Confísquese y cúmplase
El bajo mundo que retrató el brasileño Rubem Fonseca en sus obras, con el desparpajo del lenguaje crudo y violento de asesinos, ladrones y prostitutas, pagó el precio de la confiscación.
Alberto Medina López
La suma de cuentos de Feliz Año Nuevo cayó en manos de la policía cuando la dictadura de Ernesto Geisel ordenó en 1977 recoger todos los ejemplares, con el argumento de que atentaban contra la moral y las buenas costumbres.
Le sugerimos leer Priya’s Shakti, el cómic de la India, presenta “La Mascarilla de Priya”
En el relato que lleva el nombre del libro, tres hombres salen a robar la noche de Año Nuevo, entran a una fiesta, matan y violan, y vuelven a su guarida con el producto del asalto. La historia, narrada por uno de los delincuentes, cierra la acción criminal sin reato de conciencia. “Cuando el Pereba llegó, llené los vasos y dije que el próximo año sea mejor, ¡Feliz Año Nuevo!”.
El ministro de Justicia calificó el libro como apología del delito y el poderoso senador Dinarte de Madeiros Mariz aplaudió la confiscación con una sugerencia adicional: “Además de ser censurado, el autor debería ir preso”.
Fonseca, que era abogado, interpuso una acción judicial y en pleno proceso publicó El cobrador, otra serie de relatos más crudos todavía. En la historia central, un asesino solitario piensa que el mundo tiene una deuda con él.
Un dentista le saca una muela y por cobrarle le pega un tiro en la rodilla y destruye el consultorio. “¡Todos me deben algo! Me deben comida, coños, cobertores, zapatos, casa, coche, reloj, muelas; todo me lo deben”.
El protagonista de esa narración perturbadora sale a la calle a cometer todo tipo de desafueros para saldar la deuda de la rabia contra la sociedad que no le ha dado más que sufrimiento. Odia a los que tienen lo que él no tiene y en ese rencor demoniaco mata o viola sin arrepentimiento. Les cobra su desgracia y sus carencias. “Me deben escuela, novia, tocadiscos, respeto, bocadillo con mortadela (…) Me deben todo, calcetines, cine, solomillos…”.
Fonseca conocía bien el corazón de los asesinos porque trabajó durante años en la policía de Río de Janeiro como redactor de reportes criminales e incluso litigó en defensa de delincuentes.
El caso Morel, la primera novela de Fonseca, publicada y secuestrada en 1973 por la policía del régimen de Emilio Garrastazu, parece explicar las razones de la crudeza del lenguaje.
Un editor le pide al protagonista que ilustre un libro que habla de perversiones y le menciona, entre otras, “robofilia, parafernalismo y gregarismo”. Paul Morel desconoce esos términos, pero el editor le hace una aclaración: “Yo sólo inventé las palabras, las perversiones ya existían.
La suma de cuentos de Feliz Año Nuevo cayó en manos de la policía cuando la dictadura de Ernesto Geisel ordenó en 1977 recoger todos los ejemplares, con el argumento de que atentaban contra la moral y las buenas costumbres.
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En el relato que lleva el nombre del libro, tres hombres salen a robar la noche de Año Nuevo, entran a una fiesta, matan y violan, y vuelven a su guarida con el producto del asalto. La historia, narrada por uno de los delincuentes, cierra la acción criminal sin reato de conciencia. “Cuando el Pereba llegó, llené los vasos y dije que el próximo año sea mejor, ¡Feliz Año Nuevo!”.
El ministro de Justicia calificó el libro como apología del delito y el poderoso senador Dinarte de Madeiros Mariz aplaudió la confiscación con una sugerencia adicional: “Además de ser censurado, el autor debería ir preso”.
Fonseca, que era abogado, interpuso una acción judicial y en pleno proceso publicó El cobrador, otra serie de relatos más crudos todavía. En la historia central, un asesino solitario piensa que el mundo tiene una deuda con él.
Un dentista le saca una muela y por cobrarle le pega un tiro en la rodilla y destruye el consultorio. “¡Todos me deben algo! Me deben comida, coños, cobertores, zapatos, casa, coche, reloj, muelas; todo me lo deben”.
El protagonista de esa narración perturbadora sale a la calle a cometer todo tipo de desafueros para saldar la deuda de la rabia contra la sociedad que no le ha dado más que sufrimiento. Odia a los que tienen lo que él no tiene y en ese rencor demoniaco mata o viola sin arrepentimiento. Les cobra su desgracia y sus carencias. “Me deben escuela, novia, tocadiscos, respeto, bocadillo con mortadela (…) Me deben todo, calcetines, cine, solomillos…”.
Fonseca conocía bien el corazón de los asesinos porque trabajó durante años en la policía de Río de Janeiro como redactor de reportes criminales e incluso litigó en defensa de delincuentes.
El caso Morel, la primera novela de Fonseca, publicada y secuestrada en 1973 por la policía del régimen de Emilio Garrastazu, parece explicar las razones de la crudeza del lenguaje.
Un editor le pide al protagonista que ilustre un libro que habla de perversiones y le menciona, entre otras, “robofilia, parafernalismo y gregarismo”. Paul Morel desconoce esos términos, pero el editor le hace una aclaración: “Yo sólo inventé las palabras, las perversiones ya existían.