Consuelo Acuña: “comencé a litigar en una época en la que las mujeres no lo hacían”
Una nueva entrega de la serie “Memorias conversadas” con la abogada Consuelo Acuña. Relata su paso por la Universidad Nacional y del Rosario, su época de liderazgo estudiantil y su desempeñó en el área de Derecho Comercial y procesos de insolvencia.
Isabel López Giraldo
Soy una mujer comprometida con la vida, lo que se puede considerar mi mayor cualidad o mi mayor defecto. Todo lo hago con amor, honestidad y con conocimiento. Me conmuevo fácilmente, vivo al máximo y detesto las personas que no se comprometen. Me gusta llevar una vida plena.
Orígenes
No alcancé a conocer a mi abuelo paterno, Leopoldo Acuña Alvarado. Leopoldo fue descendiente directo de Cipriano Alvarado, su abuelo materno, estafeta del libertador herido en medio de la guerra, lo que hizo que se trasladara de Bogotá a Ubaque, Cundinamarca. Sus hermanos Arturo, Josefa, Soledad y el coronel Gustavo Acuña, fueron muy unidos y cercanos a mi papá.
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Arturo fue miembro de la Academia de Historia y rector de la Quinta Mutis, del Rosario. Un cochero en Londres, por error, le pegó en un ojo con la fusta y lo perdió. Dada esta situación, me contrató cuando era estudiante de primaria para que les leyera libros de historia y filosofía a él y a otro miembro de la Academia. Me pagaban un peso por reunión y yo asistía dos veces a la semana. Fui, como dicen, perejil de todos los caldos. Por ejemplo, mis tías abuelas paternas me invitaban a participar del desfile del 20 de julio, me presentaba con mis mejores galas generando risas entre mis primos.
Florinda Acuña Fuentes, mi abuela, una mujer muy agradable, hermosa, de pelo rojo, hija de un hombre que gastó su fortuna dándose la buena vida, se casó con su primo Leopoldo y se dedicó al cuidado de sus hijos.
Leopoldo Acuña Acuña, mi papá, fue un hombre adorado, buena vida, pero sin excesos. Trabajó toda su vida hasta pensionarse como jefe de almacenes del Distrito Especial de Bogotá. Sus más cercanos jefes fueron Fernando Mazuera, Palacio Rudas y otros tantos quienes ocuparon la Alcaldía de la ciudad.
Mis abuelos maternos fueron oriundos de Vélez, Santander. Luis Traslaviña, mi abuelo, descendiente del fundador de su pueblo, fue un docente premiado y comprometido con la educación, jugó un gran papel en su región y en el colegio Santander de Bucaramanga. Lucila, mi abuela, fue hija del general Rodríguez, también fue docente y luego se dedicó al hogar.
Mercedes Traslaviña Rodríguez, mi mamá, fue una mujer muy reconocida como docente, premiada como la mujer del mundo en Alemania. Fundó más de diecisiete colegios cooperativos en Bogotá, San Andrés y otras regiones. Trajo el cooperativismo en la educación al país después de estudiar en Israel y Rusia. Se dedicó al trabajo sindical, fundó FECODE junto con Adalberto Carvajal Salcedo y varios más, cuando lo que se buscaba era una educación equitativa e integral para los niños de la ciudad y del campo y reivindicar a los maestros a quienes les pagaban desde entonces muy mal y quienes no contaban con servicios de salud ni tenían una vivienda digna. Cuando FECODE giró a la izquierda, mi mamá, con la prudencia que la caracterizó, siguió muy de cerca su actuar, pero marginada. A la muerte de mi mamá asistieron muchos de sus alumnos, los miembros de FECODE, de la Embajada de Israel, del cooperativismo del país, como manifestación de agradecimiento a su vida. Todavía la recuerdan con cariño, pese a que murió hace diecisiete años.
Casa de sus padres
Mis papás se conocieron a través de un hermano de mi mamá, en ese momento los dos eran miembros de la marina. Edificaron su familia sustentados en las bases del amor, de la comprensión y de la libertad. Siempre tuvimos libre albedrío, pensábamos, analizábamos y leíamos. Solo nos limitaron para ir a fiestas porque nos cuidaron como sus tesoros. Contamos con el acompañamiento de una tía, quien nos ayudaba con las tareas.
Somos seis hijos: Consuelo, Leopoldo, Daniel, Luz Marina, Emilio y Álvaro (tres abogados, un periodista y dos administradores de empresas). Por todos he sentido esa responsabilidad y compromiso de hermana mayor. Soy soltera y como Dios no me dio hijos me dio sobrinos, así pues, todo el tiempo estoy pendiente de ellos ejerciendo como buena tía chismosa: cómo está el uno, cómo está el otro, cómo van. Los Acuña somos una familia muy unida y afectuosa. Aunque nos vemos con frecuencia, siempre nos abrazamos con afecto, nos rodeamos ante las dificultades y en la enfermedad.
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Los hombres sintieron siempre fascinación por el fútbol sin que le gustara a mi papá quien decía que no era un deporte de caballeros. Mi hermana Luz Marina y yo nos llevamos ocho años, pero contamos treinta y cinco trabajando juntas.
En las navidades nos dejaban mientras dormíamos los regalos debajo de la escalera, donde instalaban el árbol. Como todos veíamos, sin que se dieran cuenta, no entendíamos por qué luego nos decían: “¡Llegó el Niño Dios!”, pues sabíamos quiénes habían dejado los regalos. Pero permanecimos comprometidos con el silencio.
Academia
Mi paso por el colegio fue agradable y tranquilo. He sido siempre muy responsable, pero nunca la mejor estudiante. Primero y segundo elemental los cursé en el Departamental de la Merced con mi mamá. Luego pasé al colegio de las monjas agustinas de la Consolación, quienes estaban recién llegadas a Colombia. Allí terminé mi bachillerato. Estas eran unas mujeres muy interesantes, nos enseñaban historia, poesía, música, aunque tengo muy mal oído. Con ellas aprendí a valorar el arte. A la hora del almuerzo leíamos, por lo general lo hacía yo.
Sor María Victoria Cuervo, familiar de Rufino Cuervo, chiquitica como un trompo y extraordinaria docente, nos enseñó a recitar y a hablar en público. Ella logró que me pasaran el año, pese al inglés. Me destaqué en literatura, filosofía, historia, geografía, materias que dicté cuando terminaba bachillerato en los colegios cooperativos que había fundado mi mamá. Ejercí desde entonces una suerte de liderazgo y mantengo excelentes relaciones con mis compañeras de colegio.
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En el colegio siempre perdí inglés y tengo una anécdota con el idioma. Hará treinta años que fui admitida en EreséaU, red de abogados del Mercado Común Europeo. En el proceso de ingreso recibí una llamada del abogado español Federico Cacho Zabalsa, de la firma de abogados Coronel de Palma, para decirme: “Consuelo, para ser admitida tienes que dar un discurso de diez minutos en inglés”. Llegué a Madrid con mis palabras aprendidas de memoria y con las anotaciones de la pronunciación, fui aplaudida y luego todos me hablaron en inglés. De la tensión me dolió hasta el cuello (risas). Lo curioso es que aún hoy soy miembro de la red y asisto a sus reuniones y congresos.
Quise estudiar sociología, la dictaban en la Nacional donde fui admitida, pero mi papá se opuso al considerar que nunca terminaría la carrera debido a las repetidas e interminables huelgas de la Universidad. Entonces, dada la amistad de mi tío Arturo con monseñor Castro Silva, exrector del Rosario, me abrieron un campito que me permitió estudiar Derecho. Asistí a la entrevista vestida de sastre azul oscuro, guantes blancos, falda tapando la rodilla, divinamente peinada y arregladita, pues me advirtieron que me reuniría con monseñor y que no podía presentarme de cualquier forma.
Por mi trayectoria como abogada puedo decir que esta fue una decisión acertada. No pude ser colegial, pues fui huelguista. En primer año de Derecho hice amigos de quinto cuando se organizó la primera huelga de la Universidad que apoyamos los de mi Facultad. Los estudiantes de Medicina presentaron una obra de teatro, se trató de una parodia por una encíclica papal que la curia rechazó, entonces le pidieron la renuncia a Ferguson, quien era el decano de medicina. A Ferguson no lo reintegraron y a nosotros no nos echaron. Todos aprendimos de esta experiencia.
Desde siempre he sido muy respetuosa, pero seria frente a lo que no me gusta. Conformé un grupo de estudio que se llamó Proceso con el que hacíamos protestas y huelgas y difundíamos nuestras ideas en un periódico del mismo nombre. Mi mamá decía que éramos “izquierdistas de té con galleticas”. Tengo una prima, que era ejecutiva del Grupo Grancolombiano, ella estaba conversando sobre mí con alguien a la entrada del Rosario diciéndole: “Consuelito es muy tranquila”. Pero, justo cuando llegó a la cafetería me encontró dando un discurso sobre una de las mesas, posando de líder en una huelga.
Mi relación con el Rosario ha sido muy estrecha, siempre tratando de unir la comunidad rosarisa. Fui una de las fundadoras del Consejo Estudiantil y, si mi memoria no me falla, su primera presidenta. Es aquí donde los estudiantes se dan a conocer, aprenden a hablar, a manifestarse, a pensar y a tener carácter. Para eso sirven los consejos estudiantiles.
Oficina de abogados
Estando en cuarto año de Derecho Ernesto Cavelier, mi compañero de estudios, nos invitó a Ricardo Merkey a mí a participar como estudiante de abogados en la firma de su papá Germán Cavelier Gaviria. Germán fue un abogado muy importante y fue en su oficina que aprendí derecho siendo su asistente, al comienzo. Primero practiqué propiedad marcaria y luego se abrió una nueva etapa, la de sociedades en la que estuve por diez años. También aprendí de Álvaro Esguerra y de Álvaro Copete Lizarralde quien me concedió el honor de que con los años trabajara en mi oficina.
Mi práctica profesional ha sido muy fértil. Me destaco como abogada litigante y, aunque me especialicé en Derecho Penal, me he desenvuelto en Derecho Comercial y en procesos de insolvencia.
Docencia
En quinto de derecho comencé a dictar clases en la Universidad Jorge Tadeo Lozano. Aquí viví una anécdota muy simpática. Yo enseñaba Realidades colombianas, y me preparaba muy bien para mis alumnos. Cuando ganó las elecciones el presidente Misael Pastrana les pregunté qué opinaban sobre lo que estaba pasando en el país político de ese momento y encontré que mis alumnos no habían leído ni siquiera las caricaturas de El Tiempo. Me sentí tan traumatizada que renuncié a la cátedra.
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Universidad
Cuando nombraron a mi profesor Jorge Cardozo Isaza l decano en la Gran Colombia, me invitó a que dictara clases en su Universidad. Poco después le conté a Julio Benetti, profesor de Sociedades y Comercial en el Rosario y colega en la oficina de Cavelier, que estaba dictando esas clases, entonces me dijo que fuera su profesora auxiliar.
Pasado un tiempo, en el Rosario fui profesora de comercial y sociedades, y en la escuela de especialización dicté insolvencia, mi tema preferido. Me especialicé en docencia universitaria. También fui docente en los Andes, en la Sergio Arboleda, y en la Nueva Granada. Porque soy una educadora per se.
También tuve el honor de dictar la cátedra rosarista en uno de los congresos, primera mujer en hacerlo. Se trata de una distinción en la que se da una conferencia de cincuenta minutos sobre temas de actualidad, el mío fue sobre buen gobierno.
Escritos
Al terminar mi carrera escribí el libro “El capital en la sociedad anónima”. Llevo diez años reeditándolo, pues tengo limitaciones en el tiempo.
Es bien sabido que uno como abogado litigante escribe, como mínimo, un memorial diario, y cuento con más de cuarenta años de ejercicio. He escrito artículos sobre el medio ambiente, sobre sociedades, sobre el derecho del menor en el Derecho Comercial y sobre el régimen de insolvencia empresarial.
Colegio de Abogados
Cuando se fundó el Colegio de Abogados Rosaristas, en el año 1974, estaba vinculada como profesora auxiliar del Rosario. Participé en la Asamblea fundacional, pero me enojó el que candidatizaran a Jaime Michelsen y me retiré, por lo que no firmé el acta de fundadores, aunque luego me concedieron el diploma sin que me lo merezca.
Cuando salí de la oficina de Cavelier, Germán me apoyó con votos para ser la primera mujer presidente del Colegio de Abogados Comercialistas. Fue un reto enorme que asumí con compromiso. Como presidente de los comercialistas lo reactivé y compré su primera sede. En esa calidad de presidente de los comercialistas y como rosarista, asistí invitada por el doctor Juan Rafael Bravo como conferencista al Primer Congreso de Abogados Rosaristas. La conferencia se centró en la reforma al régimen de concordatos en la que participaba activamente. Desde el año 1973 en adelante he procurado asistir a los congresos rosaristas anuales.
En un momento dado me nombraron presidenta de la Asociación Rosarista que pasaba por una etapa difícil. Aquí también fui la primera mujer en ocupar esa presidencia, impulsé a la Asociación de manera importante y de la mano de la Universidad.
Estando en estas, me nombraron primera presidente mujer del Colegio de Abogados Rosaristas y me concentré en vincular a todas las instituciones para que trabajáramos en temas que unían a la comunidad. Uno de mis legados fue la instalación del busto del señor rector Antonio Rocha Alvira que se ubicó en la escalera de la Universidad, lo que tiene un valor patrimonial e histórico de trascendencia por ser el claustro una reliquia intocable. El busto está acompañado de la frase del exrector Rocha: “Aquí se enseña, se profesa y se practica la virtud”. Esta resume la misión de nuestro Colegio Mayor.
En el año 1998 colaboré ampliamente en el congreso de egresados rosaristas con el rector Mario Suárez. Este contó con una asistencia enorme: superó los mil participantes.
Su Oficina
En algún momento el doctor Germán Cavelier me invitó a asociarme con él. Le agradecí, pero yo no quería ser su abogada toda la vida, prefería construir mi propio nombre y abrir mi oficina en la que pudiera darme a conocer y ser independiente. Por supuesto, esto no le gustó mucho al comienzo, pero luego me heredó los clientes de sociedades que yo había atendido desde el origen: solo acepté dos quienes siguen conmigo. También atendí algunos de sus negocios personales.
Mi primera oficina me la arrendó la senadora galanista Ana Sixta González de Cuadros. Quedaba en el Edificio Residencias Colón y era muy pequeña. Fue solo hasta este momento en el que saqué mi tarjeta profesional. Recuerdo que el día que iba a presentar mi primer proceso que llevó mi oficina, pasé primero por el Ministerio de Justicia, recogí mi tarjeta y llegué a los juzgados. Esta fue una demanda que se ganó en los Estados Unidos contra la General Motor. Durante mi vida como abogada litigante he estado muy vinculada al gremio de los aviadores civiles, quienes de manera generosa me hicieron un reconocimiento por mis aportes en el ámbito del derecho comercial y en la asesoría a su Caja de aviadores.
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Comencé a litigar en una época en la que las mujeres no lo hacían, sin embargo, conté con el apoyo de abogados muy prestantes quienes me respaldaron de manera desinteresada y con afecto. Con ellos yo estudiaba, participaba de sus tertulias, les consultaba mis casos. Varios de ellos me dijeron: “Consuelo, encárguese de este proceso ordinario, porque yo no alcanzo a terminarlo”. Estamos hablando de procesos que pueden tomar veinte y más años. Alguna vez Francisco Zuleta me dijo: “Consuelo tengo un negocio que no alcanzo a terminar, quiero que participe de la reunión, pero venga con su sobrino, porque usted tampoco alcanza” (risas). Eso duran los pleitos en Colombia.
En mi oficina trabajamos cuatro abogados de la familia, pues trabajo con mi hermana Luz, con mi hermano Emilio y mi sobrino Mauricio, además de los otros abogados asociados. Estamos esperando a que se gradúe mi sobrino Esteban, quien cursa cuarto año de Derecho, pero ya está dando sus primeros pasos.
Durante el ejercicio profesional me han otorgado diferentes distinciones, tales como, el premio al mejor proveedor de servicios jurídicos, mujeres en la insolvencia, soy miembro honorario del Colegio de Abogados Rosaristas y del Colegio de Abogados comercialistas. Soy miembro de la Academia Colombiana de Jurisprudencia y actualmente estoy nominada al premio que otorga la organización “The Women in Law initiative”, escogida dentro de ciento sesenta y dos participantes de cuarenta y dos países.
Cierre
Considero que, en mi vida como mujer y como profesional, he tenido oportunidades que se han vuelto realidades. Agradezco a Dios, a mi familia y a mis amigos todo lo que he podido lograr.
Soy una mujer comprometida con la vida, lo que se puede considerar mi mayor cualidad o mi mayor defecto. Todo lo hago con amor, honestidad y con conocimiento. Me conmuevo fácilmente, vivo al máximo y detesto las personas que no se comprometen. Me gusta llevar una vida plena.
Orígenes
No alcancé a conocer a mi abuelo paterno, Leopoldo Acuña Alvarado. Leopoldo fue descendiente directo de Cipriano Alvarado, su abuelo materno, estafeta del libertador herido en medio de la guerra, lo que hizo que se trasladara de Bogotá a Ubaque, Cundinamarca. Sus hermanos Arturo, Josefa, Soledad y el coronel Gustavo Acuña, fueron muy unidos y cercanos a mi papá.
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Arturo fue miembro de la Academia de Historia y rector de la Quinta Mutis, del Rosario. Un cochero en Londres, por error, le pegó en un ojo con la fusta y lo perdió. Dada esta situación, me contrató cuando era estudiante de primaria para que les leyera libros de historia y filosofía a él y a otro miembro de la Academia. Me pagaban un peso por reunión y yo asistía dos veces a la semana. Fui, como dicen, perejil de todos los caldos. Por ejemplo, mis tías abuelas paternas me invitaban a participar del desfile del 20 de julio, me presentaba con mis mejores galas generando risas entre mis primos.
Florinda Acuña Fuentes, mi abuela, una mujer muy agradable, hermosa, de pelo rojo, hija de un hombre que gastó su fortuna dándose la buena vida, se casó con su primo Leopoldo y se dedicó al cuidado de sus hijos.
Leopoldo Acuña Acuña, mi papá, fue un hombre adorado, buena vida, pero sin excesos. Trabajó toda su vida hasta pensionarse como jefe de almacenes del Distrito Especial de Bogotá. Sus más cercanos jefes fueron Fernando Mazuera, Palacio Rudas y otros tantos quienes ocuparon la Alcaldía de la ciudad.
Mis abuelos maternos fueron oriundos de Vélez, Santander. Luis Traslaviña, mi abuelo, descendiente del fundador de su pueblo, fue un docente premiado y comprometido con la educación, jugó un gran papel en su región y en el colegio Santander de Bucaramanga. Lucila, mi abuela, fue hija del general Rodríguez, también fue docente y luego se dedicó al hogar.
Mercedes Traslaviña Rodríguez, mi mamá, fue una mujer muy reconocida como docente, premiada como la mujer del mundo en Alemania. Fundó más de diecisiete colegios cooperativos en Bogotá, San Andrés y otras regiones. Trajo el cooperativismo en la educación al país después de estudiar en Israel y Rusia. Se dedicó al trabajo sindical, fundó FECODE junto con Adalberto Carvajal Salcedo y varios más, cuando lo que se buscaba era una educación equitativa e integral para los niños de la ciudad y del campo y reivindicar a los maestros a quienes les pagaban desde entonces muy mal y quienes no contaban con servicios de salud ni tenían una vivienda digna. Cuando FECODE giró a la izquierda, mi mamá, con la prudencia que la caracterizó, siguió muy de cerca su actuar, pero marginada. A la muerte de mi mamá asistieron muchos de sus alumnos, los miembros de FECODE, de la Embajada de Israel, del cooperativismo del país, como manifestación de agradecimiento a su vida. Todavía la recuerdan con cariño, pese a que murió hace diecisiete años.
Casa de sus padres
Mis papás se conocieron a través de un hermano de mi mamá, en ese momento los dos eran miembros de la marina. Edificaron su familia sustentados en las bases del amor, de la comprensión y de la libertad. Siempre tuvimos libre albedrío, pensábamos, analizábamos y leíamos. Solo nos limitaron para ir a fiestas porque nos cuidaron como sus tesoros. Contamos con el acompañamiento de una tía, quien nos ayudaba con las tareas.
Somos seis hijos: Consuelo, Leopoldo, Daniel, Luz Marina, Emilio y Álvaro (tres abogados, un periodista y dos administradores de empresas). Por todos he sentido esa responsabilidad y compromiso de hermana mayor. Soy soltera y como Dios no me dio hijos me dio sobrinos, así pues, todo el tiempo estoy pendiente de ellos ejerciendo como buena tía chismosa: cómo está el uno, cómo está el otro, cómo van. Los Acuña somos una familia muy unida y afectuosa. Aunque nos vemos con frecuencia, siempre nos abrazamos con afecto, nos rodeamos ante las dificultades y en la enfermedad.
(Le recomendamos leer: Y Mahoma fue a la montaña)
Los hombres sintieron siempre fascinación por el fútbol sin que le gustara a mi papá quien decía que no era un deporte de caballeros. Mi hermana Luz Marina y yo nos llevamos ocho años, pero contamos treinta y cinco trabajando juntas.
En las navidades nos dejaban mientras dormíamos los regalos debajo de la escalera, donde instalaban el árbol. Como todos veíamos, sin que se dieran cuenta, no entendíamos por qué luego nos decían: “¡Llegó el Niño Dios!”, pues sabíamos quiénes habían dejado los regalos. Pero permanecimos comprometidos con el silencio.
Academia
Mi paso por el colegio fue agradable y tranquilo. He sido siempre muy responsable, pero nunca la mejor estudiante. Primero y segundo elemental los cursé en el Departamental de la Merced con mi mamá. Luego pasé al colegio de las monjas agustinas de la Consolación, quienes estaban recién llegadas a Colombia. Allí terminé mi bachillerato. Estas eran unas mujeres muy interesantes, nos enseñaban historia, poesía, música, aunque tengo muy mal oído. Con ellas aprendí a valorar el arte. A la hora del almuerzo leíamos, por lo general lo hacía yo.
Sor María Victoria Cuervo, familiar de Rufino Cuervo, chiquitica como un trompo y extraordinaria docente, nos enseñó a recitar y a hablar en público. Ella logró que me pasaran el año, pese al inglés. Me destaqué en literatura, filosofía, historia, geografía, materias que dicté cuando terminaba bachillerato en los colegios cooperativos que había fundado mi mamá. Ejercí desde entonces una suerte de liderazgo y mantengo excelentes relaciones con mis compañeras de colegio.
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En el colegio siempre perdí inglés y tengo una anécdota con el idioma. Hará treinta años que fui admitida en EreséaU, red de abogados del Mercado Común Europeo. En el proceso de ingreso recibí una llamada del abogado español Federico Cacho Zabalsa, de la firma de abogados Coronel de Palma, para decirme: “Consuelo, para ser admitida tienes que dar un discurso de diez minutos en inglés”. Llegué a Madrid con mis palabras aprendidas de memoria y con las anotaciones de la pronunciación, fui aplaudida y luego todos me hablaron en inglés. De la tensión me dolió hasta el cuello (risas). Lo curioso es que aún hoy soy miembro de la red y asisto a sus reuniones y congresos.
Quise estudiar sociología, la dictaban en la Nacional donde fui admitida, pero mi papá se opuso al considerar que nunca terminaría la carrera debido a las repetidas e interminables huelgas de la Universidad. Entonces, dada la amistad de mi tío Arturo con monseñor Castro Silva, exrector del Rosario, me abrieron un campito que me permitió estudiar Derecho. Asistí a la entrevista vestida de sastre azul oscuro, guantes blancos, falda tapando la rodilla, divinamente peinada y arregladita, pues me advirtieron que me reuniría con monseñor y que no podía presentarme de cualquier forma.
Por mi trayectoria como abogada puedo decir que esta fue una decisión acertada. No pude ser colegial, pues fui huelguista. En primer año de Derecho hice amigos de quinto cuando se organizó la primera huelga de la Universidad que apoyamos los de mi Facultad. Los estudiantes de Medicina presentaron una obra de teatro, se trató de una parodia por una encíclica papal que la curia rechazó, entonces le pidieron la renuncia a Ferguson, quien era el decano de medicina. A Ferguson no lo reintegraron y a nosotros no nos echaron. Todos aprendimos de esta experiencia.
Desde siempre he sido muy respetuosa, pero seria frente a lo que no me gusta. Conformé un grupo de estudio que se llamó Proceso con el que hacíamos protestas y huelgas y difundíamos nuestras ideas en un periódico del mismo nombre. Mi mamá decía que éramos “izquierdistas de té con galleticas”. Tengo una prima, que era ejecutiva del Grupo Grancolombiano, ella estaba conversando sobre mí con alguien a la entrada del Rosario diciéndole: “Consuelito es muy tranquila”. Pero, justo cuando llegó a la cafetería me encontró dando un discurso sobre una de las mesas, posando de líder en una huelga.
Mi relación con el Rosario ha sido muy estrecha, siempre tratando de unir la comunidad rosarisa. Fui una de las fundadoras del Consejo Estudiantil y, si mi memoria no me falla, su primera presidenta. Es aquí donde los estudiantes se dan a conocer, aprenden a hablar, a manifestarse, a pensar y a tener carácter. Para eso sirven los consejos estudiantiles.
Oficina de abogados
Estando en cuarto año de Derecho Ernesto Cavelier, mi compañero de estudios, nos invitó a Ricardo Merkey a mí a participar como estudiante de abogados en la firma de su papá Germán Cavelier Gaviria. Germán fue un abogado muy importante y fue en su oficina que aprendí derecho siendo su asistente, al comienzo. Primero practiqué propiedad marcaria y luego se abrió una nueva etapa, la de sociedades en la que estuve por diez años. También aprendí de Álvaro Esguerra y de Álvaro Copete Lizarralde quien me concedió el honor de que con los años trabajara en mi oficina.
Mi práctica profesional ha sido muy fértil. Me destaco como abogada litigante y, aunque me especialicé en Derecho Penal, me he desenvuelto en Derecho Comercial y en procesos de insolvencia.
Docencia
En quinto de derecho comencé a dictar clases en la Universidad Jorge Tadeo Lozano. Aquí viví una anécdota muy simpática. Yo enseñaba Realidades colombianas, y me preparaba muy bien para mis alumnos. Cuando ganó las elecciones el presidente Misael Pastrana les pregunté qué opinaban sobre lo que estaba pasando en el país político de ese momento y encontré que mis alumnos no habían leído ni siquiera las caricaturas de El Tiempo. Me sentí tan traumatizada que renuncié a la cátedra.
(Le puede interesar: En Hiroshima, a un millón de grados centígrados: García Márquez sobre la bomba)
Universidad
Cuando nombraron a mi profesor Jorge Cardozo Isaza l decano en la Gran Colombia, me invitó a que dictara clases en su Universidad. Poco después le conté a Julio Benetti, profesor de Sociedades y Comercial en el Rosario y colega en la oficina de Cavelier, que estaba dictando esas clases, entonces me dijo que fuera su profesora auxiliar.
Pasado un tiempo, en el Rosario fui profesora de comercial y sociedades, y en la escuela de especialización dicté insolvencia, mi tema preferido. Me especialicé en docencia universitaria. También fui docente en los Andes, en la Sergio Arboleda, y en la Nueva Granada. Porque soy una educadora per se.
También tuve el honor de dictar la cátedra rosarista en uno de los congresos, primera mujer en hacerlo. Se trata de una distinción en la que se da una conferencia de cincuenta minutos sobre temas de actualidad, el mío fue sobre buen gobierno.
Escritos
Al terminar mi carrera escribí el libro “El capital en la sociedad anónima”. Llevo diez años reeditándolo, pues tengo limitaciones en el tiempo.
Es bien sabido que uno como abogado litigante escribe, como mínimo, un memorial diario, y cuento con más de cuarenta años de ejercicio. He escrito artículos sobre el medio ambiente, sobre sociedades, sobre el derecho del menor en el Derecho Comercial y sobre el régimen de insolvencia empresarial.
Colegio de Abogados
Cuando se fundó el Colegio de Abogados Rosaristas, en el año 1974, estaba vinculada como profesora auxiliar del Rosario. Participé en la Asamblea fundacional, pero me enojó el que candidatizaran a Jaime Michelsen y me retiré, por lo que no firmé el acta de fundadores, aunque luego me concedieron el diploma sin que me lo merezca.
Cuando salí de la oficina de Cavelier, Germán me apoyó con votos para ser la primera mujer presidente del Colegio de Abogados Comercialistas. Fue un reto enorme que asumí con compromiso. Como presidente de los comercialistas lo reactivé y compré su primera sede. En esa calidad de presidente de los comercialistas y como rosarista, asistí invitada por el doctor Juan Rafael Bravo como conferencista al Primer Congreso de Abogados Rosaristas. La conferencia se centró en la reforma al régimen de concordatos en la que participaba activamente. Desde el año 1973 en adelante he procurado asistir a los congresos rosaristas anuales.
En un momento dado me nombraron presidenta de la Asociación Rosarista que pasaba por una etapa difícil. Aquí también fui la primera mujer en ocupar esa presidencia, impulsé a la Asociación de manera importante y de la mano de la Universidad.
Estando en estas, me nombraron primera presidente mujer del Colegio de Abogados Rosaristas y me concentré en vincular a todas las instituciones para que trabajáramos en temas que unían a la comunidad. Uno de mis legados fue la instalación del busto del señor rector Antonio Rocha Alvira que se ubicó en la escalera de la Universidad, lo que tiene un valor patrimonial e histórico de trascendencia por ser el claustro una reliquia intocable. El busto está acompañado de la frase del exrector Rocha: “Aquí se enseña, se profesa y se practica la virtud”. Esta resume la misión de nuestro Colegio Mayor.
En el año 1998 colaboré ampliamente en el congreso de egresados rosaristas con el rector Mario Suárez. Este contó con una asistencia enorme: superó los mil participantes.
Su Oficina
En algún momento el doctor Germán Cavelier me invitó a asociarme con él. Le agradecí, pero yo no quería ser su abogada toda la vida, prefería construir mi propio nombre y abrir mi oficina en la que pudiera darme a conocer y ser independiente. Por supuesto, esto no le gustó mucho al comienzo, pero luego me heredó los clientes de sociedades que yo había atendido desde el origen: solo acepté dos quienes siguen conmigo. También atendí algunos de sus negocios personales.
Mi primera oficina me la arrendó la senadora galanista Ana Sixta González de Cuadros. Quedaba en el Edificio Residencias Colón y era muy pequeña. Fue solo hasta este momento en el que saqué mi tarjeta profesional. Recuerdo que el día que iba a presentar mi primer proceso que llevó mi oficina, pasé primero por el Ministerio de Justicia, recogí mi tarjeta y llegué a los juzgados. Esta fue una demanda que se ganó en los Estados Unidos contra la General Motor. Durante mi vida como abogada litigante he estado muy vinculada al gremio de los aviadores civiles, quienes de manera generosa me hicieron un reconocimiento por mis aportes en el ámbito del derecho comercial y en la asesoría a su Caja de aviadores.
(Le puede interesar: Malcolm Deas, un inglés con corazón colombiano)
Comencé a litigar en una época en la que las mujeres no lo hacían, sin embargo, conté con el apoyo de abogados muy prestantes quienes me respaldaron de manera desinteresada y con afecto. Con ellos yo estudiaba, participaba de sus tertulias, les consultaba mis casos. Varios de ellos me dijeron: “Consuelo, encárguese de este proceso ordinario, porque yo no alcanzo a terminarlo”. Estamos hablando de procesos que pueden tomar veinte y más años. Alguna vez Francisco Zuleta me dijo: “Consuelo tengo un negocio que no alcanzo a terminar, quiero que participe de la reunión, pero venga con su sobrino, porque usted tampoco alcanza” (risas). Eso duran los pleitos en Colombia.
En mi oficina trabajamos cuatro abogados de la familia, pues trabajo con mi hermana Luz, con mi hermano Emilio y mi sobrino Mauricio, además de los otros abogados asociados. Estamos esperando a que se gradúe mi sobrino Esteban, quien cursa cuarto año de Derecho, pero ya está dando sus primeros pasos.
Durante el ejercicio profesional me han otorgado diferentes distinciones, tales como, el premio al mejor proveedor de servicios jurídicos, mujeres en la insolvencia, soy miembro honorario del Colegio de Abogados Rosaristas y del Colegio de Abogados comercialistas. Soy miembro de la Academia Colombiana de Jurisprudencia y actualmente estoy nominada al premio que otorga la organización “The Women in Law initiative”, escogida dentro de ciento sesenta y dos participantes de cuarenta y dos países.
Cierre
Considero que, en mi vida como mujer y como profesional, he tenido oportunidades que se han vuelto realidades. Agradezco a Dios, a mi familia y a mis amigos todo lo que he podido lograr.