“Con la ele, con la u, con la ce, con la a, Lucca Pa, Lucca Pa, Papo Lucca”
En la canción “Guaguancó pa’l que sabe” se canta su nombre y se escucha el don que lo inmortalizó en la salsa por medio del piano.
Andrés Osorio Guillott
Gary Domínguez y César Pagano le preguntaron a Papo Lucca el 2 de octubre de 2009 cuáles solos en piano prefería de los que había grabado. La anécdota, que está citada en el libro El imperio de la salsa, dice que el músico puertorriqueño respondió: "Yo llegué a hacer el Piano Man con la Fania All-Stars y Guaguancó pa’l que sabe, que lo grabé con Pacheco. De hecho, el solo de ese tema lo tengo de ringtone en mi celular, ese que dice "Con la ele, con la u, con la ce, con la a, Lucca Pa, Lucca Pa, Papo Lucca". Ese es el ringtone de mi teléfono; como nadie lo tiene, yo ya sé que es mi celular el que está sonando”.
Una redundancia necesaria y justa a su legado. Aunque no hubiera sido necesario, porque su estilo, tan libre como el jazz que habita en su alma, era un sello particular que, como todos, tiene sus referentes, sus antecedentes, pero que se hizo único e inconfundible entre los sonidos de los timbales, los bongoes, las maracas, las trompetas y demás instrumentos o ingredientes que cocinaron la salsa bohemia, la de las notas alegres y carnavalescas que coparon playas, plazas y calles de colores crema en varias ciudades de América Latina.
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Referentes musicales hay varios: Benny Moré, Arsenio Rodríguez, Chapotín, Rumbavana, la Orquesta Aragón, los hermanos Palmieri (Eddie y Charlie), Chucho Valdés o Emiliano Salvador. Ellos por el lado de la música latinoamericana, especialmente de la cubana; por el lado del jazz tuvo a Peter Nero, Clifford Brown u Oscar Peterson. A cada artista o agrupación los escuchó como aficionado y también como el curioso ratón de bibliotecas que se mete entre los libros esperando la revelación que cambie el sentido de su camino. Sin embargo, más allá de aquellos que hicieron vanguardia, los que lograron influenciar la hermandad de Papo Lucca, o Enrique Arsenio Lucca Quiñones, con la música fueron su papá Kike Lucca, fundador de la Sonora Ponceña; Julio Alvarado, director de la Banda Municipal de los Bomberos; Ramón Fernández, quien fue su maestro por más de diez años y Luisito Benjamín, pianista de la Orquesta Concepción, Orquesta Panamericana y de la cadena de hoteles Intercontinental de Centroamérica.
De su padre, que fue el fundador de la banda de la que después fue pianista y director, la influencia es tácita: “el día que nací, que fue el 10 de abril de 1946, mi papá le llevó una serenata a mi mamá al hospital. A los dos días hubo un ensayo en la casa; la orquesta siempre ha ensayado semanalmente, haya o no haya trabajo. Entonces música siempre hubo en mi casa”, contó Lucca en la entrevista plasmada en El imperio de la salsa.
Sobre Luisito Benjamín, se cuenta en el mismo libro de Pagano que “el piano no era su instrumento, era el saxofón. Él tocaba en la orquesta de su papá y el pianista tenía que irse, su papá lo puso a tocar y se convirtió en uno de los mejores pianistas. Era muy amigo de Peruchín, el pianista cubano. Yo estuve siete años yendo casi todas las noches a verlo tocar en una de las sedes del Hotel Intercontinental. Seis noches a la semana yo iba a verlo, hasta que él tuvo que hacerse unos exámenes, porque era veterano de la Segunda Guerra Mundial, y me dejó a mí sustituyéndolo. Fue una de mis escuelas, y aunque no me dio clases, al verlo tocar tantas veces, tuve una gran influencia suya”.
Leonardo Padura, escritor cubano, también habló con Papo Lucca y en Los rostros de la salsa dejó el registro de una conversación con él después de una “batalla musical” entre el pianista y Willie Colón en el IV Festival de la Cultura Caribeña de Cancún. De aquella tertulia sobre boleros, salsa y voces bohemias, el puertorriqueño habló, entre otras cosas, de Julio Alvarado: “Yo empecé a estudiar a los seis años de edad, con un músico de Ponce, el señor Julio Alvarado, un hombre muy respetado y querido, que era el director de la Banda Municipal de los Bomberos y enseñaba solfeo en la Escuela Libre de Música. Un día mi padre me llevó a verlo y le dijo: Mira, este muchacho toca conga y bongó y tiene buen ritmo, yo creo que puedes hacer algo con él. Entonces Julio me dio un periódico y vio que yo leía bien y quedaron en que a la semana siguiente yo empezaría a estudiar música. Así hice dos años de solfeo, como lo indicaba el método antiguo, y a los ocho años fue que me enfrenté de verdad al instrumento”.
Como Julio Alvarado, o como los mismos Lucca, muchos músicos que enaltecieron la salsa y los géneros de la música que hallan su origen en las raíces africanas crecieron en Ponce, una ciudad ubicada al sur de Puerto Rico. De esta cuna costera surgieron Ismael Quintana, Cheo Feliciano o Héctor Lavoe. Así que nacer entre su arquitectura de color blanco y criarse entre los ecos que habitan estas calles es tener una alta probabilidad de acercarse a los cueros de un tambor, a los sonidos metálicos de un piano o a las voces más salseras de toda América. Son pocas las causalidades ante tantos patrones similares. Entre las ondas de calor se construyó una mística que empoderó a la comunidad latinoamericana y que la sacó de los prejuicios del vandalismo y del subdesarrollo para acercarlos a las tarimas y las disqueras que se rindieron a los pies de los soneros que saltaron de ciudades como Caracas, Ponce o La Habana a las grandes puertas de New York. De la salsa surgieron los soneros que hicieron de la música un movimiento social.
Sin embargo, a diferencia de muchos otros, Papo Lucca decidió arraigarse a su origen: “me clavé en Ponce y me dije: de aquí para el cielo. Y el que tiene alas fuertes, llega al cielo, seguro que sí. Definitivamente, ¿no?”, le señaló a Padura en 1992.
Habitar en las costas del Caribe es recibir los aires de esa música jocosa, de esos géneros que hacen una alegoría al horizonte que se alcanza a divisar en ese punto donde el cielo se confunde con el mar. De esa diversidad de sonidos, que también parte de la pluralidad de razas y de orígenes, se dio también el estilo de Papo Lucca, que reconoce que la influencia del jazz le sirvió para no anclarse en un sola definición, para no hacer de la música un diccionario que solo permite un significado, sino para hacer del arte un paraíso con miles de pasajes, con varios días y varias noches, sin caer en lo monótono.
Sus solos en la Sonora Ponceña, que lo catapultaron después para hacer parte del mito llamado Fania All-Stars en la década de 1980, son el resultado de un oído educado, que forjó la concentración como elemento vital para la creación, para la inspiración que no siempre se encuentra y que bebe entonces de imágenes precisas que aguardan en la memoria para susurrar giros y compases. Esa libertad que le ofreció el jazz en las noches dedicadas a la curiosidad y el aprendizaje, o que le ofreció en las tardes en las que solía jugar billar, fue la misma que él izó como bandera para su vida, no como una forma de rebelarse, sino como un manifiesto del artista que sabe que su obra se puede permitir todo menos cadenas o barrotes que lo aten a una tradición que puede ser la base y no la jaula.
Gary Domínguez y César Pagano le preguntaron a Papo Lucca el 2 de octubre de 2009 cuáles solos en piano prefería de los que había grabado. La anécdota, que está citada en el libro El imperio de la salsa, dice que el músico puertorriqueño respondió: "Yo llegué a hacer el Piano Man con la Fania All-Stars y Guaguancó pa’l que sabe, que lo grabé con Pacheco. De hecho, el solo de ese tema lo tengo de ringtone en mi celular, ese que dice "Con la ele, con la u, con la ce, con la a, Lucca Pa, Lucca Pa, Papo Lucca". Ese es el ringtone de mi teléfono; como nadie lo tiene, yo ya sé que es mi celular el que está sonando”.
Una redundancia necesaria y justa a su legado. Aunque no hubiera sido necesario, porque su estilo, tan libre como el jazz que habita en su alma, era un sello particular que, como todos, tiene sus referentes, sus antecedentes, pero que se hizo único e inconfundible entre los sonidos de los timbales, los bongoes, las maracas, las trompetas y demás instrumentos o ingredientes que cocinaron la salsa bohemia, la de las notas alegres y carnavalescas que coparon playas, plazas y calles de colores crema en varias ciudades de América Latina.
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Referentes musicales hay varios: Benny Moré, Arsenio Rodríguez, Chapotín, Rumbavana, la Orquesta Aragón, los hermanos Palmieri (Eddie y Charlie), Chucho Valdés o Emiliano Salvador. Ellos por el lado de la música latinoamericana, especialmente de la cubana; por el lado del jazz tuvo a Peter Nero, Clifford Brown u Oscar Peterson. A cada artista o agrupación los escuchó como aficionado y también como el curioso ratón de bibliotecas que se mete entre los libros esperando la revelación que cambie el sentido de su camino. Sin embargo, más allá de aquellos que hicieron vanguardia, los que lograron influenciar la hermandad de Papo Lucca, o Enrique Arsenio Lucca Quiñones, con la música fueron su papá Kike Lucca, fundador de la Sonora Ponceña; Julio Alvarado, director de la Banda Municipal de los Bomberos; Ramón Fernández, quien fue su maestro por más de diez años y Luisito Benjamín, pianista de la Orquesta Concepción, Orquesta Panamericana y de la cadena de hoteles Intercontinental de Centroamérica.
De su padre, que fue el fundador de la banda de la que después fue pianista y director, la influencia es tácita: “el día que nací, que fue el 10 de abril de 1946, mi papá le llevó una serenata a mi mamá al hospital. A los dos días hubo un ensayo en la casa; la orquesta siempre ha ensayado semanalmente, haya o no haya trabajo. Entonces música siempre hubo en mi casa”, contó Lucca en la entrevista plasmada en El imperio de la salsa.
Sobre Luisito Benjamín, se cuenta en el mismo libro de Pagano que “el piano no era su instrumento, era el saxofón. Él tocaba en la orquesta de su papá y el pianista tenía que irse, su papá lo puso a tocar y se convirtió en uno de los mejores pianistas. Era muy amigo de Peruchín, el pianista cubano. Yo estuve siete años yendo casi todas las noches a verlo tocar en una de las sedes del Hotel Intercontinental. Seis noches a la semana yo iba a verlo, hasta que él tuvo que hacerse unos exámenes, porque era veterano de la Segunda Guerra Mundial, y me dejó a mí sustituyéndolo. Fue una de mis escuelas, y aunque no me dio clases, al verlo tocar tantas veces, tuve una gran influencia suya”.
Leonardo Padura, escritor cubano, también habló con Papo Lucca y en Los rostros de la salsa dejó el registro de una conversación con él después de una “batalla musical” entre el pianista y Willie Colón en el IV Festival de la Cultura Caribeña de Cancún. De aquella tertulia sobre boleros, salsa y voces bohemias, el puertorriqueño habló, entre otras cosas, de Julio Alvarado: “Yo empecé a estudiar a los seis años de edad, con un músico de Ponce, el señor Julio Alvarado, un hombre muy respetado y querido, que era el director de la Banda Municipal de los Bomberos y enseñaba solfeo en la Escuela Libre de Música. Un día mi padre me llevó a verlo y le dijo: Mira, este muchacho toca conga y bongó y tiene buen ritmo, yo creo que puedes hacer algo con él. Entonces Julio me dio un periódico y vio que yo leía bien y quedaron en que a la semana siguiente yo empezaría a estudiar música. Así hice dos años de solfeo, como lo indicaba el método antiguo, y a los ocho años fue que me enfrenté de verdad al instrumento”.
Como Julio Alvarado, o como los mismos Lucca, muchos músicos que enaltecieron la salsa y los géneros de la música que hallan su origen en las raíces africanas crecieron en Ponce, una ciudad ubicada al sur de Puerto Rico. De esta cuna costera surgieron Ismael Quintana, Cheo Feliciano o Héctor Lavoe. Así que nacer entre su arquitectura de color blanco y criarse entre los ecos que habitan estas calles es tener una alta probabilidad de acercarse a los cueros de un tambor, a los sonidos metálicos de un piano o a las voces más salseras de toda América. Son pocas las causalidades ante tantos patrones similares. Entre las ondas de calor se construyó una mística que empoderó a la comunidad latinoamericana y que la sacó de los prejuicios del vandalismo y del subdesarrollo para acercarlos a las tarimas y las disqueras que se rindieron a los pies de los soneros que saltaron de ciudades como Caracas, Ponce o La Habana a las grandes puertas de New York. De la salsa surgieron los soneros que hicieron de la música un movimiento social.
Sin embargo, a diferencia de muchos otros, Papo Lucca decidió arraigarse a su origen: “me clavé en Ponce y me dije: de aquí para el cielo. Y el que tiene alas fuertes, llega al cielo, seguro que sí. Definitivamente, ¿no?”, le señaló a Padura en 1992.
Habitar en las costas del Caribe es recibir los aires de esa música jocosa, de esos géneros que hacen una alegoría al horizonte que se alcanza a divisar en ese punto donde el cielo se confunde con el mar. De esa diversidad de sonidos, que también parte de la pluralidad de razas y de orígenes, se dio también el estilo de Papo Lucca, que reconoce que la influencia del jazz le sirvió para no anclarse en un sola definición, para no hacer de la música un diccionario que solo permite un significado, sino para hacer del arte un paraíso con miles de pasajes, con varios días y varias noches, sin caer en lo monótono.
Sus solos en la Sonora Ponceña, que lo catapultaron después para hacer parte del mito llamado Fania All-Stars en la década de 1980, son el resultado de un oído educado, que forjó la concentración como elemento vital para la creación, para la inspiración que no siempre se encuentra y que bebe entonces de imágenes precisas que aguardan en la memoria para susurrar giros y compases. Esa libertad que le ofreció el jazz en las noches dedicadas a la curiosidad y el aprendizaje, o que le ofreció en las tardes en las que solía jugar billar, fue la misma que él izó como bandera para su vida, no como una forma de rebelarse, sino como un manifiesto del artista que sabe que su obra se puede permitir todo menos cadenas o barrotes que lo aten a una tradición que puede ser la base y no la jaula.