¿Cómo se vive un clásico? (y III) (Fútbol paradójico)
Esos domingos en la tarde, en las tribunas del estadio, nos permiten sacar al aire libre, por un rato, al antropoide en taparrabos, ávido de placer y cataclismo, que, pese a tantos millones de años de esfuerzos por aniquilar, sigue habitándonos. Mario Vargas Llosa.
Juan Carlos Rodas Montoya
Otro clásico que se vive con gran intensidad estética es el que existe en Argentina. Allí hay un paréntesis cultural y social cuando llega el afamado clásico entre Borges y Cortázar y, peor aún, cuando llega el domingo para el River-Boca o Boca-River. No se trata de un asunto religioso (Celtic-Rangers) ni de un tema político-literario (Brasil-Argentina), más bien, se trata de un tema geográfico y de clases sociales. Ricos contra pobres, se suele decir, porque este clásico del sur habita problemáticas de diferencias de clase (estratos socioeconómicos). Y, para explicar este fenómeno universal argentino, es preciso escuchar a los filósofos, a los sociólogos y a miles de cardiólogos. Ambos clubes nacen en el barrio de la Boca y el 23 de diciembre de 1928 Boca le ganó al River 6-0, era un torneo amateur. Posteriormente, hemos tenido información de pedreas para el microbús del Boca y ataques con gas pimienta para los del River, es decir, hay otros aditamentos externos al juego. También, como en otros clásicos, hubo hinchas muertos y una tragedia en las gradas en 1968. 71 muertos en un hecho extraño que no se ha resuelto porque no se supo si se trataba de los portones que estaban cerrados o por represión de la Policía. De otro lado, algunos medios de comunicación consideran que no se trata de un clásico sino de un superclásico. Por ejemplo, The Observer sugiere que “hay que vivir en vivo y en directo este encuentro antes de morir”. The Mirror sostiene que se trata del “clásico más feroz del mundo” y FourFourTwo manifiesta que “es el clásico más grande del planeta”. En estos clásicos también hay relatos extraordinarios, propios de algunos escritores argentinos. Por ejemplo, Martín Palermo se cuelga con su mano del paral del arco, cabecea y le valen un gol que había que anular. Este clásico ha sido tan candente, por decir lo menos, que se ha tenido que jugar fuera de Argentina en cinco ocasiones. En 1984 La Bombonera estaba clausurada y River le arrendó El Monumental. Boca hizo de local en dicho estadio. (¿Paradojas de la ficción?) Una curiosidad: en uno de estos superclásicos el portero Amadeo Carrizo se desmayó y fue remplazado por Di Stefano durante seis minutos. River ganó 1 0 con gol de Labruna. Tal vez sea más oportuno habitar los textos de otros clásicos argentinos. Les recomiendo los siguientes: Liliana Bodoc, María Esther Vázquez, Alfonsina Storni, Alejandra Pizarnik, Silvina Ocampo, Pablo de Santis, Oliverio Girondo, Marco Denevi y Abelardo Castillo. ¿Cómo se viven los clásicos? Hay que vivirlos, es decir, leerlos. Clásicos de la literatura y clásicos del fútbol están atravesados por las únicas pasiones que no envejecen y, por ello, es menester gritar gol, golazo, textazo, amigazo. Nada es gratuito en fútbol y literatura. Nada.
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Otro clásico que se vive con gran intensidad estética es el que existe en Argentina. Allí hay un paréntesis cultural y social cuando llega el afamado clásico entre Borges y Cortázar y, peor aún, cuando llega el domingo para el River-Boca o Boca-River. No se trata de un asunto religioso (Celtic-Rangers) ni de un tema político-literario (Brasil-Argentina), más bien, se trata de un tema geográfico y de clases sociales. Ricos contra pobres, se suele decir, porque este clásico del sur habita problemáticas de diferencias de clase (estratos socioeconómicos). Y, para explicar este fenómeno universal argentino, es preciso escuchar a los filósofos, a los sociólogos y a miles de cardiólogos. Ambos clubes nacen en el barrio de la Boca y el 23 de diciembre de 1928 Boca le ganó al River 6-0, era un torneo amateur. Posteriormente, hemos tenido información de pedreas para el microbús del Boca y ataques con gas pimienta para los del River, es decir, hay otros aditamentos externos al juego. También, como en otros clásicos, hubo hinchas muertos y una tragedia en las gradas en 1968. 71 muertos en un hecho extraño que no se ha resuelto porque no se supo si se trataba de los portones que estaban cerrados o por represión de la Policía. De otro lado, algunos medios de comunicación consideran que no se trata de un clásico sino de un superclásico. Por ejemplo, The Observer sugiere que “hay que vivir en vivo y en directo este encuentro antes de morir”. The Mirror sostiene que se trata del “clásico más feroz del mundo” y FourFourTwo manifiesta que “es el clásico más grande del planeta”. En estos clásicos también hay relatos extraordinarios, propios de algunos escritores argentinos. Por ejemplo, Martín Palermo se cuelga con su mano del paral del arco, cabecea y le valen un gol que había que anular. Este clásico ha sido tan candente, por decir lo menos, que se ha tenido que jugar fuera de Argentina en cinco ocasiones. En 1984 La Bombonera estaba clausurada y River le arrendó El Monumental. Boca hizo de local en dicho estadio. (¿Paradojas de la ficción?) Una curiosidad: en uno de estos superclásicos el portero Amadeo Carrizo se desmayó y fue remplazado por Di Stefano durante seis minutos. River ganó 1 0 con gol de Labruna. Tal vez sea más oportuno habitar los textos de otros clásicos argentinos. Les recomiendo los siguientes: Liliana Bodoc, María Esther Vázquez, Alfonsina Storni, Alejandra Pizarnik, Silvina Ocampo, Pablo de Santis, Oliverio Girondo, Marco Denevi y Abelardo Castillo. ¿Cómo se viven los clásicos? Hay que vivirlos, es decir, leerlos. Clásicos de la literatura y clásicos del fútbol están atravesados por las únicas pasiones que no envejecen y, por ello, es menester gritar gol, golazo, textazo, amigazo. Nada es gratuito en fútbol y literatura. Nada.
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