Zapato (Cuentos de sábado en la tarde)
La desesperación de una mujer la lleva a contemplar el suicidio, solo para enfrentar una conexión inesperada con otra persona en una situación similar.
Yamile Romero
Estaba en mi café favorito disfrutando de lo que quedaba de la tarde del viernes; encendí un cigarrillo, estiré las piernas, relajé los hombros pensando que era una dicha poder estar por fin libre de la oficina y sonreí ante el tiempo y la alegría que me daba la proximidad del fin de semana. Busqué en mi maleta el libro que estaba leyendo, cuando me percaté de que las personas que estaban a mi alrededor miraban hacia el cielo. Inicialmente, me dio pena mirar, pero luego me di cuenta de que todos observaban en la misma dirección, hacia arriba. Salí del café y busqué el punto a donde se dirigían todas las miradas y, entonces, también la vi.
La idea de saltar solo se me pasó por la cabeza una vez. Estaba en un piso 15, había subido a la terraza a fumar un cigarrillo, quizás era el quinto del día, estaba demasiado ansiosa y ya no podía alejar los pensamientos oscuros de mi mente. Escuché esa voz en mi cabeza, esa voz que era mi misma voz, que me decía: “¡Salta!, ¡descansa!, no vale la pena tratar de encajar en un mundo donde sencillamente no encajas”. Quise pensar en mi familia, mis amigos, pero a todos los sentía tan ajenos, como si fueran los amigos y la familia de otra persona. Cuando encendí el cigarrillo, empecé a llorar, sentía que la pena me sobrepasaba, y fue ahí cuando cruzó por mi mente la idea de saltar. Dejé de llorar de inmediato y sentí alivio de pensar que esto iba a pasar pronto y que estaba en mis manos, que no estaba condenada y que podía simplemente saltar. Aspiré mi cigarrillo tranquilamente, pensando que, si todo salía bien, ese sería el último; decidí no llamar a nadie, no dejar notas, no pedir perdón, ni dar explicaciones, sencillamente irme… ya estaba resuelto que apenas terminara el cigarrillo, saltaría…
Tenía medio cuerpo afuera de la ventana, estaba quizás en el piso 15. Desde donde estaba podía ver que alguien la tenía agarrada, quizás de la ropa, pero ella llevaba su cuerpo hacia atrás, hacia el vacío… las personas que estaban a mi alrededor hablaban de lo que quizás había llevado a esa pobre chica a la cornisa de un piso 15 con la idea de saltar…
“Quizás perdió el semestre, quizás son cosas del corazón” … Había dos señores que discutían, uno le decía al otro que la chica debería saltar, que no era justo con tantas personas que luchaban por sus vidas en los hospitales, mientras ella, que se veía sana, quería saltar. El otro sujeto alegaba que la depresión era una enfermedad seria, a lo que el primer señor manifestaba enfáticamente que él no haría nada por detenerla.
Una señora se me acercó y me preguntó: “¿Es una mujer o un hombre?”, a lo que le respondí: “Creo que es una chica”. La señora miraba en dirección a la cornisa y lágrimas caían de sus ojos; nos acompañamos en la zozobra de lo que vendría solo en un momento.
Abrí la ventana y todo a partir de ahí fue rápido. Salí a la cornisa, no sentí miedo, el alivio que la idea de saltar había sembrado en mi mente me gobernaba. Alguien que estaba en el mismo piso me vio y justo antes de lanzarme alcanzó a agarrarme de la chaqueta. Estaba tan molesta. Él gritaba pidiendo ayuda y yo gritaba pidiendo que me soltara... Empecé a ver cómo se agrupaban las personas que trabajaban en el piso 15 y gente abajo en la calle; maldita sea, hasta morirse tiene que ser tan difícil…
Llegaron los bomberos y una ambulancia; todo parecía muy irreal. No quería dejar de mirar, pensé en que si quizás me dejaran entrar y hablar con ella podría convencerla de que no lo hiciera, le diría, no sé… que la entendía, que podía contar conmigo, que todo iba a estar bien, que íbamos a salir juntas de esto, que ella era mágica y que venían milagros, que yo podía contarle los míos y acompañarla mientras llegaban los de ella.
La vi caer, ella no gritó, yo me llevé las manos a la boca ahogando un grito. Luego me di cuenta de que no podía ver, tenía los ojos llenos de lágrimas, me sentía histérica, no lo podía creer… la persona que la sostenía de la chaqueta se quedó con la prenda en sus manos y gritaba, todos gritábamos…
Empecé abrir mi chaqueta, cuando vi a los bomberos, me di cuenta del tremendo show que estaba dando, tenía que lanzarme, después de esto solo me podía esperar mínimo un psiquiátrico… la chaqueta terminó de abrirse y sentí el vacío en las piernas, como cuando duermes y sientes que caes, fue algo similar, y luego todo oscuro.
Me aproximé, quería verla, quizás fuera alguien que conociera, y fue extraño porque me dejaron acercar, era como si nadie me viera, y la vi de cerca, se parecía a mí, y sentí pena por ella y por mí, podría ser yo, vi que un zapato se le había caído en el impacto, y lo vi cerca de su cabeza, fui por él, y se lo coloqué, oré por ella y me alejé en silencio.
Encendí un cigarrillo, lo fumé despacio como ida, lo lancé al suelo y cuando fui a apagarlo, me di cuenta de que me faltaba un zapato.
Estaba en mi café favorito disfrutando de lo que quedaba de la tarde del viernes; encendí un cigarrillo, estiré las piernas, relajé los hombros pensando que era una dicha poder estar por fin libre de la oficina y sonreí ante el tiempo y la alegría que me daba la proximidad del fin de semana. Busqué en mi maleta el libro que estaba leyendo, cuando me percaté de que las personas que estaban a mi alrededor miraban hacia el cielo. Inicialmente, me dio pena mirar, pero luego me di cuenta de que todos observaban en la misma dirección, hacia arriba. Salí del café y busqué el punto a donde se dirigían todas las miradas y, entonces, también la vi.
La idea de saltar solo se me pasó por la cabeza una vez. Estaba en un piso 15, había subido a la terraza a fumar un cigarrillo, quizás era el quinto del día, estaba demasiado ansiosa y ya no podía alejar los pensamientos oscuros de mi mente. Escuché esa voz en mi cabeza, esa voz que era mi misma voz, que me decía: “¡Salta!, ¡descansa!, no vale la pena tratar de encajar en un mundo donde sencillamente no encajas”. Quise pensar en mi familia, mis amigos, pero a todos los sentía tan ajenos, como si fueran los amigos y la familia de otra persona. Cuando encendí el cigarrillo, empecé a llorar, sentía que la pena me sobrepasaba, y fue ahí cuando cruzó por mi mente la idea de saltar. Dejé de llorar de inmediato y sentí alivio de pensar que esto iba a pasar pronto y que estaba en mis manos, que no estaba condenada y que podía simplemente saltar. Aspiré mi cigarrillo tranquilamente, pensando que, si todo salía bien, ese sería el último; decidí no llamar a nadie, no dejar notas, no pedir perdón, ni dar explicaciones, sencillamente irme… ya estaba resuelto que apenas terminara el cigarrillo, saltaría…
Tenía medio cuerpo afuera de la ventana, estaba quizás en el piso 15. Desde donde estaba podía ver que alguien la tenía agarrada, quizás de la ropa, pero ella llevaba su cuerpo hacia atrás, hacia el vacío… las personas que estaban a mi alrededor hablaban de lo que quizás había llevado a esa pobre chica a la cornisa de un piso 15 con la idea de saltar…
“Quizás perdió el semestre, quizás son cosas del corazón” … Había dos señores que discutían, uno le decía al otro que la chica debería saltar, que no era justo con tantas personas que luchaban por sus vidas en los hospitales, mientras ella, que se veía sana, quería saltar. El otro sujeto alegaba que la depresión era una enfermedad seria, a lo que el primer señor manifestaba enfáticamente que él no haría nada por detenerla.
Una señora se me acercó y me preguntó: “¿Es una mujer o un hombre?”, a lo que le respondí: “Creo que es una chica”. La señora miraba en dirección a la cornisa y lágrimas caían de sus ojos; nos acompañamos en la zozobra de lo que vendría solo en un momento.
Abrí la ventana y todo a partir de ahí fue rápido. Salí a la cornisa, no sentí miedo, el alivio que la idea de saltar había sembrado en mi mente me gobernaba. Alguien que estaba en el mismo piso me vio y justo antes de lanzarme alcanzó a agarrarme de la chaqueta. Estaba tan molesta. Él gritaba pidiendo ayuda y yo gritaba pidiendo que me soltara... Empecé a ver cómo se agrupaban las personas que trabajaban en el piso 15 y gente abajo en la calle; maldita sea, hasta morirse tiene que ser tan difícil…
Llegaron los bomberos y una ambulancia; todo parecía muy irreal. No quería dejar de mirar, pensé en que si quizás me dejaran entrar y hablar con ella podría convencerla de que no lo hiciera, le diría, no sé… que la entendía, que podía contar conmigo, que todo iba a estar bien, que íbamos a salir juntas de esto, que ella era mágica y que venían milagros, que yo podía contarle los míos y acompañarla mientras llegaban los de ella.
La vi caer, ella no gritó, yo me llevé las manos a la boca ahogando un grito. Luego me di cuenta de que no podía ver, tenía los ojos llenos de lágrimas, me sentía histérica, no lo podía creer… la persona que la sostenía de la chaqueta se quedó con la prenda en sus manos y gritaba, todos gritábamos…
Empecé abrir mi chaqueta, cuando vi a los bomberos, me di cuenta del tremendo show que estaba dando, tenía que lanzarme, después de esto solo me podía esperar mínimo un psiquiátrico… la chaqueta terminó de abrirse y sentí el vacío en las piernas, como cuando duermes y sientes que caes, fue algo similar, y luego todo oscuro.
Me aproximé, quería verla, quizás fuera alguien que conociera, y fue extraño porque me dejaron acercar, era como si nadie me viera, y la vi de cerca, se parecía a mí, y sentí pena por ella y por mí, podría ser yo, vi que un zapato se le había caído en el impacto, y lo vi cerca de su cabeza, fui por él, y se lo coloqué, oré por ella y me alejé en silencio.
Encendí un cigarrillo, lo fumé despacio como ida, lo lancé al suelo y cuando fui a apagarlo, me di cuenta de que me faltaba un zapato.