Colombia: sin cultura la crisis podría ser eterna (II)
Presentamos un reportaje que habla sobre los números del sector cultural tras un año de la pandemia. Los datos dan cuenta de las empresas cerradas, creadas y la intención de gasto en cultura de los colombianos.
Laura Camila Arévalo Domínguez
Quién tendrá la culpa de la crisis del sector cultural en Colombia: ¿los ciudadanos?, ¿el Gobierno?, ¿el mismo sector? Y qué es lo que se lograría encontrando al culpable si, al parecer, no hay uno solo: se trata de una responsabilidad compartida que, si no asumimos con urgencia, tendremos que pagar a precios muy altos. Las condiciones de vida de los artistas en Colombia no mejoran.
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En la versión pasada de este texto se evidenció, según cifras del DANE, que aunque en enero y febrero de 2020 el consumo de cultura se mantuvo, marzo del mismo año demostró que la suspensión económica de las dos primeras semanas por la cuarentena, tenidas en cuenta para el informe del PIB, golpeó fuertemente al sector. “La cifra la arrojó el renglón mensualizado: 1,1 % en enero, 1,4 % en febrero y -11,6 % en marzo. Va a ser un golpe muy duro”, dijo en mayo del año pasado Juan Daniel Oviedo, director del DANE.
Para esta vez se consultaron los registros de la Planilla Integrada de Liquidación de Aportes (PILA) y los de relaciones laborales que darán cuenta sobre lo que pasó con las “actividades naranjas” formales dentro del marco de la pandemia. Estas cifras se basan en los registros del RUT, de la DIAN, el Registro Único Empresarial de las cámaras de comercio y la clasificación de actividades económicas que permiten establecer qué es la economía naranja.
El inventario de unidades económicas naranjas se mide entre las personas naturales y jurídicas de las que hay registro. Hay algunas de inclusión total (las que son completamente naranjas) y las parciales (tienen matices), pero todas se suman. Por ejemplo, y solo teniendo en cuenta los datos hasta el año anterior, en 2019 se crearon 10.616 empresas de inclusión total y en 2020 la cifra fue de 8.666 del mismo tipo: casi dos mil empresas menos. Si hablamos de inclusión parcial, en 2019 se crearon 87 mil y en 2020, 65 mil. “No es que se hayan afectado por ser actividades naranjas, sino porque las personas no podían ir a los restaurantes, teatros, recintos culturales o de entretenimiento”, agregó Oviedo.
¿Cómo se miden estos números? Las personas naturales y jurídicas deben renovar sus registros, así que en las bajas se ven los vacíos. Para 2021, las empresas naranjas fueron, en su mayoría, de menos de 10 trabajadores y sufrieron los mayores daños (recortes y cierres definitivos). Otras de las conclusiones que arrojó este informe es que muchas personas que estaban en condición de dependientes pasaron a cotizar como independientes debido a la clausura de las compañías que los empleaban, además se evidenció que el sector cultural es mayoritariamente masculinizado (57 % de hombres vs. un 43 % de mujeres), y centralizado: la mayoría de los proyectos se ubican en Bogotá y Medellín.
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Para una conclusión más general, el decrecimiento de las actividades creativas, artísticas y de entretenimiento registradas en el PIB en el último trimestre de 2020 fue de un -79,7 %, fundamentalmente por la suspensión de eventos programados, que afecta la contratación, producción y presentación de espectáculos y conciertos.
Según las cifras de Raddar Consumer Knowledge Group, empresa enfocada en analizar y comprender el comportamiento del consumidor, la revista El Malpensante y el Viceministerio de la Creatividad y la Economía Naranja, en la medición de las cifras de 2021, hay un lío: la comparación de marzo de este año contra marzo de 2020 muestra un crecimiento del gasto en bienes y servicios culturales inaudito: 138 %.
Camilo Herrera, economista y fundador de Raddar, alertó sobre el cuidado que se debe tener al revisar estos números, ya que solo se debe comparar contra lo comparable: el crecimiento no puede leerse sin tener en cuenta la inflación y algunas aperturas de librerías, teatros y hasta la relativa facilidad en la movilidad. Es decir, el año pasado estábamos tan mal, que este año y según esas cifras, pareciera que mejoramos a niveles inesperados, pero no: esa subida se debe a que los bienes subieron de precio y aún no hay una gran cantidad de recintos culturales abiertos, así que las personas tomaron decisiones con respecto a su entretenimiento que se concentran, sobre todo, en plataformas de streaming.
“La caída que tuvo la industria en marzo de 2020 fue tan grande, que al compararla contra este año tiene un crecimiento ridículo, algo que está pasando con todas las categorías de gasto. Si uno compara marzo de este año contra marzo del año pasado se arma un caos. Lo importante es compararlos casi que frente a 2019 y, haciéndolo así, estaríamos hablando de una caída del 30 % en gastos relacionados con cultura”, agregó Herrera.
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Entre los bienes y servicios culturales que mide Raddar están los libros, revistas, periódicos, artesanías, televisores, equipos de sonido, televisión cerrada y turismo, además de los gastos relacionados con diversión, música, teatro y cine. Para entender mejor la imagen de lo que invertimos en estas actividades, los números estuvieron así: en marzo de 2019 los colombianos gastamos $38.872 en cultura, en marzo de 2020 bajamos a $15.650 y en el mismo mes de 2021, subimos a $34.953 (de nuevo, esta cifra no puede leerse sin tener en cuenta la inflación y el contexto del año anterior).
Usted dice que hay que comparar contra lo comparable. ¿Contra qué año podría compararse el gasto actual de los hogares en bienes culturales?
Sí, hay que tener en cuenta la inflación: las cosas suben de precio. Al mirarlo en volúmenes, estamos comprando la misma cantidad de unidades que comprábamos en 2017.
***
En otras palabras, el retroceso podría medirse en casi cuatro años.
El año pasado los artistas hablaban desde el desconcierto y, claro, el miedo, pero en sus voces, quejas y hasta proyecciones sobresalían sus intenciones de seguir buscando futuro, así se viera diluido. Un año después sus testimonios se encuentran en una desesperanza preocupante. John Naranjo, director de la editorial Rey Naranjo, le dijo a este diario que el segundo año de la pandemia se veía “aterrador”. Esta editorial cerró 2020 “raspando”: sus ventas en las librerías cayeron un 60 %, pero lograron suplir el déficit con otro tipo de negocios. Los primeros meses de 2021 han oscurecido las aspiraciones de Naranjo y su equipo de trabajo: el consumo cayó y está por convencerse de que si antes en Colombia no se consumía más cultura por distancia, falta de hábitos o bajos poderes adquisitivos, este año se tomó la decisión de no consumir por convicción, “porque para qué”.
La postura de Nicolás Romero, de la empresa de producción de eventos Árbol naranja, no se distancia mucho de la de Naranjo. Dice que “el tema” con los bancos nunca mejoró: “Todos los días me llaman a decirme que debo plata y a preguntarme qué hacer conmigo. Siempre les digo que hagan lo que tengan que hacer: no hay trabajo”. A pesar de que en términos digitales lograron algunos respiros que les dieron para, por lo menos, pagar arriendos, no ha sido suficiente. Se ganaron una beca, pero dice que “de becas no vive nadie”, y que no quisiera aceptarlo, pero lo que ahora atraviesan él y sus colegas es un período de desesperación: “No veo caminos. Ni siquiera puedo vender todos los equipos: ¿quién me los va a comprar? Yo estoy hasta en un bloqueo espiritual”, concluyó Romero, quien a pesar de la desazón de su testimonio cerró la charla dejando claro que Árbol naranja está trabajando en alguna posibilidad de regresar a eventos en vivo, pero que es urgente que la vacunación se acelere.
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El año pasado, Juan Pablo Fernández, analista económico cercano al sector teatral, dijo para este diario que estaba convencido de que el arte era capaz de generar aficiones y que había que encontrar la manera de formar audiencias para que se valorara más la producción nacional. Un año después, Fernández se lamenta porque, según él, se desaprovechó la mejor herramienta para paliar “el problema de salud pública que vive el país además de la pandemia por el COVID-19”, es decir, la problemática de salud mental. Según él, el entretenimiento es el que gobierna la intención de gasto de los colombianos, cosa que además entiende, ya que como lo mencionó en mayo de 2020, se dejó pasar la oportunidad de crear demandas irreversibles de arte que los colombianos no teníamos y seguimos sin tener, además de agregar que el desgaste de los artistas es notorio: “La capacidad creativa es nula, es como si estuviesen pausados”.
Por su parte, el Ministerio de Cultura le dijo a El Espectador que durante el segundo semestre de 2020 se movilizaron, entre créditos e inversiones, más de $3,5 billones, y que se logró una recuperación de actividades en las que “la digitalización y los protocolos han permitido una reactivación segura”. A pesar de esto, añadieron que la recurrencia de las olas de contagio junto a la incertidumbre por los efectos de los paros mantienen las restricciones para las actividades culturales que dependen de procesos de encuentro para su reapertura.
Gonzalo Castellanos, asesor de políticas culturales en América Latina, escritor y columnista, aseguró que la desorientación ha sido una característica de los gobiernos para enfrentar los estragos sociales y económicos de la pandemia, y esto en cuanto a asuntos culturales no ha sido la excepción. Aunque resaltó que algunos instrumentos de emergencia empleados por el Gobierno Nacional han sido útiles, habló de lo problemático que resulta que se use la palabra “beneficiados” para referirse a las personas que han accedido a algunos estímulos del Mincultura: “En un concepto de política social de la cultura contemporánea, no es la gracia del soberano la que ayuda, sino que hay una obligación de inversión social para un sector de grandes impactos sociales y humanos (no simplemente económicos)”. Castellanos sostiene que aunque se ha prometido fortalecer la agenda creativa, la brecha digital afecta a cerca del 50 % de la población, sin mencionar que el país supera un 42 % de índice de pobreza. “Por esto es que considero insólito que en el proyecto de reforma tributaria se incluyeran cerca de diez medidas que afectaban al sector audiovisual, literario, las bibliotecas públicas y los de arrendamientos de espacios para actividades culturales. Aunque ya se retiró, nadie explica quién agregó estos puntos al texto y por qué”.
Fabio Rubiano, fundador del Teatro Petra, habló de una necesidad absoluta de presencialidad. Su postura con respecto a las aglomeraciones no se distancia de las de las autoridades: está de acuerdo con que no es el momento, pero enfatiza en que en los teatros y espacios culturales no hay tales. “Insistimos en la presencialidad por la necesidad que tiene la comunidad de reunirse. Ni siquiera es por el teatro, que además es una disculpa para juntarse. Los espacios culturales son vitales porque son seguros, y aunque no los habiliten la gente se seguirá reuniendo: fiestas clandestinas, bares, etc. Esa necesidad no va a desaparecer”. Con respecto al Teatro Petra, habló de un cierre de 2020 con muchas dificultades, pero con la esperanza de que 2021 fuese mejor, asunto en el que, como Naranjo y Romero, se equivocó: “Estos meses han sido muy duros, muy inciertos. Te levantas del garrotazo de los cierres de fin de semana y entonces sale el toque de queda, los aforos limitados y los paros (que son necesarios y que apoyamos), pero la relación que tenemos con la comunidad no nos permite parar. Nuestro compromiso con la gente no se agotará nunca”, concluyó.
¿Qué le diría al sector? ¿Qué opina sobre esta desesperanza y esta desesperación que copa a los artistas en este momento?
Que si nos desesperanzamos los artistas, qué puede esperar el resto de la gente. Nuestro trabajo es lo contrario. Podemos quejarnos, pero parar, jamás. No estamos felices, la estamos pasando mal, pero lo de nosotros es trabajar por la esperanza, por seguir.
Quién tendrá la culpa de la crisis del sector cultural en Colombia: ¿los ciudadanos?, ¿el Gobierno?, ¿el mismo sector? Y qué es lo que se lograría encontrando al culpable si, al parecer, no hay uno solo: se trata de una responsabilidad compartida que, si no asumimos con urgencia, tendremos que pagar a precios muy altos. Las condiciones de vida de los artistas en Colombia no mejoran.
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En la versión pasada de este texto se evidenció, según cifras del DANE, que aunque en enero y febrero de 2020 el consumo de cultura se mantuvo, marzo del mismo año demostró que la suspensión económica de las dos primeras semanas por la cuarentena, tenidas en cuenta para el informe del PIB, golpeó fuertemente al sector. “La cifra la arrojó el renglón mensualizado: 1,1 % en enero, 1,4 % en febrero y -11,6 % en marzo. Va a ser un golpe muy duro”, dijo en mayo del año pasado Juan Daniel Oviedo, director del DANE.
Para esta vez se consultaron los registros de la Planilla Integrada de Liquidación de Aportes (PILA) y los de relaciones laborales que darán cuenta sobre lo que pasó con las “actividades naranjas” formales dentro del marco de la pandemia. Estas cifras se basan en los registros del RUT, de la DIAN, el Registro Único Empresarial de las cámaras de comercio y la clasificación de actividades económicas que permiten establecer qué es la economía naranja.
El inventario de unidades económicas naranjas se mide entre las personas naturales y jurídicas de las que hay registro. Hay algunas de inclusión total (las que son completamente naranjas) y las parciales (tienen matices), pero todas se suman. Por ejemplo, y solo teniendo en cuenta los datos hasta el año anterior, en 2019 se crearon 10.616 empresas de inclusión total y en 2020 la cifra fue de 8.666 del mismo tipo: casi dos mil empresas menos. Si hablamos de inclusión parcial, en 2019 se crearon 87 mil y en 2020, 65 mil. “No es que se hayan afectado por ser actividades naranjas, sino porque las personas no podían ir a los restaurantes, teatros, recintos culturales o de entretenimiento”, agregó Oviedo.
¿Cómo se miden estos números? Las personas naturales y jurídicas deben renovar sus registros, así que en las bajas se ven los vacíos. Para 2021, las empresas naranjas fueron, en su mayoría, de menos de 10 trabajadores y sufrieron los mayores daños (recortes y cierres definitivos). Otras de las conclusiones que arrojó este informe es que muchas personas que estaban en condición de dependientes pasaron a cotizar como independientes debido a la clausura de las compañías que los empleaban, además se evidenció que el sector cultural es mayoritariamente masculinizado (57 % de hombres vs. un 43 % de mujeres), y centralizado: la mayoría de los proyectos se ubican en Bogotá y Medellín.
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Para una conclusión más general, el decrecimiento de las actividades creativas, artísticas y de entretenimiento registradas en el PIB en el último trimestre de 2020 fue de un -79,7 %, fundamentalmente por la suspensión de eventos programados, que afecta la contratación, producción y presentación de espectáculos y conciertos.
Según las cifras de Raddar Consumer Knowledge Group, empresa enfocada en analizar y comprender el comportamiento del consumidor, la revista El Malpensante y el Viceministerio de la Creatividad y la Economía Naranja, en la medición de las cifras de 2021, hay un lío: la comparación de marzo de este año contra marzo de 2020 muestra un crecimiento del gasto en bienes y servicios culturales inaudito: 138 %.
Camilo Herrera, economista y fundador de Raddar, alertó sobre el cuidado que se debe tener al revisar estos números, ya que solo se debe comparar contra lo comparable: el crecimiento no puede leerse sin tener en cuenta la inflación y algunas aperturas de librerías, teatros y hasta la relativa facilidad en la movilidad. Es decir, el año pasado estábamos tan mal, que este año y según esas cifras, pareciera que mejoramos a niveles inesperados, pero no: esa subida se debe a que los bienes subieron de precio y aún no hay una gran cantidad de recintos culturales abiertos, así que las personas tomaron decisiones con respecto a su entretenimiento que se concentran, sobre todo, en plataformas de streaming.
“La caída que tuvo la industria en marzo de 2020 fue tan grande, que al compararla contra este año tiene un crecimiento ridículo, algo que está pasando con todas las categorías de gasto. Si uno compara marzo de este año contra marzo del año pasado se arma un caos. Lo importante es compararlos casi que frente a 2019 y, haciéndolo así, estaríamos hablando de una caída del 30 % en gastos relacionados con cultura”, agregó Herrera.
Le sugerimos: La humanidad y el arte en crisis: ¿Qué sigue para nosotros?
Entre los bienes y servicios culturales que mide Raddar están los libros, revistas, periódicos, artesanías, televisores, equipos de sonido, televisión cerrada y turismo, además de los gastos relacionados con diversión, música, teatro y cine. Para entender mejor la imagen de lo que invertimos en estas actividades, los números estuvieron así: en marzo de 2019 los colombianos gastamos $38.872 en cultura, en marzo de 2020 bajamos a $15.650 y en el mismo mes de 2021, subimos a $34.953 (de nuevo, esta cifra no puede leerse sin tener en cuenta la inflación y el contexto del año anterior).
Usted dice que hay que comparar contra lo comparable. ¿Contra qué año podría compararse el gasto actual de los hogares en bienes culturales?
Sí, hay que tener en cuenta la inflación: las cosas suben de precio. Al mirarlo en volúmenes, estamos comprando la misma cantidad de unidades que comprábamos en 2017.
***
En otras palabras, el retroceso podría medirse en casi cuatro años.
El año pasado los artistas hablaban desde el desconcierto y, claro, el miedo, pero en sus voces, quejas y hasta proyecciones sobresalían sus intenciones de seguir buscando futuro, así se viera diluido. Un año después sus testimonios se encuentran en una desesperanza preocupante. John Naranjo, director de la editorial Rey Naranjo, le dijo a este diario que el segundo año de la pandemia se veía “aterrador”. Esta editorial cerró 2020 “raspando”: sus ventas en las librerías cayeron un 60 %, pero lograron suplir el déficit con otro tipo de negocios. Los primeros meses de 2021 han oscurecido las aspiraciones de Naranjo y su equipo de trabajo: el consumo cayó y está por convencerse de que si antes en Colombia no se consumía más cultura por distancia, falta de hábitos o bajos poderes adquisitivos, este año se tomó la decisión de no consumir por convicción, “porque para qué”.
La postura de Nicolás Romero, de la empresa de producción de eventos Árbol naranja, no se distancia mucho de la de Naranjo. Dice que “el tema” con los bancos nunca mejoró: “Todos los días me llaman a decirme que debo plata y a preguntarme qué hacer conmigo. Siempre les digo que hagan lo que tengan que hacer: no hay trabajo”. A pesar de que en términos digitales lograron algunos respiros que les dieron para, por lo menos, pagar arriendos, no ha sido suficiente. Se ganaron una beca, pero dice que “de becas no vive nadie”, y que no quisiera aceptarlo, pero lo que ahora atraviesan él y sus colegas es un período de desesperación: “No veo caminos. Ni siquiera puedo vender todos los equipos: ¿quién me los va a comprar? Yo estoy hasta en un bloqueo espiritual”, concluyó Romero, quien a pesar de la desazón de su testimonio cerró la charla dejando claro que Árbol naranja está trabajando en alguna posibilidad de regresar a eventos en vivo, pero que es urgente que la vacunación se acelere.
Le puede interesar: La humanidad y el arte en crisis: ¿qué sigue para nosotros? (II)
El año pasado, Juan Pablo Fernández, analista económico cercano al sector teatral, dijo para este diario que estaba convencido de que el arte era capaz de generar aficiones y que había que encontrar la manera de formar audiencias para que se valorara más la producción nacional. Un año después, Fernández se lamenta porque, según él, se desaprovechó la mejor herramienta para paliar “el problema de salud pública que vive el país además de la pandemia por el COVID-19”, es decir, la problemática de salud mental. Según él, el entretenimiento es el que gobierna la intención de gasto de los colombianos, cosa que además entiende, ya que como lo mencionó en mayo de 2020, se dejó pasar la oportunidad de crear demandas irreversibles de arte que los colombianos no teníamos y seguimos sin tener, además de agregar que el desgaste de los artistas es notorio: “La capacidad creativa es nula, es como si estuviesen pausados”.
Por su parte, el Ministerio de Cultura le dijo a El Espectador que durante el segundo semestre de 2020 se movilizaron, entre créditos e inversiones, más de $3,5 billones, y que se logró una recuperación de actividades en las que “la digitalización y los protocolos han permitido una reactivación segura”. A pesar de esto, añadieron que la recurrencia de las olas de contagio junto a la incertidumbre por los efectos de los paros mantienen las restricciones para las actividades culturales que dependen de procesos de encuentro para su reapertura.
Gonzalo Castellanos, asesor de políticas culturales en América Latina, escritor y columnista, aseguró que la desorientación ha sido una característica de los gobiernos para enfrentar los estragos sociales y económicos de la pandemia, y esto en cuanto a asuntos culturales no ha sido la excepción. Aunque resaltó que algunos instrumentos de emergencia empleados por el Gobierno Nacional han sido útiles, habló de lo problemático que resulta que se use la palabra “beneficiados” para referirse a las personas que han accedido a algunos estímulos del Mincultura: “En un concepto de política social de la cultura contemporánea, no es la gracia del soberano la que ayuda, sino que hay una obligación de inversión social para un sector de grandes impactos sociales y humanos (no simplemente económicos)”. Castellanos sostiene que aunque se ha prometido fortalecer la agenda creativa, la brecha digital afecta a cerca del 50 % de la población, sin mencionar que el país supera un 42 % de índice de pobreza. “Por esto es que considero insólito que en el proyecto de reforma tributaria se incluyeran cerca de diez medidas que afectaban al sector audiovisual, literario, las bibliotecas públicas y los de arrendamientos de espacios para actividades culturales. Aunque ya se retiró, nadie explica quién agregó estos puntos al texto y por qué”.
Fabio Rubiano, fundador del Teatro Petra, habló de una necesidad absoluta de presencialidad. Su postura con respecto a las aglomeraciones no se distancia de las de las autoridades: está de acuerdo con que no es el momento, pero enfatiza en que en los teatros y espacios culturales no hay tales. “Insistimos en la presencialidad por la necesidad que tiene la comunidad de reunirse. Ni siquiera es por el teatro, que además es una disculpa para juntarse. Los espacios culturales son vitales porque son seguros, y aunque no los habiliten la gente se seguirá reuniendo: fiestas clandestinas, bares, etc. Esa necesidad no va a desaparecer”. Con respecto al Teatro Petra, habló de un cierre de 2020 con muchas dificultades, pero con la esperanza de que 2021 fuese mejor, asunto en el que, como Naranjo y Romero, se equivocó: “Estos meses han sido muy duros, muy inciertos. Te levantas del garrotazo de los cierres de fin de semana y entonces sale el toque de queda, los aforos limitados y los paros (que son necesarios y que apoyamos), pero la relación que tenemos con la comunidad no nos permite parar. Nuestro compromiso con la gente no se agotará nunca”, concluyó.
¿Qué le diría al sector? ¿Qué opina sobre esta desesperanza y esta desesperación que copa a los artistas en este momento?
Que si nos desesperanzamos los artistas, qué puede esperar el resto de la gente. Nuestro trabajo es lo contrario. Podemos quejarnos, pero parar, jamás. No estamos felices, la estamos pasando mal, pero lo de nosotros es trabajar por la esperanza, por seguir.