Identidad cultural y transculturación (Opinión)
Mónica Acebedo
Interesante, y a la vez problemático, el debate sobre la celebración de la fundación de Santa Marta que desataron el ministro de cultura, Carlos Vives y muchas otras personas, sobre si se debe llamar celebración o si fue, como titula su columna de El Tiempo, Melba Escobar: ¿Conquistador malo, nativo bueno?
Esa reflexión ha sido y seguirá siendo materia de análisis no solamente de la sociología y la historia, sino también de los estudios literarios, además de objeto de disertación por siglos. Y es que nadie niega que la conquista fue violenta, como lo han sido las conquistas a lo largo de la historia y en muchos lugares del mundo (incluida la de muchos pueblos indígenas que también conquistaron, mataron y colonizaron mucho antes de la llegada de los europeos a América o África…). Es decir, la ambición de someter a un pueblo entero ha sido (y, tristemente, creo que seguirá siendo) una constante en la historia del mundo.
De hecho, durante el siglo XIX, después de las guerras independentistas de América Latina, muchos intelectuales se pusieron en la tarea analizar la identidad cultural de cada uno de los pueblos recién emancipados. Esta noción, que dialogó directamente con el concepto de raza y colonialismo, procuró entender que el proceso de creación de una cultura estuvo formado por muchos más elementos que los que tradicionalmente tuvieron en cuenta hasta ese momento.
La identidad de una colectividad se entiende como el conjunto de aspectos que la distingue de otra. Este concepto supone, por lo tanto, la conciencia de esa diferencia por parte de una determinada comunidad. Entre la mismidad y la alteridad se erige el concepto de individualidad que se complementa con la noción de cultura. El diccionario de estudios culturales latinoamericanos se refiere al concepto de cultura dentro de la acepción que me interesa así: “La cultura puede entenderse como dimensión y expresión de la vida humana, mediante símbolos y artefactos; como el campo de producción, circulación y consumo de signos; y como una praxis que se articula en una teoría”. En ese sentido, la identidad cultural de comunidades que han sufrido la invasión y el extermino de muchos de los elementos que los distingue, se convierte en un pilar esencial a la hora de entender el concepto en los países de América Latina, pero eso no quiere decir que las nuevas identidades que se han formado con el paso de los años se tengan que desconocer.
En Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar, del cubano Fernando Ortíz, escrito en 1940, revisa a través del neologismo “transculturación” el concepto que el autor tiene de identidad cultural en América Latina. Ortíz utiliza el ritmo musical cubano (contrapunteo) y la personificación de dos productos agrícolas (el tabaco y el azúcar) a manera de alegoría etnográfica para explicar fenómenos del colonialismo como la esclavitud, el mestizaje, el blanqueamiento entre otros. El tabaco había sido utilizado por los indígenas en actividades que vinculaban con el demonio y con el placer. En ese sentido, llega a Europa con una perspectiva binaria: por un lado, como un producto pecaminoso y por otro, sensual. Representa, según Ortiz, masculinidad, manualidad, individualidad, reforma, oscuridad. Por su parte, el azúcar simboliza el blanqueamiento, coloniaje y sumisión.
Transculturación es la interacción entre dos culturas. Se trata de un intercambio cultural donde no hay una transferencia de una cultura hegemónica o dominante a una cultura subordinada o dominada, sino un tráfico permanente de rasgos entre las dos, que inclusive pueden llegar a crear una nueva entidad cultural que contiene elementos de las dos instancias. A diferencia de aculturación entendido como el proceso de tránsito de una cultura a otra y sus repercusiones sociales. Es decir, el proceso de aculturación implica la imposición de una cultura dominante sobre una cultura dominada, lo cual supone que hay una cultura superior.
Lo que quiero concluir con esta reflexión, es que puede ser que los procesos en América hayan estado marcados por unos parámetros violentos, pero, también, que los pueblos van evolucionando en cuanto a su identidad. Así, cada uno de los países europeos seguirán revisando sus identidades culturales después de las inmigraciones de los últimos años; lo mismo que Estados Unidos y muchas otras naciones. La identidad cultural se puede analizar como una interacción de dos culturas, como una imposición de una cultura sobre otra, pero nunca se puede desconocer la historia de como se ha integrado la identidad de una nación: Colombia hoy es una fusión de culturas, razas, historias, religiones…
Interesante, y a la vez problemático, el debate sobre la celebración de la fundación de Santa Marta que desataron el ministro de cultura, Carlos Vives y muchas otras personas, sobre si se debe llamar celebración o si fue, como titula su columna de El Tiempo, Melba Escobar: ¿Conquistador malo, nativo bueno?
Esa reflexión ha sido y seguirá siendo materia de análisis no solamente de la sociología y la historia, sino también de los estudios literarios, además de objeto de disertación por siglos. Y es que nadie niega que la conquista fue violenta, como lo han sido las conquistas a lo largo de la historia y en muchos lugares del mundo (incluida la de muchos pueblos indígenas que también conquistaron, mataron y colonizaron mucho antes de la llegada de los europeos a América o África…). Es decir, la ambición de someter a un pueblo entero ha sido (y, tristemente, creo que seguirá siendo) una constante en la historia del mundo.
De hecho, durante el siglo XIX, después de las guerras independentistas de América Latina, muchos intelectuales se pusieron en la tarea analizar la identidad cultural de cada uno de los pueblos recién emancipados. Esta noción, que dialogó directamente con el concepto de raza y colonialismo, procuró entender que el proceso de creación de una cultura estuvo formado por muchos más elementos que los que tradicionalmente tuvieron en cuenta hasta ese momento.
La identidad de una colectividad se entiende como el conjunto de aspectos que la distingue de otra. Este concepto supone, por lo tanto, la conciencia de esa diferencia por parte de una determinada comunidad. Entre la mismidad y la alteridad se erige el concepto de individualidad que se complementa con la noción de cultura. El diccionario de estudios culturales latinoamericanos se refiere al concepto de cultura dentro de la acepción que me interesa así: “La cultura puede entenderse como dimensión y expresión de la vida humana, mediante símbolos y artefactos; como el campo de producción, circulación y consumo de signos; y como una praxis que se articula en una teoría”. En ese sentido, la identidad cultural de comunidades que han sufrido la invasión y el extermino de muchos de los elementos que los distingue, se convierte en un pilar esencial a la hora de entender el concepto en los países de América Latina, pero eso no quiere decir que las nuevas identidades que se han formado con el paso de los años se tengan que desconocer.
En Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar, del cubano Fernando Ortíz, escrito en 1940, revisa a través del neologismo “transculturación” el concepto que el autor tiene de identidad cultural en América Latina. Ortíz utiliza el ritmo musical cubano (contrapunteo) y la personificación de dos productos agrícolas (el tabaco y el azúcar) a manera de alegoría etnográfica para explicar fenómenos del colonialismo como la esclavitud, el mestizaje, el blanqueamiento entre otros. El tabaco había sido utilizado por los indígenas en actividades que vinculaban con el demonio y con el placer. En ese sentido, llega a Europa con una perspectiva binaria: por un lado, como un producto pecaminoso y por otro, sensual. Representa, según Ortiz, masculinidad, manualidad, individualidad, reforma, oscuridad. Por su parte, el azúcar simboliza el blanqueamiento, coloniaje y sumisión.
Transculturación es la interacción entre dos culturas. Se trata de un intercambio cultural donde no hay una transferencia de una cultura hegemónica o dominante a una cultura subordinada o dominada, sino un tráfico permanente de rasgos entre las dos, que inclusive pueden llegar a crear una nueva entidad cultural que contiene elementos de las dos instancias. A diferencia de aculturación entendido como el proceso de tránsito de una cultura a otra y sus repercusiones sociales. Es decir, el proceso de aculturación implica la imposición de una cultura dominante sobre una cultura dominada, lo cual supone que hay una cultura superior.
Lo que quiero concluir con esta reflexión, es que puede ser que los procesos en América hayan estado marcados por unos parámetros violentos, pero, también, que los pueblos van evolucionando en cuanto a su identidad. Así, cada uno de los países europeos seguirán revisando sus identidades culturales después de las inmigraciones de los últimos años; lo mismo que Estados Unidos y muchas otras naciones. La identidad cultural se puede analizar como una interacción de dos culturas, como una imposición de una cultura sobre otra, pero nunca se puede desconocer la historia de como se ha integrado la identidad de una nación: Colombia hoy es una fusión de culturas, razas, historias, religiones…