Colombia, país de extremos
En su libro “Colombia. El país de los extremos”, el diplomático e historiador ecuatoriano Eduardo Durán-Cousin recorre nuestra historia para plantear posibles salidas a “la crónica repetición de situaciones negativas”, que tienen un origen claro: la debilidad del Estado. En este texto sus principales conclusiones.
Eduardo Durán-Cousin
El presente es la viviente suma total del pasado.
Thomas Carlyle
Los hombres hacen su propia historia,pero no la hacen a su libre albedrío,bajo circunstancias elegidas por ellos mismos,sino bajo aquellas circunstancias con quese encuentran directamente,que existen y les han sido legadas por el pasado.
Carlos Marx, El 18 Brumario de Luis Bonaparte
El presente y el futuro de un país están fuertemente condicionados por el pasado, no solo a partir de las estructuras económicas, sociales, políticas y culturales que una sociedad hereda en su devenir histórico, sino además por el profundo condicionamiento que genera la mentalidad formada y heredada en el decurso de esos mismos años.
En sus siglos de formación, la sociedad colombiana desarrolló constantes —algunas estructurales, otras psicológicas— que comenzaron a darse en la Edad Primitiva y, después, en el largo decurso de la Colonia y la República. Comprenderlas es importante para entender tanto el carácter específico de sus sistemas social, económico, político y cultural, como la mentalidad y la idiosincrasia de los individuos que la conforman.
Determinar esas constantes y establecer las causas que les dieron origen y condicionaron su evolución y su trascendencia en el presente son los objetos de este estudio. Y, en este afán, contemplamos con iguales valor y trascendencia la evolución de estas persistencias en los planos objetivos de lo social, lo económico, lo político y lo cultural, así como en la formación de la mentalidad a partir de la traslación consciente o inconsciente de humores y actitudes.
En este sentido, tomando en cuenta tanto lo estructural como los rasgos de la mentalidad, identificamos un sinnúmero de constantes que se han venido dando en la sociedad colombiana, unas más evidentes que otras, pero, en definitiva, fenómenos relevantes que han formado a lo largo del tiempo la personalidad de la nación o de sus regiones en particular.
Constantes como la tendencia histórica a la reconversión de la violencia y, directamente conectada con este fenómeno, la debilidad del Estado, cuyas manifestaciones más dramáticas —la falta de presencia de las instituciones estatales en el territorio, la carencia del monopolio de la fuerza o, bien en el siglo XX, la ausencia de una política efectiva de seguridad— determinaron la dilucidación violenta de los conflictos y, con ella, la recurrencia de guerras civiles durante el siglo XIX y el desate tanto del drama de La Violencia, a mediados del siglo XX, como del largo y porfiado conflicto armado con las guerrillas izquierdistas, a partir de 1964.
Los Estados latinoamericanos son Estados débiles y, dentro de este conjunto, el caso colombiano es particularmente grave.
La sociedad colombiana se ha visto sobredeterminada por la debilidad de su Estado, no solo por haberse convertido esta insuficiencia en el telón de fondo de los interminables conflictos suscitados desde la Independencia, sino también porque desde los tiempos de la Colonia, el endémico abandono de las instituciones estatales de vastas extensiones del enorme territorio condujo a la no presencia de la justicia, a la privación de la educación y a la ausencia de autoridades de policía en importantes áreas del país, determinando con esto el surgimiento de amplias zonas campesinas carentes de formación moral, con lo que se generó un importante segmento de población con bajo umbral ético, la cual, por los procesos migratorios del siglo XX, se difundió hacia extensas áreas urbanas.
La conjugación durante los años ochenta del siglo XX: de la ausencia del Estado en el territorio, el predominio de grupos violentos y la presencia de un importante segmento del tejido social con carencias éticas, en un país estratégicamente situado en América, con un campesinado sumamente pobre y desprovisto de alternativas económicas, y además, la existencia de abundantes tierras vírgenes, abrió paso a otro problema crítico, al resultar campo propicio para el adentramiento del narcotráfico y sus mafias criminales, como en ningún otro país del mundo. Colombia, con esto, se sostendría por décadas como el primer productor y exportador mundial de cocaína.
Con esta concatenación de fenómenos, la violencia colombiana tuvo un desenvolvimiento concéntrico: la violencia política abrió paso a la violencia delincuencial y facilitó la eclosión del narcotráfico, el cual motorizó el delito y otras formas de violencia.
Las causas de la recurrente violencia política
Como se ha dicho, desde 1810 el telón de fondo de la sucesión de violencias en el país es la debilidad del Estado. Sin embargo, aunque esta haya sido condición propicia para el desate de las confrontaciones, estas obedecen a una serie compleja de razones, entre las cuales se destacan, durante el siglo XIX y buena parte del XX, el carácter excluyente de las élites liberales y conservadoras, que devino en una alta pugnacidad por el control del poder en el fragmentado país, carente además de una institucionalidad política que pudiese facilitar una concertación.
En una segunda instancia, al decaer el enfrentamiento sectario liberal-conservador pero no el carácter excluyente de las élites políticas, el régimen político inaugurado a partir de 1958 no dio cabida, dentro del sistema, a las fuerzas contestatarias surgidas como reacción a las graves condiciones de inequidad del país, lo que dio lugar a la efervescencia de grupos subversivos, que se sostuvieron activos movidos por la persistencia de la desigualdad y con los enormes recursos provenientes del narcotráfico.
Desde 1964, la efervescencia de la izquierda violenta puso en evidencia una de las más enojosas constantes de la realidad colombiana: la gravísima desigualdad social, sobre todo en el campo, que condujo a Colombia a convertirse en uno de los países más inequitativos de América y llevó también a la certeza acerca de la necesidad ineludible de realizar una profunda reforma rural que ayudase a superar la dramática pobreza de los campesinos, como condición para superar una de las causas del dilatado conflicto armado sostenido en el país.
La continua violencia política desatada en la República por casi 210 años dio lugar al surgimiento de fenómenos que se volvieron constantes históricas. Entre otros, la presencia de la guerrilla en todos los conflictos desde los años de la Patria Boba hasta nuestros días; la utilización del secuestro como recurso político y financiero de los levantados en armas desde las últimas guerras del siglo XIX; y la extorsión, usada desde los tiempos de los bandidos de La Violencia.
La recurrente violencia política que se registra a partir de la proclamación de la República en el siglo XIX y que durante el siglo XX se vio agravada por los crímenes de los paramilitares y de las mafias de narcotraficantes, hizo que se acumulara en la mentalidad de segmentos importantes del tejido social una actitud de irrespeto por la vida humana y de banalización de la muerte, a la que se añadió una gravísima tendencia a la crueldad como fenómeno repetido en la violencia política y delictiva. Semejante cuadro, y sobre todo la insistente y grave sevicia —con cuerpos fragmentados hasta descomponerlos por obra del cuchillo como práctica frecuente desde las últimas guerras del siglo XIX hasta la actualidad, con las «casas de pique» de las bandas criminales—, nos lleva a pensar, que este fenómeno, si nos atenemos a una visión antropológica de los hechos, tiene relación con eventos de crueldad extrema que datan de la lejana Prehistoria, cuando el canibalismo era práctica común en áreas importantes de lo que pasó a ser la actual Colombia .
La violencia aguda e insistente desatada en el país muy probablemente catalizó hacia el presente instintos situados en el fondo del inconsciente colectivo. Desde esa óptica, pensamos que la ausencia histórica de una cultura militarista en un segmento importante de la región del Caribe durante la Edad Primitiva, puede estar relacionada con el clima de menor pugnacidad que la caracterizó en los siglos XIX y XX y hasta inicios del siglo XXI.
La ausencia del Estado también trajo resultados positivos
En el anverso de la medalla, la crónica ausencia del Estado en el territorio incidió en forma importante en la formación de una mentalidad liberal en el conjunto de la población. Al no estar presente el Estado —incluso desde la Era Colonial— en vastas áreas geográficas o bien no haber sido un actor relevante en la vida social, los ciudadanos asumieron un espíritu independiente en lo económico, con el que desarrollaron una percepción liberal de la vida, una idiosincrasia individualista que resultó punto de partida para la formación en Colombia de una mentalidad de trabajo y empresa que, iniciada por razones específicas en Antioquia y sus áreas de colonización, caracterizó con el tiempo la idiosincrasia de muchas regiones del país.
En Antioquia, la llegada de la minería, la economía cafetera y la pequeña propiedad en los siglos XVIII y XIX y, en el resto del país, el esfuerzo que llevó a su despegue económico durante el siglo XX estimularon el desarrollo de un espíritu emprendedor en Colombia, despertándose el instinto comercial y la creatividad usual en los ancestros indígenas quimbayas, catíos y muiscas de la Era Primitiva, y convirtiéndose el espíritu de empresa y la creatividad en pronunciadas características de los habitantes de la Colombia moderna. Incluso en este esfuerzo por mejorar la economía y hacer negocios, volverían al presente los usos amables tan característicos de algunos pueblos precolombinos.
La idiosincrasia individualista de los colombianos tendría un mayor desarrollo, no necesariamente positivo, cuando durante la República el uso de las instituciones estatales para fines particulares o clientelares por parte de las élites y los partidos políticos determinó que los ciudadanos no se sintieran representados por el Estado y que, por ende, no contaran con este en su vida personal. Ello agudizó no solo su inclinación individualista, sino además la renuencia de la sociedad a la participación política, que en el siglo XX llevó a un elevado abstencionismo electoral, también tan característico de Colombia.
Por obra de ese individualismo, de la reducida importancia del Estado y de la ausencia de grandes recursos fiscales, también habría de ser característica de Colombia —a diferencia de sus vecinos Ecuador y Venezuela— la inexistencia de corrientes populistas a lo largo de su historia, salvando el caso del paradigmático Jorge Eliécer Gaitán. Asimismo, por obra de otra corriente histórica, la del civilismo, forjada en las facultades de Jurisprudencia bogotanas en las últimas décadas de la Colonia, el país se mantendría por lo general ajeno a las asonadas y dictaduras militares.
El camino posible
Este estudio no pretendió ser un recuento académico de una continuidad de hechos e interpretaciones sino que, a partir de la observación de las constantes que han caracterizado a la sociedad colombiana, procuró establecer su origen, las causas que les dan continuidad y, sobre esa base, esbozar conclusiones que aporten elementos de juicio para, por un lado, superar la crónica repetición de situaciones negativas y, por otro, estimular las virtudes que marcan la excepcionalidad colombiana en el continente.
A todas luces, nos parece ineludible que para superar la era de las guerrillas, del narcotráfico y de los grupos ilegales, el Estado colombiano debe, como condición primera para la paz, superar su inveterada ausencia en el territorio y despojar a los grupos violentos del espacio en que se han desenvuelto. Para esto, la sociedad habrá de aportar los recursos económicos y humanos que, revirtiendo una tendencia de siglos, posibiliten implantar la presencia integral del Estado en el territorio, así como dotar al campo y a los barrios postergados de las ciudades de servicios, de educación, de justicia, de salud, de seguridad y de estímulo al emprendimiento y al empleo.
Para solventar el problema histórico de la violencia política y criminal, resulta inaplazable la adopción de algunas políticas de Estado. Es necesario fortalecerlo institucionalmente y mantener una doctrina de seguridad actualizada y unas fuerzas armadas y de policía eficientes en el territorio. Junto a ello, es imprescindible la realización de una reforma rural integral, quizá teniendo como fundamento el concepto incorporado en el Acuerdo de Paz con las Farc. Frente a la narcoproducción, se requiere una política concertada de sustitución de cultivos que conlleve una subida en el nivel de vida de los campesinos. De hecho, al curar las terribles injusticias subsistentes en el agro, se habrá quitado parte importante del piso que sustenta la violencia política y, con esta, la delincuencia criminal y el narcotráfico; vicisitudes que, además, mantienen despiertas predisposiciones culturales a la violencia e incluso inclinaciones inconscientes a la agresión y a la sevicia que, de otra manera, sin catalizadores, disminuirían o bien yacerían recónditas.
Otro aspecto trascendental para alcanzar la paz es la democratización del sistema político. Todo el abanico ideológico debe tener su espacio en los procesos de representación democrática. Desarrollar un sistema político inclusivo ayudará a promover la aceptación del otro, a superar el espíritu excluyente tan propio de las élites políticas y económicas colombianas. Es ideal para toda sociedad lograr equilibrios políticos: una derecha democrática sólida y moderna y una izquierda democrática fuerte, bien representadas en el sistema.
Por otra parte, la modernización del sistema político colombiano es ineludible para alcanzar el desarrollo político del país. Es imperativo restarle piso a las prácticas clientelares acompañadas de corrupción, que por décadas han anquilosado al sistema político, damnificado la economía, frenado la creación de infraestructura y socavado la confianza pública en el Estado.
Los remedios para Colombia van a contrapelo de su historia. Por ello vimos tan útil estudiar su pasado para comprender en toda su magnitud a este gran país.
El presente es la viviente suma total del pasado.
Thomas Carlyle
Los hombres hacen su propia historia,pero no la hacen a su libre albedrío,bajo circunstancias elegidas por ellos mismos,sino bajo aquellas circunstancias con quese encuentran directamente,que existen y les han sido legadas por el pasado.
Carlos Marx, El 18 Brumario de Luis Bonaparte
El presente y el futuro de un país están fuertemente condicionados por el pasado, no solo a partir de las estructuras económicas, sociales, políticas y culturales que una sociedad hereda en su devenir histórico, sino además por el profundo condicionamiento que genera la mentalidad formada y heredada en el decurso de esos mismos años.
En sus siglos de formación, la sociedad colombiana desarrolló constantes —algunas estructurales, otras psicológicas— que comenzaron a darse en la Edad Primitiva y, después, en el largo decurso de la Colonia y la República. Comprenderlas es importante para entender tanto el carácter específico de sus sistemas social, económico, político y cultural, como la mentalidad y la idiosincrasia de los individuos que la conforman.
Determinar esas constantes y establecer las causas que les dieron origen y condicionaron su evolución y su trascendencia en el presente son los objetos de este estudio. Y, en este afán, contemplamos con iguales valor y trascendencia la evolución de estas persistencias en los planos objetivos de lo social, lo económico, lo político y lo cultural, así como en la formación de la mentalidad a partir de la traslación consciente o inconsciente de humores y actitudes.
En este sentido, tomando en cuenta tanto lo estructural como los rasgos de la mentalidad, identificamos un sinnúmero de constantes que se han venido dando en la sociedad colombiana, unas más evidentes que otras, pero, en definitiva, fenómenos relevantes que han formado a lo largo del tiempo la personalidad de la nación o de sus regiones en particular.
Constantes como la tendencia histórica a la reconversión de la violencia y, directamente conectada con este fenómeno, la debilidad del Estado, cuyas manifestaciones más dramáticas —la falta de presencia de las instituciones estatales en el territorio, la carencia del monopolio de la fuerza o, bien en el siglo XX, la ausencia de una política efectiva de seguridad— determinaron la dilucidación violenta de los conflictos y, con ella, la recurrencia de guerras civiles durante el siglo XIX y el desate tanto del drama de La Violencia, a mediados del siglo XX, como del largo y porfiado conflicto armado con las guerrillas izquierdistas, a partir de 1964.
Los Estados latinoamericanos son Estados débiles y, dentro de este conjunto, el caso colombiano es particularmente grave.
La sociedad colombiana se ha visto sobredeterminada por la debilidad de su Estado, no solo por haberse convertido esta insuficiencia en el telón de fondo de los interminables conflictos suscitados desde la Independencia, sino también porque desde los tiempos de la Colonia, el endémico abandono de las instituciones estatales de vastas extensiones del enorme territorio condujo a la no presencia de la justicia, a la privación de la educación y a la ausencia de autoridades de policía en importantes áreas del país, determinando con esto el surgimiento de amplias zonas campesinas carentes de formación moral, con lo que se generó un importante segmento de población con bajo umbral ético, la cual, por los procesos migratorios del siglo XX, se difundió hacia extensas áreas urbanas.
La conjugación durante los años ochenta del siglo XX: de la ausencia del Estado en el territorio, el predominio de grupos violentos y la presencia de un importante segmento del tejido social con carencias éticas, en un país estratégicamente situado en América, con un campesinado sumamente pobre y desprovisto de alternativas económicas, y además, la existencia de abundantes tierras vírgenes, abrió paso a otro problema crítico, al resultar campo propicio para el adentramiento del narcotráfico y sus mafias criminales, como en ningún otro país del mundo. Colombia, con esto, se sostendría por décadas como el primer productor y exportador mundial de cocaína.
Con esta concatenación de fenómenos, la violencia colombiana tuvo un desenvolvimiento concéntrico: la violencia política abrió paso a la violencia delincuencial y facilitó la eclosión del narcotráfico, el cual motorizó el delito y otras formas de violencia.
Las causas de la recurrente violencia política
Como se ha dicho, desde 1810 el telón de fondo de la sucesión de violencias en el país es la debilidad del Estado. Sin embargo, aunque esta haya sido condición propicia para el desate de las confrontaciones, estas obedecen a una serie compleja de razones, entre las cuales se destacan, durante el siglo XIX y buena parte del XX, el carácter excluyente de las élites liberales y conservadoras, que devino en una alta pugnacidad por el control del poder en el fragmentado país, carente además de una institucionalidad política que pudiese facilitar una concertación.
En una segunda instancia, al decaer el enfrentamiento sectario liberal-conservador pero no el carácter excluyente de las élites políticas, el régimen político inaugurado a partir de 1958 no dio cabida, dentro del sistema, a las fuerzas contestatarias surgidas como reacción a las graves condiciones de inequidad del país, lo que dio lugar a la efervescencia de grupos subversivos, que se sostuvieron activos movidos por la persistencia de la desigualdad y con los enormes recursos provenientes del narcotráfico.
Desde 1964, la efervescencia de la izquierda violenta puso en evidencia una de las más enojosas constantes de la realidad colombiana: la gravísima desigualdad social, sobre todo en el campo, que condujo a Colombia a convertirse en uno de los países más inequitativos de América y llevó también a la certeza acerca de la necesidad ineludible de realizar una profunda reforma rural que ayudase a superar la dramática pobreza de los campesinos, como condición para superar una de las causas del dilatado conflicto armado sostenido en el país.
La continua violencia política desatada en la República por casi 210 años dio lugar al surgimiento de fenómenos que se volvieron constantes históricas. Entre otros, la presencia de la guerrilla en todos los conflictos desde los años de la Patria Boba hasta nuestros días; la utilización del secuestro como recurso político y financiero de los levantados en armas desde las últimas guerras del siglo XIX; y la extorsión, usada desde los tiempos de los bandidos de La Violencia.
La recurrente violencia política que se registra a partir de la proclamación de la República en el siglo XIX y que durante el siglo XX se vio agravada por los crímenes de los paramilitares y de las mafias de narcotraficantes, hizo que se acumulara en la mentalidad de segmentos importantes del tejido social una actitud de irrespeto por la vida humana y de banalización de la muerte, a la que se añadió una gravísima tendencia a la crueldad como fenómeno repetido en la violencia política y delictiva. Semejante cuadro, y sobre todo la insistente y grave sevicia —con cuerpos fragmentados hasta descomponerlos por obra del cuchillo como práctica frecuente desde las últimas guerras del siglo XIX hasta la actualidad, con las «casas de pique» de las bandas criminales—, nos lleva a pensar, que este fenómeno, si nos atenemos a una visión antropológica de los hechos, tiene relación con eventos de crueldad extrema que datan de la lejana Prehistoria, cuando el canibalismo era práctica común en áreas importantes de lo que pasó a ser la actual Colombia .
La violencia aguda e insistente desatada en el país muy probablemente catalizó hacia el presente instintos situados en el fondo del inconsciente colectivo. Desde esa óptica, pensamos que la ausencia histórica de una cultura militarista en un segmento importante de la región del Caribe durante la Edad Primitiva, puede estar relacionada con el clima de menor pugnacidad que la caracterizó en los siglos XIX y XX y hasta inicios del siglo XXI.
La ausencia del Estado también trajo resultados positivos
En el anverso de la medalla, la crónica ausencia del Estado en el territorio incidió en forma importante en la formación de una mentalidad liberal en el conjunto de la población. Al no estar presente el Estado —incluso desde la Era Colonial— en vastas áreas geográficas o bien no haber sido un actor relevante en la vida social, los ciudadanos asumieron un espíritu independiente en lo económico, con el que desarrollaron una percepción liberal de la vida, una idiosincrasia individualista que resultó punto de partida para la formación en Colombia de una mentalidad de trabajo y empresa que, iniciada por razones específicas en Antioquia y sus áreas de colonización, caracterizó con el tiempo la idiosincrasia de muchas regiones del país.
En Antioquia, la llegada de la minería, la economía cafetera y la pequeña propiedad en los siglos XVIII y XIX y, en el resto del país, el esfuerzo que llevó a su despegue económico durante el siglo XX estimularon el desarrollo de un espíritu emprendedor en Colombia, despertándose el instinto comercial y la creatividad usual en los ancestros indígenas quimbayas, catíos y muiscas de la Era Primitiva, y convirtiéndose el espíritu de empresa y la creatividad en pronunciadas características de los habitantes de la Colombia moderna. Incluso en este esfuerzo por mejorar la economía y hacer negocios, volverían al presente los usos amables tan característicos de algunos pueblos precolombinos.
La idiosincrasia individualista de los colombianos tendría un mayor desarrollo, no necesariamente positivo, cuando durante la República el uso de las instituciones estatales para fines particulares o clientelares por parte de las élites y los partidos políticos determinó que los ciudadanos no se sintieran representados por el Estado y que, por ende, no contaran con este en su vida personal. Ello agudizó no solo su inclinación individualista, sino además la renuencia de la sociedad a la participación política, que en el siglo XX llevó a un elevado abstencionismo electoral, también tan característico de Colombia.
Por obra de ese individualismo, de la reducida importancia del Estado y de la ausencia de grandes recursos fiscales, también habría de ser característica de Colombia —a diferencia de sus vecinos Ecuador y Venezuela— la inexistencia de corrientes populistas a lo largo de su historia, salvando el caso del paradigmático Jorge Eliécer Gaitán. Asimismo, por obra de otra corriente histórica, la del civilismo, forjada en las facultades de Jurisprudencia bogotanas en las últimas décadas de la Colonia, el país se mantendría por lo general ajeno a las asonadas y dictaduras militares.
El camino posible
Este estudio no pretendió ser un recuento académico de una continuidad de hechos e interpretaciones sino que, a partir de la observación de las constantes que han caracterizado a la sociedad colombiana, procuró establecer su origen, las causas que les dan continuidad y, sobre esa base, esbozar conclusiones que aporten elementos de juicio para, por un lado, superar la crónica repetición de situaciones negativas y, por otro, estimular las virtudes que marcan la excepcionalidad colombiana en el continente.
A todas luces, nos parece ineludible que para superar la era de las guerrillas, del narcotráfico y de los grupos ilegales, el Estado colombiano debe, como condición primera para la paz, superar su inveterada ausencia en el territorio y despojar a los grupos violentos del espacio en que se han desenvuelto. Para esto, la sociedad habrá de aportar los recursos económicos y humanos que, revirtiendo una tendencia de siglos, posibiliten implantar la presencia integral del Estado en el territorio, así como dotar al campo y a los barrios postergados de las ciudades de servicios, de educación, de justicia, de salud, de seguridad y de estímulo al emprendimiento y al empleo.
Para solventar el problema histórico de la violencia política y criminal, resulta inaplazable la adopción de algunas políticas de Estado. Es necesario fortalecerlo institucionalmente y mantener una doctrina de seguridad actualizada y unas fuerzas armadas y de policía eficientes en el territorio. Junto a ello, es imprescindible la realización de una reforma rural integral, quizá teniendo como fundamento el concepto incorporado en el Acuerdo de Paz con las Farc. Frente a la narcoproducción, se requiere una política concertada de sustitución de cultivos que conlleve una subida en el nivel de vida de los campesinos. De hecho, al curar las terribles injusticias subsistentes en el agro, se habrá quitado parte importante del piso que sustenta la violencia política y, con esta, la delincuencia criminal y el narcotráfico; vicisitudes que, además, mantienen despiertas predisposiciones culturales a la violencia e incluso inclinaciones inconscientes a la agresión y a la sevicia que, de otra manera, sin catalizadores, disminuirían o bien yacerían recónditas.
Otro aspecto trascendental para alcanzar la paz es la democratización del sistema político. Todo el abanico ideológico debe tener su espacio en los procesos de representación democrática. Desarrollar un sistema político inclusivo ayudará a promover la aceptación del otro, a superar el espíritu excluyente tan propio de las élites políticas y económicas colombianas. Es ideal para toda sociedad lograr equilibrios políticos: una derecha democrática sólida y moderna y una izquierda democrática fuerte, bien representadas en el sistema.
Por otra parte, la modernización del sistema político colombiano es ineludible para alcanzar el desarrollo político del país. Es imperativo restarle piso a las prácticas clientelares acompañadas de corrupción, que por décadas han anquilosado al sistema político, damnificado la economía, frenado la creación de infraestructura y socavado la confianza pública en el Estado.
Los remedios para Colombia van a contrapelo de su historia. Por ello vimos tan útil estudiar su pasado para comprender en toda su magnitud a este gran país.