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Todos ellos son criptoartistas, y todo ellos exploran nuevos terrenos con la ayuda de la inteligencia artificial. Es el denominado arte generativo, la nueva frontera de la creación visual, según sus defensores. “Es como un ballet entre el ser humano y la máquina”, asegura en entrevista Jason Bailey, un coleccionista y uno de los blogueros más reputados en el mundo del criptoarte (Artnome).
En su gran mayoría, esos artistas digitales trabajan con supercomputadoras y programas conocidos como redes generativas antagónicas (GAN, en inglés). Los programas GAN implican dos redes neuronales que compiten mutuamente mediante algoritmos para entregar al artista (que introduce previamente los datos) la obra que le interesa.
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Sofía Crespo, de 30 años, utiliza la GAN para recrear animales. El objetivo “no pasa por evadir la naturaleza real, sino por generar un contacto con la naturaleza en un medio en el que pasamos muchísimo tiempo, que son los medios digitales”, explicó en videoentrevista desde Lisboa, donde trabaja.
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Los insectos de Crespo son hiperrealistas, con antenas, alas y cuerpos que parecen surgidos de un manual de entomología. Aunque su cuerpo parece una mutación genética.
Desde que hace 25 años un ordenador equipado con inteligencia artificial, DeepBlue, batió al campeón de ajedrez Garry Kasparov, esta tecnología ha avanzado a pasos agigantados, al punto de que los científicos vaticinan que un día podrá emular perfectamente todo lo que el ser humano es capaz de aprender y recrear.
La gran novedad en su método de aprendizaje es la red neuronal, es decir, la capacidad de reproducir la manera de razonar humana mediante conexiones incesantes entre nódulos de información.
Ese es el principio del GAN: un sistema de neuronas crea una obra de arte inicial, y otra, la “discriminante”, dictamina si se ajusta a los criterios del artista. Sin embargo, la inteligencia artificial no es ninguna varita mágica para los artistas más exigentes.
Un trabajo de puericultura
La serie de insectos o medusas de Sofía Crespo requirió varios años de idas y venidas entre los modelos que sugería la artista y las dos redes neuronales que interactuaban entre si.
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Con los años, Crespo ya no ve con los mismo ojos la inteligencia artificial. “Cuando empecé lo veía como un colaborador. Pero con el tiempo esa imargen se empezó a caer”, recuerda.
“La cantidad de trabajo que tengo que hacer para que una línea de código (informático) funcione dentro del ecosistema de la computadora es tal, que dejé de sentir que es como una entidad autónoma, sino que tiene mucho de ‘baby sitting’ (puericultura)” añade con una sonrisa.
La idea de una máquina totalmente autónoma, capaz de suplantar al ser humano, de superar su ojo crítico y su capacidad artística, está lejos de ser una realidad, asegura.
Desnudos amorfos
Robbie Barrat empezó su serie de “nudes” (desnudos) en las mismas fechas que Sofía Crespo, hacia 2018. Introdujo miles de desnudos de arte clásico en su computadora, y empezó un diálogo con la máquina, orientándola hasta lograr el resultado que buscaba: una serie de bustos amorfos, a caballo entre Dalí y Bacon.
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“Cuando trabajo de esta forma, no estoy creando una imagen. Estoy creando un sistema que puede recrear imágenes. En cierta manera, estoy creando una herramienta”, explica. Y ya hay nuevos algoritmos denominados “transformadores”, más simples que los GAN, que están siendo desarrollados por empresas “start-up”.
A partir de una simple frase, el programa es capaz de reproducir una imagen, por extravagante que sea la solicitud, e incluso con estilos diferentes, desde la pintura clásica a las serigrafías del artista estadounidense Andy Warhol.