba entre el dominio comunista y la fuerza capitalista.
Andrés Osorio Guillott
Cuatro años después el viento seguía cargando el eco de aquellos gritos que pedían clemencia. Las calles aún olían a pólvora y los árboles color nacimiento del alba aún sentían las secuelas de aquellas ráfagas que se disparaban en nombre de una “raza pura” y que mataban a quienes pedían algo de eso que se perdió y que décadas atrás ya se sospechaba que no existía: humanidad.
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Cuatro años después el viento seguía cargando el eco de aquellos gritos que pedían clemencia. Las calles aún olían a pólvora y los árboles color nacimiento del alba aún sentían las secuelas de aquellas ráfagas que se disparaban en nombre de una “raza pura” y que mataban a quienes pedían algo de eso que se perdió y que décadas atrás ya se sospechaba que no existía: humanidad.
Wiktor (Tomasz Kot) dirigía al grupo musical en el que estaba Zula (Joanna Kulig). Al fondo, mientras las mujeres cantaban, se desplegaba un telón con el rostro de Stalin, el presidente del Consejo de Ministros de la Unión Soviética a finales de la década de 1940.
Polonia en la posguerra era un lugar estratégico. Era uno de los paréntesis de Europa. El gobierno de la Unión Soviética tenía en claro que si Alemania decidía realizar alguna especie de retaliación, empezaría por Polonia. Por eso allí se instauró una fuerte presencia del Ejército rojo y un trabajo inmarcesible por consolidar una identidad política y cultural que estuviera asociada con el comunismo. Esto lo que provocó finalmente fue un escenario de ocupación por parte del régimen soviético, pues en Polonia no había cabida para una ideología diferente al comunismo.
Pawlikowski, director de Cold War, afirma que la historia de la película duró 40 años guardada. El origen de todo está en la historia de sus padres, en el testimonio de un amor que se impuso a los desasosiegos de la guerra, a las discrepancias éticas. La historia de Cold War es la historia de sus progenitores, es la historia de un instante en el que Polonia quería recuperar el folclore de su nación, y por eso la música, que según el director es la otra protagonista, surge como el elemento diferenciador entre el relato verídico de sus padres y la ficción instalada en esta película presentada en formato 4:3 y que contiene la magia del blanco y negro.
La película inicia su relato en el año de 1949, época en la cual se funda el ballet folclórico de Polonia. La experiencia de los personajes al enfrentar la persecución, el exilio y la adaptación de un sistema comunista a uno capitalista es, también, otra forma en la que el director Pawlikowski reseña una vivencia propia, pues con tan solo 14 años, el cineasta polaco tuvo que exiliarse junto a su familia a Inglaterra, país en el que vivió por muchos años y desde el cual observó con cierta distancia su pasado, su origen y su sentido de vida, pues cuando volvió a Polonia para contar la historia de sus padres y la de toda una comunidad que vivió bajo la amenaza de la guerra fría, supo que sus raíces no se habían marchitado porque aún tenía una deuda pendiente con la Polonia que resistió a las estratagemas y a las manipulaciones de orden político.
Además de Varsovia, capital de Polonia, la película nos lleva a la París de los años 50. Allí, en la capital de Francia, Wiktor sufre la experiencia del exilio. Esta ciudad que también tuvo que levantarse mientras se removían algunos escombros, empezaba a erigirse como una enorme hoja blanca y pulida que quería ser escrita por las plumas de varios escritores latinoamericanos. Y aunque París llevaba varios años siendo narrada desde los trazos existencialistas e irreverentes de Jean Paul Sartre, Albert Camus y Simone de Beauvoir, tres íconos de la literatura y la filosofía francesa que lograron moldear la angustia y el desasosiego en sus novelas , la aparición de personajes como Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez o Jorge Luis Borges unos años más adelante, logró que “la ciudad luz” se convirtiera en un referente cultural y en un paraíso literario que marcaría los años más prósperos y lúcidos de la literatura. Ese fenómeno editorial del “Boom” latinoamericano surgido en Europa y la llamada “Generación Beat”, en Estados Unidos, rompieron de alguna manera con esa cultura hegemónica que había consolidado Europa a través de Italia, Alemania, Francia, Inglaterra y España.
En general, las artes y la cultura en la Europa de la posguerra había sido franqueada por las quimeras de la guerra. El ya mencionado existencialismo que años atrás había surgido en la filosofía de Arthur Shopenhauer en Alemania o en la literatura de Franz Kafka, permeaba las letras, las pinturas y los discursos de los pensadores que habían evidenciado éxodos masivos a causas de movimientos totalitarios y de incertidumbres que se edificaban en nombre de “el fantasma del comunismo” y de una aparente e interminable amenaza de guerra nuclear entre la URSS y los Estados Unidos, naciones que aparecían como potencias luego de haber derrotado el régimen nazi de Adolf Hitler.
René Clément y Jacques Becker en Francia, hacen del cine un canal para volver a narrar el territorio. Los sentimientos de fatalidad, que no solamente se veían en la literatura, se adueñan también de las imágenes y las tramas del séptimo arte. Por su parte, El neorrealismo del cine italiano de la mano de Roberto Rossellini y el auge de la comedia en Inglaterra dan cuenta de una época en la que el arte se refractaba entre los espejos rotos de la segunda guerra mundial y los reflejos de la esperanza que intentaba recuperarse a través de relatos que levantaran la moral de las naciones y diera un aire de porvenir y progreso en medio de la división del Telón de acero.
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En términos generales, el lenguaje bélico y metafórico que se instaló en el orden mundial al hablar del “fantasma del comunismo” causó que la política funcionara a través del miedo, la segregación y la estigmatización de comunidades, ya fuera por ideología, raza u origen. La migración de europeos a distintas partes del mundo, los nuevos rastros de movimientos insurgentes en América Latina y la futura persecución contra los líderes socialistas y la instalación del capitalismo y del poderío armamentista por medio de las fachadas de la ciencia y la tecnología cambiaron el rumbo de una especie que se fue deshumanizando sin darse cuenta, normalizando la destrucción y la violencia en todas sus manifestaciones y enlodando por completo ese sentimiento del amor que Pawlikowski quiso visualizar en una película que encuentra su origen en los padres del director y que ahonda en la extinta compasión de dos almas que se atreven a erigir su obra y testimonio a través de la compañía, la utopía y la complicidad.