Colombia y el comienzo de la política del desacuerdo (I)
En medio de un infinito desorden, y de la incapacidad para ponerse de acuerdo en los fundamentos y dejar a un lado las conveniencias, y por todo ello, los distintos partidarios de la independencia de las distintas provincias colombianas redactaron 15 constituciones de las veinte o un poco más que se escribieron en América del Sur entre 1811 y 1821.
Fernando Araújo Vélez
La Gran Historia, construida con los grandes nombres y los sucesos y datos repetidos año tras año, periódico tras periódico y libro tras libro, fue enterrando y olvidando algunos de los nombres y de los hechos inmensamente pequeños y no tan pequeños que la propiciaron, y con ese olvido, fue haciendo desaparecer parte de muchas verdades que había detrás. Como escribió Jorge Orlando Melo en su “Historia mínima de Colombia”, por ejemplo, hablando de la Independencia de Colombia, “Pocos, influidos por el ejemplo de Estados Unidos o por la lectura de ideólogos ilustrados, pensaron antes de 1808 en la conveniencia de independizar América”. Uno de los pocos que lo creyó, según Melo y varios investigadores, fue Pedro Fermín de Vargas, “uno de los jóvenes bogotanos interesados en el conocimiento y la reforma del reino, quien se exilió desde 1791 y vivió en Europa y el Caribe hasta 1810, de conspiración en conspiración, y apoyó en algunos momentos los proyectos de independencia de Francisco Miranda”.
Gánale la carrera a la desinformación NO TE QUEDES CON LAS GANAS DE LEER ESTE ARTÍCULO
¿Ya tienes una cuenta? Inicia sesión para continuar
La Gran Historia, construida con los grandes nombres y los sucesos y datos repetidos año tras año, periódico tras periódico y libro tras libro, fue enterrando y olvidando algunos de los nombres y de los hechos inmensamente pequeños y no tan pequeños que la propiciaron, y con ese olvido, fue haciendo desaparecer parte de muchas verdades que había detrás. Como escribió Jorge Orlando Melo en su “Historia mínima de Colombia”, por ejemplo, hablando de la Independencia de Colombia, “Pocos, influidos por el ejemplo de Estados Unidos o por la lectura de ideólogos ilustrados, pensaron antes de 1808 en la conveniencia de independizar América”. Uno de los pocos que lo creyó, según Melo y varios investigadores, fue Pedro Fermín de Vargas, “uno de los jóvenes bogotanos interesados en el conocimiento y la reforma del reino, quien se exilió desde 1791 y vivió en Europa y el Caribe hasta 1810, de conspiración en conspiración, y apoyó en algunos momentos los proyectos de independencia de Francisco Miranda”.
En 1797, De Vargas dijo: “Oíd la voz de un patriota reconocido, que no os habla, ni aconseja, sino por vuestro bien, por vuestro interés, y por vuestra gloria. Impongamos silencio a toda otra pasión, que no sea la del bien público”. Había nacido en San Gil en 1762, y seguramente parte de sus ideas y de sus luchas surgieron de la revuelta comunera que desestabilizó al Nuevo Reino de Granada en 1783, y que de alguna manera, le dejó claro que podía haber una manera de independizarse de España. Luego de haber trabajado para la corona como regidor de Zipaquirá y de Ubaté, y de haber hecho algunas investigaciones para el virrey Ezpeleta sobre hospitales y economía agrícola y minera, De Vargas comenzó a organizar pequeños grupos de intelectuales para discutir con ellos la posibilidad de una revuelta. Conocía al enemigo desde adentro. Sabía cómo se podría derrotar. Poco a poco fue difundiendo sus ideas, hasta que los españoles comenzaron a perseguirlo. Viajó a Europa, y en Inglaterra conoció a Miranda.
Le sugerimos leer: La democracia en Colombia ¿mínima o sustantiva? (La cultura de la democracia)
De Vargas fue uno de aquellos nombres que el tiempo y los hombres fueron borrando, tal vez por ignorancia, o quizás, entre tantas otras razones, porque su influjo en la historia fue imposible de demostrar. A fin de cuentas, su poder eran la palabra y su capacidad de convocatoria. Como lo sugirió Melo, era de los pocos que hablaba de independencia, en tiempos en los que la gran mayoría de los colombianos, y de los americanos del sur incluso, sólo le rendían pleitesía al rey de España, y por costumbre, por conveniencia, por religión o por otros motivos, daban por sentado que la historia jamás cambiaría. De Vargas, y Antonio Nariño cuando tradujo los Derechos del Hombre, y algunos más, iban por la vereda del frente. Querían, y de algún modo, necesitaban un cambio. Por ello se dedicaron a trabajar día a día, y casi que letra tras letra, para convencer al pueblo y al no pueblo de las bondades que surgirían si el nuevo reinp de Granada se independizaba.
Con los años, por diferentes caminos y motivos, aquel pueblo se fue convenciendo de las ideas de De Vargas y Nariño, de Francisco Miranda y José Celestino Mutis y unos cuantos más, y de las palabras que escuchaban en charlas o que leían en libros que circulaban por debajo de cuerda, pasaron a los hechos. Sin embargo, a las palabras y a los hechos les hicieron falta organización, y esencialmente, principios claros. Los sucesos por aquellos tiempos eran frenéticos. Las demandas de los pobladores, sus intenciones para que, fundamentalmente, les quitaran los impuestos, los dejaran negociar con libertad, y a algunos los nombraran en cargos importantes, tenían mucho mayor peso que la inmensa pretensión de una posible independencia. Las vanidades y las ambiciones de los individuos fueron similares a las de las regiones. Así como los hombres pretendían lucrarse y no depender de nadie, los grupos de un pueblo o una ciudad que lograban unirse, lo hacían buscando mayores prebendas, e independencia de las capitales.
La Nueva Granada olía a pólvora, para recordar el poema de Octavio Paz. Pólvora de los “criollos” contra los realistas, de los realistas contra los americanos, de los americanos entre ellos, de las provincias por ser el centro del subimperio, de la monarquía contra los rebeldes, de los rebeldes contra las instituciones, de los intelectuales contra los comerciantes, de los comerciantes contra los políticos, y un infinito etcétera. Según Melo, “El ejercicio del poder, la participación en Congresos y colegios electorales, la redacción de las constituciones y el manejo de los problemas creados por la autonomía, las relaciones entre unas provincias y otras, la firma de tratados entre ellas o con provincias como Caracas, el manejo de las guerras con España y las guerras civiles, fueron un ejercicio exigente y difícil, y formaron en la práctica a muchos dirigentes criollos, que tenían una visión formal y escolar del derecho político, y les dieron la preparación que les permitió a muchos participar en los gobiernos de la república”.
En el fondo, todos eran enemigos declarados o en potencia de todos, aunque se mostraran como amigos y aliados y se juntaran para dictar posibles normas y leyes y nuevos órdenes sociales y económicos. En medio de aquel desorden, de aquella incapacidad para ponerse de acuerdo en los fundamentos y dejar a un lado las conveniencias, y por todo ello, los distintos partidarios de la independencia de las distintas provincias colombianas redactaron 15 constituciones de las veinte o un poco más que se escribieron en América del Sur entre 1811 y 1821. La gran mayoría, pese al olor a independencia que se percibía en el ambiente, reconocía al rey de España, Fernando VII, como soberano absoluto, aunque en una especie de pie de página aclaraba que la nueva constitución se haría en nombre del rey, siempre y cuando su majestad gobernara desde América. Eso era poco menos que imposible, pues Fernando VII estaba detenido por Napoleón Bonaparte, y porque se sabía que si llegaba a estar en libertad no viajaría a las Américas.
Le sugerimos leer: Democracia en redes sociales y el escepticismo generalizado en política
Las diferentes constituciones que se redactaron en la Nueva Granada tenían, por debajo de la tinta, un claro sabor republicano por la enunciación de algunos principios liberales: Según Melo,”Separación de poderes, eliminación de instituciones rechazadas por ilustrados (inquisición, torturas, prisión por deudas), declaración del derecho de los hombres a la propiedad, la seguridad y la libertad, aunque ninguna, dada la fuerte tradición católica, reconoció la libertad de cultos”. Para todas las constituciones redactadas en aquella época, y por aquel momento, el bien común era mucho más importante que los intereses individuales. Con el tiempo, sin embargo, la historia se fue haciendo y escribiendo más por algunos intereses individuales que por el bien común. Bogotá, por ejemplo, pretendía ser el centro de la Nueva Granada, como lo había sido desde varios años atrás con la llegada de los españoles, y desde ella, personajes con nombre y apellido defendían una u otra postura para mantener sus privilegios.
En medio de la guerra que había declarado Fernando VII al retomar el poder, del asedio de Pablo Morillo y sus miles de hombres, Colombia se debatía entre posibles leyes e ideas encontradas. Simón Bolívar se había unido a Rafael de Paula Santander y a las guerrillas que se fueron formando en los Llanos Orientales desde 1816, y con ellos había derrotado a los monárquicos en 1919. Vencidos los españoles, aquel lejano sueño de Fermín de Vargas, de Mutis, Miranda y compañía, era una realidad, pero había que recoger los muertos que habían dejado las batallas, y luego, comenzar a organizar a un país. Darle orden a una nueva nación, cuyos primeros lineamientos quedaron estipulados en un Congreso, el Congreso de Angostura, en diciembre de 1819. Bolívar fue elegido presidente, y Francisco Antonio Zea, vicepresidente. La Nueva Granada pasó a llamarse Colombia, como lo había propuesto Miranda en 1806, y estaba conformada por Bogotá, Quito, Caracas, y Panamá, las provincias del recién eliminado virreinato.