Con la partida de X-504, quedan pocos poetas nadaístas
Esta entrevista, realizada hace poco tiempo en su apartamento en Medellín, muestra la parca forma de ser del maestro: así era en su vida y así era con quienes quisieran hablar con él. Solo por esto aceptó que compartiéramos una conversación antes de la pandemia y con muchos libros como testigos.
Gustavo Castaño
A Jaime Jaramillo Escobar nunca le gustó hablar de la muerte, la pelona pavorosa que este viernes se acordó de él y se lo llevó sin pedir permiso, como ha hecho con la mayoría de sus compañeros nadaístas, empezando por Gonzalo Arango, su permanente compañero. Ahora se encontrarán en la eternidad posible que da la poesía bien hecha.
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A Jaime Jaramillo Escobar nunca le gustó hablar de la muerte, la pelona pavorosa que este viernes se acordó de él y se lo llevó sin pedir permiso, como ha hecho con la mayoría de sus compañeros nadaístas, empezando por Gonzalo Arango, su permanente compañero. Ahora se encontrarán en la eternidad posible que da la poesía bien hecha.
¿Qué recuerda del suroeste antioqueño y especialmente de Pueblorrico?
Yo era muy niño, tenía escasos cinco años cuando me sacaron de Pueblorrico. Los problemas de violencia política que padecía el pueblo en su momento nos obligaron a salir. De ahí nos fuimos para Altamira y después me fui a estudiar a Andes, pasando antes por Urrao y Betulia. En Andes me encontré en un centro literario con Gonzalo Arango, ahí comenzó una amistad que continuó hasta su muerte.
¿Qué recuerda de esos momentos en el municipio de Andes?
En Andes recuerdo el centro literario, el cual se convirtió, para mí, en el primer taller de literatura, y en él no solo participamos Gonzalo y yo, también otros amigos que ahora no recuerdo y, a partir de eso, nos incentivamos por el gusto a la poesía y la literatura. Luego Gonzalo partió hacia Medellín para terminar su bachillerato y ambientar su ingreso a la universidad.
¿Qué personas, además de Gonzalo Arango, recuerda de esa época?
En Andes, a partir del gusto por la literatura en general y de una pequeña biblioteca que tenía el colegio, nos fuimos metiendo muy de lleno con los escritores, poetas y ensayistas de la época. Me acuerdo de que ahí participaron algunos que después fueron abogados muy exitosos, como los doctores Abelardo Ospina y Humberto Gómez Molina.
¿Qué influencia recibió del Medellín de la época?
Me vine a Medellín a hacer mi vida y tuve acceso a las bibliotecas más grandes y, en general, a todo lo que ofrecía la ciudad en su momento. Inicialmente trabajé en el departamento de acueductos del municipio por un corto tiempo. Comencé a escribir, pero no se podía publicar porque no había dónde, además, a mí tampoco me interesaba hacer gestiones para publicar.
¿Alguna vez le interesaron la fama y el dinero?
Nunca me interesó la fama y muy poco el dinero.
¿Cuál fue el primer libro que publicó?
El primer libro que publiqué fueron Los poemas de la ofensa, creo que fue en Tercer Mundo Editores.
¿Qué otras ciudades recorrió en su momento?
Viajé a Cali y allí me encontré con otros nadaístas: uno que ya murió, Elmo Valencia, y otro con quien conservo gran amistad, el maestro Jota Mario Arbeláez. Jota ya me había leído en algunos periódicos que circulaban en Cali, entonces fue como un reencuentro, pues me conocía a partir de lo que yo escribía. En Cali trabajé con la Administración de Impuestos Nacionales. Allá incentivé mi actividad literaria, produciendo poemas y escritos sin preocuparme por publicar o por ser famoso, como lo dije anteriormente.
¿Se volvió a encontrar con Gonzalo Arango?
La amistad con Gonzalo Arango se fue incrementando cada vez más y ahí fue cuando me volví nadaísta, no por un ideal político sino por una idea literaria. Eso me ayudaba a conversar, compartir libros, participar en charlas. A Gonzalo comencé a conocerlo de una manera más intensa por la forma en que leía y por lo dedicado a la literatura: yo admiraba de él esta característica. También compartíamos, en lo fundamental, el gusto por la música, entendiendo que ese gusto no era como ahora, en aquella época no se tenían los elementos que hoy se tienen para acceder a la música. Una radio, un tocadiscos y algunos acetatos eran lo único que teníamos en nuestros apartamentos. También escuchábamos música en directo, pues en algunos sitios se estaban iniciando las orquestas de música tropical y eso nos influía un poco.
¿Cómo influyen la región del suroeste, el río Cauca y la tierra caliente de este sector en su obra?
Me gusta mucho invocar la tierra caliente en mi poesía y en mis escritos. El suroeste; Altamira, Bolombolo, la vertiente del río Cauca, sobre todo Peñalisa, sector donde el río San Juan desemboca en el Cauca. Los sucesos y paisajes de esa época marcaron mi juventud y eso es fundamental para cualquier hombre. Tengo mucha relación mental y recuerdos con este paisaje; allá me formé como escritor, creo yo.
Su adolescencia y su niñez también lo llevan al recuerdo de sus primeros poemas...
En nuestra formación, nunca olvidamos el lugar de nacimiento ni el de nuestra adolescencia, ese es el origen. Detallando más en ese paisaje, tengo que detenerme en el río Cauca, que no poseía puentes, solo estaba el de Bolombolo: para uno pasar de un lado a otro había que utilizar planchones amarrados a un cable y una polea. Esta experiencia y la cantidad de palmeras me marcaron, estableciendo que esas palmeras ya no existen; acabaron con ellas para hacer las procesiones del Domingo de Ramos.
Además, le canta mucho al caballo…
A mí me tocó pasar el río a caballo, eso me emocionó, me marcó y por eso es que tengo escritos dedicado a los caballos. Tuve algunos de mi propiedad en mi juventud. No sé si era por joven, pero me parecía imponente y caudaloso el río comparado con lo que es ahora. El caballo era el que me llevaba a Altamira, Urrao y Andes.
Pero también el extinto Ferrocarril de Antioquia tiene una influencia en ese sector...
Es cierto, para llegar a Medellín había que tomar el Ferrocarril de Antioquia, era transporte obligado que se tomaba a un lado de Bolombolo luego de bajar a caballo. El tren nos llevaba a la estación Cisneros, que aún se conserva en Medellín. Recuerdo que fue por esta vía que conocí Medellín, en 1946.
Háblenos un poco de su familia…
Mi papa fue maestro de escuela y se pensionó en ese oficio y mi mamá era ama de casa. Me sobreviven dos hermanas.
¿Su memoria nos da para que nos regale algún poema o escrito de su vida literaria?
Nunca estoy pendiente de lo que ya hice, estoy pendiente de lo que pueda hacer.
¿Qué proyectos tiene en el momento?
Estoy trabajando en un proyecto literario que me está haciendo la Universidad de Antioquia.
¿Qué piensa de la soledad?
Para todo lo que yo hago siempre necesito estar solo, lo que no implica que sea una persona anormal; tengo todo tipo de relaciones con el entorno.
¿Le hubiese gustado vivir en el campo?
No, me marcó mucho la violencia que viví ahí y eso me impide tener una agradable visión del campo. No solo me marcó la violencia política, sino también la violencia religiosa y la del campesino en su momento. Era muy primitivo el ambiente rural de esa época. Parece que la gente tenía que ser violenta por necesidad, me refiero exclusivamente al suroeste de Antioquia, que es la única parte que conozco.
¿Y la influencia de Bogotá en su vida?
Sí, viaje a Bogotá en varias oportunidades y allí trabajé en publicidad, en la agencia Sancho. Allá manejé una empresa propia de publicidad; además, seguía escribiendo mi poesía y mi literatura.
¿Por qué la industria publicitaria necesita tanto a los poetas?
A los poetas nos buscan para trabajar en publicidad porque tenemos inventiva, creatividad, imaginación y podemos jugar con el recurso literario: se necesita mucha habilidad para producir textos publicitarios. Una de las empresas para las que recuerdo haber trabajado con estas características fue la Compañía de Empaques, que aún está en la ciudad.
¿A quiénes recuerda del movimiento nadaísta?
Recuerdo al maestro Jota Mario Arbeláez, del que ya hablamos. En Cali, a Eduardo Escobar. Lamentablemente, solo sobrevivimos tres: Eduardo Escobar, Jota Mario y yo.
Y sobre la bohemia y el vino, maestro…
Soy muy sobrio para todo, nunca me ha gustado la bohemia, ni siquiera el vino; nunca me he embriagado.
Háblenos de la anécdota: Jaime Jaramillo Escobar, casi alcalde...
Trabajé pocos meses en Anzá como secretario de la Alcaldía, trasladaron al alcalde y me llegó el nombramiento para la Alcaldía, pero no pude aceptarlo porque era menor de edad, cosa que no sabía el gobernador de Antioquia.
¿Volvió a recorrer el suroeste?
Hace pocos años fui a Anzá con unas amigas de Brasil que me conocían por mis libros. Caminamos un poco por las orillas del río Cauca: ellas son las hijas de Geraldino Brasil, un poeta que yo traduje acá en Medellín. Caminando, me di cuenta de que el paisaje del Cauca había cambiado: todo está deforestado, muy desértico y se acabaron, como dije antes, las palmeras por la fea costumbre de cortar los cogollos para los Domingos de Ramos y así, prácticamente, las extinguieron.
Alberto Casas Santamaría dijo que usted es el poeta vivo más importante de Colombia. ¿Qué piensa usted?
Alberto Casas Santa María, influenciado por el amor a mi poesía y a mis escritos, me buscó para una entrevista. Nunca volví a saber nada de él y no escucho el programa de radio en el que trabaja, dicen que es muy importante.
¿Qué piensa de la muerte?
Sobre la muerte no tengo nada que decir, es maluco hablar de eso.