Concretar un sueño es morir un poco
Sobre escribir y lo que puede significar el éxito, de la mano de la escritora Elizabeth Gilbert y mis amigos y compañeros.
Daniela Cristancho Serrano
Hace ya varios días terminó la feria del libro. Fueron dos semanas de trabajo arduo y apasionante que terminaron con una charla con los integrantes de El Magazín Cultural de El Espectador. La conversación se llamó Escribir y ser y fue, en mi experiencia personal, el momento en el que reafirmé este camino profesional, pero también este camino de vida. Hablamos con mis amigos, compañeros y, por supuesto, con mi jefe, sobre lo que implica ese verbo, escribir, que se lee tan sencillo, pero que en la práctica es tan difícil. Escribir más allá de los premios, del dinero, del reconocimiento. Escribir a pesar del ego, de las voces que te susurran “por ahí no es”. Escribir, sin contemplar los clicks y los seguidores. Escribir haciendo de la historia la única protagonista. Escribir porque no se concibe otra manera de vivir, porque constituye la única salida, el único mecanismo de supervivencia.
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Hace ya varios días terminó la feria del libro. Fueron dos semanas de trabajo arduo y apasionante que terminaron con una charla con los integrantes de El Magazín Cultural de El Espectador. La conversación se llamó Escribir y ser y fue, en mi experiencia personal, el momento en el que reafirmé este camino profesional, pero también este camino de vida. Hablamos con mis amigos, compañeros y, por supuesto, con mi jefe, sobre lo que implica ese verbo, escribir, que se lee tan sencillo, pero que en la práctica es tan difícil. Escribir más allá de los premios, del dinero, del reconocimiento. Escribir a pesar del ego, de las voces que te susurran “por ahí no es”. Escribir, sin contemplar los clicks y los seguidores. Escribir haciendo de la historia la única protagonista. Escribir porque no se concibe otra manera de vivir, porque constituye la única salida, el único mecanismo de supervivencia.
Y recordé, mientras conversábamos en el stand del periódico, mi charla favorita de TED: Your elusive creative genius, de Elizabeth Gilbert, la escritora de Comer, Rezar y Amar. La autora cuenta cómo, después de publicar aquel libro, que se convirtió en un éxito internacional, la gente la trata como si estuviera desahuciada. “Por ejemplo, se acercan a mí, muy preocupados y dicen, “¿No tienes miedo de nunca superar este éxito? ¿No tienes miedo de que vayas a continuar escribiendo toda tu vida y nunca más vayas a crear un libro que le importe a alguien en el mundo, nunca, jamás?”, narra Gilbert y la audiencia se ríe. “Pero sería peor, excepto que recuerdo que hace más de 20 años, cuando empecé a decir, cuando era una adolescente, que quería ser una escritora, me topé con este mismo tipo de reacción basada en miedo. Y la gente preguntaba, “¿No tienes miedo de que nunca vayas a tener éxito? ¿No tienes miedo de que la humillación del rechazo te mate? ¿No tienes miedo de trabajar toda tu vida en este arte y de que nada vaya a salir de eso y de que mueras sobre una pila de sueños rotos con tu boca llena de la amarga ceniza del fracaso?”, continúa graciosamente.
Yo también me reí cuando vi el video por primera vez, porque yo también he recibido los mismos comentarios cuando he dicho que quiero hacer de la escritura mi profesión. María José Noriega, periodista internacional de este diario y gran amiga, recordaba, en la charla, lo que nos solían decir los profesores en la universidad. “Tienen que saber que de esto no van a vivir”, “esto tiene que ser un plan b”, “les recomiendo hacer prácticas en una empresa, porque el periodismo no paga muy bien”. Así que sí, cuando María José y yo nos encontramos en la universidad teníamos muchos sueños compartidos, pero también compartíamos el temor ante su fragilidad.
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La respuesta corta de Gilbert a todas esas preguntas que le hicieron es: “Sí. Sí, tengo miedo de todas esas cosas. Y siempre lo he tenido. Pero, cuando se trata de escribir, en lo que he estado pensando últimamente, y que me he estado preguntando, es ¿por qué? ¿Es acaso lógico que se espere que uno tenga miedo del trabajo para el que siente que fue puesto en la Tierra? Y qué es eso que específicamente tienen las carreras creativas que nos pone nerviosos sobre la salud mental de los demás de una manera que otras carreras no lo hacen. Mi papá, por ejemplo, era un ingeniero químico, y no recuerdo ni una vez en sus 40 años de ingeniería química que alguien le preguntara si tenía miedo de ser un ingeniero químico”.
Para Gilbert, su libro, su gran éxito, lo que se supone que asfixiaba el miedo al fracaso, supuso otro grandísimo temor: el de nunca volver a llegar tan alto. “Yo soy bastante joven, solo tengo alrededor de 40 años. Tal vez tengo todavía otras cuatro décadas de trabajo en mí. Y es extremadamente posible que cualquier cosa que escriba de ahora en adelante sea juzgada por el mundo como el trabajo que vino después del extraño éxito de mi libro pasado, ¿verdad? Debería decirlo sin rodeos, porque somos todos como amigos aquí: es extremadamente probable que mi mayor éxito ya haya pasado”. Entonces el llamado éxito entra en el ciclo vicioso: desear escribir. Sentir miedo de fracasar. Escribir. Publicar un libro. Adquirir nombre, fama, dinero. Sentir miedo a que aquello nunca se vuelva a repetir. Sentir miedo de fracasar.
Hace unos meses, entrevisté a algunos atletas olímpicos que se habían dedicado al arte después de participar en los juegos. Me hablaron de la depresión posolímpica, de ese momento de tristeza absoluta tras lograr lo más ambicioso que te habías propuesto en la vida. “Los Olímpicos son un momento muy alto. Todo el trabajo que implica, el compromiso, todo es tan emocionante. Después hay un gran bajón. ¿Cómo vas a superar lo que acabas de hacer? Quizá ya no logres ir a otros Olímpicos en otros cuatro años”, me dijo Roald Bradstock, quien representó a Gran Bretaña en los Olímpicos de Verano de 1984 y 1988 en tiro de jabalina. Ya lo había dicho César Luis Menotti, cuando llevó la selección argentina a ganar el mundial de 1978. Para él, no fue el día más feliz de su vida. Al contrario, fue el más triste. Se habían agotado las ilusiones, se habían cumplido los sueños por los que se habían trabajado por años. ¿Qué viene después de eso?
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Elizabeth Gilbert, la manera de sobrevivir a su sueño cumplido fue encontrar un escudo de protección psicológico. Es decir, una idea que le permitiera encontrar distancia entre ella y su obra. “Esa búsqueda me llevó a la antigua Grecia y a la antigua Roma, donde la gente no creía que la creatividad venía de los seres humanos, sino de un espíritu asistente divino que venía a los humanos por razones distantes y desconocidas. Los griegos los llamaron “daimones.” Sócrates, popularmente se creía que tenía un daimon que le hablaba con sabiduría desde lejos. Los romanos tenían la misma idea, pero llamaban a este espíritu creativo un “genio”. Los romanos no creían que un genio era un individuo particularmente inteligente, sino una entidad mágica y divina, que se creía, vivía, literalmente, en las paredes del estudio de un artista, y que salía y asistía invisiblemente al artista con su trabajo y daba forma al resultado de ese trabajo”. Así el artista antiguo estaba protegido del ego y el narcisismo. “Si tu trabajo era brillante no te podías atribuir todo el mérito por él, todos sabían que tuviste este genio incorpóreo que te había ayudado. Y si tu trabajo fracasaba, no era totalmente tu culpa. Todos sabían que tu genio era algo débil”.
Mi jefe, Fernando Araújo Vélez, repite con cierta frecuencia una idea: concretar un sueño es morir un poco. Fue él quién nos contó la anécdota de Menotti, que también se encuentra en uno de sus libros. Pero también destaca otra idea: la importancia de la obra. Es esta lo único que importa. En la medida que le bajemos el volumen al ego, a la ambición con los premios, el reconocimiento y el llamado éxito, seremos escritores. Y tendremos que tener la fortaleza de escribir toda la vida.
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