El galeón San José relatado a través de los objetos con los que se hundió
El navío ha sido el foco de teorías y misterios. Con las historias que cuentan los elementos, que con la embarcación se hundieron, han sobresalido nuevos datos y preguntas. Presentamos dos de ellos.
Andrea Jaramillo Caro
El lecho marino donde hasta el día de hoy ha reposado el galeón San José guarda los secretos de un naufragio, donde la arena y el agua custodian la memoria de los objetos que se hundieron en 1708. Cuando la embarcación española se hundió tras la batalla de Barú quedaron a merced de las corrientes acuáticas más de 6.000 objetos.
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El lecho marino donde hasta el día de hoy ha reposado el galeón San José guarda los secretos de un naufragio, donde la arena y el agua custodian la memoria de los objetos que se hundieron en 1708. Cuando la embarcación española se hundió tras la batalla de Barú quedaron a merced de las corrientes acuáticas más de 6.000 objetos.
Durante más de 300 años el silencio y la oscuridad los cubrieron como un velo, encubriendo los misterios que tenían por contar. Aunque todavía residen en el fondo del mar Caribe, se han encontrado 6.738 evidencias arqueológicas, de las cuales 1.138 están en proceso de ser estudiadas a distancia por un equipo de investigadores del Instituto Colombiano de Antropología e Historia (ICANH). A través de imágenes, documentos y contacto con otras instituciones están reconstruyendo pieza por pieza la memoria de la vida a bordo.
El Espectador accedió a la historia de dos de los objetos investigados por las arqueólogas Juliana Quintero y Daniela Vargas. Para ellas, trabajar en este tipo de contextos históricos permite no solo examinar fragmentos de origen colombiano, sino también establecer puntos de conexión con otros lugares e identidades del mundo a través de los objetos que encuentran.
“Algo que nos ha sorprendido es el buen estado de conservación en el que se han encontrado las piezas. Es asombroso ver botellas casi completas. A pesar de que no hay nada como tener el objeto en tus manos, en las imágenes con las que nos toca trabajar se pueden ver detalles del dibujo de una porcelana china. Nuestra reacción siempre es de sorpresa, porque nos emociona mucho ver que algo que lleva tanto tiempo en un ambiente que es muy dinámico y complejo, porque se encuentra a esa profundidad en interacción con animales y demás, está tan bien. Estamos acostumbrados a trabajar con pedacitos y cosas pequeñas, pero es como si los objetos del galeón se hubieran quedado pausados en el tiempo”, aseguró Quintero.
El equipo en el que trabajan Quintero y Vargas ha estudiado 1.138 de ellos. Se han encontrado con vasijas, botellas, porcelana china, entre muchísimos otros. Dos de las piezas que componen este inventario son una botella en forma de cebolla y una botija que ha desafiado a los arqueólogos, pues también podría ser interpretada como una dolia.
Un artefacto con doble identidad
Esta vasija, que abrió el debate entre dos catalogaciones, se caracteriza por ser de barro, tamaño medio y cuerpo esférico. Según Vargas, este tipo de objetos son muy comunes en naufragios como el del galeón por la tradición alfarera en España. La arqueóloga comentó que el objetivo de una vasija como esta era actuar como contenedor para transportar cualquier tipo de producto que se quisiera llevar del Viejo Continente a América.
Sin embargo, la discusión que ha suscitado esta pieza radica en las características particulares que tiene. “En principio hablamos de una botija, pero en España estos contenedores han pasado por diferentes nombres, y ese era el más común. Cuando empezamos a indagar y revisar estas botijas, de las que ya hay estudios realizados por otros arqueólogos desde los 60, encontramos un ejemplar que era diferente al resto. Este contendor no cumplía con unas características comunes para el contexto temporal que examinábamos”, dijo Vargas.
El contenedor de doble identidad mide 70 centímetros, más largo y amplio que sus pares, con un estrechamiento que le da una “cinturita” y una boca pequeña, de acuerdo con la arqueóloga. Fueron estos elementos los que les dieron las pistas para creer que se podía tratar de otro objeto diferente a una botija. “Una de las autoras que consultamos sostiene que la boca pequeña es un indicador de que es un objeto anterior al período temporal que nosotros estamos planteando para las botijas, que comprende desde 1580 hasta 1780. No encontramos un objeto similar en las clasificaciones tipológicas del Caribe o americanas, pero descubrimos que en España hay un ejemplar muy parecido al que se halló en el galeón, y resultó que allí llamaban a este objeto ‘dolia’”.
Las imágenes con las que el equipo ha trabajado son públicas, lo que significó que otros arqueólogos contactaran al equipo del ICAHN para ofrecer su visión. Investigadores chilenos comentaron a Vargas sobre sus investigaciones de la botija tan peculiar que encontraron y sugirieron que su procedencia podía ser americana.
Con apreciaciones de este tipo sobresalen más preguntas que respuestas. De acuerdo con la arqueóloga, al encontrar otros casos parecidos en Suramérica, el espectro de la investigación se ha expandido. De esta forma se abre un nuevo mundo de conexiones a partir de un solo objeto con Chile y Guatemala, por ejemplo. “Para nosotros ha sido interesante ver un producto de la unión entre tradiciones españolas y la interpretación que se les daba en América”, afirmó.
Una botella dice más que mil palabras
“¿Qué puede contar una botella?”, es la pregunta que Quintero cree que la gente podría hacerse si tuvieran que investigar una. Sin embargo, “la que encontramos en forma de cebolla es la antecesora de las botellas cilíndricas. El trabajo artesanal de este tipo de objetos era muy bonito porque se hacían con vidrio soplado, una técnica en la que una persona, con sus pulmones, le daba forma al vidrio”, afirmó la arqueóloga.
Una botella como estas era diseñada para que se sostuviera dentro de la embarcación y no se cayera. Por esa razón hicieron el cuerpo más abultado a diferencia de la forma globular que tendría el vidrio luego de ser soplado.
“Hemos encontrado seis ejemplares de estas botellas, y eso nos podría decir que estaban asociadas a la vida a bordo. No todo el mundo tenía acceso a los contenidos de esas botellas, era más que un elemento de cargamento. Un detalle que nos hace asociarlo con la vida a bordo es que encontramos una de las botellas junto a un cáliz benditero, lo que nos hace relacionarlo con el rito religioso. Estas botellas solían tener vino, brandy y eran reutilizables”.
De aquí surgieron otra serie de preguntas: ¿qué se pudo haber llevado de vuelta en estos objetos? ¿Cómo eran los intercambios de productos en ese momento? El período que detallaron para esta botella fue entre 1600 y 1730, pero las arqueólogas creen que la fecha se podría llegar a precisar entre 1700 y 1725.
Estos períodos no son aleatorios, pues en un contexto de naufragio, al saber el año en que se hundió, pueden precisar los años en los que se fabricaron algunos de los objetos. Pero, además del tiempo, el equipo de investigación se ha enfocado en la dispersión de los objetos luego del naufragio y las nuevas preguntas y teorías frente a los eventos históricos que de allí pudieron surgir desde un punto de vista arqueológico.
La dispersión que sugiere que el galeón no se hudió por una explosión masiva
Trabajar con los objetos a distancia y con solo imágenes submarinas para estudiarlos ha supuesto un reto para las investigadoras, pues no tener el objeto material entre sus manos implica que su trabajo se fundamenta en interpretaciones. “No podemos trabajar solas en esto, porque necesitamos de otras ciencias que soporten nuestras interpretaciones. Debo demostrar que lo que yo veo, también lo ven los demás. Esa es nuestra función y uno de los desafíos más grandes”, aseguró Vargas. Sin embargo, a pesar de uno de los objetivos es estudiar los objetos que se hundieron con el galeón, el equipo de arqueólogos también investiga lo que la dispersión de estas piezas nos puede decir sobre el momento en el que se hundió el navío y cómo sucedió.
El proceso inició con la identificación de las evidencias arqueológicas y su clasificación. Luego, comenzaron a revisar y estudiar la materialidad y procedencia de cada una de ellas, en una investigación más técnica a nivel arqueológico. Dado que estas indagaciones han llevado al equipo a encontrarse con un contexto global, esto añadió otra capa de complejidad a su trabajo. Por ejemplo, las arqueólogas hablaron de que hay diferencias entre las formas de clasificar los objetos de cerámica entre España y América y el Caribe, la labor de este equipo de investigadores es tejer ese puente entre ambas formas de clasificación, donde incluso han tenido que trabajar con información de China y Holanda para establecer las conexiones que sugieren los objetos.
La botija o dolia y la botella en forma de cebolla son apenas dos ejemplos de cómo las piezas del galeón cuentan la historia de las conexiones entre cuatro imperios y cómo transportaban sus productos desde el viejo continente. “Es muy interesante porque podemos ver en estos objetos una suerte de globalización temprana. Estamos encontrando en el mundo transatlántico que ya no importa de qué imperio eres, porque en un galeón estamos viendo objetos de muchos imperios. Estamos hablando de una navegación transimperial. Hay elementos que trascendieron las peleas entre todos, pero que funcionaban dentro de esos ejercicios que se estaban dando en esa navegación transatlántica o en esa conexión que hay entre los mundos cuando nacen las primeras ciudades. Nosotros hoy somos un híbrido de muchas partes y eso es lo que trae el estudio de estos materiales tan lejanos”, aseguró Vargas.
Entre las preguntas que han surgido de estudiar la dispersión de los objetos se encuentra el porqué los objetos terminaron en donde están ahora. Esto puede dar indicios a los investigadores de cómo estaban organizados los elementos para la vida a bordo. “Queremos entender los elementos de la vida a bordo, dónde se guardaban las cargas, dónde se guardaban los objetos personales, donde se guardaban los objetos de navegación. Ese es uno de los retos que tenemos y de las preguntas de investigación que tenemos a futuro sobre el tema de distribución espacial”, dijo Quintero.
El trabajo de esta arqueóloga se ha enfocado en ver la escala grande del naufragio. Quintero se ha concentrado en estudiar los procesos deposicionales de estos objetos y así entender cómo sucedió el naufragio a partir de la forma en la que los objetos entraron al mar. “na de las cosas importantes que hemos visto con el tema de la espacialidad es que está muy concentrado el material. El área de concentración no supera los 400 metros, eso nos da información importante acerca del proceso deposicional, cómo llega al lecho marino y la dirección en la que se encuentran los materiales que es casi que lineal hacia el noroeste, sureste”, afirmó.
Es precisamente este hallazgo el que podría sustentar una teoría de que el galeón San José no se hundio debido a una explosión masiva, como se ha creído por 300 años. Las arqueólogas se cuestionan por qué no hay mucha dispersión de los objetos del navío, si cuando algo explota se espera que los fragmentos del desastre se esparzan por el espacio alrededor. “Cuando vamos al contexto arqueológico y a la realidad de cómo se encuentra en este momento, nos damos cuenta de que está súper ordenado. Estamos viendo la porcelana agrupada solamente en un sector del barco, muy poco fragmentada, lo mismo pasa con las vasijas. Cuando algo explota uno no espera encontrarse con este tipo de orden y, en un barco, no esperaríamos encontrar tantos objetos agrupados en un solo sector. Eso hace que nos cuestionemos si realmente explotó y que empecemos a jugar con las teorías. Aquí empieza un trabajo conjunto con historiadores donde vemos que hay dos versiones del hundimiento del Galeón y tenemos un dato arqueológico que hace que nos inclinemos más hacia una versión porque es lo que estamos viendo”, aseguró.