Irene Vallejo escribió “El infinito en un junco” por una poderosa necesidad interior, pensando que era el menos comercial de todos sus libros.
Foto: James Rajotte
—Recuerdo que cuando era pequeña me decían: “¡Qué terca, qué terca eres!”. En una niña estaba mal visto ser terca, peor visto que en un niño. Era un reproche que me hacían a menudo. Como si fuera una característica de la que yo debía despojarme. Y yo me lo creí. Realmente creía que era un problema de carácter. Ahora, cuando miro atrás, pienso que me ha salvado esa terquedad que tanto me reprochaban.