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Ciudadela Cultural le llaman a una construcción blanca de dos pisos en Tocancipá (Cundinamarca). Es un refugio gratuito en donde convergen las artes, y los niños cantan, bailan, tocan un instrumento, aprenden, corren, ríen y viven. El lugar tiene varios salones, pero en uno de ellos, el día que lo visité, se encuentran más de treinta niños reunidos (la mayoría viste de blanco). Todos comparten una característica adicional: estarán cantando por la paz y la vida el domingo 6 de noviembre. Cada uno de ellos pertenece a alguno de los coros de Tocancipá y de veredas cercanas como La Esmeralda, La Fuente y Verganzo. Para algunos será la primera vez que visiten Bogotá, pero para todos será su primera vez en el Teatro Jorge Eliécer Gaitán, porque, como me dice Daniela Ávila Beltrán, formadora de la Escuela de Formación Artística de Tocancipá, “la mayoría de los niños son de bajos recursos y los papás muchas veces no tienen el dinero suficiente para poder viajar o sacarlos del municipio”.
Los pequeños llevan tres meses preparándose para integrar el Coro Nacional Infantil, en donde se unirán con voces de otros territorios del país como Chía, Sopó, Guatavita, Madrid, Funza, Soacha, Turbaco, Bogotá y Cali.
Para lograrlo, Patricia Ariza, ministra de Cultura, en el marco del estallido cultural, contactó a Julián Rodríguez y lo convenció de que formara “uno de esos coros grandes que él sabe hacer”, porque hace veinte años el maestro reunió a mil niños de colegios públicos de Cali para hacer un homenaje a la vida a través del canto. Para esta ocasión serán 300 voces las que se unirán en el Teatro Jorge Eliécer Gaitán en el Concierto Multicolor. “Colombia es un país que ha estado cubierto durante dos siglos por gente muy gris. Es hora de aceptar lo diversos que somos, el sancocho cultural maravilloso que somos”, me dice Rodríguez.
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Ahora tiene tiempo para hablar con adultos, porque durante dos horas estuvo conversando, cantando y tocando instrumentos en compañía de los niños de aquel salón de la Ciudadela Cultural. Durante ese espacio los pequeños no solo ensayaron, sino que se enteraron de la historia detrás de cada una de las piezas que cantarán, compuestas por Rodríguez. “Es importante entender de qué se trata una canción para poder cantarla mejor”, les dice a los niños; es decir, a los artistas (como les diría él). “Para que el planeta sea feliz y yo sea feliz en el planeta / Es fácil / Muy fácil / Dejemos en paz la tierra”, se escucha cantar. Entonces, unos minutos después, Rodríguez les explica que una organización mundial se inventó los derechos de la niñez: “Las personas cuando no quieren hacer algo lo escriben”.
De todas las canciones, una sobre la ballena jorobada es la que más le gusta a una niña de siete años integrante del coro. Ella se la pasaba cantando y gritando en su casa, hasta que un día Ana Matilde Guerrero, su abuela, fue a la Ciudadela Cultural y les pidió permiso a su hija y su yerno para inscribirla en canto. A pesar de que hace poco le hicieron una cirugía en una pierna y del dolor que esto le causa, eso no ha sido ningún impedimento para acompañarla a los ensayos. “Toca gastar lo de la buseta, pero el esfuercito no importa; ha valido la pena”. Me dice que se erizó cuando vio a la pequeña cantar en un teatro en Chía, porque se ha dado cuenta de su aptitud artística. “Me gustaría que mi nieta no sufriera lo que estamos sufriendo, sino que viera cosas bonitas, que hubiera paz, tranquilidad, que todo fuera diferente; más bonito, que comparta, participe, pero en alegría y comunidad”.
Al igual que Guerrero, gracias al coro Luz María Sánchez se ha dado cuenta de las habilidades de su hija de ocho años para el canto. Me dice que le da mucha felicidad que su pequeña esté emprendiendo ese camino artístico. “Estos niños son un ejemplo para otros, para que vean que hay niños que quieren la paz y que hay muchas posibilidades y cosas buenas para ellos”. Como afirma Angie Gómez, “la música les alimenta su corazón y mente”, cuyos dos hijos hacen parte del coro de La Fuente, esos de los que dice sentirse orgullosa por todo el avance que han tenido y “el minutico de fama” que tendrán el domingo. A ella le gustaría que dentro de la misma vereda sus hijos tuvieran la misma oportunidad de tener contacto con el arte como en Tocancipá. “La Fuente está un poquito apartado de todo, hay muy pocas cosas en la vereda para que los niños puedan desarrollar otro tipo de actividades”.
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Estas tres mujeres (al igual que otras) esperan de pie, afuera del salón, a que los niños terminen de ensayar. Mientras tanto, adentro un señor de pelo largo y canoso, quien lleva una chaqueta roja y unos tenis estilos Converse adornados con una palabra que se repite tres veces: paz, dice: “Con lo que cuesta un fusil hacemos este concierto”. “Los grandes juegan a la guerra / ¿Por qué? / ¿Por qué? / ¿Por qué?”, se preguntan en coro los niños. Dicen también en forma de canto que “los grandes no saben jugar a la guerra porque se matan de verdad”, por eso les dicen que lo que quieren es “amar, reír y soñar”.
Entonces, el mismo hombre canoso, Julián Rodríguez, les explica que el agua está en todas partes, que incluso nuestro cuerpo está lleno de ella. “Agua somos / Agua soy / Agua / Pura / Agua / Amor”, cantan. En el Concierto Multicolor, una solista cantará que “no somos oro / No somos esmeraldas / No somos petróleo / No somos plástico / No somos dinero / Somos agua”.
En el repertorio musical también hay canciones relacionadas con el planeta Tierra, los colores y América Latina; con esa posibilidad de una noción de país latinoamericano, desligada de lo estadounidense y europeo. “Necesitamos llenar la educación de arte y cultura no para que los niños sean artistas, sino mejores seres humanos, que amen al planeta, su entorno y familia, que estén dispuestos a vivir en paz y tranquilos”, me dice Rodríguez. Tranquilidad que algunas veces no tienen los niños de los coros que ha formado, porque provienen de sectores populares, en donde, como se sabe, la vida cotidiana es muy compleja. Por eso, “hay que afinarles el corazón antes que la voz”.
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Daniela Ávila espera que el Concierto Multicolor visibilice a todos los coros de Cundinamarca. “Los niños están muy felices porque se sienten incluidos dentro de la cultura y así se animan y se dan cuenta de que el arte también es importante”, porque, como diría Ana Matilde Guerrero, “si los ayudaran más creo que serían los hijos del futuro”.